Edición 2012 - Número 254
Javier Armentia Fructuoso
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Por la boca muere el pez).
Alan Turing nació hace un siglo, en 1912. Posiblemente sólo a unas pocas personas les resulte un nombre conocido: pagamos con el olvido a quienes nos han cambiado la vida. La máquina universal que ideó este matemático y que se dedicaba simplemente a cambiar unos y ceros basándose en órdenes lógicas colocadas secuencialmente es el modelo por el cual ahora funcionan (con la ayuda del trabajo de muchas otras personas que tampoco recordamos habitualmente) los ordenadores que están por todos los sitios. Trabajó años después en ese problema casi filosófico de si los ordenadores pueden llegar a pensar, acaso a ser conscientes de que realmente piensan. Además, durante la II Guerra Mundial había colaborado en Betchley Park con el gobierno británico para descifrar los códigos secretos del enemigo. Posiblemente con esto les suene un poco: el test de Turing o la máquina Enigma son parte del imaginario cultural de finales del siglo XX, pero quedan como asuntos impersonales; raras veces pensamos en las personas que estaban detrás de ellos.
La cosa es que aparte de todo esto, suficiente como para recordarlo en su centenario a lo grande, lo mismo no han oído hablar demasiado de Alan Turing porque tuvo la mala suerte de vivir en un país donde ser homosexual era delito. En 1952 le dieron a elegir entre la castración química o ir a la cárcel. Eligió lo primero y acabó suicidándose. En 2009 el gobierno del Reino Unido pidió perdón a la memoria de Turing y los miles de homosexuales que sufrieron por esas leyes horribles. Sin embargo, la acción popular no ha conseguido que el parlamento admita su indulto. Algo habrá que sigue abierto el odio...
Ya que la homofobia sigue tan impune por el mundo, e incluso en países como el nuestro donde derechos reconocidos universalmente como el matrimonio gay son ya abiertamente cuestionados por los gobernantes, conviene recordar que 2012 es el Año Turing. Por la ciencia y por las libertades básicas. Dos cosas que se olvidan demasiado fácilmente en estos tiempos.