Edición 2012 - Número 254
Salvador López Arnal
(Artículo publicado originalmente en la página Rebelión.org)
Un informe fechado el 27 de octubre de 2011 ha confirmado lo que muchos intuíamos razonablemente desde hace meses, desde la hecatombe nuclear nipona.
Según informa EFE [1], el Instituto de Investigación de Seguridad Nuclear de Francia (IRSN), un organismo público del país vecino, la máxima autoridad en investigación sobre seguridad nuclear de Francia, ha señalado que el accidente nuclear del pasado mes de marzo “provocó la mayor contaminación radiactiva marina localizada de la historia” [1 ]. ¡La mayor contaminación localizada!, vale la pena resaltarlo.
El IRSN ha interpretado los resultados de la medición de cesio-137 en el agua del mar y ha actualizado su estimación de la cantidad total de ese elemento "vertida directamente en el mar entre el pasado 21 de marzo [diez días después del accidente] y mediados de julio". No hay datos sobre vertidos posteriores, que, sabido es, se han seguido produciendo.
La conclusión del informe: "Ese desecho radiactivo en el mar representa el aporte localizado más importante de radioisótopos artificiales [no se habla aquí de la radiactividad natural] jamás observado en el medio marino". Jamás es jamás. La localización de la planta en la cercanía del mar, por motivos básicamente económicos según señalaron y justificaron en su día la Unión de Científicos Concernidos, "ha permitido una dispersión de los radioisótopos excepcional, con una de las corrientes más importantes del globo que aleja las aguas contaminadas hacia el océano Pacífico". Los resultados de medición obtenidos en el agua de mar en los sedimentos costeros, se afirma en el informe, hacen suponer, solo suponer, “que las consecuencias del accidente en términos de 'radioprotección' se volverán débiles para las especies pelágicas a partir del otoño de 2011". A partir de este momento, de otoño de 2011, no antes.
Como era previsible, la contaminación más importante se produjo inmediatamente después del accidente, consecuencia del vertido de aguas contaminadas que provenían de los cuatro reactores dañados, con fusión del núcleo en los tres primeros, por el terremoto. En las inmediaciones de la central llegaron a registrarse concentraciones de millares y millares de becquereles (núcleos radiactivos sin desintegrarse) por litro para el cesio 134 y 137. La contaminación fue disminuyendo progresivamente hasta caer hacia mediados de julio por debajo de los límites de detección de cinco becquereles por litro, los empleados en mediciones de seguridad nuclear.
No hay que tranquilizarse sin embargo. El organismo francés ha señalado también que una polución significativa del agua de mar sobre el litoral próximo a la central accidentada “podría persistir en el tiempo a causa del aporte continuo de sustancias radiactivas transportadas hacia el mar por los arrastres de las aguas de la superficie a su paso por suelos contaminados”.
De hecho, los resultados de las recientes mediciones muestran “la persistencia de una contaminación de especias marinas, principalmente peces, pescados en las costas de la prefectura de Fukushima". Por todo ello, está "justificado que se mantenga la vigilancia a las especies marinas" y que se tomen muestras de éstas en las aguas cercanas.
Esta es también una de las “externalidades” de un industria que, se dijo hasta el cansancio, era segura, fiable, económica, no contaminante y pacífica. ¡Vaya cuento de cuentistas que han sacado y sacan enormes beneficios de una apuesta fáustica irracional y socialmente irresponsable!
Nota:
[1] Público, 28 de octubre de 2011, p. 41
Salvador López Arnal es coautor, junto a Eduard Rodríguez Farré, de Casi todo lo que usted desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente. El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2008.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.