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uando se va a cumplir un año de la irrupción
del coronavirus en nuestras vidas, con la mo-
dificación abrupta y dramática de nuestras ru
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tinas y expectativas a corto y medio plazo, podemos
empezar a evaluar las consecuencias sobre nuestra
salud mental de esta situación. La pandemia no ha
hecho sino poner de relevancia las deficiencias y de
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bilidades de nuestro sistema sanitario y de nuestra
estructura como sociedad, pero los problemas ya esta-
ban ahí. La progresiva acentuación de las diferencias
sociales y económicas que ya se venía dando desde la
crisis de 2008, con un deterioro general de las condi-
ciones de trabajo, la dificultad de acceso a la vivienda
y de emancipación de las personas jóvenes, la nue-
va categoría de trabajadores pobres y la reducción
de recursos destinados a las personas dependientes
formaban el substrato socioeconómico para que mu-
chos ciudadanos no pudieran afrontar fácilmente las
consecuencias tanto económicas como psicosociales
del confinamiento. Por otro lado, un sistema sanitario
sobrecargado, con elevada eventualidad y sin tiempo
para formación o investigación, que funcionaba ya al
límite antes de la pandemia, no podía absorber el ex-
ceso de demanda que supuso el coronavirus.
¿Cómo afecta esta situación a la salud mental de
la población? Aquí sería útil establecer dos grupos
bien diferenciados. Por un lado, podemos hablar de
la población general; y por otro, de aquellas personas
que ya padecían trastornos psiquiátricos antes de la
pandemia.
Malestar psíquico en la población general
Con respecto al primer grupo, todos los estudios
hasta el momento coinciden en que los sentimientos
de depresión y ansiedad han aumentado durante la
pandemia. Si bien se trata de datos muy preliminares,
la consistencia de los trabajos parece otorgarles cre-
dibilidad, además de que la observación parece coin-
cidir con el sentido común más básico. ¿Pero es esto
un problema de salud mental o una reacción lógica y
normal ante una situación compleja, peligrosa e im-
previsible? Sentirse angustiado o triste ante el curso
Será la situación psicosocial del individuo la que
marque la diferencia entre la reacción adaptativa
normal y el riesgo de desarrollar un auténtico
trastorno
Pandemia
y salud mental
lIria Veiga
Médica Psiquiatra
Un virus que ha destapado los fallos del que presumía
de ser el mejor sistema sanitario del mundo
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de los acontecimientos, la pérdida de las relaciones
sociales y el ocio, la disrupción de la vida familiar
y las rutinas del día a día es una reacción normal y
no debe ser patologizada, pero en grupos de especial
vulnerabilidad puede acabar produciendo patología.
Será la situación psicosocial del individuo la que mar-
que la diferencia entre la reacción adaptativa normal
y el riesgo de desarrollar un auténtico trastorno. Las
personas que han visto seriamente afectada su eco-
nomía por la pandemia, hasta el punto de no poder
cubrir necesidades básicas, o aquellas que conviven
en familias ampliadas en pisos pequeños, con las di-
ficultades de mantener confinamientos si es necesa
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rio, son potenciales pacientes psiquiátricos. Ser mujer
también es por sí mismo un factor de riesgo, dado que
el cuidado de personas dependientes recae casi en su
totalidad sobre ellas. Por otro lado, los tímidos avan-
ces por la igualdad han saltado por los aires durante
la pandemia, dejando de manifiesto lo superficial del
cambio de actitud. Con las dificultades que ha aca
-
rreado esta situación, se ha producido un retroceso
en la corresponsabilidad en las tareas domésticas, en
las responsabilidades familiares y en la conciliación.
Ante una situación en la que ambos miembros de una
pareja heterosexual se encontraban confinados y te
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letrabajando, era mucho más probable que fuera la
mujer en solitario la que intentase compatibilizar el
horario laboral y el cuidado de los hijos y las tareas
domésticas, con el estrés y el desgaste que esto con-
lleva. Como ejemplo, el dato curioso de que durante
el confinamiento la cantidad de artículos que las mu
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jeres investigadoras enviaban a revistas científicas su
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frió una drástica reducción, mientras que el volumen
de publicaciones de sus pares masculinos aumentaba.
Trastorno mental y pandemia
Capítulo aparte merecen las personas que ya pa
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decían algún tipo de trastorno psiquiátrico antes de
la pandemia. Se trata de un colectivo particularmente
vulnerable, con unas tasas de desempleo que rozan
el 80 % y en muchas ocasiones recibiendo la renta
mínima. Las enfermedades mentales graves e incapa-
citantes (trastorno bipolar, depresión grave, esquizo-
frenia...) suelen debutar al inicio de la edad adulta y
los afectados no suelen desarrollar una carrera laboral
que les permita una cotización razonable. Además, en
contra de la idea general de que las personas con en-
fermedades mentales tienen mejor salud física, su sa-
lud general suele ser peor, con peores hábitos de vida
y alimentación y una utilización más tardía e irregular
Foto de Tumisu en Pixabay
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Los servicios sociales y otro tipo de recursos,
como centros de día y asociaciones de pacientes,
han tenido que suspender su actividad, que
en muchos casos era la única oportunidad de
socialización para mucha gente
del sistema sanitario. Esto puede deberse en parte a
una peor percepción de su propio estado físico, pero
también al estigma y el rechazo que perciben también
entre los propios profesionales. Durante la pande
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mia, las personas con trastornos psiquiátricos se han
encontrado más desprotegidas que nunca. Muchos
psiquiatras y psicólogos nos hemos visto obligados
a realizar las consultas de forma telefónica, lo que
nunca puede sustituir la presencialidad. Los servicios
sociales y otro tipo de recursos, como centros de día
y asociaciones de pacientes, han tenido que suspender
su actividad, que en muchos casos era la única opor-
tunidad de socialización para mucha gente. Esto se ha
traducido en un peor control de síntomas y en algunos
casos en descompensaciones y hospitalización.
¿Quién cuida al cuidador?
Por último, podríamos hablar de la salud mental
de los propios profesionales sanitarios y, en concreto,
de los que tratan con los trastornos mentales. De los
pocos recursos que se han habilitado para tratar de
paliar el estrés y el desgaste provocado por la situa-
ción, ha sido un número de atención telefónica (de
nuevo) para profesionales de la salud. El resto de ini-
ciativas han sido voluntaristas y puntuales, a pesar de
denuncias por parte de organizaciones como ANPIR
(Asociación Nacional de Psicólogos y Residentes)
advirtiendo del aumento de la demanda y la necesi-
dad de dotar de más medios. La Sociedad Españo-
la de Psiquiatría, por su parte, edita un tríptico con
recomendaciones generales y vagas como cuidarse,
descansar y comer bien. En esta pandemia, los pro-
fesionales hemos sentido no ya la falta de cuidado,
sino el auténtico desprecio por nuestra salud y nues-
tras vidas por parte de las administraciones, lo cual
es incompatible con una buena salud mental. Muchos
compañeros de atención primaria, ante lo desbordan-
te de la sobrecarga asistencial y la imposibilidad de
atender correctamente el volumen de trabajo, han to-
mado la durísima decisión de abandonar su vocación.
No se ha resuelto tampoco la alta eventualidad de los
contratos de trabajo y los cupos no hacen más que
aumentar, por lo que nos enfrentamos a un deterioro
acelerado de las condiciones de trabajo y, por lo tan-
to, de nuestra salud y calidad de vida.
Consideraciones finales
El coronavirus no ha hecho más que destapar los
fallos del supuesto mejor sistema sanitario del mundo.
Un sistema sobrecargado y maltratado por décadas
de continuos recortes y privatizaciones más o menos
encubiertas, que funcionaba a costa de la sobreimpli-
cación de los profesionales, mal pagados y peor con-
tratados. Esta tendencia no era exclusiva del sistema
nacional de salud, sino que se trata de una tendencia
general de recorte de prestaciones y servicios, de lo
que se ha dado en llamar «estado del bienestar», que
no es más que la protección de los derechos básicos de
la ciudadanía. La salud, la vivienda, la educación, la
alimentación y la energía no pueden ser tratados como
bienes de lujo ni como servicios con los que se puede
especular, porque son los pilares que cohesionan una
sociedad. Ante una crisis como esta, son los elemen-
tos que marcarán la diferencia en la respuesta social y
posterior recuperación frente a una situación dramá-
tica y excepcional, para la que no poseemos certezas
absolutas.
Foto de RODNAE Productions en Pexels