Edición 2012 - Número 253
Javier Cavanilles
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Desde el más allá (más o menos))
Año 2018. Desaparecidos del mapa tras el fracaso de un Reich que debía durar mil años pero apenas cumplió 12, los nazis han vuelto. No se esconden en su base secreta de la Antártida, como creen algunos, ni siquiera han conseguido reorganizarse en Argentina (donde dicen que Hitler se refugió). No. Llevan años maquinando su regreso en un lugar en el que nadie les podía molestar: la Luna.
Para algunos, lo que acabo de decir es más cierto que un edicto en el BOE. Para otros, afortunadamente, pura ciencia ficción. De hecho, es el tema de la sorprendente película danesa Iron Sky (El cielo de hierro) que se estrenará en Finlandia en abril de 2012 (y esperemos que en más sitios). Lo sorprendente no son los magníficos efectos especiales, ni que haya costado casi 6,2 millones de euros, sino que es una película casera parcialmente financiada —a lo largo de 12 años— por fans. Decir esto en España, donde hasta para vender palomitas en los cines quieren subvención, suena a paranormal.
La teoría en la que se basa la película tiene, como siempre, algo de verdad. Al término de la II Guerra Mundial, americanos y soviéticos (también los británicos) se lanzaron a la carrera para llevarse a sus países de incógnito a algunas de las mentes más despejadas (y no me refiero a los calvos) del III Reich. Gracias a que se les dieron papeles falsos es difícil saber cuántos obtuvieron carta blanca a cambio de unirse a la causa. En EEUU, el plan (la famosa Operación Paperclip) fue diseñado a espaldas del presidente Truman por la OSS (la antigua CIA) y su director, Allen Dulles.
El caso más conocido es el de Wernher von Braun, que pasó de diseñar las V2 con las que destruir Londres a ponerse al frente del Marshall Space Flight Center. Sin él, probablemente los americanos no habrían pisado la Luna. Kurt Debus y Arthur Rudolph, dos de sus más cercanos colaboradores, se reciclaron como demócratas de pro, el primero como director del Kennedy Space Center y el segundo como diseñador del Saturno V. No fueron los únicos.
El primero en hablar de bases nazis en la Luna fue el escritor de ciencia ficción Robert Heilen y, aunque non era vero pero sí ben trovato, algunos decidieron creérselo. Después llegaron Louis Pauwels y Jacques Bergier y su libro El retorno de los brujos (1960). Con el rigor que les caracterizaba, el mismo que los estudios que dicen que los móviles provocan cáncer, añadieron al relato la participación de las míticas sociedades secretas nazis Thule y Vril (dos referencias del ocultismo nazi) y la bola siguió creciendo. Lo de ‘bola’ pretendía que fuera una metáfora.
Al final la cosa quedó en que, cuando la II Guerra Mundial llegaba a su fin, los brujos al servicio del III Reich aprovecharon la tecnología que les había transferido una raza de arios siderales para preparar su regreso. Lo primero fue trasladarse a la Antártida, en busca de tranquilidad supongo, y luego dieron el salto a la Luna con unos platillos volantes (el Haunebu II Do-Stra, mucho mejores que los anteriores JFM y RundFlugZeug, que no llevaban airbag) impulsados por una extraña fuente de energía (creo que la gravedad negativa o la fuerza electromagnética, depende del pirado que cuente la historia) que sólo conocían ellos.
Por increíble que pueda parecer, la Humanidad seguía sin tomarse en serio esas hazañas bélicas, lo que no impidió que proliferasen como hongos sus defensores (aunque no todos se creían lo de las bases lunares). Quizás el más famoso fue el canadiense Ernst Zündel, revisionista filonazi y negador del Holocausto. Fue él quien difundió una serie de documentos que, según se creía, habían sido destruidos por los rusos, aunque lo sensato es pensar que nunca existieron. Zündel (alias Christof Friedrich), habitual de las cárceles de medio mundo, publicó varios libros sobre el tema que gozaron de gran aceptación.
Muchos ufólogos (entre ellos Javier Sierra en el programa que realizó para RTVE titulado Enigmas. Historias Increíbles en 2008) han dado pábulo a estas sandeces olvidando que Zündel (curiosamente, de ascendencia judía, algo que siempre ocultó) fue editor de algunos de los libros más destacados de la literatura revisionista. La pregunta es ¿saben los misteriodistas su currículo? La respuesta es sí, o no serían los grandes investigadores que pretenden ser, pero les importa un bledo con tal de vender. ¿Y cómo sé que Zündel mentía? Pues porque lo reconoció él en su web:
"Sé que he descubierto una gran herramienta publicitaria con este tema, el cual me ha permitido disfrutar de promoción gratuita en radio y televisión para exponer otros temas 'políticamente incorrectos' a una audiencia más amplia... (...). Los libros sobre ovnis también tuvieron un importante papel político gracias a los mensajes escondidos e imposibles de comunicar de otra manera, como el programa del partido Nacional Socialista o el análisis de Hitler de la cuestión judía... Todo eso, ¡y además hice un buen montón de dinero!".
Dinero que, por cierto, sirvió para invertir en la publicación de La mentira de Auschwitz, El error de los seis millones, ¿De verdad murieron seis millones? y demás basura filonazi que ha permitido dar oxígeno al antisemitismo durante años.
Hacer, sin medios, una película de ciencia ficción sobre los nazis lunares (o lunáticos) no me parece criticable. Aprovechar el sufrimiento de las víctimas del genocidio para sacar tajada no tiene nombre. Si algunos tuvieran vergüenza se les caería la cara. Pero la tienen muy dura. No digo nada nuevo.
URL: http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/desde_el_mas_alla/2011/10/16/la-ven…