Edición 2011 - Número 1 (247) - 15 de enero de 2011
Carlos Chordá
Supongo que uno de los efectos propios del inexorable ir celebrando cumpleaños es el de caer, cada vez más a menudo, víctima de la nostalgia. Muchos son los recuerdos que vamos atesorando en el disco duro de la materia gris, recuerdos que de vez en cuando afloran a la pantalla de la evocación en forma de virtuales (y sin duda distorsionados) cortometrajes con sus personajes, conversaciones, olores, escenarios… que, como las golondrinas de Bécquer, no volverán.
Entre esas imágenes del ayer tengo de todas, claro está. Como la de alguno de mis hermanos sembrado de motitas rojas, protestando por la fiebre y el picor, mientras lo auscultaba Don José María Barrios, un doctor que a pesar de su menuda figura se me antojaba impresionante con su maletín de cuero, traje impecable y aspecto severo. No valía la pena, visto desde ahora, librarse del colegio por un motivo tan fastidioso como el sarampión, certeramente diagnosticado por Don José María. Eran otros tiempos: por aquellos años todavía no se vacunaba contra la enfermedad.
Pocos años más tarde, cuando a ninguno de los cuatro nos hacía ya ninguna falta, pues habíamos sido galardonados con la inmunidad de la forma más dolorosa, se puso en marcha la campaña de vacunación contra el sarampión, en forma de la conocida triple vírica, que protege además de la rubeola y las paperas. Un importantísimo avance médico, pues esta enfermedad, que una vez puesta en marcha no tiene tratamiento, no siempre cursa con final feliz. Demasiado a menudo aparecen complicaciones, como la ulceración de las córneas, que puede conducir a la ceguera; o neumonía y encefalitis, que pueden terminar definitivamente con el enfermo. Gracias a la vacunación todo apuntaba a que antes o después la humanidad se iba a librar para siempre del sarampión, ya que jugamos con la ventaja de que el virus se ceba exclusivamente con nuestra especie.
Sin embargo… a algún imbécil le dio por sugerir que había una estrecha relación entre el autismo y la triple vírica, lo que jamás ha podido ser demostrado, aunque esto no parece tener importancia para determinados sectores. A raíz de esta y otras informaciones alarmistas comenzaron a gestarse grupos contrarios a las campañas de vacunación; en nuestro país existe la Liga para la Libertad de Vacunación, que se presenta como “una asociación plural de ciudadanos (profesionales y usuarios de la sanidad), preocupados por la rigidez e indiscriminación de los programas vacunales (sic)”. Sí, habéis leído bien: entre ellos hay sanitarios. Claro que esto último no sorprende al ver el tipo de sanitarios que son: en el mismo documento piden a la administración, entre otras cosas pero en primer lugar “que la oferta médica pública, como ya sucede en otros países europeos, incluya diferentes opciones para el cuidado de la salud: naturismo, homeopatía, etc.” Con los alternativos de la salud hemos topado.
Seguramente influidos por tan malas influencias, perdonad la redundancia, algunos andaluces decidieron no vacunar a sus hijos, lo que ha causado un brote de sarampión que cuando escribo estas líneas afecta a 46 personas, la mayoría niños. Como se trata de una enfermedad muy contagiosa y estos padres no han contestado a los reiterados requerimientos que se les ha hecho sobre la necesidad de la vacunación (que incomprensiblemente no es obligatoria), la delegación de la Consejería de salud en Granada no ha tenido otra opción que poner el caso en conocimiento de la justicia; unos días después, el juez ordena la vacunación de 35 menores susceptibles de contagiarse.
Hay una cosa que todo el mundo debería tener clara: si algo funciona, puede hacerlo mal (¿adivinan por qué la homeopatía no tiene efectos secundarios?). Es un riesgo que debemos valorar y asumir, lo mismo cuando subimos a un avión que cuando enchufamos un taladro o cuando vacunamos a nuestros hijos. Es cierto que en algunos casos (afortunadamente en una proporción muy pequeña) las vacunas producen unos efectos secundarios que pueden llegar a ser realmente graves. Pero, insisto, debemos correr el riesgo porque la alternativa a la vacunación es la no vacunación, y sus consecuencias son muchísimo más graves. Todavía hoy el sarampión es la primera causa de muerte infantil prevenible por vacunación y responsable de más de un millón de muertos al año. Lo que os cuento supone, y robo la frase a la Liga arriba citada, “una información libre, contrastada y crítica sobre las vacunas y las consecuencias que provoca (sic)”. Salud.