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stas líneas pretenden ser una pequeña reflexión
sobre algunos aspectos relacionados con la
pandemia generada por la COVID-19.
Hasta donde se conoce hoy, se trata de una enfer-
medad infecciosa causada por el coronavirus SARS-
CoV-2. Esta vez un virus desconocido, con graves
repercusiones para la salud, ha alcanzado latitudes
y poblaciones que no habían vivido algo parecido
en propia piel. ¿Dónde han quedado la seguridad y
la certidumbre de las
sociedades avanzadas
? ¿Hay
algún asidero que permita evolucionar a la sociedad
con realismo, respetando los hechos, sin
fantasía de
progreso
?
No es momento de dar lecciones, y menos sermo
-
nes desde púlpito alguno. Sí lo es de aprender, y mu-
cho, sobre la vulnerabilidad del ser humano, la impor-
tancia del conocimiento y la necesidad de extender
y poner en práctica el mismo, tratando de evitar que
prejuicios e intereses interfieran en la asignación de
prioridades y en la toma de decisiones. Pero se ha de
ser cauto, pues la mente pura,
la
tabula rasa
a veces
sin preconcepciones imaginada, es probablemente la
proyección de un ideal, una hipótesis de trabajo que
agrada presuponer más que una efectiva posibilidad.
Desde que comienza a rodar la interacción entre el
cerebro y el entorno, se produce un proceso de rea-
limentación que es único en cada persona e inacce-
sible en su mayor parte para los demás. Se trata de
un proceso del que aún se desconocen muchas varia-
bles, posiblemente la mayoría, por más que la ciencia
continúe trabajando para averiguar claves con las que
tratar de esclarecer en algún grado la relación mente-
cerebro y su moldeado a través de la experiencia. La
conducta humana, en tanto que resultado de acciones
individuales diversas, puede ser desconcertante. La
aparición de este virus y la evolución de la pandemia
que ha generado han desnudado la frágil racionalidad
en la que se asienta la vida en las sociedades que en
muchos casos se
autoetiquetan
como «avanzadas».
No hay suficiente evaluación externa de esto, y quizá
Virus
,
ciencia y sociedad
Marisa Marquina San Miguel
ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico
¿Cuántas causas no inventamos para las desgracias que nos ocurren?
Michel de Montaigne
¿Dónde han quedado la seguridad y la
certidumbre de las sociedades avanzadas?
¿Hay algún asidero que permita avanzar a la
sociedad con realismo, respetando los hechos,
sin fantasía de progreso?
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sí una suposición de arrogancia sobre una racionali-
dad aún no alcanzada.
Han pasado solo unos meses, aunque muy intensos,
desde que se comenzó a escuchar el eco de la existen-
cia de un nuevo virus. A través de imágenes y audios
de diversos dispositivos llegaban noticias, primero
incipientes y lejanas, que parecían mostrar que el el
nuevo virus afectaba una vez más a sociedades asiáti-
cas. Pero poco a poco esta percepción fue cambiando
porque el virus fue llegando a países que desde hacía
décadas no habían vivido algo parecido.
La ciencia, por boca de personas expertas en virolo-
gía, epidemiología, salud pública y materias adyacen-
tes comenzó a hablar sobre el proceso que podía estar
en ciernes. Esta expresión científica inicial aconteció
en un contexto de desconocimiento respecto a las ca-
racterísticas del virus que comenzaba a expandirse, lo
que no tardó mucho en desencadenar críticas —más
o menos incisivas— a la ciencia y a su capacidad de
dar pronto con la solución a un problema que rompía
la ¿lógica? de la vida cotidiana (al menos tal y como
estaba configurada hasta la declaración de la pande
-
mia y la adopción de las medidas que en los distintos
países se fueron tomando para frenar la expansión del
virus).
Pasado el «susto inicial», no tardó en aparecer
una
jauría
de mensajes sobre el virus, sus orígenes,
su composición y estructura, su potencial infectivo y
patógeno, junto a lo que había que hacer para frenar
su propagación y, con ella, las dañinas consecuencias
para la salud de las personas y el tejido económico y
social. El pensamiento crítico no puede, no debe que-
dar en silencio frente al ruido mediático
que ha irrum-
pido en la sociedad con ostentosa arrogancia y supina
ignorancia mientras, en el caso de España, la atención
sanitaria se desbordaba, los hospitales llegaban a co-
lapsar y el número de personas que enfermaban y mo-
rían, muchas en la soledad de quien tiene la capacidad
de infectar, crecía sin misericordia terrenal alguna en
la que cobijarse de la mezquindad.
Si arriesgado es considerar que se conoce lo su-
ficiente cuando se ha dedicado parte de la vida a es
-
tudiar algo, es de sumo peligro extender opiniones y
recetas sobre lo que hay que hacer para frenar a un vi-
rus que se estaba investigando sobre la marcha, o bien
para convivir con él sin asignarle mayor importancia
puesto que, al fin y al cabo, de algo se ha de morir. La
carencia de pensamiento crítico en diversas capas de
la sociedad (carencia que no es atribuible únicamente
a las menos formadas de ella) ha contribuido a hacer
crecer la incomprensión sobre lo que la pandemia es-
taba y está suponiendo.
La utilización de las herramientas que proporciona
la tecnología, sin referencias informativas, sin filtro
analítico, sin posibilidad mínima de contrastación ha
acrecentado la incertidumbre y ha conducido a una
parte importante de la población (que probablemen-
te coincide con la más vulnerable) a un padecimiento
que, con unos mínimos de racionalidad y respeto al
principio de realidad, podría haber sido menor.
Pese a lo vivido durante estos meses del 2020, es
probable que solo se estén comenzando a experi-
mentar las graves consecuencias de esta pandemia.
Es tiempo especial para valorar que el pensamiento
crítico
no debe ser considerado una herramienta de
análisis solo para mentes eruditas, ni un lujo para ser
practicado por unos pocos. Debe ser una capacidad
que se cultive para fomentar la autonomía de pensa-
miento —también, y de forma especial— de quienes,
conociendo menos, con esa capacidad pueden desa-
rrollar criterio para no dejarse llevar por la frivoli-
dad de mensajes espurios. Al tiempo, pueden llegar a
comprender que la ciencia proporciona conocimiento,
limitado, sí, pero riguroso como ninguna otra cons-
trucción humana.
Que la ciencia llegue con claridad y humildad a la
ciudadanía es un reto que, acompañado de entrena-
miento en pensamiento crítico, mejorará la vida hu-
mana. Es difícil dudar de esto.
Si arriesgado es considerar que se conoce lo
suficiente cuando se ha dedicado parte de la
vida a estudiar algo, es de sumo peligro extender
opiniones y recetas sobre lo que hay que hacer
para frenar a un virus que se estaba investigando
sobre la marcha