Edición 2012 - Número 254
Francisco Blázquez
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Blog del Instituto Pedro de Valdivia)
Cuestionar la evolución de los seres vivos en pleno siglo XXI nos devuelve a aquellos momentos de la historia en los que las respuestas sobre la Naturaleza se encontraban en La Biblia, en el brujo de la tribu o en los astrólogos del faraón. Nadie en su sano juicio y mínimamente formado en ciencias cuestiona hechos como la esfericidad de La Tierra, nuestro lugar en el sistema solar, el papel de los microorganismos en muchas enfermedades o la teoría de la gravitación. Pero, por diversas razones, la evolución es una cuestión bien distinta.
Hace varios días, animado por un colaborador de este blog, decidí ver el último programa de Lágrimas en la lluvia (Intereconomía) que en esta ocasión se ocupaba de la teoría de la evolución. Empezó con dos preguntas clave: «¿Se apoya esta hipótesis [la teoría de la evolución] en auténticas evidencias? ¿No creen que tras esta hipótesis científica [la teoría de la evolución] se oculta en realidad un postulado de filosofía materialista?»; y finalizó citando un texto de Darwin que ligaba darwinismo y eugenesia. Durante la hora y media que transcurrió entre esos dos momentos, el conductor del programa, el escritor Juan Manuel de Prada, dos sacerdotes teólogos, José Antonio Sayés y Manuel Carreira (este último, además, físico), y el profesor de filosofía de la UCM, José Miguel Gambra (véanse algunas de sus credenciales: 1, 2, 3), expresaron dudas o se opusieron a aspectos concretos o globales de la teoría de la evolución, del darwinismo y del neodarwinismo.
Los únicos argumentos biológicos en favor de la evolución vinieron del cuarto tertuliano, el catedrático de genética de la UAH Nicolás Jouve de la Barreda, que, aunque abogó por una intervención divina en el origen de la vida, era el único representante que pudo señalar algunas pruebas biológicas que avalan el proceso evolutivo.
Juan Manuel De Prada nos devolvió una visión aristotélica de los seres vivos argumentando la imposibilidad del cambio de substancia de una especie a otra. El concepto de substancia no se enseña en ninguna facultad de biología del mundo porque el esencialismo hace mucho que se desterró del pensamiento científico. También anotó el ilustre escritor que no se han encontrado especies de transición entre unos grupos y otros, ante la réplica del genetista con varios ejemplos, afirmó que estos no probaban nada y sacó a pasear al ornitorrinco con esa maravillosa descripción de animal hecho de retales que encontrábamos en los cromos de la infancia (no recuerdo si eran de chicles o de sobres). Naturalmente, el ornitorrinco no ofrece ningún problema a la biología evolutiva, todo lo contrario es un mamífero monotrema fascinante por tener características reptilianas (porque en la versión científica del problema los mamíferos proceden de reptiles). Este animal forma parte de la colección de argumentos del creacionismo (4), y de esa literatura estaban bien empapados tanto De Prada como el profesor Gambra, quien reconoció que sus objeciones pertenecían a obras alternativas al «staff científico dominante».
La ignorancia biológica fue desplegada con erudición filosófica y teológica, de tal forma que los telespectadores que no estuvieran versados en el problema llegarían a pensar que la ciencia no tiene muy claro eso de la evolución. Ignorancia como la que yo mostraría al afirmar alegremente que la lengua en la que estoy escribiendo no procede del latín, y que no guarda relación alguna con esas que los lingüistas —también empapados de filosofía materialista—, llaman lenguas romances. Espero que nadie argumente con las similitudes fonéticas, léxicas y morfológicas entre estas últimas y el latín, porque ya dijo De Prada (y algún otro de sus contertulios) que eso no indica un origen común. Que los seres vivos compartan un mismo patrón molecular y celular, procesos bioquímicos y genes, o que la estructura ósea de las extremidades de los vertebrados tetrápodos (lo que incluye a ranitas de San Antonio, dragones de Komodo, seres humanos y también ornitorrincos) sea la misma, tampoco tiene ningún significado. Todo es producto de la filosofía materialista que quiere hacernos descender y conectar a todos los seres vivos.
Y que nadie argumente (continúo con el ejemplo de nuestra lengua) señalando la importancia de textos en castellano antiguo, la mera sucesión temporal de escritos cada vez más similares a la lengua actual no constituyen ninguna evidencia, como tampoco puede deducirse nada de las llamadas series filogenéticas de fósiles que presentan rasgos más parecidos a las formas actuales a medida que nos acercamos al presente. Pura filosofía materialista.
Las evidencias que pedía De Prada en su programa no pueden existir puesto que no disponemos de la famosa máquina del tiempo de Wells, y no podemos, nunca podremos, ver y filmar la transformación de una especie o la aparición de un grupo nuevo dado que estos procesos llevan cientos de miles (en la mejor de las estimaciones) o millones de años. Dejando de lado la evidente transformación producida por la selección artificial humana en animales y plantas durante los últimos 10.000 años, en el siglo y medio de biología evolucionista ha quedado claro el mecanismo de la herencia y la fuente de variabilidad genética que genera diversidad en las poblaciones, sobre ella actúa la selección; existen numerosas pruebas relacionadas con la distribución de los seres vivos en el planeta (biogeografía) y anatómicas que muestran caracteres ancestrales en organismos actuales (pelvis en ballenas, coxis en humanos…). Al mismo tiempo se han realizado experimentos y observaciones que muestran cambios por selección natural en poblaciones naturales y se cuenta, además, con un importante registro fósil que ha aportado ejemplos de formas de transición entre grupos (como Archaeopteryx y Tiktaalyk) y series filogenéticas, como la del caballo, y un largo etcétera que será objeto de futuros artículos en este blog.
Contra la sinrazón es muy difícil luchar especialmente si la cuestión es compleja, si están en juego ideas religiosas o si quienes la predican lo hacen con erudición ante un público que tal vez pueda pensar que es una diferencia de opiniones basadas en distintas “creencias”. La ciencia no es un sistema de creencias, ofrece explicaciones sobre el mundo y todas ellas son materialistas y pertenecen al orden de lo natural. Dios, el alma o el Monstruo del Espagueti Volador no son “realidades” comprobables por la ciencia y, por tanto, no pueden utilizarse en las explicaciones. La ciencia formula hipótesis que son puestas a prueba mediante experimentos y observaciones, y cuando el conjunto de hipótesis contrastadas es muy alto, se convierten en teoría. Es el caso de la teoría de la gravitación tras tres siglos y medio, el de la relatividad tras un siglo o el de la teoría de la evolución desde 1858.
URL: http://blog.iespedrodevaldivia.net/2012/02/01/lagrimas-en-la-ciencia/