Edición 2010 - Número 7 (241) - 12 de agosto de 2010
Ricardo Antonio Cuadra García
En el siglo XIX el francés Paúl Pierre Broca diseccionaba cerebros de fallecidos que en vida presentaban problemas con el habla, en la patología llamada afasia. Sus estudios lo llevaron a descubrir la zona del cerebro humano donde se controla el lenguaje, lugar que hoy lleva su nombre, zona de Broca. La historia de Paúl Broca es la de una niñez y adolescencia de prodigio, pues simultáneamente se graduó en Literatura, Matemáticas y Física, y después ingresó en la facultad de medicina para graduarse a la edad de 20 años. Los méritos de este gran galeno los relata Carl Sagan en su libro de críticas a las seudociencias “El Cerebro de Broca” y Stephen Jay Gould en su libro “La Falsa medida del hombre”; análisis antirracista sobre la inteligencia humana. Broca donó su propio cerebro a la ciencia para ser estudiado por futuras generaciones. Sin embargo, el cerebro de Broca reposó sin la curiosidad científica, por muchos años, confundido con los cerebros que él mismo analizaba.
En el siglo XX la ciencia aceleró sus estudios sobre el cerebro humano y en especial sobre el gran enigma de la inteligencia de ciertos genios que nos dio el siglo pasado. Se propusieron muchas variedades de inteligencias y los psicólogos con sus test de Staford-Binet sobre el coeficiente intelectual pretendían cuantificarla, pero fue cuestionado porque el test lo veían deficitario en medir la creatividad e imaginación, partes esenciales de la inteligencia y la genialidad. Paralelamente se iban investigando los cerebros de genios muertos para hacerles análisis y desvelar el secreto de su destreza en vida. En 1955 muere el padre de la relatividad, Albert Einstein. El patólogo que le practicó la autopsia, el Dr. Thomas Harvey, extrajo el cerebro del genio y aún con la oposición de la familia del fallecido, lo puso en un frasco de formaldehído y se lo llevó a su casa. El Dr. Harvey manifestaba que iba a demostrar los secretos mas profundo que guardaba la masa gris de Einstein, el porqué de su genio.
Mucho se ha especulado sobre la personalidad y la razón de la genialidad de Einstein, algunos manifiestan que tenía el Síndrome de Asperger, una patología como un “autismo light”, que le limitaba la sociabilidad, manifestada por su forma excéntrica de vestirse y su tosco trato social. Es muy común en las personas que presentan este síndrome desarrollar otras destrezas en compensación a la deficiencia que se tiene, es esto lo que algunos estudiosos de la Inteligencia refieren, al explicar al genio alemán.
El Dr. Harvey se quedó por más de 40 años con el cerebro del físico, y mandaba pedacitos del mismo a diferentes científicos para su análisis. El cerebro del genio no presentaba neuronas de más, como se hubiese esperado, ni tampoco ninguna otra característica excepcional. Una de las científicas que recibió los pedazos del cerebro del físico, la Dra. Marian Diamond, que estaba fascinada por el estudio de las células gliales del cerebro, las cuales en ese entonces se creían que su única función era como “pegamento” de la masa cerebral, informó que el cerebro del genio tenía exceso de células gliales llamadas astrocitos (por su forma de estrella), en la parte del cerebro que procesaba los conocimientos matemáticos y la imaginación.
En la década de los 90, el Dr. Stephen Smith publicó un artículo donde mostraba que los astrocitos no sólo sirven para mantener la estructura cerebral, sino que se comunicaban entre sí, pero no como las neuronas en la sinapsis a nivel electro-químico, sino sólo a nivel bien sutil por medio de reacciones químicas, por ende era difícil determinar su función en el cerebro.
Derivados de los estudios de la Dra. Diamond y el Dr. Smith, después se logró demostrar que estas células que le sobraban a Einstein, además de comunicarse entre sí, asisten a las neuronas en múltiples funciones. El secreto del genio había sido descubierto.
El Dr. Harvey antes de morir en 2007 devolvió a la nieta de Einstein el cerebro, estudiado durante más de 40 años. La nieta no acusó recibo y lo mandó al laboratorio de la Universidad de Princeton donde todavía hoy reposa. Lo irónico de esta historia es que el Dr. Harvey nunca se enteró del porqué del genio del padre de la relatividad.
Hoy en día el estudio de la inteligencia en sus diferentes disciplinas, matemáticas, física, música, deportes, arte, social, etc., se puede estudiar de forma vivencial y no esperar hasta que los genios mueran dejando estela de misterios y leyendas. Las nuevas técnicas de estimulación magnética intracraneal nos permiten analizar el cerebro en marcha para desvelar que detrás de todo genio en una disciplina también hay un torpe en otras. También la Neurociencia está demostrando que las capacidades cognitivas del ser humano son influenciadas no solo por los beneficios genéticos de tener un cerebro especial, sino por factores ambientales que determinan la fluidez de nuestras neuronas y su comportamiento. Una alimentación apropiada y un ambiente que estimule el aprendizaje son detonantes también de futuros genios del saber humano.
La máxima socrática de “sólo sé que no sé nada”, en el caso de la genialidad, se ajusta a un saber algo, que todos ignoran, que trasciende el tiempo y el espacio, como las teorías del gran físico. Pero dejemos al genio responderle al sabio griego cuando manifestó: “Todos somos muy ignorantes. Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas.”