Publicado en Territorios, EL CORREO, miércoles 11 de diciembre de 2002
Javier Armentia
Nos referíamos en el artículo pasado a la imposibilidad física de entender cómo funcionan las extremas diluciones de los medicamentos homeopáticos. Nacida a comienzos del XIX, esta práctica pseudomédica sufrió precisamente de este problema, llevando desde entonces un desarrollo paralelo y aparte del resto de las prácticas médicas que poco a poco irían configurando la medicina científica: la mejor comprensión del origen (o etiología) de las enfermedades, el descubrimiento de microorganismos y agentes patógenos, el desarrollo de una farmacopea basada en el efecto que ciertas sustancias tienen en el organismo chocan frontalmente con los postulados más bien filosóficos de Hahnemann. Por ejemplo, en homeopatía realmente síntomas y enfermedad son la misma cosa, y se llega al extremo de afirmar que "no hay enfermedades, sino enfermos": son los síntomas de una persona concreta los que se estudian para buscar un remedio que, sin diluir, provoca el mismo cuadro. Algunas veces se ha comentado que este proceso es la base de las vacunas, pero realmente no es así: las vacunas utilizan la capacidad inmune del organismo para "aprender" a atacar una versión débil de un patógeno. No se trata por lo tanto de una curación, sino de medicina preventiva. Por otro lado, a ningún médico se le ocurriría tratar una meningitis meningocócica, ocasionada por una bacteria, con una disolución de un preparado de las bacterias. Los homeópatas, afortunadamente, tampoco lo hacen, y normalmente recurren a la medicina alopática (como ellos la llaman) cuando se presenta una enfermedad seria en la que la ciencia puede proporcionar una respuesta adecuada.
Éste es un factor muy importante que a menudo se soslaya: la homeopatía se autolimita a un tipo de dolencias normalmente inespecífico o mal definido, a menudo dolores con cierta tendencia crónica o de remisión espontánea, que en la medicina convencional no disponen de una cura completa, sino de paliativos farmacológicos principalmente de tipo analgésico. Su propia vocación complementaria le ha permitido permanecer frente al avance imparable de la ciencia médica. De esta manera, es fácil comprender que cualquier proceso que permita al paciente sentirse mejor será contado como un éxito por los homeópatas.
El otro factor que permite entender por qué los pacientes (y los practicantes) de la homeopatía -y de muchas otras medicinas llamadas alternativas- tienen la impresión de que se curan con estas terapias es conocido en medicina con el nombre de efecto placebo. Placebo es cualquier sustancia que, sin contener principio activo, se suministra a un paciente con el "engaño" de que es un fármaco capaz de curarle. Usados desde antiguo para complacer a los pacientes que querían una solución a problemas que el médico no podía realmente solucionar, el término (que viene del latín, "te complaceré") tuvo durante mucho tiempo una connotación negativa.
Sin embargo, comenzó a valorarse en medicina especialmente a partir de los trabajos de H.K. Beecher en 1955, quien comprobó que cerca de una tercera parte de las personas que tomaban un placebo realmente acababan curándose. Una primera interpretación sería de índole psicosomática, como si la mente fuera capaz de, esperando curarse, llegar realmente a la curación. Beecher es también responsable de que los ensayos clínicos de cualquier fármaco se hagan con técnicas estadísticas "de doble ciego", es decir, que ni los pacientes ni los médicos involucrados en la prueba sepan a priori si el sujeto está tomando la medicina que se quiere analizar o un placebo. Beecher comprobó que en muchas ocasiones la existencia de un grupo de control (que no toma la medicina) no era suficiente para comprobar si un medicamento era efectivo: a menudo actuaban las expectativas del paciente, en otras procesos como la regresión o curación espontánea durante el tratamiento. Para complicar aún más las cosas, si no se tenía cuidado de que tampoco los médicos conocieran si una persona estaba tomando la medicina o un placebo, como se comprobó, los resultados resultaban dudosos: los propios investigadores son humanos y, por ello, sujetos también a los mismos efectos de querer que algo funcione o de interesarse por el trabajo.
Los trabajos de Beecher y muchos otros análisis realizados en los últimos cincuenta años han permitido entender mejor el mecanismo por el cual un placebo (una simple píldora azucarada, por ejemplo) puede funcionar como una medicina. Por un lado está el hecho de que muchas enfermedades, incluso graves, tienen una evolución que de forma espontánea llega a la completa remisión o, al menos, a la mejoría. Una persona que está tomando un fármaco interpretará esa mejoría de su condición como efecto de la sustancia. Por otro lado, hay factores estadísticos, como la regresión a la media, que en muchos casos funcionan (sobre todo cuando se realizan ensayos clínicos en los que seleccionan enfermos por una determinada característica: por ejemplo, si se eligen pacientes que tengan la tensión alta de entre una población más amplia, existe un sesgo estadístico que, de forma matemática, conducirá a que un porcentaje de ellos disminuya su tensión incluso sin terapia alguna). Pero también hay que tener en cuenta efectos psicológicos: el paciente tiene una "creencia" en que la enfermedad será curada; además está el fenómeno de la sugestión, algo fundamental en la relación entre médico y paciente. Muchas terapias, no sólo la medicina homeopática, tienen en el efecto placebo la más probable explicación de su funcionamiento.
¿Placebo homeopático?
En el caso de la homeopatía, los análisis clínicos que se han realizado en los últimos cincuenta años no consigue poner en claro si aparte del efecto placebo hay algo más. Cierto es que se han publicado muchos trabajos apoyando la acción de medicamentos homeopáticos extremadamente diluídos, pero en revisiones y meta-análisis realizados, donde se valora tanto el resultado como la corrección metodológica, el efecto homeopático casi desaparece. Por no decir que desaparece por completo. En uno de estos estudios, publicado en 1999 en "Cartas Médicas sobre Fármacos y Terapias" (The Medical Letter on Drugs and Therapeutics, una de las publicaciones más importantes del mundo sobre el tema) se concluía que "el contenido químico de los productos homeopáticos está a menudo indefinido, y algunos están tan diluidos que es improbable encontrar en ellos nada del material original. No se han probado que estos productos sean efectivos en condiciones clínicas. No hay buenas razones para usarlos".