El Escéptico Digital - Edición 2013 - Número 269
Pepe Cervera
(Artículo publicado originalmente en la bitácora Retiario)
La ignorancia no atemoriza: la ignorancia estimula a aprender, empuja a descubrir las respuestas ocultas, despierta el interés y la curiosidad. La ignorancia se cura con conocimiento, por lo que no es peligrosa si no es vocacional. Lo que sí es temible es la irracionalidad, sobre todo cuando es buscada, deliberada y justificada. Y no digamos cuando la irracionalidad quiere entrar en política. Con la ignorancia se puede hablar; incluso la maldad permite negociar, pero la irracionalidad bloquea cualquier posible futuro. Es por eso que cosas como el post publicado en el blog ‘Caballo de Nietzsche’ bajo el título ‘La casta científica y el paradigma ético de Podemos’ resulta tan perturbador. Y no sólo para quien viva en España, donde esta formación política aspira a participar en la gobernación del país, sino para cualquier ser humano que pretenda hacer de la razón una guía de su pensamiento y su acción, personal y política. El problema no es su posicionamiento de defensa de los derechos de los animales, perfectamente legítimo e incluso necesario. El problema es su carácter de alegato en pro de la irracionalidad, repleto además de falacias y de condenas a inocentes. Empezando por una confusión de categorías tan grande que no parece un error.
La ciencia es un método sistemático para obtener conocimientos del universo en el que vivimos, además del cuerpo de conocimiento obtenido con ese método a lo largo de los siglos. Que la ciencia o la comunidad científica se puedan considerar como parte del ‘régimen’, que se acuse a una presunta ideología ‘cientifista’ de los males de la Humanidad, o que se pueda escribir que “nuestra sociedad pone límites éticos al avance científico” es un nivel de confusión que va más allá de la ignorancia para entrar en el terreno de la irracionalidad deliberada. Por hacer un símil, es como echarle la culpa a los Hermanos Wright de los retrasos de Iberia.
Como el arte, la cocina, el urbanismo o las finanzas la ciencia es un empeño humano, y como tal forma parte de la vida política de los países. Lo llevan a cabo personas dentro de organizaciones; tanto la gente como las estructuras tienen cuotas de poder dentro de sus espacios, y por tanto sus correspondientes responsabilidades, por las que deben responder. Las personas y sus estructuras, no la ciencia, ni como método de obtención de conocimientos ni como cuerpo de información sobre el cosmos. Al confundir estos dos significados del término se comete una injusticia, y además se llama a rechazar una de las mayores obras del intelecto humano: el saber científico acumulado a lo largo de la historia.
No hay ningún intento por separar estos dos conceptos: la ciencia y el uso de la ciencia por parte del sistema político y económico. Al contrario: todo el artículo intenta confundirlos, etiquetándolos en conjunto bajo un término de carácter ideológico-despectivo (‘cientifismo’) y apilando desde referencias de autores críticos con el concepto hasta apelativos (casta, régimen) en un ejemplo de libro de construcción del enemigo (pdf). Está claro que para la autora del artículo la ciencia misma es nefasta, y los científicos y sus organizaciones forman parte del Sistema que hay que echar abajo. De hecho singulariza a ese ‘cientifismo’ como un punto clave que hay que derribar, como una de las columnas básicas del caduco sistema actual de gobernación que hay que sustituir.
Echarle la culpa de lo que ocurre al ‘cientifismo’ o a la ciencia, por encima del sistema capitalista de mercado, los límites de los sistemas políticos democráticos, los acuerdos internacionales y sus modos de negociación, el poder de las finanzas, las cloacas de los estados, y tantos otras claves, estas sí esenciales del sistema político internacional en el que vivimos es un error monumental. Simplemente porque la ciencia no tiene, ni ha tenido jamás, ese nivel de poder. Es como atacar el arte porque su mercado forma parte del Sistema y hay dentro casos de corrupción. Una confusión de categorías de carácter épico.
Los científicos no tienen poder. Y cuando lo tienen (los pocos ejemplos, como Rubalcaba, químico, o Vidal Cuadras, físico) no actúan como científicos, sino como políticos. Los científicos no tienen grandes sueldos, casas de lujo, limusinas con chófer, jubilaciones doradas. Los científicos no alcanzan posiciones de mando ni manejan grandes presupuestos ni toman, siquiera, las decisiones de inversión en los campos que les corresponden. Muchos científicos ganan sueldos normalitos de clase media, inferiores a su categoría y méritos; manejan presupuestos irrisorios con la capacidad de decisión muy limitada, y tienen carreras profesionales truncadas y con pocas posibilidades de crecimiento. Los científicos no tienen poder; la ciencia en sí misma jamás ha tenido poder. Algunas empresas y gobiernos utilizan la ciencia para acumular prestigio, riqueza y poder, como utilizan el petróleo, el arte, el turismo, la ley o la violencia. Pero no hablamos de ‘artismo’ o ‘petroleísmo’ o ‘turistismo’. Y quienes toman las decisiones son empresarios, abogados o políticos; muy raras veces los científicos o ingenieros alcanzan las alturas donde se decide la dirección de la estructura.
La responsabilidad no es de la herramienta utilizada, sino de quien la utiliza. Y mucho menos puede ser de ‘la ciencia’ en este caso concreto de la experimentación animal.
Para empezar, ¿de qué ciencia hablamos? ¿La astronomía, la química, la geología, las matemáticas son responsables? ¿Debemos considerar que la oceanografía, la botánica, la arqueología o la física de partículas tienen la culpa? Sólo algunas ciencias utilizan experimentación con animales; sólo cuando no hay otra alternativa, y siempre bajo control. Es rigurosamente falso que, como afirma uno de los enlaces citados por Ruth Toledano, los científicos provoquen sufrimiento a animales a sabiendas de que es inútil; es calumnioso afirmar que lo hacen por razones venales, para mejorar sus sueldos y obtener financiación. Al generalizar el ataque a ‘la ciencia’ en su conjunto y al utilizar semejantes argumentos se pierde cualquier superioridad moral que se pudiera haber tenido. Y se hace un flaco favor a los animales y a las ciencias que los emplean.
En algunas disciplinas científicas se utilizan animales. Hay que usarlos porque para comprobar los efectos primarios y secundarios de una nueva droga no basta con los sistemas in silico o in vitro sino que hacen falta estudios sistémicos; porque para conocer los entresijos del funcionamientos de células y órganos hay que realizar detallados análisis; porque la investigación genética exige cruces y descendencias que serían imposibles de otra forma. Se hacen con animales porque los animales no son humanos, pero comparten con nosotros gran parte de sus sistemas de funcionamiento, de sus órganos y genes. A pesar de los experimentos, a veces una droga que parecía funcionar en animales no funciona en humanos. Pero, a la inversa, los ensayos con animales permiten descartar miles de drogas antes de que causen daño a ningún humano. Y cuando se utilizan se procura minimizar el dolor, el miedo y la angustia de los animales. Los científicos no son monstruos (aunque haya quien parece pensarlo) y practican la empatía, pero es que además hay un motivo práctico: el sufrimiento puede afectar a los resultados. Aunque sólo fuese por eso se intenta mantener controlado al máximo: en los laboratorios a nadie le gusta trabajar en balde.
Lo peor es que esta acumulación de técnicas discursivas suena conocida: creación de enemigo mediante la generalización y los epítetos; confusión categórica entre niveles organizativos; insinuaciones de venalidad y de crueldad inhumana, sobredimensionamiento de la importancia y el poder real del grupo escogido como blanco. Al final, criminalización de un grupo de la población (mejor si no es muy poderoso en realidad) que es identificado con el enemigo y señalado. El resultado de este tipo de campañas es la creación de grupos sospechosos y perseguidos, que pueden acabar por ser objeto de violencia; ya ha habido amenazas y atentados a laboratorios y a científicos por estas causas. Un buen enemigo vigoriza a una causa y concentra su energía. Un buen enemigo es políticamente deseable. Pero lo racional no es, no puede ser, un buen enemigo.
La ciencia, como cuerpo de conocimiento, no es democrática: no se puede someter a votación la realidad. Se puede estudiar, comprender mejor o peor, o hasta desconocer por completo; lo que no se puede es cambiarlo según la votación de un grupo de personas por bienintencionadas que sean. La ciencia, como método de adquisición de conocimiento, no puede ser más igualitaria: está abierta a cualquiera, de cualquier edad, condición, clase social, raza o país. Basta con ponerse a ello, con trabajar y con estudiar, y cualquiera puede llegar a obtener una de esas verdades sobre el Universo que constituyen el conocimiento científico. Incluso sin titulación; incluso en contra de la opinión generalizada o estándar de la disciplina. Costará más o menos trabajo, recibirá mayor o menor oposición, pero si es cierta acabará por conseguir el reconocimiento. Hay menos barreras que en muchos otros campos de la actividad humana.
La política es otra cosa. Consiste en encontrar formas de conseguir que las sociedades, cada vez más complejas, cada vez más difíciles de comprender, funcionen. Tiene que basarse en hechos, porque lo contrario no es operativo, pero no está compuesta exclusivamente de hechos. Contiene también percepciones, emociones, intereses, equilibrios. Debe contener justicia, y debe luchar porque esté lo más extendida posible. Lo que no puede es rechazar la razón y la ciencia ni convertirlas en enemigas. La política basada en la irracionalidad produce monstruos, especialmente cuando consiste en la creación de enemigos.
Es legítimo aspirar a minimizar el sufrimiento, también el no humano. Es positivo discutir formas de hacerlo. Es un interesante revulsivo político y social plantear que ese deba ser uno de los objetivos de nuestra política común. Pero no son las técnicas de creación de enemigos, ni el fomento de la irracionalidad en política, las mejores formas de conseguirlo. Porque sólo causan desconfianza y temor, que son dos muy malos sentimientos en los que basar una política. Yo, de lejos, prefiero la razón.
PD: El presente artículo representa la opinión personal del autor, que también ocupa el puesto de Defensor de la Comunidad en eldiario.es, periódico que alberga el blog El Caballo de Nietzsche.
Corrección 9/06/2014 10:15: en el primer párrafo se afirmaba erróneamente la pertenencia de la autora del post, Ruth Toledano, a la organización política Podemos. Se trata de un fallo por mi parte por el que solicito disculpas; lamento cualquier trastorno que haya podido ocasionar.
URL: http://blog.rtve.es/retiario/2014/06/contra-la-irracionalidad.html
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