Edición 2012 - Número 254
Aula Cultural Radio Campus de la Universidad de La Laguna
¿Cómo surge la idea de hacer un libro dedicado al Tarot?
La verdad es que fue un poco por casualidad. Le propuse a Serafín Senosiáin, de la editorial Laetoli, otros temas (entre ellos las conspiranoias), pero él estaba buscando alguien que escribiera sobre el Tarot. A mí el tema me interesaba desde que leí A wicked pack of cards, que es sin duda el mejor libro que hay sobre la baraja maldita, y siempre me extrañó el escaso interés que hay por saber de dónde venía. La gente lo asociaba con la adivinación, cuando la verdad es que su origen es el mundo del ocultismo. Así fue como nació el libro.
Sin embargo, esta no ha sido tu primera incursión en el campo de la divulgación del pensamiento crítico. Hace unos años vio la luz Los caras de Bélmez, un trabajo realizado junto a Francisco Máñez, en el que se retrata uno de los relatos más casposos del maguferío patrio. Después de ese libro, ¿cómo se queda el cuerpo al ver que se consiguen fondos públicos para financiar tamaño despropósito?
La verdad es que es para llorar. El famoso ‘Centro de Interpretación de la Caras’, que pretende ser un museo, no es más que una excusa para conseguir fondos europeos. De hecho, no consta que el Ayuntamiento o la Diputación de Jaén vayan a aportar los recursos que prometieron. De momento, la construcción se ha iniciado y no hay rastro de ese dinero, así que sería interesante ver si es legal.
Además, el pretendido museo no es más que un par de salas de un edificio más grande en el que se pretende mostrar una mínima parte del material disponible y, por supuesto, sólo aquel que sostenga la tesis de que hay algún misterio. Comprendo al pueblo, que agoniza económicamente, pero es impresentable que las autoridades públicas se presten a eso. Si fuera un inversor privado tendría un pase, pero dedicar más de 600.000 euros (de momento) a eso es increíble. Y lo más irónico es que se construirá sobre la antigua escuela de pueblo. Como metáfora del triunfo de la estulticia humana no se me ocurre ninguna mejor.
Los echadores de cartas, los/las caras en las paredes, ¿por qué unos misterios tan burdos son sin embargo tan resistentes?
Creencias extrañas ha habido siempre y seguirán existiendo, pero en estos casos –y otros como los ovnis, el yeti…- el papel de los medios de comunicación es fundamental. Se habla con total normalidad de parapsicólogos –cuando en ninguna universidad del mundo existe el título- o de videntes como si tuvieran poderes. A veces, aparece la expresión “presunto vidente” cuando alguno está implicado en un asunto extraño o ilegal, como si existieran los videntes de verdad. Eso, sin contar los Octavios Acebes, Brujas Lolas… que no sólo aparecen en saraos como si fueran tipos respetables, sino que hay canales dedicados a estafar mediante el esoterismo, revistas que se nutren de publicidad de productos milagro… y no pasa absolutamente nada. Si, por ejemplo, los horóscopos sólo salieran en Año Cero, Enigmas o similares no pasaría nada, pero es que incluso salen en diarios de información general. No sólo creer en estas cosas no pasa factura social, sino que algunos incluso alardean. A veces, los adivinos están mejor vistos que los científicos, que parecen señores muy malos y vendidos a oscuros intereses. Hay una preocupante tendencia que consiste en tratar la ciencia como si fuera patrimonio de cuatro eruditos y el mundo paranormal, a veces, se presenta como un ejemplo de la inteligencia popular.
En el libro dedicas un apartado específico a realizar una crítica bastante dura acerca del tratamiento legal y jurisprudencial que se hace a este tipo de prácticas. ¿Crees que, efectivamente, debería plantearse la prohibición y la sanción penal (por estafa, por ejemplo) de estas actividades? ¿o la sanción civil relacionada con la publicidad engañosa que mueve a contratar?
Yo no estoy a favor de prohibirlo, simplemente que se cumpla la ley. Y la verdad es que no se cumple. Un ejemplo es el famosos bífidus y otras cosas parecidas, cuyos efectos están por demostrar. Eso ha obligado a empresas muy conocidas a modificar su publicidad y la forma de venderlos ante la amenaza de sanciones. Pero si vendes una pócima que cura el sida no pasa nada, y si es en negro, sin pasar por Hacienda, tampoco. Una persona que anuncia que tiene poderes está vendiendo un producto que no tiene, y debería ser sancionada, pero no ocurre. Tienen bula, como los que venden cosméticos que prometen la eterna juventud, no hay que olvidarlo. Pero, en general, la ley se cumple. Si vendes una televisión de cartón y dices que no funciona por la malas energías del comprador se te cae el pelo. Creo que la administración de justicia no se toma en serio el peligro potencial de estas creencias, y sólo hay que ver que cada dos por tres se desmantelan redes de proxenetas que amenazan a mujeres con vudú. Lo paranormal puede ser muy peligroso pero no hay conciencia.
En el tema de los llamados productos milagro y de otras prácticas contractuales donde el receptor del servicio está a merced del prestador, queda patente un doble nivel en la figura del consumidor. Por un lado es refractario a ciertas prohibiciones (quiere poder probar) pero por otro desea las seguridades de que los efectos negativos de ese libre albedrío no le van a afectar. ¿Cuál crees que sería la mejor regulación? ¿La prohibición para evitar cualquier daño potencial o la libertad de elección con asunción de todas las consecuencias?
Hay productos que son nocivos, así que hay que prohibirlos de la misma manera que hay normas que regulan la seguridad en el trabajo, la calidad de los productos que llegan a los supermercados o impiden utilizar amianto. Hay otros –pienso en la homeopatía- que son simples pastillas de azúcar y son inocuos (salvo cuando sustituyen a un medicamento que funciona). Yo no digo que no los vendan, pero lo que no tiene sentido es llamarles parafarmacia o complementarios como si eso fuera algo más que palabrería. Si hay que dejar que la gente los compre, que sea en lugares específicos, de la misma manera que en Holanda puedes comprar marihuana en un coffe shop, pero no en otros sitios. Y sobre todo que se impida que se anuncien como si tuvieran poderes terapéuticos. Eso es publicidad engañosa y la ley es bastante clara. El cianuro quita el dolor de cabeza con mucha más efectividad que cualquier otro producto, pero entraña otros pequeños riesgos. Ahora, si alguien quiere probar, lo único que podemos hacer es aconsejarle que se lo piense mejor. El tema de la libertad de elección es muy discutible: la gente los prueba por que le han dicho que funciona y eso es mentira. Si le dijeran la verdad, muy pocos lo probarían. La libertad de elección no existe sin información veraz, y eso es lo que falta.
Hace unas semanas se anunció en los medios de comunicación la muerte de Steve Jobs. Nadie ha puesto en cuestión su condición de genio tecnológico, pero también se ha retratado su querencia por ciertas prácticas denominadas alternativas, así como las implicaciones de ciertas elecciones en ese sentido en el desarrollo de la enfermedad que le aquejó durante los últimos años de su vida. Ejemplos como éste son indicativos de que cualquiera puede caer en las redes de las pseudociencias pero ¿no pueden acabar siendo también munición para justificar su posible utilidad?
Por supuesto, y eso es lo triste. Jobs murió prematuramente ya que al preferir optar por curanderos retrasó el tratamiento de su enfermedad. Pero pronto han salido los expertos de turno diciendo que lo que le mató fue la quimioterapia y el tratamiento alopático al que se sometió, y que si hubiera seguido quemando incienso ahora estaría hecho un roble. El que quiera seguir creyendo se aferrará a esta tesis. Es lo que pasa cuando uno va al doctor y, paralelamente, consume productos homeopáticos. Son más caros y el que se los vende –un embaucador profesional- tiene más tiempo para dedicarle, así que el paciente suele atribuir su recuperación, al menos en parte, a la charlatanería.
Actualmente publicas en una bitácora alojada dentro de la página del diario El Mundo. Sigues manteniendo el tono irónico y contundente a la hora de referirte a las pseudociencias y sus practicantes. ¿Qué reacciones percibes desde "el otro lado"? ¿Crees que después de la experiencia del SEIP, le quedan ganas a alguno de intentar defender el derecho al honor de los habituales del mundillo paranormal?
Dicen lo de siempre: que no tengo ni idea, que me lo invento, que soy la cuota del periódico para contentar a los escépticos… Lo de defender el honor, sólo hay que ver el caso del profesor Fernando Cuartero, que tuvo que sentarse ante el juez por llamar “vulgares estafadores” a unos espiritistas que eran unos jetas de proporciones bíblicas y utilizaron el nombre de la Universidad de Castilla la Mancha para promocionarse. Se libró en parte gracias al recurso, cuando es evidente que gracias a él se impidió que mucha gente fuera engañada. En EEUU hay muchos libros sobre ‘con men’ (engañadores profesionales), algunos en primera persona y dando consejos. Uno de ellos es no reconocer jamás la derrota e ir de dignos pase lo que pase. Si alguien les cree son la siguiente víctima. Pedro Amorós, por ejemplo, sigue sin reconocer que perdió el juicio (en sentido jurídico) y que en cuatro ocasiones (el juicio, los recursos y la demanda de medidas cautelares) le impusieron el pago de las costas. Hoy tiene más seguidores que hace unos años y sigue igual. Hace poco hasta salió en un programa de televisión española como gran experto en la materia.
¿Qué dirías a aquellas personas que te están leyendo para recomendar la lectura de tus libros, de tu bitácora, etcétera?
Creo que soy la prueba evidente de que no hace falta ser muy listo ni tener grandes conocimientos de ciencia para darse cuenta de que todo esto es un timo y que te puedes reír mucho si no te lo tomas en serio. Lo paranormal, en su sentido más amplio, forma parte del ser humano. Siempre nos hablan de los grandes hombres como Einstein, Gandhi, Mme. Curie… pero no hay que olvidar que son excepciones. Lo que más hay en el mundo son chiflados o, al menos, gente que se equivocó y de ellos también se aprende. Además yo intento analizar los fenómenos paranormales más como relatos literarios (no sé si leyendas o cuentos chinos) que como desviaciones de la ciencia. Y con los mismos elementos que utilizan los magufos para sus historias, introduciendo pequeñas variaciones, te das cuenta de que son ridículos.