El 25 de noviembre de 2001, la compañía Advanced Cell Technology radicadaen Worcester, Massachusset (U.S.A.), anunció a través de la revista (publicada en Internet) The Journal of Regenerative Medicine, la obtención del primer embrión humano obtenido por transferencia nuclear. En otras palabras, el primer embrión clónico humano. El anuncio desató inmediatamente una tormenta en los medios de comunicación, reflejo del interés y la polémica que despierta este asunto. Despliegue mediático que se sumó a la serie que se viene produciendo desde 1997, año en que se hizo público el nacimiento del primer mamífero superior clonado, la ya mundialmente famosa oveja Dolly. En esta ocasión, lo mismo que en ocasiones anteriores, nos hemos visto expuestos a numerosos debates en los que se pronuncian expertos, políticos, periodistas y representantes de la Iglesia Católica.
No sorprende el interés y la fascinación que suscita la clonación humana. Se trata de una cuestión que no deja indiferente a casi nadie al aludir a algunas de las nuestras más íntimas inquietudes y preocupaciones, y que abre expectativas inusitadas en aspectos tales como la identidad del ser humano, la procreación, el deseo de inmortalidad, la salud, la calidad de vida, la ética o las convicciones religiosas. Lo cierto es que más allá del sensacionalismo que pueda darse en algunos medios de comunicación, la posibilidad de clonar seres humanos ha pasado de ser ciencia-ficción a constituir un hecho técnicamente posible y, sin duda, inminente. La sociedad de nuestro tiempo se ve, una vez más, forzada a dar respuesta urgente a cuestiones que aluden al centro mismo de nuestra cultura, e impelida a autorregularse a un ritmo superior a su capacidad de asimilación. El debate, la reflexión y la toma de decisiones en un tema como este, en el que subyacen conceptos científicos, tecnológicos y biomédicos requiere en primer lugar, conocer aquello de lo que estamos hablando. Sólo a partir de la información y del conocimiento es posible la reflexión y la opinión informada que debe preceder a la toma de decisiones. En este sentido la comunidad científica y la universidad, por la responsabilidad divulgadora que les corresponde, tienen una misión que cumplir. Y es desde la asunción de esta responsabilidad divulgadora que se plantea esta exposición. Se trata de informar, en términos inteligibles para el profano, sobre los conceptos y la ciencia básica subyacente en el tema de la clonación humana y propiciar la reflexión sobre algunas des sus implicaciones éticas y sociales.
¿En qué consiste la clonación?
El término clon procede del griego “klon” que significa esqueje. De hecho, cuando a partir de un fragmento de planta, como por ejemplo un geranio, obtenemos una planta nueva estamos fabricando un clon. Clones son por tanto aquellos de organismos de idéntica constitución genética procedentes de un único individuo mediante multiplicación asexual, siendo a su vez iguales a él. La clonación es entonces el proceso de producción de clones, por el cual sin la unión de dos células sexuales se obtienen seres idénticos genéticamente.
En la naturaleza se producen de forma natural y esporádica clones de animales superiores. Es el caso de los gemelos monocigóticos que se producen sin intervención humana directa como consecuencia de una división espontánea del zigoto. Los gemelos monocigóticos tienen la misma dotación genética y son por tanto iguales entre sí (clones) aunque distintos a sus progenitores.
Dicho esto es importante hacer algunas precisiones necesarias para entender desde un principio las implicaciones y dimensión real de la clonación. El hecho de que dos clones sean genéticamente idénticos, no significa que sean idénticos en todas sus manifestaciones. El medio ambiente natural y cultural es determinante para generar diferencias entre ellos. A la pregunta de si un clon de Einstein tendría el mismo coeficiente intelectual, personalidad y carácter, que el Einstein original, la respuesta es no. La inteligencia, el carácter y la personalidad de un ser humano son consecuencia no sólo de sus genes sino también, y en una proporción nada desdeñable, del medio ambiente en el que este desarrolla. Aunque los genes sean los mismos se necesitan muchos años de influencias ambientales específicas para obtener la versión final de la persona. Si un clon de Einstein se desarrollara en el ambiente adecuado podríamos encontrarnos con un “Einstein 2” con un coeficiente de inteligencia superior, mejor memoria y un carácter distinto. O por el contrario, podríamos a partir de los mismos genes pero desarrollados en otras condiciones obtener un “Einstein 3” sin las geniales cualidades del original. No sabemos qué genes o factores ambientales determinan los comportamientos complejos de definen el carácter o la inteligencia, aunque hay acuerdo en que es una combinación de ambos. Para que los clones sean efectivamente idénticos desde todos los puntos de vista deberíamos ser capaces de reproducir exactamente no sólo el genoma, sino todos y cada uno de los factores ambientales en los que se desarrollarán, desde la composición de nutrientes y hormonas en el útero materno hasta el medio cultural, la sociedad, el lenguaje, la educación, etc. En definitiva su historia completa. Y puesto que social y culturalmente la flecha del tiempo se mueve en una única dirección (el tiempo es irreversible) y la historia no se puede repetir, dos clones nunca serán completamente idénticos.
Tipos y técnicas de clonación
Existen dos modalidades de clonación que se relacionan directamente con el debate que se ha suscitado: la clonación reproductiva y la terapéutica o celular. La clonación reproductiva está dirigida al nacimiento de individuos completos genéticamente idénticos. Implica la implantación del embrión clonado en el útero de una madre, el desarrollo del mismo y el nacimiento de un individuo. La clonación terapéutica no llega tan lejos. Está limitada a la fase celular y tiene como principal finalidad la obtención de las denominadas células madres. Las células madre son células capaces de reproducirse indefinidamente y que, estimuladas adecuadamente, pueden evolucionar y diferenciarse hacia cualquier tipo de tejido, ya sea piel, tejido nervioso o muscular. Estos tejidos se podrían utilizar para tratar a pacientes con una gran variedad de enfermedades sin problemas de rechazo. La clonación terapéutica es pues desde el primer momento instrumental, como un medio para generar células madre, mientras que la clonación reproductiva tiene como finalidad la reproducción humana por medios asexuales.
La técnica de clonación más relevante y prometedora es la de transferencia nuclear (TN). La TN consiste en la sustitución del núcleo celular de un óvulo por el núcleo de una célula con una dotación cromosómica completa. La célula donante del núcleo puede ser una célula ya diferenciada, “madura”, de cualquier otro tejido (intestinal, de tejido mamario, piel) aunque también pueden utilizarse para este fin células procedentes de un embrión.
Fue con esta técnica con la que Iam Wilmut, del Instituto Roslin de Un rebaño de Clones. Portada de Nature (Febrero, 1997) en la que se anunció el nacimiento de Dolly. Edimburgo, consiguió la clonación, en 1997, del primer mamífero superior: la oveja Dolly. Poco después un grupo de la Universidad de Hawai, codirigidos por Teruhiko Wakayama y Riuzo Yanagimachi, empleando el mismo procedimiento obtuvo clones de ratones y clones de los clones. Hasta ese momento el único antecedente de clonación conocido fue la clonación de ranas hasta la fase de renacuajos que publicó en 1975 el embriólogo John Gurdon, del Medical Research Council de Cambridge. Sin embargo, cuando este y otros investigadores intentaron lo mismo con mamíferos, no se obtuvieron resultados, lo que llevó pensar que, en este aspecto, los embriones de rana se distinguían de los de otras especies y que no era posible obtener clones de otros animales por este método. El nacimiento de Dolly vino a demostrar que esto no era cierto, abriendo un campo inmenso de nuevas posibilidades.
La clonación por TN es conceptualmente simple. Consiste en sustituir el núcleo de un óvulo, por el núcleo de una célula, provocar el desarrollo del embrión e implantarlo en un útero, de manera que después del proceso de gestación nazca un individuo que es genéticamente idéntico al individuo que donó el nucleo. En el caso de la oveja Dolly el procedimiento seguido fue el siguiente. En primer lugar se extrajeron células de glándula mamaria de un ejemplar de oveja Finn Dorset, raza de pelo completamente blanco. Estas células como cualquier otra del mismo individuo, contienen todos los genes del organismo, pero al estar especializadas en glándula mamaria sólo están activos aquellos que son necesarios para la función de la mama. Las células una vez extraídas fueron trasladadas a un medio de cultivo en donde se les permitió crecer y dividirse, de manera que se obtuvo una población en la que todas ellas eran copias de las células originales. A continuación una de estas células se trasladó a otro medio de cultivo, en el que la célula entró en una fase llamada “durmiente” o “quiesciente” en el que cesa la división celular. La generación de embriones viables requiere de un tiempo para que el genoma del núcleo se “reprograme”, y pase de la función celular que originalmente tenía (glándula mamaria) a su nueva función de núcleo de embrión. La reprogramación es posible si se parte de células en fase durmiente que en fase de división. El siguiente paso consistió en extraer un óvulo sin fertilizar de otra oveja, en este caso de una Scotish Blackface, que se distingue de la Finn Dorset en que la cabeza es de color negro. A este óvulo se le extrajo el núcleo de manera que quedó el óvulo desprovisto de su genoma (los cromosomas del núcleo) pero con la maquinaria metabólica necesaria para producir un embrión intacta.
Es en este momento en el que se produce la transferencia nuclear, insertando el núcleo de la célula donadora al óvulo anucleado. Esto se hizo situando a la célula donadora junto al óvulo anucleado y sometiendo al conjunto a un débil pulso eléctrico. La descarga provocó que se fundieran las dos células en una sola, de la misma forma que dos pompas de jabón se funden en una. La transferencia nuclear se puede conseguir también por otros procedimientos, como por ejemplo empleando una fina aguja que sirve para inyectar el núcleo en el óvulo. Al primer pulso eléctrico, que provocó la fusión en una única célula del óvulo y de la célula mamaria, siguió una segunda descarga eléctrica. Esta sirvió para simular la fertilización natural y desencadenar los mecanismos que inician la reprogramación del núcleo, que entra entonces en una fase de división celular y formación del embrión. La reprogramación celular es un mecanismo complejo y prácticamente desconocido en sus fundamentos moleculares. Lo que sí se sabe es que la composición macromolecular del citoplasma del óvulo es crítica en el proceso de reprogramación. Hasta aquí los pasos seguidos son comunes a los dos tipos de clonación, la reproductiva y la terapéutica. Es a partir de este momento que una y otra toman caminos diferentes.
En la clonación reproductiva el siguiente paso es la implantación en el útero de una madre receptiva del embrión que ha comenzado a desarrollarse. En el caso de Dolly, el embrión se implantó en el útero de una Scotish Blackface y al cabo de 148 días de gestación esta parió un cordero (Dolly) de raza Finn Dorset (totalmente blanca) e idéntico a animal donador de núcleo.
En el caso de la clonación terapéutica, el paso siguiente consiste en dejar desarrollar al embrión durante cuatro o cinco días, de manera que el óvulo inicial se transforme en una bola de células 100-200 denominada blastocito, que contiene en su interior células madre utilizables. Este fue el procedimiento empleado por Advanced Cell Technology aunque no llegaron a separar y diferenciar las células madre del embrión humano clonado. Si al blastocito se le permitiera seguir desarrollándose y se implantara en un útero humano se podría obtener, tras el parto consiguiente, un clon humano. Esta técnica se halla por tanto en el umbral mismo de la clonación humana reproductiva.
El éxito de la clonación reproductiva depende de muchos factores muchos de los cuales no se controlan bien. Esta es la razón por la que el porcentaje de intentos fallidos en la generación de clones viables es muy alto. A las dificultades de la transferencia nuclear propiamente dicha hay que añadir los problemas asociados con la implantación del embrión al útero, que pueden también llegar malograse. De hecho Dolly es el único resultado satisfactorio de 277 intentos, lo que arroja un porcentaje de éxito (0.4%) muy por debajo del observado en el proceso natural. Muchos originaron fetos no viables. Otros que llegaron a nacer lo hicieron con graves problemas (e.g. malformaciones de riñón) y murieron a las pocas horas. Más recientemente se han clonado por la misma técnica de TN vacas, ratones, pollos, cerdos y monos, pero siempre con porcentajes de éxitos del 1-2% como máximo.
Clonación humana: estado de la cuestión
En el instante que se hizo público el nacimiento de Dolly se reanimó la carrera por obtener el primer clon humano. Sólo un año después Michael West, presidente de Advanced Cell Technology, anunció que su empresa obtuvo un embrión humano clonado por transferencia del núcleo de células de piel humana al óvulo de una vaca. En este caso el embrión se desarrolló durante doce días antes de detener el experimento.
En el año 2000 un consorcio científico privado liderado por los doctores Panaiotis Zavos (Centro Kentucky para la Medicina Reproductiva y la Fertilización in vitro) y Severino Antinori, experto en fertilidad humana, a los que posteriormente se unió la Dra. Cristine Boisselier, directora de la firma Clonaid, anunció planes para clonar seres humanos de parejas estériles sin posibilidad de procrear.
El último hito en esta secuencia de acontecimientos se ha producido este mismo año, cuando Advanced Cell Technology comunicó la obtención del primer embrión humano clonado con objeto de obtener del mismo células madres. Esta empresa, después de asesorarse sobre los aspectos éticos del procedimiento recolectó óvulos de mujeres anónimas sanas de edades comprendidas entre los 24 y 32 años que habían sido madres al menos una vez. Simultáneamente tomaron muestras de piel de otros donantes anónimos que posteriormente servirían para aportar los núcleos. Los donantes de núcleos fueron individuos de distintas edades, sanos unos y pero con diabetes o lesiones de médula espinal otros, ya que estos serían los primeros candidatos a beneficiarse de la clonación terapéutica. El único embrión conseguido exigió la formación de 71 zigotos.
Paralelamente al anuncio de estos resultados se ha reanimado un debate sobre los aspectos éticos de la clonación humana en sus dos variantes, la reproductiva y la terapéutica, y sus implicaciones económicas, sociales y políticas. En este debate se han esgrimido razones a favor y en contra de cada una de ellas y desde distintos puntos de vista.
La clonación terapéutica es la que cuenta con más partidarios, entre ellos lamayor parte de la comunidad científica. El argumento principal a su favor es que servirá para avanzar en el tratamiento de numerosas dolencias y enfermedades, así como en los procedimientos de fertilización in vitro. Los tejidos embrionarios clonados pueden ser usados para la sustitución de tejidos enfermos; para la producción de proteínas de uso terapéutico, el diagnóstico de enfermedades, el diseño de tratamientos de prevención de enfermedades genéticas, ensayos de medicinas y procedimientos médicos, etc. La clonación reproductiva tiene sin embargo muchos menos defensores. Entre estos se sitúan aquellos que esgrimen razones de índole personal: la clonación de adultos representa una salida para aquellos que por diversas razones deseen niños o adultos genéticamente idénticos a ellos mismos o a alguien a quien quieren o admiran. En este caso la clonación se justifica como una expresión de la libertad reproductiva individual que no debe estar limitada por la legislación.
Así como hay consenso generalizado en la comunidad científica y en la sociedad sobre la conveniencia y utilidad de la clonación terapéutica, casi la misma unanimidad se da sobre la inutilidad e inconveniencia de la clonación reproductiva. La primera razón de peso que la desaconseja desde muchos puntos de vista se refiere al carácter experimental de las técnicas empleadas y al elevado riesgo de fracasos y de seres humanos defectuosos. Además esta baja tasa de éxito precisaría emplear un elevado número de embriones, lo que agudizaría el problema del almacenamiento y uso de los embriones sobrantes. La clonación reproductiva pasaría a convertirse en un acto más de consumo: algo que se compra para adquirir un bien material; en este caso un ser humano idéntico a otro. En este escenario es posible imaginar un mercado de genoma, en el que se valore a los donantes dispuestos a permitir su clonación a cambio de dinero: estrellas de cine, atletas, premios Nobel, etc. Se produce también un conflicto de derechos individuales. Al derecho individual de reproducción esgrimido por los defensores de la clonación reproductiva se contraponen otros derechos de los que es titular el recién nacido. Así la clonación por transferencia génica a un óvulo previamente anucleado atenta contra el derecho del futuro hijo a tener un padre y una madre biológicos-genéticos. Por último no es descartable que los clones lleguen a ser considerados ciudadanos de segunda clase; en algunos casos engendrados con una única finalidad, la de servir de proveedor de órganos de repuesto.
Desde una perspectiva religiosa la posición común es de rechazo. Para la Iglesia Católica y también para la mayoría de las confesiones religiosas la vida humana es única y especial y sólo puede ser creada, determinada o controlada por sus deidades correspondientes. Esto les lleva a oponerse a la clonación humana en cualquiera de sus variantes, incluida la clonación terapéutica. Muchas religiones creen en la existencia e individualidad de un alma humana, por lo que de ser llevada a cabo la clonación reproductiva plantearía debates inusitados hasta ahora. Por ejemplo, ¿tendría alma un ser humano clonado? ; o dicho de otra manera, ¿sería posible clonar a la persona pero no al alma? En este aspecto la posición más extrema y heterodoxa es la que presenta el culto religioso de los raelianos. Para este grupo la vida en la tierra fue creada en laboratorios por seres extraterrestres. Los grandes profetas y fundadores de credos religiosos como Buda, Mahoma o Jesús son clones de seres superiores traídos a la tierra. En su concepción la resurrección de Jesús es interpretada como una clonación. Para los seguidores de esta doctrina la clonación permitirá a la humanidad en un futuro próximo alcanzar la vida eterna por la vía de la clonación. El próximo paso, una vez conseguida la clonación reproductiva, sería clonar a una persona adulta de forma directa y sin tener que pasar por el proceso de crecimiento. Se transferiría la memoria y la personalidad del individuo al clon; de manera que, en esta suerte de reencarnación, despertaríamos después de la muerte en un nuevo cuerpo tal y como si nos acabáramos de despertar de un sueño.
En línea con los argumentos a favor y en contra arriba expuestos, la legislación de la mayor parte de los países de nuestro entorno cultural ha desarrollado legislaciones que prohiben la clonación reproductiva pero que dejan abierta vías para la clonación terapéutica. Así en España la clonación de seres humanos está expresamente prohibida desde 1995 en el Código Penal (Art. 16: “se castigarán la creación de seres humanos por clonación u otros procedimientos dirigidos a la selección de la raza”). Anteriormente se consideraba motivo de infracción administrativa en la Ley sobre Técnicas de Reproducción Asistida de 1988. Una situación similar se da en Italia, Alemania, Francia, Bélgica o Japón. Por su parte el Consejo de Europa ha recomendado la prohibición en varias ocasiones. En Europa la excepción se ha dado hasta ahora en el Reino Unido. En este país la denominada Ley de Fecundación Humana y Embriología autoriza la clonación y el cultivo de células madre humanas con finalidades terapéuticas tales como obtención de cultivos celulares personalizados para transplantes. Sin embargo el 17 de noviembre de 2001 una sentencia del Alto Tribunal de Londres propiciada por grupos antiaborto, estableció que la clonación humana reproductiva no está incluida en dicha ley, lo que en la práctica supone que la clonación reproductiva no está sujeta a la legislación y en consecuencia no está penalizada. Inmediatamente después de conocerse la sentencia, Alan Milburn, Ministro de Salud, anunció la presentación de una nueva ley que establecerá que la clonación humana es un delito.
En los Estados Unidos de América el Presidente Bill Clinton impuso en su momento una moratoria sobre investigaciones encaminadas a la clonación humana y la Comisión Nacional Asesora de Bioética recomendó que se impusieran restricciones legales al respecto. Más recientemente el Presidente George W. Bush, a pesar de su rechazo inicial, ha permitido la investigación con fondos públicos en células madres clonadas extraídas de embriones de ciertas líneas ya existentes (clonación terapéutica), aunque el Congreso aún no ha prohibido con una legislación específica la experimentación en clonación con embriones humanos. Este vacío legal es el que ha permitido a la empresa Advanced Cell Technology llevar a cabo sus experimentos y lo que sin duda propiciará que otras empresas lo hagan. Existe no obstante una iniciativa legal, actualmente en el Senado, la ley Weldon-Stupal que se espera sea considerada a principios del próximo año en la que se penaliza con hasta 10 años de prisión y 1 millón de dólares a cualquiera que genere clones humanos.
Es indiscutible que la utilización de embriones clonados como fuente de células madre tiene una utilidad cierta en el desarrollo de terapias regenerativas que permitirán tratar una amplia gama de enfermedades humanas tales como la diabetes, el cáncer, el SIDA, el Parkinson o el Alzheimer. Igualmente es cierto que la clonación humana reproductiva es prácticamente posible. De hecho el más importante argumento en contra de la clonación reproductiva viene de las limitaciones de la técnica de cara a su viabilidad. Pero que estas limitaciones se superen es cuestión de tiempo y llegado ese momento nada podrá impedir que se practique. Presumiblemente se abrirá un nuevo mercado (legal o ilegal) en el que aquellos que puedan permitírselo podrán generar clones de sí mismos. Se abre por tanto un debate que afecta no sólo a la definición de lo que es un ser humano y a la imagen que este puede tener de sí mismo sino que también tiene dimensiones políticas y económicas.
Ante este panorama compuesto a partes iguales de riesgos y posibilidades, ¿debe la comunidad renunciar a los beneficios potenciales por el rechazo ético que generan las cuestiones asociadas con la clonación humana en cualquiera de sus modalidades?; ¿condenaremos al nuevo Frankenstein como hizo la sociedad de la novela de Mary Shelley?; ¿adoptaremos la solución de imponer a todos un juicio inspirado por principios espirituales o la de permitir a los ciudadanos juzgar por sí mismos sobre cuestiones que, como las que surgen con relación a la clonación humana, son definitorias y nos afectan íntimamente?
Este es el debate que se ha abierto, en el que todos tenemos derecho a intervenir. Pero la participación exige conocimiento, información. Es condición necesaria, pero no suficiente contar con información rigurosa y accesible sobre los principios en los que se sustentan esta nueva revolución tecnológica. Sólo así estaremos a salvo de las manipulaciones a las que, por motivos religiosos, ideológicos, económicos o por prejuicios basados en ignorancia, vamos a estar expuestos. En cualquier investigación científica y en sus posibles aplicaciones siempre hay riesgos, riesgos cada día más sutiles y difíciles de comprender. Nuestra sociedad y nuestra cultura basada en los principios de democracia y respeto a la libertad individual, han resuelto este antiguo dilema a través del debate democrático y del análisis ético. Y en ningún caso la solución ha sido quemar el laboratorio, matar a Frankenstein y condenar a su criatura. Por el contrario la respuesta ha sido conocer las consecuencias de lo que se investiga en él y aceptar y limitar sus riesgos. Lo que nos lleva a que la actividad científica debe estar regulada por la sociedad a través sus instituciones y de la representación política. Instituciones y representación en los que las únicas fuerzas y argumentos no deben ser las puras del mercado y del beneficio económico.
La universidad y las sociedades científicas tienen en este sentido un papel, una función que cumplir: promover la apertura de la sociedad hacia los cambios tecnológicos que ya estamos experimentando, informando de sus beneficios y peligros potenciales pero sobre todo estimulando el pensamiento crítico, científico y humanista. El miedo no debe limitar la libertad y el progreso. Víctor Frankenstein no debe morir, ni su laboratorio destruido por el miedo.
Dr. Néstor V. Torres Darias
Profesor Titular de Universidad de Bioquímica y Biología Molecular. Universidad de La Laguna.