Edición 2011 - Número 248
Salvador López Arnal
(Artículo publicado originalmente en la página Rebelión)
“El timo de la vacuna que nunca provocó el autismo”. Así titulaba Ainhoa Iriberri su artículo para Público [1] en torno a la triple vírica MMR y los síntomas gastrointestinales y el autismo. “Un médico manipuló los datos de un estudio para demandar a farmacéuticas” era el encabezamiento de su nota.
Antes de entrar propiamente en materia me permito recordar brevemente algunos datos esenciales sobre vacunación que tomo prestados de una conversación de enero de 2010 con el gran científico internacionalista franco-barcelonés, nacido en el campo republicano de Argelès-sur-Mer, Eduard Rodríguez Farré [2].
Las vacunas son efectivas para prevenir las enfermedades infecciosas aunque no todas ellas pueden tener vacunas. ¿De qué depende su efectividad? Del tipo de microorganismos de que se trate. Gracias a las vacunas se han eliminado enfermedades infecciosas que eran gravísimas hace muy pocos años. Actualmente, un médico joven, aquí, en Europa, por ejemplo, no ha visto morir a la gente de difteria, ni de tosferina, ni de fiebres de Malta, ni de una serie de afecciones que eran corrientes, muy corrientes, en los años cincuenta y sesenta del siglo XX. De hecho, el único procedimiento que ha permitido eliminar totalmente una enfermedad que causaba alta mortalidad en el planeta, hablo de la viruela, ha sido la vacunación [3].
Vacunando, ocurre con todas las vacunas, lo que persigue es que el organismo propio reaccione produciendo anticuerpos frente a un agente patógeno que ya es completamente inocuo porque, fundamentalmente, está muerto. Existen enfermedades sobre las que no hay forma hasta ahora de obtener vacunas. Las vacunas contra los virus es uno de los prototipos: hay ciertamente vacunas antivirales altamente eficaces, contra la fiebre amarilla por ejemplo que es gravísima por ser mortal en gran parte de las ocasiones. Pero el virus de esta fiebre es, lo que los farmacólogos llaman un virus constante, un virus que sigue teniendo la misma estructura a lo largo del tiempo.
Las vacunaciones son obligatorias en algunos países. En Alemania, en Francia, también en Gran Bretaña. En España no lo es. Empero, las personas que no se vacunan están viviendo a expensas de los que se han vacunado. Toda vacunación tiene riesgos, desde luego, que dependen del tipo de vacunación. Se calcula que puede haber una reacción adversa grave por cada millón de vacunaciones. Hay, desde luego, reacciones leves: la mayor parte de las reacciones adversas se producen en el lugar de la inoculación (eritemas, inflamaciones, fiebre, dolores articulares).
Los argumentos contra la vacunación son diversos, no son unánimes. En el mundo anglosajón, en frecuentes ocasiones, y aunque pueda parecer imposible, la reacción contraria reside en el hecho de que las vacunas provienen de los animales, en que no son productos naturales, y, se afirma, hay que defenderse siempre de manera natural. Siguiendo esta consideración, pondríamos en peligro, morirían de hecho, millones de seres humanos. Otro argumento “crítico” señala que vacunando no seleccionamos y hacemos más débil a las poblaciones. Mejor pasar página ante el tufillo fascistoide-nietzscheano de esta “argumentación”: por más epidemias que haya sufrido la humanidad nunca se ha hecho resistente a la peste o a la viruela de forma natural. Sea como fuere, desde el punto de vista estrictamente científico, desde el marco conceptual en el que se mueve la ciencia médica, no hay por ahora ninguna razón atendible contra la vacunación.
Toda intervención médica tiene riesgos y beneficios. El balance, en este caso, no permite dudas ni admite discusión. Son indudables los beneficios de la vacunación. Eduard Rodríguez Farré recordaba un caso vivido por él: “Cuando estudiaba Medicina, te hablo de hace muchos años, yo he visto niños que se morían… Cuando hacía medicina en urgencias, el niño se te moría de ahogo y había que hacerle una traqueotomía porque tenía una difteria. Los niños que tenían tosferina se pasaban meses padeciendo enormemente. Las epidemias de tifus, los tifus eran corrientísimos. Y todo esto en la Medicina actual. Si pensamos en la medicina del siglo XIX, en la peste bubónica. Por higiene, por cuestiones sanitarias, la viruela, los brotes de viruela eran terribles. No es necesario continuar. La vacunación ha sido, y esto creo que pocos médicos podrían negarlo, el arma más potente que ha habido para prevenir enfermedades”.
Se ha comentado en ocasiones que la presencia del timerosal en las vacunas más recientes ha provocado incremento de autismo en la población. La Audiencia Nacional española ha admitido a trámite, o está en trámites previos, una reclamación de responsabilidad patrimonial al Ministerio de Sanidad y a los laboratorios GlaxoSmithKline, Sanofi Pasteur MSD, Wyeth, Lederle y Berna Biotech España, fabricantes de vacunas con timerosal por los posibles daños que haya causado. La demanda está impulsada por la Asociación Vencer el Autismo (AVA) y la Asociación para Protección Ambiental a través del Ecoturismo y en la Defensa de la Salud (ANDECO), en nombre de 59 familias. Aunque no es el timerosal propiamente, se habla de que el mercurio orgánico puede determinar autismo.
No existe ninguna evidencia de que el autismo, en opinión de ERF, esté causado por el mercurio. El autismo es un problema complejo. Sostener lo anterior sería equivalente a afirmar que la depresión o los trastornos psicóticos, la esquizofrenia por ejemplo, la puede determinar tal o cual producto. No es esa la posición de ERF: si efectivamente el timerosal determinase autismo, tendríamos que tener en cuenta que todos hemos recibido ese producto con las vacunas. De 40 millones de españoles, probablemente 38 estén vacunados contra muchas infecciones y en la época en que se nos vacunó había timerosal. Con ello, el porcentaje de autismo se hubiera incrementando mucho entre la población española. El autismo, recuerda ERF, “es una enfermedad muy poco frecuente, grave sin duda, pero que responda a la vacunación… Podría ser una aportación que incrementara la vulnerabilidad, siempre cabe la posibilidad desde luego, pero esto habría que justificarlo, que demostrarlo. Yo no he visto hasta ahora ningún dato, ningún estudio contrastado, que confirme esa conjetura”.
Pues bien, Ainhoa Iriberri ha recordado en el artículo referenciado de Público que en febrero de 2010, The Lancet se retractaba de uno de los ensayos clínicos que más negativamente había impactado en la salud pública: un trabajo publicado en 1998, hace más de una década, que vinculaba la administración de la vacuna triple vírica (MMR), la que protege del sarampión, las paperas y la rubeola, con un nuevo síndrome combinación de síntomas gastrointestinales y autismo. El paper fue ampliamente publicitado, claro está, por uno de sus autores, su autor principal, el gastroenterólogo británico Andrew Wakefield. Consecuencia: la esperable, miles de niños en todo el mundo dejaron de recibir la vacuna triple vírica, cuando no todo tipo de vacunas.
The Lancet ha rechazado públicamente el trabajo. Metió la pata hasta la yugular pero ha reconocido su error (y el horror). Pero, por el contrario, el movimiento antivacunación, que es casi tan viejo como la traslación terráquea, sigue defendiendo la estrecha relación entre autismo y vacunas. Las consecuencias, comenta la periodista de Público, se han sufrido incluso en España. Así “lo demuestra el brote de sarampión que se registró recientemente en un colegio de Granada, en el que varios padres se negaron a vacunar a sus hijos”.
Pero he aquí que la British Medical Journal (BMJ) publica desde principios de enero una serie de reportajes que demuestran que Andrew Wakefield no sólo manipuló los datos para obtener la conclusión que había conjeturado sino que, además, “confundió a los padres de los participantes en su estudio y falseó los datos que estos le ofrecieron”. El fraude se ha podido comprobar al comparar el historial clínico de los niños con la información publicada en la revista.
La revista publica también un relato del fraude según el propio descubridor del desaguisado, el periodista Brian Deer, que ha investigado el caso desde 2003: según sus datos, corroborados afirmativamente por el Colegio General de Médicos Británicos, de los 12 niños que se citaban en el estudio de Wakefield, “sólo a uno se le confirmó el diagnóstico de autismo regresivo”. Eran supuestamente nueve los casos que se citaban en The Lancet. Además de ello, los pacientes fueron seleccionados por mediación de activos grupos antivacunación y el estudio realizado fue financiado por angelicales abogados que pretendían demandar a las farmacéuticas fabricantes de la vacuna [5]. El grupo de leguleyos interesados habían contratado al gastroenterólogo Wakefield como asesor. Por si faltara algo, aunque en el estudio se afirmaba que los 12 niños estaban sanos antes de administrarse la vacuna, la investigación ha demostrado que cinco de ellos habían tenido problemas previos. En el trabajo, la última guinda, se afirmaba que los síntomas del nuevo síndrome se habían dado los días posteriores a la vacunación: en algunos casos pasaron meses.
Wakefield, actualmente, no tiene permiso para ejercer como médico en Reino Unido. Pero sigue dirigiendo un centro de autismo en EEUU que cuenta con muchos seguidores. No es el único lugar.
¿Hay motivos para desconfiar de las farmacéuticas? Los hay, tantos como la lista completa, que es infinita, de los números primos. Pero de los desmanes contrastados una y mil veces de las grandes multinacionales, todo un poder fáctico de la globalización imperial, no puede inferirse que toda crítica, documentada o no, sea pertinente. Si la información de Iriberri es correcta en todos sus nudos, la actuación de Andrew Wakefield, no hablemos ya la del interesado grupo que financió su sesgada investigación [6], no tiene nada que ver con una ciencia que merezca ese nombre ni con la veracidad y la justicia. Es un fraude, un enorme engaño. No solo científico sino ético, poliético. Los abogados que diseñaron o le ayudaron en su estrategia son parte contratante de la parte contratada. Nada nuevo bajo el sol: entre listillos sin piedad y revólveres desenfundados anda el juego aunque se enfrenten, sin enfrentarse realmente, a gigantes impíos.
Mientras tanto, niñas, niños afectados, familias desesperadas que, como todos nosotros haríamos, como es razonable desear y hacer, quieren aferrarse a un clavo ardiendo, y son conducidos y están en manos de gente desalmada. De gentes sin corazón limpio y con la mirada puesta, esencialmente, en sus ya abultadas cuentas bancarias. Lo suyo sigue siendo cazar ratones, no les importa el procedimiento. Que en algunos casos sea una cosmovisión cerril, dogmáticamente asumida por tradición, prejuicio o desinformación la que mueva la actuación de algunos (pseudo)científicos o de algunos abogados interesados no quita un ápice de responsabilidad a las dimensiones de la barbarie que estimulan.
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PS: Dado que el Ebro pasa realmente por Zaragoza y Mora de l’Ebre, y en sus cercanías murió, junto con tantos otros compañeros, un joven soldado republicano llamado Salvador López Campo, me permito resumir una información sobre lo sucedido en Bangladesh –Naimul Haq, “Vacunas para todos, clave del éxito”-, de la que daba cuenta recientemente rebelión el pasado 7 de enero de 2011 [7], directamente relacionada con nuestro asunto.
Bangladesh es uno de los pocos países empobrecidos que lograrán cumplir el cuarto de los objetivos de Desarrollo de las Naciones Unidas para el Milenio. Se trataba de reducir la mortalidad infantil en dos tercios entre 1990 y 2015, y eso pese a que, desde luego, la pobreza sigue ubicada en el puesto de mando de la sociedad bangladeshí. ¿Cómo se ha conseguido?
Por los esfuerzos para llegar a los distritos más alejados, aquellos que suelen ser pasados por alto u olvidados cuando se trata de servicios de salud. La mortalidad infantil disminuyó 5,3 % al año entre 1993 y 2007, según un estudio divulgado en septiembre de 2010. Bangladesh creó una estrategia "equitativa" para atender a todas las familias, sin excluir las más pobres, combinando planificación familiar, temáticas de género, fortalecimiento del sistema de salud y campañas de inmunización. Mohammad Amjad Ali Fakir, jefe de salud del distrito Mymensingh, al norte de Dhaka, lo ha explicado así: "Hay un fuerte mecanismo de control. Cada niño o niña cuenta y registramos todos los nacimientos de la comunidad para disminuir las posibilidades de que quede algún menor sin vacunar". Havia Jatun, una ciudadana de unos 60 años, ha admitido mientras mecía a su nieto: "Cuando era joven le huía a la vacuna. Pero ahora que comprendemos los beneficios, rara vez faltamos".
Bangladesh ha obtenido importantes logros gracias a su programa ampliado de vacunación que incluye inmunización contra seis enfermedades infantiles: difteria, tos ferina, tétano, tuberculosis, sarampión y poliomielitis. En la última década, se apuntaló su programa de vacunación para cumplir el objetivo anual de inmunizar por lo menos al 90% de los menores de un año. En 2008, se impulsó la campaña "Llegar a todos los distritos" con apoyo de la Unicef. Se calcula que desde entonces hasta ahora se han evitado 9,6 millones de muertes (dos millones más que toda -¡TODA!- la población de Catalunya por ejemplo) de menores de un año (Se estima que ese programa de vacunación evita que mueran anualmente unos 3,2 millones de menores de 12 meses). Consecuencia de todo este esfuerzo realizado en un país con medios no sobrantes: alrededor del 98 % de la población está vacunada, incluidas las personas que viven en zonas montañosas de muy difícil acceso.
Bangladesh no registra ningún caso de poliomielitis desde noviembre de 2006. En 2010, se lanzó otra gran campaña de vacunación contra el sarampión y 35 millones de niños y niñas recibieron un refuerzo. Ni que decir tiene: los asistentes en salud han sido actores clave de la campaña. Eso significa invertir en sanidad, nunca el gasto es desmedido diga lo que diga el conseller de Economía del gobierno Mas-Mascarell, Andreu Mas-Colell. Bangladesh cuenta con unos 26.000 asistentes de la salud y una cantidad similar de otros dedicados, concretamente, al bienestar familiar y que se encargan de actualizar los registros comunitarios. "Durante años fue difícil llegar a las zonas más alejadas sin asistentes en salud y en bienestar familiar", señaló Jahangir Alam, jefe de vacunación y programas de atención médica primaria de Mymensingh. Pero lo han conseguido.
Notas:
[2] Miembro fundador del Comité Antinuclear de Catalunya (CANC) en 1977, Eduard Rodríguez Farré es médico especializado en toxicología y farmacología en Barcelona, en radiobiología en París y en neurobiología en Estocolmo. Ha dirigido durante muchos años el Departamento de Farmacología y Toxicología del CSIC en Barcelona. Como experto en toxicología ha asesorado al gobierno cubano en la epidemia de la neuropatía óptica, a la OMS en el síndrome del aceite tóxico y a la Unión Europea sobre la investigación en programas de salud pública y sobre la Encefalopatía Espongiforme Bovina. Actualmente es subdirector del Instituto de Investigación Biomédicas August Pi i Sunyer del CSIC (Barcelona). Socio fundador de la asociación Científicos por el Medio Ambiente (CiMA), Eduard Rodríguez Farré es coautor (autor principal para ser más preciso), junto al autor de esta nota, de Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente, El Viejo Topo, Barcelona, 2008 (con prólogo, presentación, epílogo y notas finales de Enric Tello, Joaquim Sempere, Joan Pallisé, Jorge Riechmann y Santiago Alba Rico). La entrevista sobre vacunación fue publicada por partes en las páginas de rebelión. Una de las referencias: Una conversación con Eduard Rodríguez Farré sobre vacunas, vacunación y salud pública. “Las vacunas son efectivas para prevenir las enfermedades infecciosas aunque no todas las enfermedades infecciosas pueden tener vacunas". http://www.rebelion.org/noticia.php?id=99869
[3] De hecho, como es sabido, la palabra “vacuna” proviene del término viruela.
[4] Quedó de manifiesto, recuerda AI, en la investigación del Colegio General Médico Británico (GMC), a cuya trascripción tuvo acceso la revista británica BMJ.
[5] Una de las peores y más estúpidas bromas, políticamente muy significativa desde luego, de un programa televisivo de crítica política como “Polonia” (TV3), impensable, todo hay que admitirlo, en otras televisiones públicas y, desde luego, en la mayor parte de las “privadas”, es el tratamiento de las críticas de Teresa Forcades i Vila, a quien presentan como una histérica monotemática que ve por todas partes, se hable de lo que se hable, incluso si se comenta la existencia o inexistencia de números perfectos impares, la conspiración omnipotente y omnisciente de las farmacéuticas. O mejor, como (mal)dicen los guionistas del programa muy serviles en este nudo, mientras hacen temblar estudio y decorados, de las FARMACÉUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUticas.
[6] Grupo que, ciertamente, más allá de descalificacioes poliéticas, alguna sanción deberían merecer.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.