Hay cosas que deben decirse de golpe, sin previo aviso: El oscillococcinum es una disolución infinitesimal constituida por autolisado filtrado de corazón e hígado de Anas Barbariae (pato de Barbaria) con excipiente de sacarosa y lactosa.
Tras esta fórmula casi cabalística, que iremos desbrozando, se esconde un preparado homeopático que está indicado, según el laboratorio que lo elabora (el inevitable Boiron), para combatir la gripe y los “estados gripales”, ya sea como preventivo o como curativo, variando la posología según el caso. Estas aplicaciones terapéuticas vienen avaladas, desde hace tiempo, por un estudio a doble ciego realizado durante la epidemia de gripe en el invierno de 1986-87 por dos médicos grenobleses. El análisis global de los resultados, tras 48 horas, dio un 10,3% de curaciones en el grupo placebo, contra un 17,1% en el grupo tratado con oscilococcinum. De ese estudio hablaremos más detenidamente en párrafos posteriores.
La revista Mundo Científico (La Recherche), nº 131, enero de 1993, publicó la noticia como si se tratara de un hecho importante en el ámbito médico-científico. Mundo Científico, recordemos, es una firme defensora de la Homeopatía y otras pseudomedicinas.
El descubridor de esta maravillosa pócima fue Joseph Roy (1891-1878). Ejerció como médico militar durante la Primera Guerra Mundial. Asistió, entonces, a la terrible epidemia de gripe de 1917 creyendo descubrir en la sangre de las víctimas un microbio constituido por dos granos (cocos) desiguales y animado de un rápido movimiento vibratorio, de ahí el nombre que le da: oscilococo (oscilocoque). Además, el microbio observado es polimorfo, ya que se puede encoger hasta llegar a ser un virus en los límites de la visibilidad (con los instrumentos de la época). Pero cuando envejece se agranda, llegando a aparecer un tercer e incluso un cuarto grano (coco).Características todas ellas muy interesantes para un microbio que...¡no existe! Se trata de la versión microbiológica de los canales y oasis marcianos de Percival Lowell.
Pero esto último es un pequeño detalle que no arredra a un homeópata que se precie. Y así, el oscilococo no es sólo el microbio de la gripe, pues Roy lo detecta también en la sangre y en los tumores cancerosos, en los chancros sifilíticos, en el pus de los blenorrágicos, en los pulmones de los tuberculosos, en los enfermos que padecen eccema, herpes, reumatismo crónico, e incluso en sujetos aquejados de infecciones agudas, tales como paperas, varicela y rubeola. ¡Otro buen récord para un germen que brilla por su ausencia! Pero estas divagaciones gratuitas de Roy les vinieron de perlas a aquellos que por entonces rechazaban las teorías de Pasteur, según las cuales las enfermedades infecciosas son debidas a gérmenes específicos. A este animado coro de extravagantes personajes se unen los homeópatas, para quienes las enfermedades no se caracterizan y distribuyen según sus causas, sino sólo según sus síntomas. Las causas, aclaremos, tienen poco interés para los homeópatas, puesto que ellas no intervienen en la elección de una terapéutica.
Ya sólo le queda a Roy poner en práctica las técnicas homeopáticas, es decir, poner a punto un tratamiento “eficaz” en las enfermedades en las que el propio descubridor cree detectar la presencia masiva de oscilococos, principalmente del cáncer. Y siguiendo el dogma hahnemanniano, este tratamiento deberá partir del oscilococo mismo. Ahora bien, dado que el oscilococo se encuentra en casi todas la partes del organismo (o sea, en ninguna), ¿cuál de ellas elegir para fabricar el remedio homeopático anticanceroso?
Aquí se plantea un misterio aún no resuelto. En efecto, Roy decide obtener su bien amado oscilococo en el hígado y el corazón de los patos de Barbaria. Mas en ninguno de sus escritos da razón de esta decisión. Para algunos (según Nicole Cure, historiador de los trabajos de Roy), se debe a que el pato es una de las reservas naturales del virus gripal (pero hay que tener en cuenta que los trabajos que corroboran esto datan de 1974, o sea, medio siglo después de los de Roy, por lo que esta suposición es inaceptable). Para otros, los oscilococos del pato habrían sido elegidos por su analogía con los bacilos tuberculosos de otras especies de aves, que no son peligrosas para la especie humana. Sin embargo, las verdaderas explicaciones para esta elección son de carácter netamente mágico, como veremos a continuación.
Tenemos ya el origen del nuevo remedio, bautizado como oscillococcinum, que sería el oscilococo latinizado, pues es de sobra conocido que los productos homeopáticos son más eficaces con sus nombres en latín. Consignemos ahora el modo de preparación siguiendo las sabias directrices dadas por el propio Joseph Roy en 1925.
En un recipiente de un litro se pone, “en condiciones rigurosas de asepsia” una mezcla de jugo pancreático y de suero glucosado. A continuación se decapita un pato de Barbaria del cual se extrae el hígado y el corazón.
Pregunta (que ya nos hacíamos anteriormente): ¿por qué no otros órganos?
Respuesta:
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Respecto al corazón, podemos suponer que él es en la tradición cultural occidental el centro de la vida, y, además, él es el que hace circular la sangre en la cual se encuentran profusamente los oscilococos.
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Respecto al hígado, el propio Roy nos ha dejado un comentario muy revelador sobre su arcaica forma de pensar: “... los antiguos veían en el hígado un lugar de sufrimiento más importante que el corazón; sentimiento profundamente justo; es a nivel del hígado en donde se realiza la modificación patológica de la sangre, es allí donde la cualidad de la energía de nuestro músculo sanguíneo se transforma de una manera duradera, unas veces leve, otras grave”.
Dichas estas doctas palabras, sigamos con la formulación del preparado. Para lo cual añadimos a la mezcla ya preparada, entre 35 y 37 gramos de hígado y 15 gramos de corazón de los susodichos patos. A continuación ponemos todo ello en “incubación” durante 40 días, pasados los cuales, las vísceras del pato son “autolisadas”, es decir, los tejidos se descomponen ellos mismos sin contaminación de origen externo. El autolisado filtrado constituye el origen a partir del cual se prepara el remedio, a saber: la 200 dilución korsakoviana, que equivale, aproximadamente, a la séptima dilución centesimal (7 CH). He ahí el oscillococcinum expendido en nuestras farmacias.
Es ahora cuando comprendemos el alcance y valor del insigne descubrimiento anunciado con escueto rigor por Mundo Científico, así como por otros compañeros de viaje (homeopático) que después nombraremos.
En el oscillococcinum, Roy había visto un remedio contra el cáncer y contra la gripe, e incluso -como vimos- para muchos otros procesos patológicos que forman parte del conjunto que Hahnemann había dado el nombre de psora (sarna). Sin embargo, el oscillococcinum expendido en las farmacias ha abandonado todas estas indicaciones (las que no interesan por su clara exageración fraudulenta) reteniendo sólo las de la “gripe” y los “estados gripales”; en ambos casos el éxito está asegurado por cualquiera de estos mecanismos:
- Efecto placebo.
- Curación espontánea, que es lo propio -la mayoría de las veces- en estos procesos.
- Evitando tratamientos intempestivos y perjudiciales con antibióticos (que nada hacen contra los virus) y anti-inflamatorios.
Debemos hacer aquí un inciso importante. El oscillococcinum es un remedio homeopático curioso, ya que no ha sido sometido a la “experimentación patogenética”, fundada, como sabemos, en la ley de similitud o analogía, que es la base de la Homeopatía. Dicho en otras palabras, el oscillococcinum no se ha administrado a sujetos sanos para verificar que él provocaba en estos últimos los mismos síntomas de la gripe. La creencia en su eficacia reposa únicamente sobre la tradición. Ahora bien, este proceder tradicional no es raro en Homeopatía, puesto que los “experimentos patogenéticos” (según la jerga habitual de los homeópatas) causarían risa en cualquier revista medianamente seria, al margen de las implicaciones éticas que ello conllevaría (pues en el fondo se trata de producir “enfermedades” en el hombre sano, tal y como mandan los cánones homeopáticos). ¿Se imagina alguien un ensayo clínico consistente en administrar penicilina a un sujeto sano, en dosis progresivamente crecientes, ¡hasta producirle una neumonía o una gonococia!? Para evitar ridículos de esta clase es por lo que los resultados obtenidos con las sustancias homeopáticas se toman tradicionalmente de la llamada Materia Médica Homeopática.
El truco actual consiste, entonces, en hacer un ensayo clínico (éste, ya sí, siguiendo la metodología científica estándar) con los resultados anteriores procedentes, como acabo de decir, de la tradición, es decir, de las locuras como la de Roy, cuyo compendio es la mencionada Materia Médica Homeopática. Si el ensayo resulta dudoso o ligeramente positivo (debido a algún defecto, pues no olvidemos que un ensayo clínico no es sino un estudio de correlación estadística fácilmente amañable), el éxito está casi asegurado (gracias a la propaganda, revistas sensacionalistas, etc.), el círculo se cierra y el engaño es perfecto (falsamente avalado por la mismísima Ciencia).
Un buen ejemplo de estudio defectuoso que sirve de coartada o tapadera científica a las pretensiones homeopáticas es el que comentábamos al principio de este apartado. Vamos, pues, a analizarlo más detenidamente y ver así cómo se fabrica un éxito homeopático. El ensayo se realizó con 487 pacientes tratados a domicilio por 149 médicos de cabecera durante la epidemia de gripe acaecida en el invierno de 1986-87 en la región de Rhöne-Alpes. El protocolo es aparentemente riguroso; enfermos repartidos en dos grupos de forma aleatoria, uno de los cuales recibe el oscillococcinum y el otro un placebo (sustancia falsa imitando al medicamento), todo ello utilizando el procedimiento de doble ciego (ni el médico ni el paciente saben si el envase contiene el preparado homeopático o el placebo). Después de 48 horas de tratamiento se evaluaron los datos y el resultado fue de un 10,3% de curaciones en el grupo placebo, frente a un 17% en el grupo tratado con escillococcinum, tal y como adelantábamos al principio del artículo. Para los autores del ensayo el resultado es estadísticamente significativo a favor del tratamiento homeopático. Ahora bien, como nos recuerda J.J. Aulas, para que la diferencia observada se pueda asociar rigurosamente a la acción del producto medicamentoso y no al azar en una distribución de los pacientes entre los dos grupos, habría que tener la certeza de que los dos grupos eran de partida estrictamente comparables, sobre todo en lo que se refiere al germen causante, puesto que de él van a depender la intensidad, la duración del cuadro clínico y la curación del mismo.
Todo el mundo sabe -nos dice Michel Rouzé a propósito de este caso- que habitualmente las fronteras de la gripe están muy mal definidas. “Tengo gripe”, afirma mucha gente cuando sólo tiene un catarro y dolor de cabeza.
Es por eso que los propios médicos prefieren hablar de “estado gripal” (o “proceso gripal”, o “síndrome gripal”, etc.), término que compromete poco el diagnóstico, y que es, precisamente, el que aparece en los anuncios publicitarios del oscillococcinum que adornan los escaparates de las farmacias. En el ensayo realizado en la región de Rhöne-Alpes, los griposos se definían por tener una temperatura rectal igual o superior a 38º C, y por lo menos dos de los siguientes síntomas: dolores de cabeza, rigidez, dolores lumbares y articulares y escalofríos. Sin embargo, esto no es suficiente para postular que los pacientes estaban afectados por la misma enfermedad (por el mismo virus productor, pues de él depende, repetimos, la intensidad y curación de los síntomas) y, por tanto, que los dos grupos formados por distribución aleatoria fueran estrictamente comparables. En efecto, prosigue J.J. Aulas, durante una epidemia calificada “de gripe”, tal como se definía en el ensayo, pueden ser varios los virus responsables, cada uno con un poder patógeno diferente y con la capacidad de provocar estados febriles más o menos largos (variables). Ahora bien, durante esta experiencia no se realizó ninguna investigación sobre los virus (estudios virológicos) causantes de los síntomas gripales observados en los diferentes pacientes. En consecuencia, no es riguroso afirmar que la diferencia constatada entre ambos grupos (17,1% para uno y 10,3% para otro) deba ser atribuida a los diferentes tratamientos (oscillococcinum y placebo, respectivamente) dado que puede provenir de una distribución diferente de los virus patógenos en el seno de los dos grupos.
Al llegar a este punto, quizás alguna mente inquisitiva se pregunte lo evidente: ¿Por qué utilizar tanto oscilococo, hígado y corazón de pato, y no bacterias y virus (de la gripe, del SIDA, etc.) que son los responsables de las enfermedades aludidas, y que, además, sabemos con certeza que administrados de determinada forma (vacunas) son capaces de estimular el sistema inmunológico (defensas específicas)? La razón es, precisamente, el fundamento mismo de las Pseudomedicinas.
Para la Homeopatía y demás Pseudomedicinas, las causas de las enfermedades no son las mismas que las que investiga y descubre la Medicina Científica, a lo más, sólo participan como coadyuvantes, sólo son comparsas en la producción de las enfermedades. Incluso, en el colmo de la desfachatez, llegan a afirmar que ellas son las únicas que tratan causalmente las enfermedades, mientras que la Medicina Científica sólo trata los síntomas (además de ser agresiva, antinatural, etc.). Pero esto es como si en Física, en vez de explicar los movimientos planetarios por la fuerza gravitatoria (y sus correspondientes leyes), los explicáramos por causas diferentes que nadie ha podido mostrar, por ejemplo, por “fuerzas angélicas”, y en torno a ellas, inventásemos una “física alternativa”, de la cual la Física (científica) sería una especie de apéndice (Nadie piense que esta tontería que acabo de decir está muy lejos del pensamiento de algunas personas, ya que la Astrología se aproxima mucho a la “física angélica”, y los creyentes en ella son multitud).
Pues bien, si las Pseudomedicinas utilizaran preparados a base de virus de la gripe o de la polio, estaríamos nuevamente ante la mal llamada “medicina oficial”, es decir, ante la Microbiología y la Farmacología (por citar dos especialidades relacionadas con el caso) y, en consecuencia, los homeópatas y demás fraudulentos no aportarían ni ofrecerían nada original respecto a la Medicina Científica. Las Pseudomedicinas necesitan entonces desmarcarse, diferenciarse en algo, y, para ello, sacan a colación los supuestos métodos y conocimientos “nuevos”, “alternativos” o “complementarios”, para así, respectivamente, crear una medicina “nueva”, “alternativa” o “complementaria” con sus correspondientes médicos (pseudoespecialistas) “nuevos”, “alternativos” o “complementarios”. Pero, -y aquí está otra de las claves del asunto-, a la vez que se desmarcan, no lo hacen totalmente, para lo cual guardan analogías y utilizan datos de la “medicina oficial” que les sirve de coartada y escudo a sus elucubraciones, o sea, para hacerla creíble y entendible.
Posteriormente a la noticia de Mundo Científico que estamos criticando, otras revistas (Tu salud, nº 34, septiembre de 1995, y Quo nº 3, diciembre de 1995) se han hecho eco de las bondades del oscillococcinum, pero incluso con menos rigor y más descaro.
A este respecto, el lector debe saber que la bibliografía que habitualmente maneja el médico científico sobre la gripe (a diferencia de las revistas mencionadas) no da noticia de sustancia antivírica alguna que sea capaz de curarla (al menos por ahora). Lo más que actualmente se ha logrado es aliviarla o prevenirla, y siempre con resultados muy limitados. Tal es el caso de sustancias como la amantadina y sus derivados, o la vacunación específica estacional. Esta última con resultados muy desiguales, debido al hecho de que el virus gripal se caracteriza por su rápida y pertinaz mutación, lo que le hace sumamente escurridizo a la acción de las vacunas. Pero estos “detalles” de la “medicina oficial” no son impedimento para el oscillococcinum, que tras “equilibrar la fuerza vital del organismo produce una inmunización homeopática que acaba con el pernicioso virus sin importar mutación que sufra o cepa a la que pertenezca”. Lo curioso de la sandez que acabo de decir (en el entrecomillado) es que hay médicos formados científicamente que se la creen, lo que pone en duda el sistema educativo universitario y la integridad neocortical de algunas personas.
Si, por otra parte, fuera cierta la efectividad antivírica que se le atribuye al oscillococcinum, no sólo los laboratorios homeopáticos, sino el resto de la industria farmacéutica se hubiera hecho cargo de esa maravillosa sustancia para comercializarla y, así, ganar suculentos dividendos (el capital no hace ascos ni a la Homeopatía ni a cualquiera otra de las Pseudomedicinas si ellas reportan los suficientes beneficios). Y no digamos nada del Ministerio de Sanidad, de la Seguridad Social y de las empresas que anualmente tienen que soportar ingentes gastos (en horas de trabajo perdidas, vacunas administradas y medicación sintomática utilizada) por culpa del virus gripal. A buen seguro que harían campañas para la utilización del oscillococcinum. Nos encontraríamos, en suma, ante un “boom” sin precedentes en la Medicina de nuestro tiempo. ¿No parece extraño que algo tan importante pase desapercibido a las entidades señaladas anteriormente y, lo que es peor, que al pobre y griposo autor de estas líneas no le produzca efecto cuando lo utiliza?