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L
a frenología fue el intento de Franz Gall
(1758-1828) y Johann Spurzheim (1776-
1832) de correlacionar la conducta huma
-
na con la forma del cráneo. Gall publicó su
obra en cuatro volúmenes, con el título de
Anatomie
et physiologie du système nerveux en général, et du
cerveau en particulier, avec des observations sur la
possibilité de reconnaître plusieurs dispositions in-
tellectuelles et morales de l’homme et des animaux,
par la configuration de leur têtes
(‘Anatomía y Fisio
-
logía del sistema nervioso en general y del cerebro
en particular, con comentarios sobre la posibilidad de
reconocer distintas disposiciones intelectuales y mo
-
rales del hombre y de los animales por la configura
-
ción de sus cabezas’), entre 1810 y 1819
.
El trabajo
original de Gall
1
describía veintisiete protuberancias
craneales diferentes, equivalentes a otros tantos «ór
-
ganos» cerebrales distintos. Cuando a principios del
siglo
xx
la frenología vivía su decadencia, el número
de «chichones» alcanzaba ya los 42.
La disciplina se hizo muy popular en Norteamé
-
rica a mediados del siglo
xix
. Sin ir más lejos,
Ed-
gar Allan Poe y Walt Whitman fueron seguidores
fervientes: Poe daba descripciones frenológicas de
los personajes de sus historias, y Whitman publicó
hasta en cinco ocasiones los resultados de su propia
frenología. Sarah Josepha Hale, autora de la canción
«María tiene un corderito» y directora del
Godey’s
Ladies Book
(la revista femenina más popular en los
EE. UU. a mediados del
xix
), declaró que la frenolo
-
gía «solo era superada por el cristianismo como fuer
-
za para elevar y mejorar la condición de la mujer»
(Hothersall, 1995). Otros famosos de entonces como
Clara Barton, Joseph Smith o el presidente James
Garfield también hicieron examinar sus cráneos por
frenólogos.
Al igual que los orientadores educativos de hoy,
los frenólogos actuaban como
coaches
de vida, ase
-
sorando a sus clientes sobre sus estudios y su futuro
matrimonial, pero basados en bultos de la cabeza en
lugar de en sus calificaciones escolares. En los EE.
UU., el atractivo de la frenología venía del interés en
la detección de perfiles morales a partir de caracterís
-
ticas físicas y de la creencia de que el atractivo inte
-
lectual y físico podría mejorarse mediante el cultivo
de la vida moral y religiosa (Lintern, 2012); para ello
los frenólogos desarrollaron escalas y clasificaciones
y hacían medidas de precisión. Cuando se introdu
-
jo la electricidad en las ciudades, los frenólogos se
adaptaron a los tiempos y desarrollaron el frenómetro
eléctrico Lavery, patentado en 1905, para medir las
protuberancias del cráneo «eléctricamente y con pre
-
cisión científica»
2
.
Hoy tenemos una frenología modernizada. En lu
-
gar de elaborar perfiles morales, esta afirma que la
detección de estructuras cerebrales más pequeñas de
lo común —especialmente el hipocampo y la amíg
-
dala— en pacientes con trastornos psiquiátricos pue
-
de proporcionar pruebas científicas de abuso infantil.
Los cuestionarios para las escalas de clasificación y
los autoinformes han cambiado, y las imágenes por
resonancia magnética (IRM) y resonancia magné
-
tica funcional (IRMf) han reemplazado los calibres
craneales y el frenómetro eléctrico Lavery; pero la
La
nueva
frenología
Robert Stern
Publicado originalmente en
: Skeptical Inqui
rer
,
43
,
No. 5 (
septiembre/octubre 2019)
Reproducido con permiso. Traducción: Juan A. Rodríguez
Un lavado de cara
a una pseudociencia ya olvidada
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frenología actual ha cambiado poco respecto a la de
hace más de un siglo: continúa midiendo protuberan
-
cias y correlacionándolas con características morales.
Solo que esta vez las protuberancias están en el inte
-
rior del cráneo.
¿La herramienta adecuada?
Las máquinas de IRM e IRMf nos ofrecen unas
prestaciones fascinantes. Enormes y ruidosas, per
-
miten a médicos y científicos explorar el interior de
un cuerpo sin abrirlo ni usar los nocivos rayos X. La
IRM consiste esencialmente en un imán gigante, con
suficiente potencia como para alinear las moléculas
de agua en el cuerpo. Encendiendo y apagando, y
permitiendo que las moléculas caigan alternativa
-
mente en un movimiento aleatorio y luego se reali
-
neen, se pueden construir imágenes digitales. Sin
dolor y sin temor de dañar el ADN, las IRMf van un
paso más allá, al permitir estimar el funcionamien
-
to de un órgano midiendo el oxígeno en sangre. En
resumen, con la IRM medimos estructuras y con la
IRMf estudiamos funciones. Ambas pueden ser de
gran ayuda para detectar anomalías cerebrales; pero,
como con cualquier herramienta, depende de su uso
correcto. Intentar probar un historial de abuso infan
-
til con cualquiera de esas herramientas es hacer un
pan como unas hostias; ninguna de esas máquinas es
capaz de obtener imágenes del historial del paciente,
y tampoco puede probar o refutar que hubo abuso in
-
fantil. Solo miden tamaños de órganos y consumos
de oxígeno.
Estructura y función del hipocampo
El hipocampo (del latín ‘caballito de mar’) es una
estructura que, más que un caballito de mar, parece
un renacuajo en postura de yoga con la cola volteada
sobre la cabeza. Tenemos dos hipocampos, uno en la
región central de cada hemisferio cerebral, formando
parte de una estructura mayor conocida como
siste-
ma límbico
. El sistema límbico está involucrado en la
creación y regulación de la afectividad, el aprendiza
-
je y la memoria, y el hipocampo actúa principalmen
-
te, aunque no de manera exclusiva, en la formación
de recuerdos. Si se seccionan los hipocampos, no se
pueden formar nuevos recuerdos; los recuerdos más
antiguos, instalados de manera global en el cerebro,
permanecen sin embargo intactos.
El estrés crónico puede afectar al volumen del hi
-
Imagen: SNSF Scientific Image Competition (https://www.flickr.com/photos/snsf_image_competition/40791392014/)
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pocampo, pues este se contrae a medida que se atro
-
fian sus conexiones neuronales con otras partes del
cerebro y se mueren las células que lo componen
(Higgins & George, 2007, 72). Sin embargo, en la
década de 1960 se vio que las células del hipocampo
podían regenerarse no solo en ratones y ratas, sino
también en otros mamíferos, incluidos los humanos.
Varias décadas y miles de roedores más tarde, el des
-
cubrimiento se ha replicado en otros estudios: el hi
-
pocampo regenera las células en un intento de volver
al funcionamiento normal, es decir, responde a varia
-
ciones ambientales.
Quienes no estudian las pseudociencias están
condenados a repetirlas
Desde que Freud publicara
La etiología de la his-
teria
en 1896, se ha supuesto que el abuso sexual
infantil es la causa de los trastornos psiquiátricos, a
pesar de que Freud renegó de su teoría en 1897 al
admitir ante su amigo Wilhelm Fleiss que exageró
no solo el número de pacientes que trató por histeria,
sino también su cura: ninguno de ellos mejoró como
resultado de la aplicación de su teoría del abuso in
-
fantil reprimido (Freud, 1897).
El término
histeria
está en desuso; tiene conno
-
taciones sexistas, por más que ya desde el siglo
xix
también los hombres fueran diagnosticados de ella y
se citaran comportamientos histéricos desde mucho
antes. La antigua histeria se ha subdividido en dife
-
rentes trastornos, según el comportamiento específico
de cada paciente: trastorno límite de la personalidad
en los tipos erráticos e impulsivos; trastorno de per
-
sonalidad histriónico para los demasiado desinhibi
-
dos, que buscan atención; trastornos de somatización
y conversión en aquellos que muestran disfunciones
del cuerpo médicamente inexplicables; trastornos
disociativos para aquellos que muestran trastornos
mentales y de la memoria médicamente inexplica
-
bles... hay más, y todos eran
histeria
.
Hoy en día, los pacientes a los que se les ha diag
-
nosticado cualquiera de los trastornos sucesores de la
histeria a menudo lo son también simultáneamente
de
trastorno de estrés postraumático
(TEPT), presu
-
poniendo que deben de haber sido víctimas de abuso
infantil. Es curioso, ya que se trata de la teoría que el
propio Freud descartó hace más de un siglo.
Traumas, TEPT, el hipocampo y algunas claves
Hay estudios en los que adultos diagnosticados de
alguno de los trastornos legatarios de la histeria que
dijeron haber sufrido abuso infantil se sometieron a
IRM, y se vio que tenían el hipocampo más pequeño
que los controles sanos. ¿Prueba a favor? Ni mucho
menos. Los niños con antecedentes documentados de
abuso cuyos cerebros han sido escaneados tienden a
no mostrar diferencias, o incluso hipocampos mayo
-
res que los grupos de control de su mismo sexo y
edad (Woon & Hedges, 2008; De Bellis et al., 2001).
Tirando otra piedra sobre la hipótesis que relacio
-
na los abusos con el volumen del hipocampo, Mark
Gilbertson comparó los volúmenes del hipocampo
de varones veteranos de la guerra de Vietnam diag
-
nosticados de TEPT con sus hermanos gemelos, así
como con un grupo de control sano. Encontró que
los veteranos tenían hipocampos más pequeños que
los controles; sin embargo, también ocurría así en sus
gemelos no combatientes (Gilbertson et al., 2002).
Dicho de otro modo, en lugar de ser el resultado de
un trauma, un volumen más pequeño del hipocam
-
po puede ser un factor condicionante en el desarrollo
del mismo. Estos resultados han sido replicados (van
Rooij et al., 2015).
Fiarse de imágenes cerebrales para diagnosticar
trastornos mentales específicos es garantía de proble
-
mas. En primer lugar, por la naturaleza imprecisa de
los diagnósticos en salud mental, pues estos se basan
en síntomas conductuales. Una misma dolencia pue
-
de expresarse con comportamientos muy diferentes;
no hay signos objetivos físicos o de laboratorio. Al
menos, no se conocen todavía. Los esquizofrénicos
pueden parecer deprimidos, pero al igual que las per
-
sonas infelices o con ansiedad. Las personas con de
-
mencia pueden parecer normales al principio, pero
cuando se les pregunta no pueden indicar en qué año
están, su edad, dónde o con quién viven. Los depri
-
midos pueden parecer dementes, psicóticos o disca
-
Hoy tenemos una frenología modernizada. Afirma
que la detección de estructuras cerebrales más
pequeñas de lo común en pacientes con trastornos
psiquiátricos puede proporcionar pruebas científicas
de abuso infantil
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pacitados intelectuales. Las personas con trastorno
delirante a menudo se ven perfectamente normales
hasta que se les «pulsa el botón adecuado» y se arran
-
can con sus diatribas paranoicas.
En segundo lugar, se han encontrado tamaños me
-
nores del hipocampo en personas con otros trastornos
psiquiátricos: esquizofrenia, alzhéimer, depresión
mayor, trastorno de estrés postraumático, personali
-
dad límite, personalidad antisocial, trastorno de pá
-
nico, TDAH, autismo y trastorno obsesivo compul
-
sivo, por citar solo algunos. Además, las pérdidas de
volumen del hipocampo también son comunes en los
trastornos no psiquiátricos: epilepsia, alcoholismo,
traumatismo craneoencefálico, síndrome de Down,
paro cardíaco, párkinson, hiperplasia suprarrenal
congénita, síndrome de Turner... la lista no tiene fin.
Tercero, y desgraciadamente para los defensores de
la relación entre un hipocampo pequeño en el adulto
y el abuso en la infancia, los volúmenes normales del
hipocampo adulto varían de 1,70 cm
3
a 5,68 cm
3
de-
pendiendo de la edad, el sexo, la genética, la falta de
consenso en la definición de sus límites, el grosor de
las imágenes «cortadas» de la IRM, etc. (Honeycutt
y Smith 1995). Los escáneres de los adultos que re
-
portan abuso infantil caen dentro del rango normal,
al igual que los de los pacientes deprimidos, límite,
TEPT e incluso con trastorno de identidad disociativo
(TID) —sería de esperar que estos últimos tuviesen
numerosos recrecimientos en sus hipocampos para
manejar los recuerdos de todas esas «personalidades
alternativas»; no se ha encontrado ninguno.
La amígdala cerebral. Tamaño y síntomas
Junto con los hipocampos, las amígdalas más pe
-
queñas se han citado a menudo en los estudios que
correlacionan abusos infantiles y enfermedad mental
en adultos. La amígdala cerebral, una estructura en
forma de almendra que se encuentra en la cabeza del
hipocampo, participa en respuestas de miedo deriva
-
das del
input
sensorial y cortical. Si la amígdala está
dañada, las respuestas de lucha o huida se ven dificul
-
tadas o anuladas. Varios estudios encontraron que los
pacientes límite que reportan abuso infantil a menudo
tienen volúmenes de amígdala más pequeños, y estos
estudios se citan como una prueba más de que el abu
-
so infantil deja un daño físico medible más adelante
en la vida. Sin embargo, cuando se tomaron imáge
-
nes con IRMf, se demostró que las amígdalas de los
pacientes límite eran más activas, no menos activas,
que los controles (Soloff et al. 2017).
El mismo perro con distinto collar
Las creencias rara vez mueren, solo evolucionan.
Desde las «guerras de la memoria» de las décadas de
1980 y 1990, el trastorno de personalidad múltiple
se ha rebautizado como TID (trastorno de identidad
disociativo) y la represión freudiana se ha convertido
en la disociación janetiana, pero la creencia de que
el abuso infantil deja un daño permanente no se ha
disipado. Hoy la batalla ha pasado de la televisión y
los tribunales a las revistas profesionales. El término
antaño común de
ritual satánico de abuso
se ha sua
-
vizado y ahora se llama
ritual
o simplemente
abuso
organizado
; sin embargo, han aumentado los supues
-
tos daños a largo plazo del abuso infantil. Los estu
-
dios actuales de abuso infantil incluyen no solo los
diagnósticos herederos de la histeria (especialmente
el TID), sino también la esquizofrenia, el trastorno
bipolar, el TDAH, el trastorno de personalidad anti
-
social, los trastornos alimentarios y, por supuesto, la
depresión y la ansiedad. También ha habido intentos
de cambiar el nombre de
trastorno límite de la per-
sonalidad
(TLP) a
trastorno de estrés postraumático
complejo
para enfatizar su supuesta base en el abuso
infantil
3
. Aunque los defensores insisten en que son
diagnósticos separados, los síntomas son los mismos.
La superposición extensiva de todos los trastornos
nos lleva a un cajón de sastre en el que un diagnós
-
tico no puede diferenciarse adecuadamente de otro,
y se diagnostican con frecuencia de manera simultá
-
nea dos o más trastornos. Los nombres pueden haber
cambiado, pero estamos hablando aún de la histeria.
El tamaño no lo es todo
¿Se puede inferir la actividad cerebral a partir del
tamaño craneal? Los neandertales soportaban vidas
Fiarse de imágenes cerebrales para
diagnosticar trastornos mentales específicos es
garantía de problemas
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terribles, crueles y breves, ya fuera por hambrunas,
la intemperie, enfermedades, animales salvajes con
dientes de sable o incluso por la competencia de
aquellos pujantes
Homo sapiens
. Se podrían esperar
volúmenes menores de hipocampo, amígdala y cor
-
teza debido a todas esas penurias; desgraciadamente,
no se conserva ningún cerebro de neandertal, porque
su estudio sería fascinante. Sin embargo, sus cráneos
sí han perdurado y se han medido. Tenían volúmenes
cerebrales que sobrepasaban los nuestros en más de
200 cm³
(los nuestros tienen unos 1350 cm³ de media,
los neandertales, unos 1600 cm³).
Opuesto al argumento del tamaño se encuentra el
curioso caso de un oficinista francés que acudió con
la única queja de una «leve debilidad en la pierna iz
-
quierda». El 90 % de su cerebro estaba comprimido
por una hidrocefalia, una anomalía por la cual el lí
-
quido cerebral no puede drenar fuera de los ventrí
-
culos cerebrales, lo que hace que aumente la presión
craneal. A pesar de ello, el médico comprobó que el
hombre vivía con normalidad (Feuillet et al. 2007)
4
.
La tecnología no evita el pensamiento erróneo
Gall, Spurzheim y otros habían teorizado que com
-
portamientos como la
filoprogenitividad
(el cuidado
de la descendencia) y el «espíritu metafísico»
5
se
generaban en regiones específicas del cerebro y que
esas regiones podrían evaluarse a través del cráneo
mediante cuidadosas mediciones. Era una idea equi
-
vocada. El comportamiento y la moral no se generan
en regiones individuales y específicas del cerebro,
sino que son fenómenos complejos que requieren una
extensa actividad de conjunto: iniciación del pensa
-
miento, memorización de las funciones necesarias,
evaluación de los
inputs
sensoriales, memorización
de cómo producir los movimientos necesarios para
completar los actos, juicios sobre los actos y muchos
otros pasos. El pensamiento y el comportamiento son
fenómenos complejos.
No se trata aquí de desacreditar toda la moderna
investigación sobre las estructuras y funciones cere
-
brales; de hecho, se está llevando a cabo un trabajo
ingente. El abuso y el abandono infantil podrían dar
lugar a diferencias estructurales y funcionales que se
evidenciasen en futuros estudios con un diseño ade
-
cuado; sin embargo, la mayoría de los estudios actua
-
les al respecto no se han diseñado para determinar si
existen relaciones causales entre los diagnósticos psi
-
quiátricos y los volúmenes del hipocampo, sino
para
demostrar que existen dichas relaciones causales
.
A pesar del esquema trazado por los nuevos frenó
-
logos, en la vida de una persona hay más cosas aparte
del abuso que haya podido sufrir. Los niños crecen,
se vacunan (esperemos), se pelean con amigos, her
-
manos y padres, aprenden a patinar y a caerse, les
va bien o mal en la escuela y los deportes, salen en
pareja, van a la universidad, se ponen a trabajar, pier
-
den su empleo, se casan, tienen hijos, se divorcian,
etc, por citar solo unas pocas instantáneas en una
vida normal. Sin embargo, no sabemos nada sobre
cambios cerebrales provocados por ninguno de estos
hechos. Y mientras no podamos diferenciar todos y
cada uno de esos casos de abuso infantil en los escá
-
neres (y actualmente no podemos), la nueva frenolo
-
gía es poco más que la antigua frenología.
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La mayoría de los estudios actuales no se han
diseñado para determinar si existen relaciones
causales entre los diagnósticos psiquiátricos y
los volúmenes del hipocampo, sino para demos-
trar que existen dichas relaciones
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Hippocampus
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Notas:
1 En realidad, fue obra de ambos autores, Gall y Spur-
zheim (N. del T.).
2 Véase también Geoffrey Dean, «Phrenology and the
Grand Delusion of Experience»,
Skeptical Inquirer
, no-
viembre / diciembre de 2012.
3 Los estudios genéticos con gemelos TLP y sus pa-
rientes señalan que la herencia es la etiología más impor-
tante, aunque también intervienen numerosos factores
ambientales (Distal et al. 2008).
4 El original introduce aquí una figura, de la que no
disponemos de los correspondientes derechos de repro-
ducción, y que está tomada de L. Feuillet
et al.
(2007) (N.
del T.).
5 La búsqueda de explicación de la naturaleza basada
en las cosas materiales y el razonamiento, a través de en-
tidades abstractas, inmutables y necesarias (N. del T.).