EDITORIAL Nº
1 DE LA REVISTA EL ESCÉPTICO
Apuesta
por la razón
Es posible adivinar el futuro? ¿Visitan la
Tierra seres de otros planetas? ¿Convivió
el ser humano con los dinosaurios? ¿Está
próximo el fin del mundo? ¿Ha demostrado
la NASA que Jesucristo resucitó? ¿Es
peligroso viajar por el triángulo de las Bermudas?
¿Tiene Satanás debilidad por la España
profunda? ¿Hay gente capaz de operar sin causar
dolor ni cicatriz alguna? ¿Está el futuro
escrito en las estrellas? ¿Existen las casas
encantadas? ¿Se pueden doblar cucharas con
el poder de la mente? ¿Es posible comunicarse
con el mundo de los espíritus? ¿Dejó
Dios escrito en la Biblia el pasado y el futuro de
la humanidad? ¿Son las pirámides egipcias
obra de seres venidos de otros mundos? ¿Se
manifiestan los espíritus a través de
la ouija?
Los quioscos están
llenos de publicaciones que responden sí a
todas estas preguntas y mantienen que vivimos en un
mundo plagado de misterios, de enigmas fuera de toda
lógica. En las librerías, los desvaríos
de ufólogos, parapsicólogos, curanderos
y todo tipo de mercachifles ocupan mayor superficie
de exposición que las obras de divulgación
científica. En la radio, los brujos han sustituido
a Elena Francis y abunda un tipo particular de profesor,
aquél que no ha dado una clase en su vida,
pero es experto en ciencias ocultas. Y la televisión
es, obviamente, el medio que mayor propaganda ha hecho
a las sandeces propaladas desde hace años por
un largo etcétera de profesionales de lo oculto.
Ésta es la triste realidad, pero no hay por
qué plegarse a ella.
Obviamente, es imposible
demostrar la no existencia de la telepatía,
el más allá, el monstruo del lago Ness,
los platillos volantes, la cirugía psíquica
o los viajes astrales; como es imposible demostrar
la no existencia de los Reyes Magos, el ratoncito
Pérez, Papá Noel, las hadas o el ángel
de la guarda. El problema estriba en que, hasta el
momento, nadie ha presentado evidencias que confirmen
la existencia de alguno de los llamados fenómenos
paranormales. Y, en ciencia, el peso de la prueba
recae sobre aquél que propugna la realidad
de algo. Aún así, una gran parte de
la opinión pública está convencida
de la autenticidad de unos hechos que tienen mucho
menos fundamento que la esperada visita anual de Melchor,
Gaspar y Baltasar.
En EL ESCÉPTICO,
el lector encontrará radiografías de
algunas de las creencias más comunes, disparatadas
y peligrosas, así como pruebas de cargo contra
los más renombrados charlatanes. El gigantesco
negocio de lo paranormal se basa, y quien lo niegue
es que no conoce los entresijos de ese mundillo, en
el abuso sistemático de la buena fe del público.
Es cierto que algunos estudiosos de lo oculto creen
en lo que predican, pero no es menos verdad que la
mayoría es consciente de que lo que dice y
escribe es, simple y llanamente, mentira. La caza
de charlatanes es, por consiguiente, una actividad
ecológica, que pone en guardia a la sociedad
frente a los vendedores de misterios prefabricados.
Es preciso denunciar la falta de fundamento de los
supuestos hechos paranormales para intentar sacar
a los investigadores de su error, si creen en lo que
dicen, o ponerles en evidencia ante la opinión
pública, si son meros mercaderes de lo oculto;
y para propiciar que si alguien investiga lo paranormal,
lo haga siguiendo el método científico,
el único mecanismo válido para aprehender
la realidad de manera objetiva.
Afirmaciones extraordinarias
requieren pruebas también extraordinarias.
Precisamente, lo que falta en la literatura esotérica,
plagada de tesis sensacionales, pero en la que la
evidencia brilla por su ausencia. Los cultivadores
de lo oculto no han presentado todavía ninguna
prueba que demuestre que sus afirmaciones son algo
más que productos de mentes imaginativas o
sujetos sin escrúpulos. El mundo de lo paranormal
es un gigante con pies de barro que se escuda en el
pretendido inmovilismo de la ciencia oficial para
justificar su marginalidad. Los practicantes de la
ufología, la parapsicología, la astrología
y todas las logías disparatadas que a uno se
le puedan ocurrir están convencidos de que
los científicos jamás aceptarán
sus pruebas porque eso supondría socavar los
cimientos del saber contemporáneo. Se equivocan.
Como se equivocan cuando acusan a los representantes
de la llamada por ellos ciencia oficial -ciencia no
hay más que una, y los adjetivos sobran- de
practicar una perversa endogamia que les impide arremeter
contra la falsa ciencia, y contra las argumentaciones
de todo tipo basadas en auténticas falacias,
con la misma fuerza con que lo hacen contra la pseudociencia.
Los escépticos no negamos la posibilidad -improbable,
cierto es- de que haya extraterrestres que nos visiten,
vida después de la vida u otras cosas sorprendentes,
pero no aceptamos las afirmaciones gratuitas. Los
credos son credos, y nada más, mientras no
se demuestre lo contrario. Y si alguien nos intenta
vender gato por liebre, como hacen todos los meses
las revistas esotéricas, estamos en nuestro
derecho de denunciar tal fraude.
Pero no hay que engañarse,
no hay que limitar el pensamiento crítico sólo
a lo más evidentemente aberrante. De ahí
que esta revista recoja el testigo de La Alternativa
Racional con el objetivo de someter a análisis
escéptico no sólo lo paranormal, sino
todo conocimiento situado en el límite del
saber científico y toda afirmación que
se sustente en él, en la pseudociencia o en
la falsa ciencia. Un campo muy amplio que abarca desde
la ecología o la medicina hasta la ideología,
hasta las doctrinas políticas que hacen un
uso partidista y tergiversador de la historia, la
arqueología o la antropología. Porque
quienes predican la irracional superioridad de un
grupo humano sobre otros son tan peligrosos como quienes
siembran la desconfianza hacia la ciencia. Unos y
otros abogan por la suspensión del espíritu
crítico, por adocenar a la opinión pública.
Exactamente, lo contrario que estas páginas.
Fomentar la reflexión
y la duda
El movimiento escéptico
español reclamaba desde hace tiempo una mayor
amplitud de miras. Surgió, hace ya trece años,
con el objetivo de plantar cara a quienes fomentan
la superstición y la irracionalidad a través
de las pseudociencias, y en la actualidad se ha afianzado
como una fuente de información fiable y rigurosa,
a la que los medios de comunicación recurren
cada vez con mayor frecuencia cuando quieren contrastar
la verosimilitud científica de algo extraordinario.
Hoy en día, es habitual que miembros de ARP
acudan a debates televisivos para poner los puntos
sobre las íes, separar el grano de la paja
y que no se engañe impunemente al público.
Un logro que no se hubiera alcanzado sin el esfuerzo
y la dedicación de conocidos escépticos
que, en ocasiones, han sido objeto de campañas
de descrédito orquestadas por los fabricantes
de paradojas, campañas que han contado con
la interesada complicidad de la prensa paranormal,
donde se ha llegado a tildar a ARP de organización
poco menos que afín a movimientos violentos
o vinculada al Cesid. Todas estas memeces -hay que
decir las cosas como son-, todos estos ataques lanzados
desde las trincheras de lo irracional, demuestran
la fuerza que en los últimos años han
cobrado en España los escépticos organizados.
Y, es más, nos indican que vamos por el buen
camino: la denuncia del fraude sistemático
en que incurren los mercaderes de lo oculto -preséntense
como periodistas especializados, investigadores de
laboratorios que nadie conoce o adivinos del más
variado pelaje- es, y ha de seguir siendo, uno de
los principales objetivos de ARP.
Todavía, sin embargo, hay mucho que hacer.
Hay que acabar con las falacias a las que se agarran
los charlatanes pseudocientíficos para defender
su presencia en los medios de comunicación
y para no ser objeto de chanzas, la principal de las
cuales es argüir que todas las ideas son respetables
y tienen el mismo derecho a ser defendidas. No, no
es verdad. No todas las ideas son respetables. Las
idioteces no son respetables; son idioteces. Y, a
veces, peligrosas. Cuando un pseudoarqueólogo
aventura que algunas razas humanas descienden de extraterrestres
y otras no, está haciendo un nada sutil ejercicio
de racismo, y el racismo no es respetable, y hay que
denunciarlo. Al igual que, cuando el director de una
revista de gran tirada indica a un enfermo de cáncer
que ese tipo de patología "tiene un origen
psicoemocional" y le aconseja ponerse en manos
de un sujeto que practica las denominadas terapias
regresivas, "estar rodeado de esferas -cuantas
más, mejor- sin importar el material",
o probar "con la gemoterapia, ya que los cristales
de cuarzo son muy efectivos", hay que informar
de tal barbaridad a las autoridades sanitarias. Y
que -podíamos seguir, pero el espacio es limitado-,
cuando un líder político manipula la
historia o la biología para justificar la singularidad
del grupo humano al que pertenece y entusiasmar así
a su electorado, hay que alertar a la sociedad del
peligro que tal actitud entraña: en la Alemania
nazi, desembocó en el holocausto judío;
en la antigua Yugoslavia, en la limpieza étnica,
término cuya utilización es ya de por
sí perversa.
La tarea que ARP - Sociedad
para el Avance del Pensamiento Crítico encara
en esta nueva etapa de su historia es, como puede
verse, ingente. El pensamiento crítico tiene
muchos flancos que cubrir, desde los puramente folclóricos
hasta los más sutiles y potencialmente más
peligrosos, y no ha de descuidar ninguno. Este amplio
horizonte de actuación precisa de escépticos
comprometidos que no duden en denunciar todo tipo
de disparates y estén dispuestos a trabajar
juntos para poner freno a la sinrazón y empujar
a sus conciudadanos hacia la reflexión. Porque
sólo una opinión pública con
auténtica capacidad de discernimiento es capaz
de elegir con libertad su devenir sin la necesidad
de salvapatrias o guías espirituales. Para
evitar que gran parte de la población caiga
en las redes de los adalides de la sinrazón,
es fundamental que la presencia de ARP en la Universidad
española y en los medios de comunicación
sea cada vez mayor. El principal activo de toda sociedad
es la juventud y es vital apartarla de la droga de
lo paranormal, de los traficantes de misterios: hay
que presentar el conocimiento científico como
algo más atractivo que las ficciones de los
fabricantes de paradojas.
EL ESCÉPTICO
nace con la vocación de convertirse en el medio
de expresión de todos aquéllos que abogan
en el mundo de habla hispana por el imperio de la
razón, por el librepensamiento. Quiere ser
una publicación rigurosa y divertida, con espacio
para el análisis científico, el razonamiento
filosófico y el humor. Y persigue un objetivo,
compendio de todos los apuntados: fomentar la reflexión
y la duda, porque sólo el pensamiento crítico
hace ciudadanos realmente libres.