ALAN SOKAL: LA DEFENSA DE UNA COSMOVISIÓN CIENTÍFICA FUNDAMENTADA EN LA EVIDENCIA FRENTE A LOS ENEMIGOS DE LA RACIONALIDAD

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Alan Sokal:
La defensa de una cosmovisión científica
fundamentada en la evidencia frente a los
enemigos de la racionalidad
Manuel Corroza
ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico
El pasado jueves 30 de marzo, el físico estadounidense Alan Sokal impartió en el auditorio de la
Fundación Ramón Areces de Madrid una conferencia sobre la ciencia. Su título, «¿Qué es la ciencia y
por qué nos debe importar» (What is science and why should we care1), no dejaba lugar a dudas sobre las intenciones del ponente.

S

okal. ¿Recuerdan ustedes? Ese anónimo aunque competente científico neoyorquino saltó a
la fama en 1996 por la publicación de un artículo esperpéntico en una ilustre revista de estudios
sociales. El texto —«Transgredir las fronteras: hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad
cuántica»2— no era más que un montón de baratijas
lingüísticas engarzadas como las cuentas de un collar
picassiano, una almazuela de términos científicos y
filosóficos cosidos con hilo grueso y sin ningún respeto por la combinación de colores. Un despropósito
semántico, un ponche posmoderno con rodajas indigeribles de relatividad cuántica, topología diferencial
y hermenéutica metacientífica. Todo lo que podamos
imaginar.
El carácter paródico y burlesco del trabajo de Sokal
no tardó en salir a la luz. Pocos meses más tarde apareció otro artículo en varias revistas, en el que Sokal
destapaba sus verdaderas ideas y en las que ofrecía
una explicación de los motivos que le habían llevado a escribir el primer texto. Entre otras destacan las
razones políticas. Sokal —un viejo izquierdista impenitente, como él mismo se define— entendía que
el relativismo posmoderno propio de cierta izquierda
académica francesa y estadounidense no hacía sino
minar los valores ilustrados de racionalidad y progreso que, según él sostiene, han de guiar el trabajo
político y social de la izquierda.

el escéptico 62

Dos años más tarde, en 1998, Sokal, junto con el
físico belga Jean Bricmont, publicó un libro titulado
Imposturas intelectuales3, en el que se recogían y ampliaban todos los argumentos presentados en artículos
y comunicaciones dispersas a raíz de la publicación
del artículo paródico, a la vez que se sistematizaban
sus críticas y se aportaban nuevas lecturas en relación
con los intelectuales posmodernos.
Contra lo que mucha gente cree, las motivaciones
de Sokal al escribir su artículo-parodia eran, como él
mismo reconoce, bastante concretas y limitadas: la
denuncia del uso impertinente, injustificado e inexacto de ideas y conceptos científicos —normalmente
extraídos de las matemáticas y de la física avanzada— por parte de ciertos ilustres filósofos franceses
en contextos disciplinares que no guardaban relación
alguna con tales conceptos e ideas. Además, pretendía poner en evidencia la utilización concomitante
de un lenguaje críptico, abstruso y carente de sentido
que pretendía aparentar erudición científica a través
de la inserción de conceptos e ideas extraídos de las
ciencias naturales, sacados de su contexto habitual de
uso y recontextualizados en un envoltorio sintáctico
y semántico confuso y absurdo. Por tanto, Sokal no
pretendía —e insiste varias veces en este punto— una
descalificación general de las ciencias humanas, una
ridiculización global de la filosofía francesa —incluida la obra de los intelectuales parodiados, que Sokal
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límites del recinto de las universidades y de los círculos de interés de los eruditos vocacionales. Los nuevos desafíos a la racionalidad científica —en realidad
no son tan nuevos, en modo alguno— son, a decir
de este científico, los siguientes: las pseudociencias
(especialmente las que atañen a la salud individual y
pública), la enseñanza de ciertas formas de creencias
religiosas y las agencias de relaciones públicas de los
gobiernos y de otras instituciones poderosas.

Adan Sokal (foto: www.flickr.com/photos/eventosuc3m/)

no entra a juzgar en su generalidad— o el inicio de
una nueva confrontación entre ciencias naturales y
ciencias humanas. Esto es importante. La razón de
haber elegido como blanco de su parodia a ciertos
intelectuales franceses era la enorme influencia que
estos han tenido y tienen en un sector nada insignificante de la comunidad académica y universitaria estadounidense relacionada con el estudio de las ciencias
sociales.
Veinte años más tarde, como tuvimos ocasión de
comprobar en su conferencia, Sokal sigue enarbolando la bandera de la ciencia —en un sentido amplio— y
de la cosmovisión racionalista basada en la evidencia
empírica, pero ahora identifica nuevos y más temibles
enemigos. La academia posmoderna sigue existiendo, pero su producción intelectual apenas traspasa los

Movimiento cero: afinado conceptual de la ciencia.
Sokal comienza su disertación con una reivindicación no tanto de la ciencia, cuanto de lo que él llama
una cosmovisión científica, una visión del mundo y
de la realidad fundamentada en la evidencia. El de
evidencia es un concepto epistemológico bastante polémico, pueden ustedes creerme. Probablemente más
de un departamento de filosofía paga las facturas editando libros y organizando simposios sobre esta cuestión. Una lectura rápida a la entrada correspondiente
de la Stanford Encyclopedia of Philosophy4 permite
entender la naturaleza polémica de esta noción entre
los filósofos de la ciencia, esos diablillos aburridos
que matan moscas conceptuales con su rabo lógicoinferencial. En cualquier caso, y retornando al mundo
de los mortales, la evidencia, para un científico especialista como Sokal o para un civil cualquiera razonablemente informado, no es un destello de conocimiento infalible que la realidad física estampa en
nuestro cerebro; la evidencia es, más bien, el fruto de
una interacción —de una negociación, incluso, ¿por
qué no?— entre una realidad exterior estable y parsimoniosa y el esfuerzo subjetivo y racionalizador del
primate bípedo que descubre pautas y patrones y que,
a diferencia del pavo inductivista russelliano, se asegura la fidelidad inductiva de los acontecimientos físicos. Forzando la metáfora con las operadoras de telefonía móvil, la evidencia es un contrato de fidelización entre la naturaleza y el conocimiento. Suficiente
por ahora. Pero retengamos el concepto: evidencia.
Después de desplegar hasta cuatro acepciones de
ciencia —como esfuerzo intelectual, corpus de co-

La academia posmoderna sigue existiendo, pero su
producción apenas traspasa los límites de las universidades
y de los círculos de interés de los eruditos vocacionales.

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nocimientos, comunidad de científicos y conjunto de
aplicaciones tecnológicas— Sokal nos proporciona
una más que hermosa definición: «Una cosmovisión
que otorga primacía a la razón y a la observación y
una metodología orientada a la adquisición de conocimiento riguroso del mundo natural y del mundo
social».
Una metodología caracterizada por el espíritu crítico —la continua puesta a prueba de las aserciones
por medio de observaciones y experimentos y su revisión y descarte, si procede— cuyo corolario es el falibilismo, la comprensión y aceptación de que nuestro
conocimiento empírico es tentativo, incompleto, provisional y revisable.
Quedémonos con la imagen de la ciencia como un
cuadrilátero o como un tablero en cuyos cuatro vértices brillan sendos neones con las siguientes palabras:
cosmovisión racional, metodología, espíritu crítico,
falibilismo. No es una mala imagen: la actividad científica tiene mucho de pugilato y de agonística. Pero
sus peores enemigos no son los que aceptan subirse
a la lona o jugar las piezas moviéndose en el perímetro de las palabras pactadas en las cuatro esquinas;
por desgracia, los enemigos de la ciencia son aquellos que se saltan a la torera las reglas del marqués
de Queensberry5 y mueven los peones como si fueran
alfiles.
Primer movimiento: posmoderno ma non troppo.
De entre estos enemigos, Sokal considera que el
posmodernismo académico es, a día de hoy, el más
inocuo de todos. Por supuesto, uno siempre puede rebuscar en los escritos de ciertos autores y marcar con
un rotulador fluorescente las majaderías puntuales
de algunos intelectuales como Harry Collins, Barry
Barnes, David Bloor o Bruno Latour, por citar a los
más conocidos. Y uno siempre encuentra más de lo
mismo: no existen unos estándares de conocimiento
más racionales o fiables que otros, la naturaleza es el
resultado de una controversia entre discursos científicos, la evidencia fáctica no juega ningún papel en el
ensamblaje del conocimiento científico, y cosas por el
estilo. El posmodernismo, advierte Sokal, confunde
sistemáticamente la verdad con afirmar que algo es
verdad, los hechos con la aseveración de que algo es
un hecho, y el conocimiento con la pretensión de que
algo es conocimiento. Pero el propio Sokal reconoce que este adversario se está desinflando, y que los
desafíos que presentaba veinte años atrás ya no son
tales. Incluso algunos de sus más significados oficiantes se muestran bastante contritos: es, por ejemplo, el
caso de Bruno Latour, que reconoce que la retórica
empleada por los constructivistas sociales está siendo
utilizada por «peligrosos extremistas» para destruir
una evidencia, obtenida a duras penas, que podría
el escéptico 64

(foto: www.flickr.com/photos/stephanridgway/5525675192/)

salvar nuestras vidas. Y se hace eco Sokal del dictum de Noam Chomsky, que acusa a una parte de los
intelectuales actuales de izquierdas de haber privado
a la clase trabajadora de los instrumentos de emancipación provistos por la ciencia y la racionalidad y de
querer enterrar para siempre el programa de la Ilustración.
Segundo movimiento: Andante Homeopathica.
El segundo de los adversarios del pensamiento
científico —recordemos, en cuanto «cosmovisión racional sostenida en la evidencia»— que Sokal identifica es la defensa y promoción de las pseudociencias.
Dentro de este amplísimo campo, Sokal centra su
atención en las terapias «médicas» complementarias
y alternativas y, más en concreto, en la homeopatía.
Nada nuevo bajo el sol. Y quienes integramos los
movimientos escépticos y racionalistas, entre otros
muchos, reprimimos un leve bostezo, vencidos por la
rutina de nuestras batallas cotidianas contra los mantras de la memoria del agua, de las diluciones centesimales y del desprecio por el número de Avogadro.
¿Nos va a hablar el ilustre físico neoyorkino de homeopatía? ¿A nosotros?
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Bueno, sí y no. Tenemos que recordar que Sokal ha
venido a hablar de la ciencia como ese acercamiento racional y empírico a la realidad, un acercamiento
que se sustancia en afirmaciones y enunciados sobre
cómo son las cosas y sobre cómo van a ser o cómo
pueden llegar a ser, siempre en un cierto espacio de
la realidad. Y sobre cómo el conocimiento científico
se construye por el sedimento de evidencias procesadas a través de hipótesis y teorías de alcance y verosimilitud crecientes, empíricamente validadas en
un proceso interminable. Si los fundamentos de la

homeopatía desafían todo el cuerpo de conocimiento
bien establecido de la química de las diluciones, de la
estequiometría y de la reactividad de los puentes de
hidrógeno entre las moléculas de agua, entonces no
deberíamos molestarnos en buscar nuevos argumentos que descalifiquen esta pseudoterapia. El trabajo
principal, en opinión de Sokal, ya está hecho. Podremos reseñar los múltiples metaanálisis que equiparan
estadísticamente la homeopatía con el efecto placebo
y que señalan una fuerte correlación inversa entre la
calidad metodológica de estudio y la efectividad observable de la homeopatía, podremos llenar nuestras
pizarras y nuestras presentaciones de datos, cifras,
medias, desviaciones típicas y análisis de regresión.
Todo eso no hará sino corroborar lo que ya sabemos:
que la homeopatía es más falsa que un bolso de firma
expuesto en la sábana de un mantero. La cuestión es,
en lo esencial, la siguiente: ¿por qué lo sabemos? La
ciencia, ¿recuerdan ustedes?. La ciencia, esa «vieja
confiable», como el cazamariposas de Bob Esponja.
Trescientos años de alambiques, retortas, matraces y
serpentines de destilación lubricando las meninges de
Boyle, Priestley, Dalton, Lavoisier, Avogadro, Mendeléyev y otros amigotes son nuestra particular «vieja confiable». Y los miles de experimentos que cada
día se reproducen en los laboratorios de química en
todo el mundo no hacen sino refrendar los dictados de
nuestra querida vieja.
Y sin embargo, el consumo de productos homeopáticos en las sociedades occidentales no es precisamente residual. Más bien va en aumento, con la connivencia escandalosa de algunos médicos y de muchos farmacéuticos. Pero también con la complicidad de las
legislaciones sanitarias en muchos países occidentales. Legislaciones que, en el mejor de los casos, cabe
tachar de permisivas. En el mejor de los casos. ¿Por
qué debe importarnos la ciencia?, se pregunta Sokal.
Precisamente para evitar situaciones como estas. Si
en opinión del diablo, Dios es un chapucero con un
equipo magnífico de relaciones públicas, nuestra vieja confiable evidencia la situación contraria: es una
persona muy competente que no siempre ha sabido
rodearse de los mejores asesores de imagen y que se

Sokal no contrapone la fe a la razón, vieja argucia de muchos
teístas, sino que la contrapone al esfuerzo cognitivo.

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encuentra en riesgo severo de perder la batalla de la
comunicación. ¿Se acuerdan ustedes de esas películas
entrañables en las que la maldad o la locura de un
científico desataba un fiestón de zombis o de dinosaurios por todo el mundo? Pues, exagerando, es algo así.
Tercer movimiento: Te Deum Laudamus.
Y precisamente en relación con los dinosaurios —
aunque no solo con ellos— se perfila en el horizonte,
como un pistolero malencarado y de perfil aún difuso, un adversario del pensamiento científico al que
no conviene perderle la pista. Es cierto: cuando los
europeos escuchamos hablar del problema del creacionismo biológico y de su avatar tecnopop, el diseño
inteligente, tendemos a esbozar una mueca a medio
camino entre la sonrisa conmiserativa y el rictus de
desprecio intelectual. Pensamos que se trata de un
problema parroquial del cinturón de la Biblia, en Estados Unidos, y de la pésima calidad de su sistema
público de enseñanza media; e imaginamos granjeros
furibundos del Medio Oeste enarbolando un rifle en
una mano y la Biblia Anotada de Scofield en la otra.
Sin embargo, estereotipos aparte, conviene que también los europeos nos tentemos la ropa antes de festejar nuestra avanzada cultura biológica con petardos
verbeneros. Ciertamente la enseñanza del creacionismo, ligada a la presencia invasiva de formas fundamentalistas del cristianismo en la educación pública,
es un problema conspicuo en amplias zonas de Estados Unidos, y Sokal lo reconoce. Pero también nos
advierte de que lo que ocurre en su país puede llegar
a pasar también en la alciónica Europa. Un estudio
sobre comunicación científica publicado en la revista Science en 2006 y elaborado por Miller, Scott y
Okamoto6, referido a la aceptación pública del hecho
de que los seres humanos proceden biológicamente
de otras especies animales, arrojó los resultados que
aparecen en la Figura 1.
Si bien es cierto que en los países europeos la
proporción de personas que aceptan públicamente
la evolución biológica es notablemente superior a la
proporción en Estados Unidos —que está solo un pel-

daño por encima de Turquía— conviene desagregar
los datos y observar cómo, con algunas excepciones,
los países del este de Europa muestran porcentajes
preocupantes de personas que dicen no creer en el
hecho evolutivo o que no están seguros de que la
evolución biológica sea cierta. En Grecia, Bulgaria,
Letonia y Lituania, por poner cuatro ejemplos, este
porcentaje ronda el 50 % frente al 60 % en Estados
Unidos. En nuestro país, y siempre según estos datos
de 2005, la proporción de personas que rechazan la
evolución o se muestran inseguras ronda el 30 %. Una
cifra significativa, sobre todo en comparación con las
que muestran los países situados en la cabecera de la
tabla. Menos lobos entonces, Caperucita.
La enseñanza del creacionismo es la antesala de
otro de los más señalados adversarios del pensamiento racional y científico. Sokal señala genéricamente a
las creencias religiosas, pero su crítica entra en ciertos detalles que resultan interesantes. Las doctrinas
religiosas tienen dos componentes, señala nuestro
científico: un componente factual y un componente
ético. El primero afirma la existencia de ciertos hechos reales y el segundo establece pautas normativas
de conducta. Además, toda religión posee pretensiones epistemológicas, lo que viene a decir que intenta
legitimar unos determinados métodos para lograr un
conocimiento verdadero de la realidad. Si nos centramos en los contenidos fácticos y en las pretensiones
epistemológicas de una doctrina religiosa cualquiera,
nos vemos conducidos a plantearnos las siguientes
preguntas. En primer lugar, ¿qué hechos dice que son
reales y qué cosas dice que existen? En segundo lugar, ¿cómo sabemos que esos hechos son reales y esas
cosas existen? No sé si captan ustedes el sentido de
estas preguntas y a dónde nos conducen, pero no hay
que haber cursado un semestre en alguna de las universidades de la Ivy League para intuir la respuesta:
esas dos carreteras desembocan en un mismo punto.
Desembocan en la evidencia. ¿Recuerdan ustedes
cuando hablábamos de ella, hace un rato?
Entiende Sokal, y parece razonable, que quienes
profesan algún tipo de creencia religiosa deben dar

Hemos perdido nuestra capacidad para indignarnos, para
llamar mentira a la mentira, fraude al fraude. En vez de
eso, lo llamamos propaganda.

el escéptico 66

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na a sus compañeros más cercanos para que le pasen
la chuleta con las contestaciones escritas en un papel
doblado y metido dentro de un bolígrafo. Pero Sokal
lo explica mejor en su conferencia:
La fe no es, de hecho, un rechazo a la razón,
sino tan solo la aceptación descuidada y poco meditada de malas razones. La fe es la pseudojustificación que algunas personas repiten machaconamente cuando quieren realizar afirmaciones sin la
evidencia necesaria.
Por supuesto, se trata de una caracterización que
puede o no compartirse. Un creyente nunca aceptará
esta definición, y tal vez algunos de nosotros desearíamos matizar la rotundidad con que se expresa el
autor. Pero sea como fuere, Sokal parece situar la fe
no en el terreno de las virtudes epistémicas, sino en
el de las conductas cognitivas perezosas. Y ahora, la
perla final en la que se condensa el conflicto irreductible entre ciencia y religión: la cosmovisión científica
y la cosmovisión religiosa no entran en conflicto por
la aceptación o el rechazo de teorías científicas concretas, sino sobre una cuestión aún más fundamental:
sobre qué constituye ser una evidencia.

Aceptación de la evolución en distintos países6. True: Verdadera. Not sure:
No está seguro. False: Falsa (foto: http://logosjournal.com/2013/sokal/)

cuenta de la relación que establecen entre, precisamente, sus creencias y lo que para estas personas son
las evidencias que garantizan la verdad fáctica recogida en esas creencias. ¿Por qué creen las personas
religiosas en lo que creen? ¿Cuáles son las buenas
razones para sostener estas creencias? ¿En qué tipo
de evidencia se apoyan? Sokal se atreve a concluir
que la respuesta se encuentra en las escrituras sagradas que toda religión que se precie posee, en mayor
o menor medida. El hombre religioso no rechaza la
evidencia empírica, base de la cosmovisión racional de la realidad, pero añade una evidencia nueva,
que puede desplegar como la cama supletoria de los
hoteles: las escrituras sagradas, la Biblia, el Talmud,
el Corán, lo que ustedes quieran. ¿Y cuál es el, por
llamarlo así, dispositivo epistemológico que permite dignificar esos textos como evidencias cognitivas?
Según Sokal, y nosotros estaremos bastante de acuerdo con él, se trata de la fe. Sokal, por cierto, no se
toma demasiado en serio esto de la fe: no contrapone
la fe a la razón, vieja argucia de muchos teístas, sino
que la contrapone al esfuerzo cognitivo. La fe sería,
tal vez, como ese compañero de pupitre, perezoso y
negligente, que cuando llegan los exámenes presioAnuario 2017

Cuarto movimiento: Finale Apocalipthica.
El último de los enemigos de la cosmovisión racional de la realidad que Sokal identifica es, en su
opinión, el más peligroso de todos. Le cedemos la
palabra:
Lo que me lleva al último, y en mi opinión el
más peligroso, conjunto de adversarios de la
cosmovisión basada en la evidencia en el mundo
contemporáneo: a saber, los propagandistas, los
encargados de relaciones públicas y los asesores
de imagen, junto con los políticos y las corporaciones que los contratan. En definitiva, todos
aquellos cuyo objetivo no es el análisis sincero de
la evidencia en favor y en contra de una práctica política concreta, sino la simple manipulación
de la opinión pública con la intención de obtener
una conclusión predeterminada usando cualquier
técnica que funcione, por muy falsa o fraudulenta
que sea.
No se trata ahora, puntualiza Sokal, de una simple cuestión epistemológica sobre creencias fallidas
o incorrectas, sino del escenario ético de fondo, el
proscenio moral de toda representación posible de
los hechos y de las cosas reales. Estamos hablando
de tergiversaciones fraudulentas y de manipulaciones
mediáticas orientadas al logro de objetivos cognitivos
muy concretos. No se trata simplemente de mentiras.
El mundo parecía mucho más sencillo cuando en el
Olimpo imperaba el principio de no contradicción:
una cosa existe o no existe, un evento ocurre o no
67 el escéptico

Vikingos posmodernos dispuestos a transgredir límites no lineales (foto: Alun Salt, www.flickr.com/photos/stephanridgway/5525675192/)

ocurre, llueve o no llueve, Donald Trump es un reptiliano o no es un reptiliano. La mentira era el privilegio de una sociedad mítica dotada de transparencia
semántica, un mundo parmenídeo en el que lo que es,
es; y lo que no es, no es. Pero Parménides ya solo
inspira a los cosmólogos eternalistas, y no, por desgracia, a los gestores de la cosa pública. Parménides
nunca hubiera entendido el concepto de posverdad.
La posverdad, que es de lo que en definitiva está
hablando Sokal, no es simplemente el envoltorio retórico de la mentira; es un programa de manipulación
emocional que opera sobre un sustrato sociológico de
aceptación táctica de pequeñas mentiras y engaños
cotidianos. El sociólogo Ralph Keyes fue el primero
en acuñar para la academia el término posverdad en su
libro The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception
in Contemporary Life7. Keyes traza un panorama sociológico de la implantación de la mentira y el engaño
como vehículos de autoidentificación, supervivencia
y promoción social y va mucho más allá de las groseras interpretaciones que identifican a la posverdad con
los «hechos alternativos» de la consejera presidencial
Kellyanne Conway y del secretario de prensa Sean
Spicer. En una línea parecida, aunque más actual,
el escéptico 68

Jayson Harsin8 habla de los «regímenes (políticos) de
posverdad» (regimes of posttruth o ROPT), en los que
proliferan lo que él llama «mercados de la verdad»
(truth markets). Los regímenes de posverdad se estructuran como formas de gobierno posdemocráticas,
en las que las grandes cuestiones, los discursos y las
organizaciones orientadas al cambio sociopolítico
permanecen constreñidas —afirma Harsin, inspirado
por Foucault— a pesar de la posibilidad de nuevos
ámbitos de participación pseudopolítica y cultural en
torno, precisamente, a la verdad. En las sociedades de
la posverdad, los agentes políticos dotados de más recursos intentan utilizar el conocimiento analítico de
los datos para gestionar los ámbitos de la apariencia y
de la participación.
Volviendo a Sokal:
Tal vez nos hemos acostumbrado tanto a las
mentiras políticas —tan obstinadamente cínicas—
que hemos perdido nuestra capacidad para indignarnos. Hemos perdido nuestra capacidad para
llamar al pan, pan y al vino, vino, para llamar
mentira a la mentira, fraude al fraude. En vez de
eso, lo llamamos propaganda.
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Coda: Salvum Fac Populum Tuum, Scientia.
A lo largo de su conferencia, Sokal ha cartografiado los campos minados del irracionalismo —el postmodernismo académico, las pseudociencias, las interpretaciones religiosas fundamentalistas y la gestión
política de la posverdad— con la contundencia de un
bregado agrimensor. Toca ahora, en la parte final, una
reivindicación identitaria y normativa del pensamiento científico. Sokal desglosa la traca final en varios
párrafos gloriosos. Veamos:
Vivimos en un único mundo real; las divisiones
administrativas utilizadas por conveniencia en
nuestras universidades no corresponden, de hecho, con ninguna frontera filosófica natural. No
tiene sentido echar mano de un conjunto de estándares de evidencia en la física, la química o la
biología y de pronto relajar esos estándares cuando se trata de la medicina, la religión o la política.
Para que esto no parezca imperialismo científico,
quiero resaltar que es exactamente lo contrario.
Y continúa de esta manera:
La cuestión de fondo es que la ciencia no consiste tan solo en un reservorio de trucos ocurrentes que resultan útiles en la investigación de algunos asuntos arcanos sobre el mundo inanimado y
el mundo biológico. Más bien, las ciencias naturales son ni más ni menos que una aplicación particular —si bien inusualmente exitosa— de una
cosmovisión racionalista más general, centrada
en la modesta insistencia de que las afirmaciones
empíricas deben estar respaldadas por la evidencia empírica.
La evidencia, ese punto arquimediano del pensamiento científico y racional sobre el que Sokal no deja
de insistir, se constituye en un criterio de demarcación
fundamental frente a la mentalidad pseudocientífica:
Lo que permanece inalterado en todos los ámbitos de la vida es, sin embargo, el criterio filosófico subyacente: a saber, restringir nuestras teorías
tanto como sea posible a la evidencia empírica
y modificar o rechazar aquellas teorías que no
pueden ajustarse a la evidencia. Esto es lo que yo
quiero dar a entender cuando hablo de la cosmovisión científica.
Sokal no deja de reivindicar el carácter agonista,
conflictivo, de la actividad científica. Si pensar es
pensar siempre contra alguien, como afirmaba Gustavo Bueno, el pensamiento científico racional es, también, batallar en las lindes del pensamiento mágico:
La dimensión afirmativa de la ciencia, que consiste en sus afirmaciones bien contrastadas sobre
el mundo físico y el biológico, puede ser lo primeAnuario 2017

ro que viene a la mente cuando la gente piensa en
la ciencia; sin embargo, la parte más profunda y
más intelectualmente subversiva es la dimensión
crítica y escéptica. La cosmovisión científica entra
inevitablemente en conflicto con todas las formas
de pensamiento no científico que realizan afirmaciones supuestamente fácticas sobre el mundo.
El pensamiento científico ha alcanzado en la actualidad una preeminencia innegable en todos los ámbitos del pensar y del conocimiento. Pero a lo largo de
la historia, no siempre ha transitado por la alfombra
roja de las estrellas mediáticas ni ha lucido el palmito
que tiene hoy en día. Y en muchas partes del mundo —en todas, en realidad, aunque en distinta medida— existen multitudes que no pueden, no saben o no
quieren apreciarlo con justicia. A lo largo de la historia, el pensamiento científico y racional ha tenido
que emprenderla a codazos para salir de las butacas
del gallinero y ocupar plaza en el palco de autoridades. Y nunca estaremos seguros de que los amigos del
pensamiento mágico no vayan a esgrimir su derecho
a ocupar una localidad en ese mismo palco con una
entrada comprada en la reventa.
Sokal termina su charla con la siguiente admonición:
Cuatrocientos años más tarde, parece tristemente evidente que esta transición revolucionaria
desde una cosmovisión dogmática a una cosmovisión basada en la evidencia aún está lejos de
haberse completado.
Al terminar su exposición, los asistentes aplaudieron durante un buen rato; aunque no todos los aplausos fueron igual de entusiastas.
Notas:
1. La versión íntegra de la conferencia de Alan Sokal
puede consultarse en su página web corporativa, http://
www.physics.nyu.edu/sokal/, y en la revista electrónica Logos. A journal of modern society & culture (2013, vol. 12, no.
2): http://logosjournal.com/2013-vol-12-no-2/
2. Sokal, A. (1996) «Transgressing the Boundaries:
Towards a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity». Social Text, Vol. 46/47, pp. 217-252.
3. Sokal, A. y Bricmont, J. (1998) Imposturas intelectuales. Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona.
4. Kelly, Thomas, «Evidence», The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 2016 Edition), Edward N. Zalta (ed.) https://plato.stanford.edu/archives/win2016/entries/
evidence/
5.-https://es.wikipedia.org/wiki/Reglas_del_
marqu%C3%A9s_de_Queensberry
6. Miller, J.D., Scott, E.C. & Okamoto, S. (2006) «Public
Acceptance of Evolution». Science, 313: 765-766.
7. Keyes, R. (2004) The Post-Truth Era. Dishonesty and
Deception in Contemporary Life. St. Martin’s Press, New
York.
8. Harsin, J. (2015) «Regimes of Posttruth, Postpolitics,
and Attention Economies». Communication, Culture & Critique, 8(2): 327-333.
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