Edición 2010 - Número 9 (243) - 2 de octubre de 2010
Mario Méndez Acosta
Las creencias en diversos fenómenos paranormales muestran un carácter cíclico como la anchura de las corbatas de moda. Ahora ha surgido, con un disfraz cientificista, una de las creencias más absurdas y fáciles de refutar, misma que se puso de moda en los años 20 del siglo XX: la idea de que todos emitimos un aura.
Conforme a esta idea, el aura es una emisión radiante producida por el campo de energía que supuestamente emana de todos los seres vivos y los rodea. El aura no puede ser percibida por la visión ordinaria, sólo por medio de la clarividencia.
No se ha encontrado prueba alguna que demuestre su existencia, y por el contrario, se han hecho varios experimentos reveladores de que quienes afirman poder observar las auras de las personas resultan incapaces, por ejemplo, de determinar con exactitud si hay una persona parada detrás de una tabla o barrera que sólo impida la visión del contorno de su cuerpo, pero que deje libre y observable la zona en la cual supuestamente se podría ver el aura. Ningún vidente puede así acertar más que por azar si está presente ahí o no el sujeto de experimentación.
Una “médica intuitiva”, como Caroline Myss (1997) asevera que puede describir la naturaleza de las enfermedades de las personas al leer su halo de energía y hace recomendaciones para dar tratamiento, tanto en el nivel físico como en el “espiritual”. Ella llama a esto “medicina de energía”, pero nunca ha ofrecido evidencia científica que apoye sus supuestos poderes.
En México se ha puesto de moda la práctica de ver supuestamente las auras de niños pequeños, afirmando que quienes muestran un color índigo, según el vidente, resultan ser individuos dotados mentalmente, niños prodigios con poderes psíquicos. Un jugoso negocio se ha configurado así, al sacarles dinero a los padres de los pretendidos niños “índigo”. Aseveran quienes impulsan este negocio, que estos muchachos tienen la capacidad de ver más allá de los espectros de la luz, de escuchar todo tipo de sonidos, incluso su propio fluido sanguíneo –algo que cualquier persona puede hacer-, y muestran una destacada “hipersensibilidad táctil”. Asegura María Dolores Paoli, especialista en algo que llaman Psicoespiritualidad: “Los niños índigo no son niños azules, como su nombre sugiere, sino que se les denomina así porque su aura, o campo energético, tiende a reflejarse dentro de los colores añiles, azules, manifestando la utilización de centros energéticos superiores”.
No está de más señalar que la explotación de menores de edad, atribuyéndoles poderes psíquicos, puede causarles graves daños psicológicos, ya que en realidad los enseña a colaborar en un engaño deliberado. Lo anterior se demostró cuando hace unos veinte años surgió la creencia de que era posible enseñar a niños a leer y a percibir imágenes impresas, empleando para ello los ojos vendados y usando meramente la piel de sus manos o de sus rostros. Experimentos controlados, realizados en la Facultad de Psicología de la UNAM por el Dr. Serafín Mercado Domenech, en 1982, mostraron que los niños simplemente espían a través de los vendajes.
Agrega ahora la promotora que a los niños índigo se les adjudica “grandes dosis de intuición, que se demuestran en el desarrollo de la telepatía; cualidades para predecir el futuro, y llama a reconocer la presencia de seres etéreos como hadas y duendes a su alrededor. Además, algunos menores llegan al mundo con el don de sanación”.
Por supuesto nunca se ha llevado a cabo un estudio controlado con niños índigo, conducido por psicólogos serios, en una institución de investigación o enseñanza científica, por lo que conviene recomendar a los padres de familia mucha prudencia y no pagar por algo que bien puede ser una estafa más.
El cuerpo humano emite ciertas radiaciones, incluyendo señales electromagnéticas débiles, provenientes de la actividad eléctrica de los nervios. También produce emanaciones químicas como el olor corporal u ondas de sonido. Algunos paranormalistas aseguran que estas emisiones son la base al aura; sin embargo, no explican su total invisibilidad y el hecho de que sólo ciertas personas con algún tipo de poder mental puedan verlas.
De hecho nunca concuerdan los videntes con la naturaleza y características del aura que dicen observar en el mismo individuo en el mismo momento. En experimentos controlados, los videntes que no se ponen de acuerdo antes, nunca coinciden en ese sentido.
En algunas ferias “psíquicas”, en Estados Unidos, se pueden obtener supuestas fotografías del aura humana, empleando un intrincado procedimiento que implica sacar primero una foto kirlian de la mano de una placa fotográfica. Al inducir una corriente eléctrica en la mano de cada sujeto, se hace una medición de la intensidad de la luz en los puntos de acupuntura de esa mano. Esa información se proyecta en una pantalla electrónica de cristal líquido, localizada en el interior de la cámara, capaz de producir colores. Los colores se aplican así alrededor de la imagen de las personas, y se imprime la copia.
Una investigación llevada a cabo por el experto en detección de fraudes, Joe Nickell, mostró que una misma persona obtendrá dos auras muy distintas, si se toma la fotografía en dos puestos diferentes de la feria, tan sólo unos cuantos segundos después de hacer el primer intento.
La recomendación es siempre tomar todas estas afirmaciones prodigiosas con el tradicional grano de sal.
[1] Publicado originalmente en Ciencia y Desarrollo, No. 172, México, septiembre-octubre del 2003, Págs. 50-51.
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Marcianitos Verdes)