Edición 2012 - Número 253
Eugenio Manuel Fernández Aguilar
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Ciencia en el Siglo XXI)
«Salió en Andalucía Directo y yo Andalucía Directo me lo creo.»
Esa fue la respuesta de una alumna cuando contaba no sé qué sobre espíritus o exorcismos. Y ella no tiene la culpa (no publicaré comentarios que la ofendan), de hecho, no sabemos quiénes son los culpables. Porque cada día conozco más y más gente que trabaja en televisión y las sandeces que uno escucha en la caja tonta no decrecen. La culpa de que los adolescentes crean en idioteces es de quienes se las cuentan y de quienes no hacen por desmentirlas. Y se la cuentan los adultos, es decir, nosotros, como decía en El mito de la juventud imbécil (que por cierto es la entrada más visitada en el antiguo hosting de Ciencia en el XXI). Y somos nosotros los que tenemos que quitarles de la cabeza al ratoncito Pérez y la creencia en duendes y hadas. Ignorar el problema es una forma de cohecho.
Las televisiones deben cuidar sus contenidos. Pero lógicamente las televisiones son un negocio como otro cualquiera, dirán algunos. No es cierto: están jugando con la educación y la credulidad de la gente. Y esto puede hacer mucho daño. Que personas como Belén Esteban sean admitidas por una gran cantidad de españoles como ejemplo nos pone en el escalón más bajo de la escala evolutiva. Y no lo digo porque ella sea mejor o peor persona (no lo sé), lo digo por su escasa cultura científica (cultura en general). ¿Y si un día dice que comer manzanas podridas cura el cáncer? Pues una marea de ovejitas se ponen a dejar manzanas en la terraza para obtener su cura.
Las cadenas de televisión no son un negocio más: portan la responsabilidad de un pueblo formado y bien informado.