Edición 2011 - Número 249
Javier Armentia Fructuoso
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Por la boca muere el pez)
No sólo se inventó una conexión entre la vacuna triple vírica y el autismo, montando un falso estudio que, sin embargo, se publicó en una revista científica. No sólo permitió que la falsa acusación de peligrosidad de las vacunas creciera y se alentara basándose en ese fraude. Se sabe ahora que además cometió ese fraude científico deliberadamente para crear una oposición a las vacunas y poder así enriquecerse con los previsibles juicios y con sustitutos para la vacuna, según va revelando estas semanas Brian Deer, periodista en el British Medical Journal (BMJ), que ha tomado el caso de las vacunas y el autismo un poco como bandera de que realmente la ciencia sí puede reconocer sus errores y poner de manifiesto las patologías, y denunciarlas. Cierto es que el año pasado The Lancet eliminó finalmente el artículo, al haberse comprobado que no debería haberse publicado nunca porque estaba amañado.
Pero las fases de la historia son terroríficas (siguiendo la entrada de la wikipedia sobre Wakefield). El artículo se publica en 1998, con 12 coautores, y relaciona, en un estudio clínico siguiendo a 12 niños, la aparición de autismo tras la administración de la vacuna para las paperas, sarampión y rubeola. El artículo trascendió la publicación científica e incidió directamente en el público, creando una histeria que ha mantenido un amplio movimiento antivacunas, muchas veces relacionado (ya saben, la evolución los cría y ellos se juntan) con un mundo ecólatra, naturólatra, conspiranoico y etcétera (el tema fue objeto de un análisis amplio en un informe de la revista El Escéptico de ARP Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico, en su número 19 de 2005 -en el enlace está la revista completa en PDF). Lo que no se solía contar es que a partir de la publicación de Wakefield reaparecieron brotes de sarampión en el Reino Unido y en muchos otros países, como pasaba antes de la implantación de la vacuna triple vírica en 1988. En uno de los artículos del informe citado, Ander Izeta comentaba que, cuando aparece ese estudio se estaba a punto de conseguir en el Reino Unido el nivel crítico necesario (según la OMS) para la erradicación de una enfermedad, que es una vacunación del 95% (se estaba en el 91%, alcanzado en 10 años solamente). Wakefiel llevaba ya luchando contra la vacuna unos años, relacionándola con la enfermedad de Crohn. Luego perdió casi 10 puntos.
Una pregunta que uno puede hacerse es si un estudio con 12 pacientes (incluso cuando sea veraz) es suficiente para cuestionar una campaña mundial de vacunación. Algunos pensarán, en ese exagerado principio de precaución que tanto gusta, que sí. En cualquier caso, la comprobación y replica o refutación de un estudio es algo necesario en cualquier caso. Quizá no debiera haberse publicado nunca, y de hecho, el artículo iba con un comentario del director de The Lancet, Richard Horton, en el que se mostraba muy crítico con las conclusiones de los autores. Pero fue un error, porque ese artículo fue usado directamente por movimientos antivacuna, para montar campañas mediáticas que ahora tenían "certificado científico". Los periódicos (sensacionalistas) británicos llevaron la histeria al paroxismo de que en el mismo parlamento se llegó a exigir que el premier Tony Blair confesara si a su hijo le habían vacunado o no. En plena época de eclosión de las vacas locas y demás, esto parecía el comienzo de una pandemia provocada por la desidia o mala fe de la medicina "oficial".
El proceso científico, sin embargo, mostró que no había forma de replicar esa conexión entre autismo y vacuna. Por más que Wakefield dimitiera de su puesto en el Hospital Royal Free por sentirse acosado y por no querer seguir usando un posible veneno llamado vacuna, aunque realmente aprovechó para acabar unos años después en una fundación estadounidense que es el centro del activismo antivacunas: la Thoughful House de Austin, Texas. Mientras tanto, las investigaciones independientes no encontraban la conexión. Pero no solo eso, un periodista del Sunday Times, Brian Deer (en efecto, el mismo que está desmantelando las intenciones de Wakefield en el BMJ) desveló que el hospital donde trabajaba Wakefield había cobrado de una firma de abogados que preparaba unas denuncias contra la empresa que vendía la vacuna triple vírica precisamente para montar una investigación que sirviera de base al pleito. El Consejo Médico británico comenzó una investigación. A la vez, la revista reconocía que el estudio estaba tocado de muerte (fatally flawed) y que si los revisores hubieran conocido la conexión, no habrían permitido su publicación. 10 de los autores del artículo publicaron también un retracto (vid wikipedia) en el que moderaban las interpretaciones, diciendo que no había una relación causal entre la vacuna y el autismo. Deer siguió personalmente investigando todo, y la investigación fue emitida en un reportaje en el Channel 4, contra el que Wakefiel se querelló por libelo (ya saben, esa jodida ley de libelos británica que puede hacer callar la verdad simplemente cuando alguien con pasta se ponga a querellarse contra tí). Como se puede ver en los amplios informes en el propio sitio web de Deer (www.briandeer.com) la querella se suspendió conforme las evidencias iban mostrando la implicación de Wakefield con el montaje de los juicios antivacunación.
Finalmente en febrero de 2010, The Lancet se retracta del artículo y el Consejo Médico prohíbe unos meses después a Wakefield ejercer la medicina. The Times apuntaba ya al fraude detrás de todo el tema, que ahora va cerrándose gracias a la investigación de Deer. Nueve meses antes de la publicación en 1998 del artículo, Wakefiel había comenzado a realizar una serie de patentes con una supuesta vacuna segura contra el sarampión. Previsiblemente, serían interesantes cuando se consiguiera desmontar a la triple vírica por el miedo al autismo... Por otro lado, pantentó también productos que, según él, podrían servir como cura al autismo.
La conducta se va demostrando no solo como científicamente incorrecta, sino delictiva. Y es esperable (y deseable) que la justica se ponga a trabajar sobre todo el caso. Pero el daño real que ha causado a lo largo de estos años ese falso aval científico es de difícil cuantificación. No olvidemos que los sentimientos antivacunación están muy presentes, y que este asunto de Wakefield se queda en la esfera de las noticias científicas y poco interesan a los medios generalistas (a lo más, para servir, una vez más, para levantar dudas de los científicos). El affaire de negocios con los temas de la gripe A del año pasado, claro, tampoco ayuda nada.
(Luis Alfonso Gámez en Magonia ha realizado un constante seguimiento del caso, y el otro día le escuché a América Valenzuela dedicar su Ciencia al Cubo en Radio 5 al tema)
(Artículo publiciado originalmente en la bitácora Por la boca muere el pez)