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LA OBSOLESCENCIA
PROGRAMADA
como teorÃa conspirativa
José MarÃa González Ondina
Doctor en Ciencias FÃsicas
Cómo una estrategia publicitaria
se acabó entendiendo como una conspiración
C
uando en 1954 el diseñador industrial Brooks
Stevens popularizó el término obsolescencia
programada, se referÃa a «inculcar en el consumidor el deseo de algo un poco más nuevo,
un poco mejor y un poco antes de lo necesario»1. La
obsolescencia no estaba integrada estructuralmente en
el objeto, sino que se debÃa convencer al consumidor
para que sintiera que tenÃa en sus manos un producto
obsoleto, pasado de moda. Eso debÃa lograrse a base de
pequeños cambios, sobre todo estéticos, en el diseño de
las nuevas versiones, fomentando asà el deseo de adquirir un producto nuevo.
Sin embargo, desde hace unos años la mayorÃa de los
medios de comunicación critica la obsolescencia programada asignándole otro significado más negativo, y
lo que es peor, dando por hecho que es una práctica habitual de las empresas. Por ejemplo, a finales del 2018,
El PaÃs titulaba una noticia con «A los productos fabricados para romperse se les va a acabar el cuento»2 y
poco después otra con «Un móvil podrÃa durar 12 años
si no se acortara su vida intencionadamente»3. Otro titular, en este caso de El Mundo en el 2012, decÃa «Obsolescencia programada o cómo las empresas fabrican
productos caducos»4. Ese mismo año, La Vanguardia
entrevistaba a Benito Muros, supuesto inventor de una
bombilla más duradera, y entresacaba como titular su
frase «Todos los aparatos electrónicos están programados para morir»5. Estos son solo unos pocos ejemplos
extraÃdos de las cabeceras más importantes de España,
no es difÃcil encontrar muchÃsimos más.
Como puede verse, el significado que ahora se le da a
la expresión es muy diferente al original. Según aquel,
las empresas diseñan artÃculos defectuosos o de mala
calidad a propósito con la única intención de que duren
menos y obliguen al consumidor a reemplazarlos antes
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de lo que serÃa lo normal. Lo cierto es que, aunque es
posible que estas prácticas ocurran en algunos casos
concretos, son mucho menos frecuentes de lo que se
suele dar a entender. Más aún, en la forma en la que se
suele presentar, la obsolescencia programada no es más
que otra teorÃa conspirativa que para funcionar requerirÃa la connivencia de cientos de miles de personas.
Un ejemplo arquetÃpico que se suele dar (se menciona
en tres de los cuatro artÃculos citados antes) es el de las
bombillas incandescentes. Generalmente se incluyen
dos hechos que son más o menos ciertos: uno, que entre
los años 1925 y 1939 las compañÃas productoras más
importantes se asociaron en un cartel llamado Phoebus,
cuya única misión era disminuir el número de horas de
vida útil de las bombillas a un máximo de mil; y dos,
que hay bombillas anteriores a la creación de ese cartel
que aún siguen funcionando, más de un siglo después.
La narrativa es que si las empresas no lo hubiesen decidido asÃ, podrÃamos tener bombillas que durasen cientos de años sin estropearse. Cabe preguntarse por qué
las empresas que no se integraron en el cartel (y hubo
unas cuantas) no tuvieron más éxito o por qué los ingenieros encargados de diseñar bombillas de duración
limitada no protestaron. Como en toda teorÃa conspirativa, las muchas objeciones evidentes se desechan y los
pequeños detalles que parecen apoyarlas se enlazan en
una narrativa de débiles contra poderosos.
Para entender lo que pasó en realidad debemos conocer el contexto en el que se produjo la creación del
cartel y un poco de las limitaciones fÃsicas de las bombillas de incandescencia. En los años veinte del pasado
siglo la producción de bombillas incandescentes estaba
ya muy madura. La vida útil de la mayorÃa de estas era
de entre 1000 y 1500 horas, en algunos casos llegando
a las 2500. No todas esas bombillas tenÃan las mismas
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prestaciones, claro está, siendo algunas mucho más
eficientes que otras. Fue en ese ambiente en el que se
empezaron a crear asociaciones y carteles entre las mayores productoras de bombillas. Dichos carteles, que
no eran secretos como suele decirse, velaban por los
intereses de las compañÃas que los integraban y entre
sus actividades estaban el establecimiento de cuotas de
venta o el uso de patentes como herramienta de lucha
contra la competencia, prácticas que desde el capitalismo actual pueden verse como monopolÃsticas o de
control del mercado, pero que eran legales en muchas
partes del mundo, la mayor parte de Europa incluida.
Phoebus6 también implantó una limitación de la duración máxima de las bombillas, estableciendo multas si
superaban las 1500 horas o no llegaban a 800. Sin embargo, no hay motivos para pensar que eso se hizo para
vender más7, sino principalmente como un término medio de compromiso entre el consumo de electricidad,
el gasto y la complicación de reponerlas y la eficiencia
(cantidad de luz emitida por vatio).
Aquà es donde entran en juego las limitaciones fÃsicas. Para entenderlas es necesario conocer a grandes
rasgos la llamada «radiación del cuerpo negro». Tras
ese nombre misterioso se oculta un principio fÃsico fácil
de entender, aunque requirió de la ayuda de la mecánica cuántica para poder ser explicado: los cuerpos emiten continuamente radiación electromagnética en todas
las longitudes de onda. La intensidad con la que emiten
radiación en cada frecuencia depende de la temperatura
a la que esté dicho cuerpo (y, en mucha menor medida,
del material). A temperatura ambiente, los cuerpos emiten la mayor parte de esta radiación en el rango de los
infrarrojos, pero a medida que aumenta la temperatura,
empiezan a emitir más en el espectro visible. Cuando
eso ocurre, decimos que el material está «al rojo» o incluso «al rojo blanco». No ha ocurrido ningún cambio
de fase en el material, la única diferencia es que en ese
momento empezamos a ver la radiación.
Puesto que el color de dicha radiación depende principalmente de la temperatura, si queremos un color de
luz concreto, necesitamos poner el cuerpo (el filamento
en este caso) a una temperatura concreta. En el caso de
que queramos una luz blanca como la del Sol, es preci-
La bombilla centenaria de los bomberos de California (Wikimedia Commons)
so poner el filamento a la temperatura de la superficie
del Sol (unos 5778 K).
Sin embargo, la luz blanca no es siempre conveniente
para la iluminación general y, además, la temperatura
necesaria para conseguirla es demasiado alta. La mayorÃa de bombillas de incandescencia funcionan a temperaturas más bajas (3200 K), un compromiso a varias
bandas entre eficiencia, durabilidad, consumo, calidad
del color de la luz y, sobre todo, evitar que el filamento
se derrita (el tungsteno lo hace a 3695 K). Esa temperatura de 3200 K probablemente la fijó el cartel Phoebus8,
pero de ese hecho raramente se habla. Quizás por ser
más complicado de entender y quizás porque no ayuda
a la causa conspiranoica.
Para un filamento de 3200 K, la mayor parte de la
energÃa radiada (más del 90 %) lo es en el infrarrojo,
lo que significa que, a efectos de iluminación, la mayor
parte de la energÃa se pierde en forma de radiación no
visible. Se podrÃa pensar que serÃa mejor aumentar la
Lo cierto es que, aunque es posible que estas
prácticas ocurran en algunos casos concretos,
son mucho menos frecuentes de lo que se suele
dar a entender
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Radiación (normalizada) del
cuerpo negro a 3200 K y 5778 K
temperatura todo lo posible, quizás acercándose más al
punto de fusión del tungsteno; sin embargo las limitaciones fÃsicas vuelven a interponerse.
Un problema asociado a las altas temperaturas es el
efecto que tiene en la durabilidad del filamento. Incluso
para el caso del tungsteno, a esas temperaturas algunos
átomos abandonan la superficie, pasando directamente
del estado sólido al gaseoso y reduciendo lentamente el
grosor del filamento9. Para reducir este efecto se introducen en la bombilla gases como el argón y se le proporciona al filamento su tÃpica forma helicoidal; pero el
efecto no se puede eliminar por completo y al cabo de
cierto tiempo el filamento falla.
Finalmente, para conseguir mantener la temperatura
de 3200 K es preciso suministrar un aporte continuo de
energÃa, ya que de lo contrario el filamento se volverÃa
a enfriar. De nuevo, en este aspecto la fÃsica es clara,
es imposible convertir la energÃa en calor con una eficiencia mayor de la que ya lo hacemos. Generar calor
es de las pocas cosas que sabemos hacer con un 100 %
de eficiencia.
Como puede verse, en el diseño de la bombilla hay
varias limitaciones fÃsicas que es imposible superar, al
menos sin cambiar por completo el concepto de fila-
mento incandescente. Sin embargo, es relativamente
sencillo construir bombillas de larga duración, basta
con que se calienten poco, lo que significa una luz mortecina y de un color muy rojizo. Lo que es difÃcil es
crear una bombilla que esté en el punto óptimo entre
duración y eficiencia lumÃnica y que produzca luz de
un color aceptable. La elección de 1000 horas como
objetivo se aceptó como razonable en la época y durante décadas posteriores tal y como puede leerse, por
ejemplo, en un informe encargado por la Casa de los
Comunes británica en 19507: «Una de las primeras acciones de la organización Phoebus cuando fue creada
en 1925 fue imponer un estándar de vida útil de 1000
horas âcomún por entonces en el Reino Unido y otros
paÃsesâ para las bombillas de filamento de uso general [...] Después de 1929 se impusieron multas por duraciones menores de 800 horas y mayores de 1500 [...]
No tenemos constancia de que esto haya perjudicado a
los consumidores».
Respecto a las bombillas centenarias, la más famosa es probablemente la que cuelga de la estación de
bomberos de Livermore (California)10. Tiene 120 años
de antigüedad y lleva encendida casi sin descanso la
mayor parte de su existencia. Esta bombilla es muy
Como en toda teorÃa conspirativa, las muchas
objeciones evidentes se desechan y los pequeños
detalles que parecen apoyarlas se enlazan en
una narrativa de débiles contra poderosos
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anterior a la creación del cartel Phoebus, cuando las
técnicas de fabricación estaban menos maduras y las
bombillas eran menos eficientes. Además, ya sea por
deterioro del filamento o por las caracterÃsticas del circuito especial al que está conectada en la actualidad, la
bombilla consume solo cinco vatios, mucho menos de
su consumo original y produce una iluminación muy
reducida y de tono anaranjado. Se trata de una curiosidad interesante, uno de esos objetos que trascienden
su finalidad original; pero no debemos caer en la tentación de pensar que alguna vez haya sido posible construir bombillas eficientes que funcionen durante siglos.
Nunca lo ha sido.
De nuevo, es fácil encontrar muchos artÃculos periodÃsticos que hablan de esta y otras bombillas en términos muy elogiosos, como si fueran un ejemplo de lo
que serÃa el mundo sin obsolescencia programada. Es
mencionada en alguno de los artÃculos citados al principio y en muchos otros; el siguiente extracto proviene
de uno publicado en el diario deportivo As y también
enlazada por algunos agregadores de noticias11:
«Existen varias teorÃas que explican por qué la bombilla fabricada por Chaillet12 [inventor de la bombilla]
ha sido capaz de sobrevivir tanto tiempo. Algunos aseguran que su filamento es el resultado de un proceso
único y secreto. Otros creen que, dado que se ha encendido y apagado muy pocas veces, se ha producido una
combustión mucho más lenta que ha impedido que se
fundiera. Por último, hay quienes creen que su longevidad se debe a que fue fabricada a mano, con mucho
más cuidado».
«Algunos aseguran» y «otros creen» son expresiones
que no deberÃan tener cabida en el periodismo serio.
Las «explicaciones» que se dan tampoco ayudan mucho. El «proceso único y secreto», de haber existido, no
podrÃa haber superado las limitaciones fÃsicas descritas
anteriormente; pero además, dicho proceso no parece que fuera único sino que fue importado a EE.UU.
desde Alemania, donde era usado por otras empresas.
Tampoco el filamento era «fabricado a mano», ni está
claro cómo esto podrÃa ser ventajoso. La propia empresa explicó ambas cosas en una respuesta publicada en
Electrical Review13.
El diseño y manufactura de artÃculos de consumo es
un asunto muy complejo en el que hay que tener en
cuenta muchos factores, siendo los beneficios de la empresa uno de los más importantes, eso nadie lo duda.
Pero pensar que en el mundo actual es posible mantener prácticas de ese tipo de forma generalizada resulta
inverosÃmil, por no decir que deja en muy mal lugar a
los ingenieros y operarios que los diseñan y fabrican.
Los consumidores debemos estar siempre alerta y para
eso también es importante evitar que el brillo confuso y
vistoso de las teorÃas conspirativas nos deslumbre.
Notas:
1 Adamson, Glen (June 2003). Industrial Strength
Design: How Brooks Stevens Shaped Your World.
MIT Press. ISBN 978-0-262-01207-2.
2 https://elpais.com/retina/2018/10/16/tendencias/1539700237_455182.html
3 https://elpais.com/tecnologia/2018/11/09/actualidad/1541771036_210342.h…
4 https://www.elmundo.es/elmundo/2012/06/03/
economia/1338718307.html
5 https://www.lavanguardia.com/lacontra/20120412/54283677770/benito-muros…
6 United States Tariff Commission, Incandescent
Electric Lamps, Report No 133 Second series, Government Printing Office, Washington, 1939
7 Report on the supply of Electric Lamps. The Monopolies and Restrictive Practices Commission. 4 de
octubre de 1951.
8 https://spectrum.ieee.org/the-great-lightbulbconspiracy
9 https://en.wikipedia.org/wiki/Incandescent_light_
bulb#Reducing_filament_evaporation, http://www.
tungsten.com.cn/tungsten-wire-sublimation.html
10 https://en.wikipedia.org/wiki/Centennial_Light
11 https://as.com/diarioas/2021/09/24/actualidad/1632469023_918787.html
12 https://en.wikipedia.org/wiki/Adolphe_Alexandre_Chaillet
13 Electrical Review article of March 10, 1897,
pág. 111
Los consumidores debemos estar siempre
alerta y para eso también es importante evitar
que el brillo confuso y vistoso de las teorÃas
conspirativas nos deslumbre
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