ENSEÑANDO A PENSAR CRÍTICAMENTE

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De oca a oca Félix Ares de Blas Enseñando a pensar críticamente Porque en la mucha sabiduría hay mucha angustia, y quien aumenta el conocimiento, aumenta el dolor. Eclesiatés 1:18 Estudiar en tiempos de Franco N o soy experto en cómo enseñar a pensar críticamente a jóvenes. Mis experiencias se decantaron por la formación a adultos, pero sé que esta revista la leen profesores que sí son capaces de hacerlo. Mi intención aquí es exponer mis problemas, para que ellos —los que de verdad saben— saquen provecho de mi experiencia personal. Tan solo pretendo ser una muestra de los alumnos que hemos pasado por el sistema ¿educativo? franquista. Estudié en un colegio de frailes y curas agustinos. En muchos campos, los religiosos resultaron ser unos magníficos profesores. Por ejemplo, todavía recuerdo al profesor el escéptico 10 de química que disponía de un magnífico laboratorio donde nos enseñaba multitud de experimentos y, vistos con la perspectiva que da el tiempo, creo que lo que pretendía en el laboratorio era más sorprendernos para motivarnos que entender unas reacciones que exigían, sin duda, codos y libros. En estos momentos me vienen a la memoria dos experimentos. Uno fue sacar un trocito de sodio de un frasco con benceno y meterlo en agua; inmediatamente ocurría una explosión de color rojizo espectacular1. El segundo que recuerdo era mucho más psicológico, y hoy estaría prohibido hacerlo porque el mercurio se considera un Invierno 2018/19 metal peligroso. En una mesa ponía un frasquito de aproximadamente medio litro, que estaba relleno hasta la mitad, y nos pedía que lo levantáramos. Ninguno lo logró a la primera; todos a la segunda. La explicación que nos dio fue que al ver algo tan pequeño preparamos nuestros músculos para levantar un frasco que debería pesar en torno a un cuarto de kilo, pero realmente pesaba 3,375 kg. Una cantidad que todos podíamos levantar, pero que no nos esperábamos, por lo que resbalaba y se nos caía de la mano. Me fascinó. Como hice tantas preguntas, el profesor me invitó a ir los domingos por la mañana, tras la misa a la que teníamos que ir obligatoriamente —y a veces ejercer de monaguillo, sí, qué le vamos a hacer—, para preparar los experimentos de la semana siguiente. Mi ayuda, más que nada, era decirle si lo había entendido y si me gustaba o no. Aprendí muchísimo con él, pero no es que aprendiera en el laboratorio, es que aquellos experimentos me motivaban a estudiar. Aprendí porque estudié. Y porque al estar yo solo con el profesor me sentí importante. El orgullo creo que es una importante faceta de aprendizaje. También recuerdo a dos profesores de latín. El primero fue el que me dio en lo que entonces se llamaba tercero de bachillerato. Era un muermo. Contaba la gramática descontextualizada. Puras fórmulas que había que seguir. Me aburría como una ostra. Logré aprobar, pero fue con poco más de un cinco. Al curso siguiente, nos dio latín un profesor con cara de bruto y pinta de llamarse Otto y ser de la Baja Baviera. Nos hizo ir leyendo, poco a poco, La guerra de las galaxias. ¡Perdón! La guerra de las Galias. ¿En qué estaría yo pensando? Nos obligaba a hacer fichas con cada una de las palabras de una frase, nos pedía que las barajáramos y que después las leyéramos en el Invierno 2018/19 nuevo orden. Y normalmente tenía sentido. ¡El latín era inmune al orden de las palabras! Un poco lo ha heredado el español y por eso a veces el inglés se nos atraganta: es demasiado rígido. Eso le servía a Otto para explicar lo que eran el nominativo, el dativo y el acusativo. El caso indicaba su función con independencia del orden en la frase. Y así aprendimos el famoso Rosa, Rosae, Rosam. Cuando nos contó el «Alea jacta est2» nos explicó cómo Julio César tuvo que llegar a Roma y que al pasar el Rubicón ya no había vuelta atrás. Cada frase se contextualizaba. Cada frase era una historia. Aprendí (?3) latín, saqué sobresaliente. Con un profesor suspendí y con otro obtuve sobresaliente. La influencia del profesor es manifiesta. Y, en su día, al leer El nombre de la rosa de Umberto Eco, logré semientender aquella enigmática frase final de la obra donde dice «stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus». ‘De la rosa solo queda el nombre, solo tenemos el nombre desnudo’. La logré entender a medias, pero a la mente me vino aquella muchacha-rosa (¿desnuda?) que tanto impacto causó en Guillermo de Baskerville. Al final, el amor. ¿O habría que decir sexo? Pero no todos fueron buenos profesores. Recuerdo con cierto horror al profesor de Historia que nos hacía poner las manos con los dedos hacia arriba y nos golpeaba con una regla. Y no, lo grave no era la regla. Tal vez el refrán español de «la letra con sangre entra» no esté del todo descaminado. Lo grave es que, por ejemplo, nos hizo aprender la lista de los reyes godos y no hizo ni una sencilla mención a quiénes demonios eran los godos. Todavía recuerdo perfectamente a Ataúlfo, Sigerico, Walia, Teodorero, Turismundo… y el de las zapatillas de andar por casa: Wamba. Lo que también recuerdo es que la clase era a las cuatro de la tarde y 11 el escéptico me dormía. El tío era un muermo, un mal profesor. ¿Qué pensarán mis alumnos de mí? Cada alumno, como si fuéramos del Opus, tenía un director espiritual que nos aconsejaba. El mío era un fraile joven que entendía nuestro mundo. Era un tío al que recuerdo con cariño. Casi nunca coincidimos en ninguna idea4 pero le recuerdo con empatía: nos escuchaba; discrepábamos con respeto mutuo. Hubo una temporada, allá por los dieciséis años, que me dio por leer libros sagrados de distintas religiones: el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas; el Libro de los muertos egipcio; los mitos griegos —mi apellido Ares aumentaba mi interés— ; mitos romanos; el libro de Manes, las herejías de Arrio, el Corán, el libro tibetano de los muertos… y quise leer la Biblia; pero en la biblioteca del colegio me dijeron que tenía que pedir permiso a mi director espiritual, pues la Biblia estaba en el Índice de libros prohibidos. Fui a hablar con mi director y me consiguió permiso del obispo para poder leer la Biblia. Leí gran parte, ¡vaya rollo! Me gustó el Génesis, pues tenía cierto sabor a cosmología similar a otros libros sagrados; una cosmología burda e infantil, pero me resultó interesante. También era interesante, aunque el colmo de lo inverosímil, la historia de Noé. Me sorprendió el Cantar de los cantares —en la época franquista era difícil conseguir literatura pornográfica o similar y la encontré en la Biblia5—. Y me gustó el libro que gusta a los ateos: el Eclesiastés. Tal vez potenciado por la canción Turn, turn, turn, compuesta por Pete Seeger. Dicho sea de paso, y sin ánimo de polémica, esta canción fue el germen de mi tesis doctoral Un método para disminuir la redundancia en textos escritos en castellano. Ahora, al recordarlo, me sorprendo. Para solucionar un tema del castellano, me inspiró una canción en inglés. Qué extrañas y apasionantes vueltas da la vida. Mi director espiritual era una persona extraordinaria. Ante mis dudas, que apuntaban a un ateísmo irredimible, me nombró su ayudante en la revista Tolle Lege que editaba el colegio, y así me convertí en el subdirector de una revista cristiana. Mis artículos eran poco cristianos. Eran más bien rebeldes, ateos; vistos con la perspectiva que da el tiempo, muy infantiles. Recuerdo que hice una crítica de una exposición de cuadros en las que me reía a la cara del autor de las pinturas —qué malos éramos el pintor y yo—; sin embargo, la exposición siguiente fue de Tàpies y me encantó. ¡Sorprendente! Y contaba cuentos sobre distintas utopías, sobre mi incomprensión de no comer carne en Semana Santa, sobre lo absurdo del politeísmo cristiano llamándose monoteísmo… y el director jamás me censuró nada. Todo salió publicado. Cuando acabé el colegio me enteré de que mi director espiritual, monje agustino, había abandonado la Orden para casarse con una chica a la que yo había conocido de refilón. ¡Chapeau! Me gustaría felicitarle y darle las gracias por lo mucho que me ayudó a ser ateo. Pero ni siquiera con internet soy capaz de encontrarle. Cuando terminé el colegio todavía faltaba por publicarse el último número de Tolle Lege del que fui colaborador. Cuando lo recibí, me encontré con el sorprendente editorial de mi director espiritual que decía, y trato de citar textualmente, «nuestro buen amigo Félix Ares ha acabado sus estudios y comenzará Ingeniero de Telecomunicaciones. Él siempre se ha considerado un tecnólogo. Se equivoca; él es y siempre ha sido un filósofo, un humanista. Le deseamos un gran porvenir. Sabemos que es capaz de triunfar en cualquier cosa que emprenda. La técnica ha ganado una gran persona, las letras lo han perdido». Pero lo que de verdad me hizo ateo fue el profesor de Formación del Espíritu Nacional (FEN). Una exaltación de lo español. Los españoles éramos los mejores, los más laboriosos, los más entregados, los más creyentes, los únicos; y Franco, su mejor caudillo, con una historia falseada para que todo encajase en la idea de un español superior y heredero de los mejores genes. Aquella asignatura era la única que no era impartida por un agustino, sino por un falangista. Aquel tipo de bigote fascista fue la gota que desbordó mi capacidad de creencia y me convirtió en ateo. En una clase nos habló del Génesis —que yo acababa de leer— y a continuación empezó a reírse de los evolucionistas que decían que los hombres descendían de los monos. «Yo he visto a los monos descender de los árboles, pero no a los humanos descender de los monos; los monos son muy bajitos y no se puede descender de ellos». Más que lo que decía era la chulería con la que lo decía. Me desagradó profundamente. Me suspendió. Mi único suspenso en junio en el bachillerato. Quise leer la Biblia; pero en la biblioteca del colegio me dijeron que tenía que pedir permiso a mi director espiritual, pues la Biblia estaba en el Índice de libros prohibidos. el escéptico 12 Invierno 2018/19 ¿Y qué me dicen de la filosofía? Me encanta poder pensar y razonar, y me encanta que me enseñen a hacerlo. Creo que esa es una de las misiones de la filosofía. Unos de mis grandes descubrimientos fueron Francis Bacon y Karl Popper. ¿Pero qué me dicen de la filosofía franquista, que yo estudié, en la que lo único que contaban era una especie de historia de las ideas filosóficas edulcorada y en la que los buenos eran los que se aproximaban a las ideas cristianas y los malos, los otros? Solo historia descontextualizada. Demócrito hablaba de átomos y Heráclito del cambio, pero todo sin contexto, sin una mención a lo que conocían o desconocían. Una historia de frases, sin discusión, sin contraste, sin crítica. Y por supuesto, tras Kant solo había el vacío, no fuera a ser que nos diera por leer a Marx o Bertrand Russell. La filosofía, en mi opinión, debe ser la clave para la discusión de ideas encontradas, para fomentar el espíritu crítico. Pero eso nunca lo tuvimos en el franquismo. Para ellos, Platón o Sócrates eran muy buenos porque de algún modo evocaba el cristianismo. En Platón quizá les recordase la cueva (¿la caverna?) y las sombras (¿las del oscurantismo medieval?). Pero lo que nos contaban en filosofía en el franquismo nunca fue discusión, nunca fue polémica, nunca fue discrepancia… siempre fue el parecido con el catolicismo. Y quien dice franquismo puede, por extensión, decir nazismo, leninismo y, mejor aún, estalinismo, régimen de Mussolini, régimen de Vichy… y, ¿por qué no?, de Mao. Del famoso libro de Mao que fui a comprar a Francia y me arriesgué a ser castigado penalmente por pasarlo a través de la frontera6. Creo que la filosofía es básica para la formación en espíritu crítico, probablemente la mejor herramienta de la que disponemos. Pero debemos tener claro que la filosofía a la que nos referimos es la que promueve discusiones, la que promueve el enfrentamiento y la que demuestra a los alumnos que hay muchas ideas, no todas de igual valor. Y la que obliga a los alumnos a defender ideas con las que no comulgan7. Se me olvidaba: y la que enseña que las personas son respetables, sus ideas no8. Las ideas imbéciles no son respetables ni hay por qué respetarlas. Tenemos que respetar al que dice que el Reino de los Cielos es de los pobres de espíritu, aunque nos parezca una sandez. Una sandez porque el Reino de los Cielos no existe, y una sandez porque los pobres de espíritu son eso: pobres de espíritu, incapaces de innovar, incapaces de pensar por su cuenta, incapaces de contribuir a mejorar la sociedad. El cristianismo y el islam son nefastos para fomentar el espíritu crítico y por lo tanto la creatividad o el progreso. Tengo muy claro que hay que formar a los alumnos en espíritu crítico. Lo que ya no tengo tan claro es cómo hacerlo. No sé si lo bueno es someterlos a ideas distintas en una asignatura de filosofía o someterlos a algo asqueroso como la Formación del Espíritu Nacional, impartida por un facha nacionalista, para que uno termine asqueando de su nacionalismo y de su fe. En mi historia personal, el que me obligaran a estudiar FEN e ir a tétricos ejercicios espirituales me llevó al ateísmo y a no creerme nada por fe. Todo tenía que pasar por un tamiz racional. Pero es obvio que la solución para que los alumnos piensen críticamente no es sumergirlos en ejercicios espirituales o en asignaturas de FEN. Si fuera así, todos mis compañeros de clase serían ateos, y la realidad no es esa. Es cierto que un porcentaje no despreciable de alumnos nos volvimos ateos y críticos, pero el resto —la mayoría— continuaron con sus creencias y su fe en cosas insostenibles. La evangelización parece que surte efectos. Así que aquí veo el primer gran problema para enseñar espíritu crítico: no puede haber una única forma de hacerlo, puesto que no hay una única clase de estudiantes. Podríamos pensar que en una escuela laica donde la fe y la alabanza a los «pobres de espíritu» no tengan lugar es posible que sea mejor; pero seguro que hay una minoría que rechazará lo que se dice. Seguro que nos encontraremos con el «efecto tiro por la culata» (backfire effect). El éxito al enseñar espíritu crítico va a depender mucho de cada alumno, de lo profundas que sean sus creencias y de su capacidad para el cambio. Para preparar este texto me conecté a Google Scholar y busqué artículos donde se explicara cómo enseñar a pensar críticamente. Encontré cosas interesantes, que esencialmente coinciden con lo que yo intentaba hacer en el Museo de la Ciencia de San Sebastián (KutxaEspacio). Los dos mejores, en mi opinión, son La filosofía franquista era una especie de historia de las ideas filosóficas edulcorada y en la que los buenos eran los que se aproximaban a las ideas cristianas y los malos, los otros. Invierno 2018/19 13 el escéptico (Foto: Agneta Von Aisaider, https://www.flickr.com/photos/[email protected]/) estos: 12 Strong Strategies for Effectively Teaching Critical Thinking Skills9 y 25 Of The Best Resources For Teaching Critical Thinking10. Pero creo que pecan de lo mismo que pecaba yo en el museo, de considerar que la misma técnica sirve para todos los alumnos, y eso no es cierto. Cada alumno es diferente. Cada alumno necesita una motivación distinta. Creo que esto lo saben todos los buenos profesores, pero también creo que es imposible de aplicar puesto que hay un aula con muchos estudiantes, el tiempo es limitado y es imposible atender a cada uno de ellos de manera personalizada. Pero entre el «todos iguales» de la clase magistral y el «cada uno distinto» del profesor particular hay muchas situaciones intermedias. Descubrir esas situaciones y cómo actuar en cada una de ellas sería muy importante. He tratado de buscar qué había sobre tipologías de alumnos respecto a la posibilidad de enseñarles a razonar críticamente y no he encontrado nada (no digo que no lo haya). Aquí veo un gran campo de investigación. Lo primero que debiéramos hacer es encontrar qué variables son las que influyen en la capacidad de los alumnos para la crítica, para adquirir ideas nuevas y rechazar las antiguas. Pero no tengo ni idea de cuáles son y cómo medirlas; tal vez habría que explorar su compromiso con una fe religiosa, el número de libros y cómics el escéptico 14 que leen, qué tipos de ideología apoyan sus padres, su clase social, a qué partido político votan, qué tipo de música escuchan, qué videojuegos practican, si tienen novio/a o no, las creencias del novio/a... Tras descubrir cuáles son las variables que más influyen en la posibilidad de que una persona llegue a ser un pensador crítico habría que establecer unas tipologías. Probablemente para ello las matemáticas vengan a nuestra ayuda con los «algoritmos de agrupamiento» (clustering11). En criminología se estaba en una situación similar. Era interesante poder agrupar los diversos tipos de criminales en grupos para saber cómo actuar con cada uno de ellos, pero la tarea fue titánica y duró siglos. Entre los primeros intentos están los de Lombroso12, que fueron tremendamente criticados, entre otras cosas por racistas; pero el hecho es que puso sobre la mesa la posibilidad de crear tipologías de delincuentes. Canter logró establecer una tipología de asesinos en serie utilizando técnicas de clustering13. Espero que algo similar pueda hacerse con los alumnos. Después de ello habrá que investigar cuál es el mejor método para llegar a cada uno de los tipos. Luego habrá que fabricar herramientas para que el profesor sepa a qué tipo pertenece un alumno de forma rápida y sencilla… y después el profesor deberá aplicar todas sus habilidades para conseguirlo. Tal Invierno 2018/19 vez haya que dividirlos en aulas distintas, tal vez se necesiten unas asignaturas complementarias distintas para cada tipo de alumno. Soy consciente de que esto es una gran investigación que puede durar décadas o no llegar a nada. En fin, desde mi posición de humilde europeo-casiblanco, ex cristiano, ex nacionalista, ateo, y pérfido que casi no cree en nada, te he expuesto mi evolución en la escuela… te pido que tú, como profesor, tengas en cuenta mi relato para conseguir que tus alumnos tengan espíritu crítico. Y si terminan superándote y fastidiándote con ideas contrarias a las tuyas, siéntete orgulloso; has conseguido el culmen de un profesor: que los alumnos te superen. En un curso de verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo en el Palacio de la Magdalena, en mi ponencia «El legado del siglo XX», defendí que en la España actual los «científicos se hacían a pesar del sistema educativo», no con la ayuda de dicho sistema. Entre el público asistente hubo «división de opiniones»; pero no trataron de agredirme a la salida o de «cortarme las orejas», como ocurrió en aquel famoso curso de verano de El Escorial, donde hablamos de ovnis. Espero que mi cínica opinión en cuanto a la capacidad del sistema educativo —religioso o laico— de crear personas con espíritu crítico sea falsa. Espero que los profesores actuales sean capaces de transmitir a sus alumnos la capacidad de discrepar, empezando por discrepar de los profesores; la capacidad de pensar de modo diferente, de enfrentarse a lo establecido, de ser un poco raro y llevar una vida social plena, de discrepar de lo establecido y de ser capaz de llevar a tu lado a un chico/chica realmente bella… demostrar que el espíritu crítico no está reñido con el éxito social, demostrar que los científicos no son tarados como los de la serie Big Bang, con gags tan malos que en la banda sonora deben ir risas para indicarnos cuando reírnos; prefiero mil veces que los alumnos listos piensen que se parecen al Einstein, faltón y maleducado, de la serie alemana14. La conferencia más motivante para los alumnos la vi en el Kutxaespacio, el museo de la ciencia de San Sebastián. Invité a un conocido científico. Era un poco tarde y salimos a la puerta a ver si llegaba. Lo hizo en un flamante coche rojo con una rubia bella, muy bella, a su lado. Después habló de motivar y no sé qué, pero ya daba igual; el mensaje motivador lo dio con su llegada: un lujoso coche y una rubia despampanante; lo que transmitió fue: los científicos no son unos tarados antisociales (al estilo de Big Bang). No me cabe la menor duda de que entre nosotros hay profesores que logran atraer a los alumnos hacia «el lado oscuro de la fuerza» (léase espíritu crítico), y en estos momentos pienso en Eugenio Manuel Fernández Aguilar, que atrae el interés de los alumnos por la ciencia contándoles historias motivadoras y sorprendentes; Andrés Carmona, que les hace juegos de magia; Claudio Pastrana, que los lleva al paseo marítimo de Montevideo y les hace poner el sol y los planetas a distancias a escala; Andrés Sanjuán, el recién Invierno 2018/19 fallecido Eustoquio Molina, Jorge Frías… seguro que hay otros, pero son los primeros que me han venido a la mente. Un abrazo a todos ellos. Notas: 1 https://www.youtube.com/watch?v=UnS2n3NnDiU 2 Si creemos a Plutarco, Julio César nunca dijo lo de «Alea jacta est», sino una frase griega que significa «los dados están en el aire». Me gusta mucho la frase griega que al parecer era del comediógrafo Menandro, uno de los favoritos de César. 3 No estoy seguro de haber aprendido algo. 4 En unos ejercicios espirituales, nos pilló jugando al «hijoputa» a las tres de la mañana. Se sentó a jugar con nosotros. Nosotros formamos un grupo de investigación parapsicológica y de ovnis que se llamaba ¡Mehr Licht!, en honor a las últimas palabras de Goethe. Y nos pidió que hiciéramos lo que quisiéramos, jugar al «hijoputa» o no ir a misa; pero que dejáramos a los demás alumnos en paz, que no trascendiera nuestro desprecio a las chorradas que decía el dominico director de los ejercicios y que tan solo hablaban de muerte y de infierno. Un infierno negro que me recuerda las horribles semanas santas negras y oscuras de la España profunda: Andalucía, Astorga, León… Esas vírgenes con manto negro me ponen los pelos de punta. Me recuerdan a Cibeles y a los creyentes que se emasculaban para satisfacer a la diosa. 5 Para continuar leyendo literatura pornográfica tuve que aprender francés y leer las obras famosas del Marques de Sade: Justine; Juliette –la nueva Justine–,… o las obra de Pauline Reage L´Histore dô… Francia era la puerta para la pornografía y la libertad. Tras la pornografía vino «El Ruedo Ibérico» y terminé trayendo a España desde Hendaya el horrible y absurdo Libro Rojo de Mao; entonces no pensaba que era ni horrible ni absurdo; sencillamente, era lo prohibido. 6 Todavía recuerdo la tensión que padecimos cuando pasamos por la frontera con el Libro Rojo de Mao y otros libros de «El Ruedo Ibérico» en el maletero. Los grises nos miraban. La tensión era obvia. Abrieron el maletero. No encontraron nada. Los libros estaban disfrazados de compras de bebidas en «Geant Casino». Pasamos. Recuerdo el temor que infundía la policía política de Franco. 7 Al final resulta que los odiados estadounidenses nos llevan ventaja. Llevan decenas de años haciendo que los alumnos defiendan ideas contrarias a las propias. 8 Savater, Fernando. «Opiniones respetables». El País, 2 de julio de 1994. 9 https://globaldigitalcitizen.org/12-strategies-teachingcritical-thinkin… 10 https://www.teachthought.com/critical-thinking/25resources-for-teaching… 11 https://es.wikipedia.org/w/index.php?title=Algoritmo_ de_agrupamiento 12 Mulet, A. J. (2018). «Tipología de criminales según Cesare Lombroso» https://www.psicoactiva.com/blog/ tipologia-de-criminales-segun-cesare-lombroso/ 13 Perfiles criminales: FBI vs David Canter. (2010). https:// casoabierto.wordpress.com/2010/04/08/perfiles-criminalesfbi-vs-david-canter/ 14 https://www.axn.es/programas/einstein 15 el escéptico

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