EL ESCÉPTICO DIGITAL
Edición 2009 - Número 5 (231) - 2 de mayode 2009
Hasta hace un momento estaba tumbado en el sofá con la muy saludable intención de que Morfeo hiciera presa en mí. Pero esta vez la televisión encendida, que habitualmente es una gran ayuda para echar la siesta, ha obrado el efecto contrario, por no darme cuenta de que mi zapping aleatorio terminaba en el programa que Don Txumari Alfaro, el simpático doctor arguedano, tiene en una de esas cadenas de reciente creación.
Nunca me ha caído del todo bien el presunto doctor, y digo presunto porque no está claro que ese señor haya conseguido el título. Cierto es que no se corta en afirmar que tiene un doctorado en naturopatía y amplios conocimientos en iridología y acupuntura (un pequeño catálogo de pseudomedicinas). Asegura, además, que tiene otro doctorado (y van dos, lo que casi nadie) en ciencias de la alimentación por la Universidad de California. De cualquier manera no estaría de más señalar que es harto difícil conseguir el título de doctor sin haber pasado por el requisito previo de poseer una licenciatura, lo que jamás ha demostrado.
Pero, ojo: digo que no me cae bien no porque quizá mienta en cuanto a su currículo, no; eso, ni me va ni me viene. Lo digo porque se trata de un individuo peligroso, aunque con esa carita de ángel y su dulce voz no lo parezca. Ese temible lobo con piel de cordero aprovecha, desde los tiempos de “La botica de la abuela”, cadenas televisivas con distintos grados de penetración (con perdón) y grandes grupos editoriales para convencer a la población de que las barbaridades que pregona, disfrazadas de sabiduría popular, son fenomenales para la salud.
Si es usted uno de sus seguidores habituales ya sabe a qué me refiero. Si no, ahí va una de sus ocurrencias: la urinoterapia, que no es sino la cochinada de mear y beberse los meados, que dice que es buenísmo para la salud y que los chinos, asegura, han hecho durante siglos; que la orina sirva para eliminar los desechos metabólicos y, por tanto, su ingesta sea nociva no tiene importancia, a lo que se ve. En una entrevista que para la versión digital de El Mundo le hicieron los lectores y que aún está en la web nos encontramos con respuestas que son auténticas perlas. Ahí van un par de ellas. A uno que a menudo se despierta a las tres de la madrugada le dice que es porque tiene aparatos eléctricos en el cuarto y es la hora de máxima emisión de campos electromagnéticos a nivel atmosférico (sic); se ve que no sabe que de día, con la luz del Sol, la radiación electromagnética es miles de veces mayor. A otra (esto es de chiste) que se queja de su persistente dolor de hombro, que tiene un conflicto biológico que hay que resolver a nivel emocional porque los humanos cargamos el peso sobre los hombros. En fin, lea críticamente su obra, no se pierda sus apariciones televisivas y descubrirá cientos de maneras divertidas de arruinar su salud.
A lo que iba. Tumbado frente a la tele veo a Txumari coger un pitillo y un mechero de gas, gesto que me sorprende en un naturópata. Y va y suelta que cuando estudiaba en la universidad de París, un profesor oncólogo dijo en clase que encendiendo el cigarro sin sujetarlo en la boca (lo enciende en la mano ante la cámara, detalle didáctico) el mundo se evitaría millones de cánceres de pulmón cada año. Lo nocivo no está en el tabaco sino en los productos de la combustión de los derivados del petróleo del mechero, añade dando unas caladas. Se me ocurre entonces que los cuarentaytantos carcinógenos y más de 4000 tóxicos presentes en el humo del tabaco deben ser menudencias, y me doy cuenta de que ya no tengo sueño. ¿Que se lo oíste a un oncólogo en la universidad? ¿De qué vas, Txumari?