El Escéptico Digital - Edición 2013 - Número 273
Javier Sampedro
(Artículo publicado originalmente en el diario El País).
Nuestro mundo se rige por la ciencia en mayor medida de lo que creemos. Un gobernante puede creer que su raza —o su aldea, ya puestos— es superior a las demás, pero no podrá salirse con la suya sin una ciencia independiente y de calidad que lo apoye; un magnate pagará un montón de dinero para hacer creer a la gente que su pasta de dientes, su fuente de energía o sus medios de comunicación son superiores a los demás, pero fracasará si no puede aportar evidencias científicas. Los alimentos que comemos, la información que creemos y los medicamentos que tragamos dependen crucialmente de una ciencia solvente, honrada y evaluada con criterio y transparencia.¿La tenemos?
El último premio Nobel de Medicina, Randy Schekman, cree que no. Y no se engañen: la mayoría de los galardonados con esa cima de las distinciones científicas dedican su visita a Estocolmo a mayor gloria de sí mismos, o simplemente a hacer turismo. Schekman ha preferido montar un pollo, y uno bien importante, si hemos de ser justos. En una columna publicada por The Guardian y reproducida íntegramente bajo este artículo, Schekman sostiene que las revistas científicas de élite, en particular Nature, Science y Cell, distorsionan el proceso científico o, peor aún, ejercen una “tiranía” sobre él que no solo desfigura la imagen pública de la ciencia, sino incluso sus prioridades y su funcionamiento diario.
El premiado dice que no publicará más ‘papers’ en estas cabeceras
Para reforzar su punto de vista, el premio Nobel —que recogió ayer su galardón en la capital sueca— ha anunciado su decisión solemne de no publicar nunca más en Nature, Science y Cell, las tres revistas científicas con más índice de impacto, una medida de su influencia en otros científicos. Schekman admite que ha publicado todo lo que ha podido en esas tres revistas, incluidos los papers (artículos técnicos) que le acaban de valer el premio Nobel. Pero que, ahora que se lo han dado, ya no va a publicar más ahí.
Su intención es denunciar —con unas dosis de autocrítica que se echan de menos en la clase política y otras— las distorsiones que esas grandes editoriales científicas ejercen sobre el progreso del conocimiento. Schekman denuncia que la admisión de un texto puede estar sujeta a consideraciones de política científica, presiones o incluso contactos personales.
Schekman ha fundado su propia revista electrónica, eLife, una de las publicaciones científicas “en abierto” que pretenden estimular una nueva era en la evaluación, presentación y divulgación del progreso científico, o una ciencia tres punto cero.
Dos de los tres objetivos prioritarios de Schekman. Las revistas Nature y Science, son premio Príncipe de Asturias de las ciencias. Pero hay otro galardonado con el mismo premio, el biólogo Peter Lawrence de la Universidad de Cambridge, que no solo apoya a Schekman, sino que viene sosteniendo posturas similares desde hace 10 años. “Este asunto viene de lejos y se ha ido volviendo peor en los últimos años”, dice a EL PAÍS desde Cambridge.
Busca denunciar las distorsiones de las editoriales sobre el avance del saber
Lawrence y otros científicos han escrito artículos en las revistas científicas y presentado quejas ante los centros de decisión, pero no han logrado gran cosa, ni siquiera elevar el tema a la opinión pública. El científico de Cambridge se confiesa contento de que Schekman haya aprovechado su premio Nobel para remar contra corriente e intentar empujar lo que considera una buena causa. La autocrítica es inmanente a la ciencia: es lo que mejora sus experimentos y teorías, y lo que puede mejorar sus formas, su financiación y su comunicación pública.
“Muchos investigadores son plenamente conscientes de cómo la evaluación del trabajo científico y su tasación por los burócratas está asesinando la ciencia”, dice Lawrence con característica elocuencia. “Por supuesto que todos somos culpables de haber representado nuestro papel, y así lo admite el propio Randy (Schekman); pero es bueno que esté utilizando su premio Nobel para publicitar sus opiniones, y espero que ello incremente la percepción pública de por qué la ciencia ha perdido su corazón”.
Lawrence escribió un artículo de referencia sobre este asunto hace diez años, curiosamente en la propia revista Nature. “Cuando lo escribí en 2003, recibí casi 200 cartas, en su mayoría de jóvenes que sentían que los sueños que les habían llevado a convertirse en científicos habían sido rapiñados; el punto principal, entonces y ahora, es que los artículos científicos se han vuelto símbolos para el progreso en la profesión científica, y los verdaderos propósitos de comunicación y registro están desapareciendo”.
Otro científico relevante que apoya la protesta del Nobel Schekman es Michael Eisen, profesor de la Universidad de California en Berkeley y uno de los fundadores de Public Library of Science (PLoS), la primera y principal colección de revistas científicas publicadas en abierto, y con una voluntad de transparencia que les ha llevado, por ejemplo, a hacer pública la identidad de los dos o tres científicos, o reviewers, que revisan los manuscritos y deciden sobre su publicación.
El biólogo Peter Lawrence lleva 10 años protestando por esto mismo
“Lo que ha dicho Randy (Schekman) es importante”, dice Eisen a EL PAÍS. “Si otros científicos siguieran esa vía, podrían enmendar muchos problemas de la comunicación científica en un solo movimiento”. Pero el investigador y editor no alberga grandes esperanzas: “Hablando como alguien que ya abandonó esas revistas (Nature, Science y Cell) hace 13 años, y que ha estado intentando convencer a sus colegas para que hagan lo mismo desde entonces, me temo que la estructura de incentivos que Randy denuncia es tan poderosa y ubicua que ni siquiera el liderazgo de un premio Nobel tan brillante y respetado podrá disolverla”.
Eisen no cree que un boicot a esas tres revistas de élite sirva de mucho. “Si realmente queremos arreglar las cosas”, concluye, “necesitamos que todos los científicos ataquen el uso de las publicaciones para evaluar a los investigadores, y que lo hagan siempre que tengan ocasión: cuando contraten científicos para su propio laboratorio o departamento, cuando revisen las solicitudes de financiación o juzguen a los candidatos a una plaza”.
Este diario ha solicitado su perspectiva a los editores de Nature, Science y Cell, los principales objetivos de los dardos de Schekman. Lo que sigue son sus respuestas.
“Si otros científicos siguieran esta vía se podría enmendar”, dice Michael Eisen
“Nuestra política de aceptación no se rige por consideraciones de impacto”, dice a EL PAÍS Monica Bradford, editora ejecutiva de Science, “sino por el compromiso editorial de proveer acceso a investigaciones interesantes, innovadoras, importantes y que estimulen el pensamiento en todas las disciplinas científicas”. La revista Science, prosigue explicando Bradford, se publica por la AAAS (Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, siglas en inglés), que es una organización sin ánimo de lucro, “y trabaja duro para garantizar que la información científica revisada por pares se distribuye al mayor público posible”.
Las revistas de primera fila reciben tal cantidad de manuscritos cada semana que, por simples consideraciones materiales, tienen que rechazar cerca del 90% de esos trabajos. La cuestión sería un mero dilema editorial si no fuera porque la carrera de cualquier científico, sobre todo de los jóvenes, depende estrictamente del número de publicaciones que consiga con su investigación, en particular en las grandes revistas de más impacto. Pese a ello, Bradford asegura que “los presupuestos para el número de páginas y los niveles de aceptación de manuscritos han ido de la mano históricamente; tenemos una gran difusión, e imprimir artículos adicionales tiene un gran coste económico”.
Emilie Marcus, editora de Cell, comenta más específicamente sobre el desafío del Nobel Schekman. “Desde su lanzamiento hace casi 40 años”, dice, “la revista Cell se ha concentrado en una visión editorial fuerte, un servicio al autor de primera fila en su clase con editores profesionales informados y accesibles, una revisión por pares rápida y rigurosa por investigadores académicos de primera línea, y una calidad sofisticada de producción”.
“La razón de ser de Cell”, prosigue Marcus, “es servir a la ciencia y a los científicos, y si no logramos ofrecer esos valores a nuestros autores y lectores, la revista no prosperará; para nosotros esto no es un lujo, sino un principio fundacional”.
URL: http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/12/11/actualidad/1386797483_41…