EL ESCÉPTICO DIGITAL
Edición 2010 - Número 9 (235) - 14 de febrero de 2010
J. M. Hernández
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Desmontando mitos)
El producto que traemos hoy a nuestras páginas no es algo novedoso. Muy al contrario, lleva vendiéndose durante años, y en estas fechas navideñas suele verse en escaparates de tiendas de regalos, productos naturales o esoterismo. Se trata de las Lámparas de Sal del Himalaya, unos objetos luminosos que prometen sanear tu casa y beneficiar tu salud simplemente con enchufarlos en un rinconcito.
Las lámparas consisten en un bloque de sal que se ilumina desde el interior produciendo un agradable efecto luminoso, lo que puede convertirlas para mucha gente en un objeto decorativo muy atractivo. Sin embargo, los charlatanes rara vez se conforman con vender un peine normal y corriente, suelen atribuirle alguna propiedad mágico-ultratecnológica que atraiga irremisiblemente a los incautos.
En nuestros días, cuando resulta una labor poco menos que imposible comprar un brick de leche sin omega-3 o unas galletas que no prevengan el infarto, no podíamos conformarnos con unas simples lamparitas, faltaría más. Las lámparas de Sal del Himalaya, además de decorar, se supone que neutralizan los iones nocivos de los que andamos peligrosamente rodeados, a la par que liberan iones beneficiosos. Con ello, consiguen transformar el venenoso aire de nuestra vivienda en una atmósfera sana que mejorará nuestra salud física y mental. Ahí es nada…
Es habitual que en todos estos remedios milagrosos se recurra a algún tipo de sabiduría milenaria, en este caso el Feng-Shui.
Aunque depende mucho del vendedor que consultemos, casi todos coinciden en que nuestras casas están repletas de iones positivos (+), que son los responsables del deterioro de nuestro estado físico y emocional. Por el contrario, los iones negativos (-) contribuyen a mejorar nuestra salud. Los electrodomésticos tales como televisiones y ordenadores emiten muchos iones positivos, provocando que nos encontremos mal. Siempre según los lamparólogos, en la sal del Himalaya se encuentran todos los oligoelementos necesarios para nuestro organismo y “son ionizadores naturales que absorben el exceso de ondas electromagnéticas emitidas por radios, TV, Ordenadores...“
Por supuesto, esta sanación no se reduce a mejorar el estrés o la alergia (objetivios primordiales de toda terapia alternativa que se precie) sino que, como en todas ellas, los beneficios se extienden a jaquecas, asma, gripe y otras infecciones, reuma, trastornos digestivos y -cómo no- el nivel de colesterol.
¿Qué son los iones?
Un ión es un átomo o grupo de átomos que presenta carga eléctrica. Si ésta es positiva, se denomina catión; si es negativa, anión. Esta carga se produce, básicamente, por la pérdida o ganancia de electrones, los cuales tienen carga eléctrica negativa.
Por ejemplo, si un átomo de sodio (Na) pierde un electron (negativo), queda un catión sodio (Na+) es decir, un ión positivo. Pueden formarse iones mucho más complejos, como cuando un ión hidrógeno (H+) se une a una molécula de amoniaco (NH3) para dar el ión amonio (NH4+) que, obviamente, sería otro catión. Por el contrario, si un átomo de cloro gana un electrón, adquiere una carga neta negativa, convirtiéndose en un anión cloruro (Cl-).
Las causas por las que una partícula puede perder o ganar electrones son variadas: rayos ultravioleta, rayos cósmicos, descargas eléctricas durante tormentas, frotamiento de masas de aire o agua, radioactividad natural o artificial, etc.
Algo diferente a lo que referencian algunas webs de productos naturistas que venden la lámpara del Himalaya, donde podemos leer cosas como esta: “Un ión (-) es una molécula electrónicamente cargada compuesta de oxígeno. Un ión positivo en el aire es una molécula que ha perdido sus electrones con el proceso de la contaminación atmosférica “.
Definiciones aparte, existe un mito sobre el hecho de que los iones positivos son malos para la salud y los iones negativos son beneficiosos. Estos relatos se suelen acompañar de “demostraciones” tales como que uno se encuentra más feliz en un bosque junto a una cascada que en mitad de una autopista urbana (solo faltaba). Los vendedores llegan al punto de afirmar que “se ha comprobado científicamente que las emisiones de iones positivos son responsables de trastornos como fatiga, irritación, falta de concentración, insomnio, depresión, jaquecas y estrés“.
Sin embargo, aunque la toxicidad de ciertos cationes metálicos (Niquel, Cadmio, Cobalto) es ampliamente conocida, otros iones tóxicos son aniones (Arseniato, Arseniuro, Fluoruto, Cloruro). No existen datos contrastados sobre el pretendido beneficio de los iones negativos o aniones, ni sobre tales efectos de los iones positivos en fatigas, jaquecas y demás.
Aire bueno, aire malo
Utilizando el tema de los iones, los vendedores de lámparas y otros ionizadores aluden a que en nuestras casas existe un “desequilibrio” entre iones negativos y positivos, al aumentar éstos últimos por la utilización de electrodomésticos y otros productos de la civilización. Generalizan diciendo que este aire “cargado de iones positivos” es perjudicial para la salud, llegando a afirmar barbaridades como que “Los estudios demuestran que recibimos el 56% de nuestra energía del aire que respiramos, más que del agua y del alimento combinados“.
Pues o estos buenos señores han descubierto que somos organismos fotosintéticos, poiquilotermos que debemos ponernos al sol para alcanzar la temperatura óptima, o mienten como bellacos. En los organismos heterótrofos como el ser humano, la energía que utilizamos se obtiene fundamentalmente de forma química, mediante reacciones catabólicas que destruyen los alimentos y producen energía. No podemos obtener la energía “del aire” -salvo algunas reacciones mediadas por la radiación solar- y mucho menos un 56%. O comemos, o no hay energía que valga.
Obviamente, los elementos tóxicos presentes en el aire afectan a nuestra salud, sean iones o compuestos de cualquier otra naturaleza, sin embargo y como hemos mencionado más arriba, no conocemos con exactitud el papel de las concentraciones diferenciales de iones en el ambiente. Por ello, asegurar que nuestra salud depende de la concentración de iones positivos y negativos de nuestro entorno resulta, al menos, un poco temerario.
Sin duda, este tema del “equilibrio iónico” es otro guiño a las filosofías y creencias ancestrales: la escuela pitagórica fue la que desarrollo la noción de equilibrio y armonía, como el ajuste entre los contrarios y la opción del camino intermedio como situación óptima en general. Algo que también es asumido por muchas filosofías orientales y expresado en tendencias new age como el Feng-Shui.
La producción de iones
De por sí, ya resulta arriesgado lanzarse a fabricar ionizadores sin conocer los efectos reales que estos iones tienen en nuestra salud, pero aún hay más: ¿puede una simple bombilla “reequilibrar” la composición del aire de una estancia?.
Los iones negativos provienen fundamentalmente de la radiactividad y de la nebulización del agua. También los relámpagos, tormentas, y el fuego producen iones, pero dado que estos iones no se producen continuamente, generalmente es la radiactividad y el agua que se evapora los que producen los iones negativos presentes en el aire libre.
Muchos de los ionizadores eléctricos que se venden en el mercado ni siquiera son capaces de emitir iones. ¿Debemos creer que un trozo de sal con una bombilla de baja potencia en su interior es una fuente inagotable de iones negativos? Al menos cabría preguntar si se ha medido alguna vez este flujo de forma empírica, algo que me temo debe ser respondido negativamente.
Por si fuera poco, la publicidad de las lámparas de sal suele incluir otra curiosa propiedad, el absorber y neutralizar los cationes dañinos. Por supuesto, el mecanismo por el que un bloque de sal consigue incorporar e inmovilizar iones positivos no es explicado en ninguna parte.
La sal del Himalaya
A estas alturas, resulta inevitable hacerse otra pregunta: ¿porqué precisamente la sal del Himalaya?. Debemos suponer que la capacidad ionizadora de este tipo de sal es especialmente elevada, o bien que -tal y como afirman los vendedores- posee unas características y/o composición muy especiales.
Para empezar, esta sal milenaria proviene de las formaciones salinas de Khewra, en Pakistán, una región cercana pero que no constituye las “altas cumbres del Himalaya” y que se encuentra a casi 1.000 kilómetros del Karakorum, de donde habitualmente se dice que proviene este compuesto (Ver ubicación). Fue lanzada en la década de los 90 del pasado siglo por Peter Ferreira, un autodenominado “biofísico” que extendió por Alemania las propiedades de esta sal “proveniente de las altas regiones montañosas del Himalaya”, “no contaminada por el ser humano” y que contiene “84 elementos esenciales para la salud”.
Pero la sal común a la que nos referimos, sea ésta del Himalaya o de Cabezón de la Sal, no es ningún compuesto mágico. Se trata de un mineral formado por redes iónicas de cloro y sodio (NaCl) que cristaliza en forma cúbica. Dependiendo del origen y método de extracción, la sal puede presentar mayor o menor cantidad de impurezas, entre ellas precisamente algunas de las que se supone que forman iones positivos dañinos, como el Cadmio. La sal puede obtenerse de varias maneras: mediante la evaporación de salmuera (agua de mar o lagos salinos, generalmente) o mediante la extracción minera de la llamada “sal de roca”, producto de rocas sedimentarias de tipo evaporíticas o más raramente, producidas por procesos volcánicos.
Y aquí viene otra contradicción importante: mientras algunos vendedores afirman que la sal del Himalaya es la más pura del planeta, alcanzando el 99,9 de cloruro sódico, otros (o incluso los mismos) afirman que presenta gran cantidad de elementos importantes para la salud (que químicamente hablando, serían impurezas). Por último, se vende la “antigüedad” de la sal del Himalaya como si fuera garantía de pureza y calidad. ¿Acaso un mineral es más energético-terapeútico porque haya sido formado hace más millones de años?
Sin entrar en las pretendidas propiedades terapéuticas de esta sal, que darían motivo a otro artículo, resulta curioso un fenómeno que se repite frecuentemente en todo tipo de parafernalias “alternativas”: si un producto es bueno para ingerirlo, también será bueno para llevarlo colgado al cuello o fabricar una lámpara. Mediante este razonamiento, ¡una lámpara de penicilina cristalizada debería ser eficaz en la prevención de infecciones bacterianas!
Resumiendo, lo que nos están intentando vender es que un bloque de sal de roca común (por muy antigua que sea), al que se le ha practicado un orificio y se le ha introducido una bombilla, tiene la capacidad de neutralizar los iones positivos del ambiente y liberar de forma constante iones negativos, lo cual -aunque no sepamos cómo- resulta beneficioso para la salud. Personalmente me reservo al menos otro beneficio: el de la duda.
URL: http://cnho.wordpress.com/2010/01/07/mas-charlatanes-las-lamparas-de-sa…