Edición 2010 - Número 9 (243) - 2 de octubre de 2010
Javier Armentia Fructuoso
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Cosmos)
Apocalipsis y Génesis: finales y comienzos en las creencias religiosas que estas semanas del fin de verano se convierten en temas científicos: dos asteroides que pasan cerca de la Tierra causan sorpresa (incluso pánico, como si no hubiera males aquí en el suelo y de causa humana con que preocuparnos), y el nuevo libro de Stephen Hawking, desterrando el Dios creador del Universo a los predios de la imaginación acientífica, provoca también sorpresa o indignación en muchos sectores. Sin duda, nos gustan los extremos.
La noticia de los dos asteroides cercanos a la Tierra da que hablar, porque todo el mundo se pone apocalíptico. Hasta Hollywood, cuando decidió destrozar en las pantallas el tema de un impacto cósmico, eligió titular el bodrio con Bruce Willis "Armagedón". La otra versión del mismo 1998, "Deep Impact", con un joven Frodo (digo, Elijah Wood), no mejoraba la idea. Podían haber recordado la maravillosa "Cuando los mundos chocan", de Rudolph Maté (1951), que planteaba la posibilidad de escapar al impacto de alguna manera (en un cohete, ciertamente algo improbable, aunque aquellos de la secta Heaven's Gate intentaron lo propio siguiendo los delirios de Marshall Applewhite, para pasar metempsíquicamente a lomos del cometa Hale-Bopp...
Realmente, como nos contaba el periódico, la cercanía es relativa, más o menos la distancia a la Luna. Y pocos andan preocupados por si se les viene encima nuestro satélite. Cada año se descubren muchos objetos cercanos a la Tierra, asteroides y cometas cuyas órbitas pasan cerca de la de nuestro planeta en su revolución solar, y que potencialmente nos podrían caer encima. No sería nada nuevo en la historia de la Tierra, porque han existido grandes extinciones registradas por los paleontólogos que se explican precisamente por un impacto de estos. Como siempre, la posibilidad de que en el futuro seamos capaces de predecir un impacto de este tipo con antelación suficiente como para pensar si merece la pena hacer algo para evitarlo dispara la imaginación.
Ahí, en estos casos, se pide a los científicos que proporcionen soluciones que eviten el desastre. Aquí si se exige lo imposible, porque por el momento las tecnologías capaces de cambiar la órbita de un cuerpo cósmico son puramente especulativas: pintar un lado del asteroide más claro, lo que provocaría una presión de radiación solar diferente, capaz de modificar un poco el giro de la piedra cósmica y así cambiar su órbita; ponerle un cable largo con una masa que, a modo de honda, hiciera también cambiar el momento angular y, dejando a la mecánica hacer, modificar un poquito esa trayectoria potencialmente de impacto; por supuesto, la solución nuclear tipo Hollywood de mandar bombas y trocear la piedra (la menos interesante porque crear una multitud de objetos sería demencial, multiplicando la posibilidad de que al menos uno diera en donde menos debiera dar). Eso por poner unas pocas de las ideas que se han barajado, y se barajan, en congresos donde sí se evalúan estos temas.
En el otro extremo de los tiempos, también los científicos andan ocupados: por un lado intentando obtener datos del mismo Universo, observaciones cosmológicas que nos permitan entender mejor el resultado de todo lo que ocurrió hace 13.700 millones de años; por otro, desarrollando una nueva física, un marco teórico en el que entender estas cosas. Estos intentos de la física teórica llevan nombres exóticos: nos hablan de supercuerdas, de teorías de todo o, como ha hecho ahora Hawking, de la Teoría M, una de las formulaciones que algunos creen más prometedoras en esto de explicar por qué todo el Universo se pega y despega con cuatro fuerzas y unas cuantas familias de partículas elementales. Poca cosa, con sus simetrías y leyes de funcionamiento que se expresan con una compleja matemática y en la que, lejos de un determinismo mecanicista, aparece un determinismo de otro tipo, que se convierte en cálculo estadístico y en predicciones muy muy precisas.
A veces se olvida que la historia de la física desde comienzos del siglo XX ha sido la del desarrollo de teorías que no son nada intuitivas con la percepción que tenemos del mundo, que alteran nuestra idea de causalidad, de espacio o de tiempo. Sería ingenuo pensar que esa física, que se ha ido demostrando precisa, predictiva, y que proporciona los únicos modelos con los que entendemos el Universo, no fuera capaz de ir llenando huecos donde los antiguos colocaron dioses y cosmogonías. De la misma forma que ni Thor ni Zeus son necesarios para entender el poder del rayo, los dioses creadores comienzan a ser desterrados por la física del mismo comienzo del Universo. Por supuesto, estamos muy lejos de tener teorías que expliquen el Universo, y sabemos además que esas teorías serán mejoradas en el futuro, algunas de ellas abandonadas y que, como siempre sucede en la ciencia, uno no podrá decir "ya está todo sabido" nunca.
Quizá es eso lo que más incomoda a quienes prefieren un Génesis bien plantado y con un dios que haga y deshaga, que la ciencia no propone un nuevo libro gordo en el que leer versículo a versículo cómo fue naciendo todo, sino que se atreve a decir que ese libro, la propia Naturaleza, está siempre escribiéndose, con unas letras y unas gramáticas precisas, pero sin ningún propósito ni ningún escritor contándonos su historia.
De la misma forma que confiamos en que la semana que viene no se nos caiga el cielo encima (que diría Abraracurcix) tampoco tenemos por qué rasgarnos las vestiduras si los físicos nos dicen que Tutatis se ha jubilado finalmente. Paz y bien.
URL: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/cosmos/2010/09/11/el-fin-del-mundo-…