Edición 2010 - Número 11 (245) - 4 de diciembre de 2010
Carlos Chordá
(Adaptado de un artículo de Ben Goldacre en The Guardian)
En 1979 los psicólogos Charles Lord, Lee Ross y Mark Lepper, de la Universidad de Stanford, publicaron un interesante artículo que ha llegado a ser un clásico entre los estudios sobre conducta humana. Hicieron dos grupos de estudiantes. Uno, a favor de la pena de muerte, el otro contrario a ella. A ambos grupos les dieron dos estudios científicos con conclusiones opuestas: en uno de ellos se demostraba que tras la abolición de la pena de muerte en uno de los estados norteamericanos el número de asesinatos había disminuido; en el otro, que había aumentado. Los estudiantes debían juzgar la validez de dichos documentos.
Los resultados fueron reveladores. Cada grupo encontró defectos metodológicos en los estudios que contradecían sus opiniones previas, mientras que fueron incapaces de encontrar defectos similares en los que apoyaban sus tesis.
Recientemente, Geoffrey Munro, de la Universidad de Towson, seleccionó a un centenar de estudiantes a los que preguntó si consideraban que la homosexualidad podría estar asociada a algún tipo de enfermedad mental. A la mitad de los que respondieron que sí les dio cinco publicaciones científicas que demostraban la relación entre homosexualidad y trastornos mentales; a la otra mitad, cinco publicaciones que negaban dicha conexión. Lo mismo hizo con el grupo que había respondido que no: la mitad recibió los artículos que demostraban la relación, la otra mitad los que concluían que no hay relación entre homosexualidad y enfermedad mental. (Todas las publicaciones eran falsas, y así se les hizo saber al final del estudio).
Supongo que no se sorprende si le digo que aquellos a quienes las presuntas investigaciones científicas les llevaban la contraria decidieron matar al mensajero; la conclusión a la que llegaban era algo así: “la ciencia no es capaz de determinar si hay o no relación entre la homosexualidad y los trastornos mentales”. Conclusión tanto de los que creían en ese vínculo como de los que lo negaban, que quede claro. Por supuesto, quienes recibieron “pruebas científicas” a favor de sus creencias no pusieron la más mínima objeción; para ellos, la ciencia funcionaba perfectamente.
Se han hecho investigaciones similares a las de Munro con otras cuestiones, como la existencia de la clarividencia, la efectividad de pegar a los niños como medida disciplinaria, los efectos sobre la salud de los remedios herbales, la relación entre ver escenas de violencia en televisión y las conductas violentas, la precisión de la astrología al determinar rasgos de personalidad… En todos los casos, lo mismo: si no me gusta la conclusión a la que llega la ciencia, entonces la ciencia no es de fiar.
Somos humanos, y eso implica que nos cuesta mucho asumir que podemos estar equivocados, por un lado. Por otro, que nos gustaría que el mundo se comportara de acuerdo a nuestros deseos. A todos nos gustaría poder prever el futuro; más aún: preverlo para poder evitar lo porvenir negativo. A todos nos gustaría que no existiera el cambio climático; de hecho, a algunos les gustaría que, de existir el calentamiento global, no estuviera causado por la actividad humana, para poder seguir adulterando la atmósfera al mismo ritmo con que se llenan sus orondas cuentas corrientes. A todos nos gustaría poder entrar en contacto con los seres queridos que se fueron definitivamente, y que fueran heraldos de buenas noticias. A todos nos gustaría, si un día nos dan por desahuciados, que un brujo pudiera devolvernos la salud. A todos nos gustaría conseguir un cuerpo diez con solo llevar puesta una faja que vibra mientras vemos la tele. A todos nos gustaría... que existieran los Reyes Magos.
Pero una cosa son los deseos y otra muy distinta la realidad. Los gurús de la autoayuda suelen decir cosas tan estúpidas como “si deseas algo con la suficiente intensidad, entonces llegarás a conseguirlo”. Huya de dicho consejo como de la pólvora. Si de verdad desea algo, entonces esfuércese todo lo que pueda para lograrlo. Pero antes, además, asegúrese de que hay alguna posibilidad. Porque, nos guste o no, y esta máxima no la va a encontrar en ningún libro de autoayuda, las cosas son como son, y no como nos gustaría que fueran.
URL (del original): http://www.guardian.co.uk/commentisfree/2010/jul/03/confirmation-bias-s…