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El fraude cientÃfico
Francisco José López Cantos
Universitat Jaume I
Consecuencias de las malas prácticas cientÃficas
L
a complejidad de la sociedad actual, que
con acierto se ha denominado sociedad
del riesgo (Beck, 1992), es mucho mayor
que en aquellos tiempos en que la famosa
xilografÃa de Durero que representaba un
exótico rinoceronte blanco, que nunca vio y solo dibujó a partir de algunas notas escritas y bocetos que
le hicieron llegar, se acabó por convertir en un icono
popular de un espécimen que, aunque inexistente, se
instaló en el imaginario colectivo. Como resultado
de la extraordinaria proliferación en la sociedad-red
actual de bulos (hoax) y noticias falsas (fake news),
se están poniendo en marcha multitud de estudios e
iniciativas, utilizando las herramientas tecnológicas
disponibles en la actualidad, para estudiar y limitar
el impacto social de un fenómeno que está poniendo
en cuestión los fundamentos de nuestras actuales sociedades (vid. Balmas, 2014; Lazer et al., 2018), para
algunos ya en tránsito hacia una nueva era denominada de la posverdad (Keyes, 2004; Sismondo, 2017;
DâAncona, 2017) .
En el ámbito cientÃfico, el fraude y la falsificación
más o menos intencionada no es un fenómeno novedoso, pero las preocupaciones cada vez son mayores
ante el crecimiento que está experimentando, tal como
recientemente se expresa en los editoriales de prestigiosas publicaciones como Nature o The Lancet (Higgins, 2016; Marmot, 2017). En algunos casos esta
conducta es cuando menos reprobable, ya que puede
ser resultado del desconocimiento o la imprudencia,
pero las más de las veces es una actitud intencional1
y, por lo tanto, punible, y cuya prevalencia entre la
comunidad cientÃfica está siendo objeto prioritario de
estudio y movilizando ingentes recursos para detectar
el fraude (Kroll, 2011).
Entre las conductas inapropiadas en la práctica investigadora, según la National Science Foundation
(NSF, 2006), se pueden distinguir diversos grados
de manipulación para obtener resultados que respondan a intereses particulares. Los datos sobre los que
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se elaboran los resultados se pueden fabricar antes o
durante su registro, bien manipulando los materiales,
los procesos o los equipos de investigación o bien seleccionando, cambiando u omitiendo algunos datos
una vez obtenidos. Por otro lado, los resultados de la
investigación pueden utilizar distintas formas de plagio en tanto apropiación de las ideas, procesos o resultados de otras personas sin indicación de sus autores.
Hay quien remonta los casos de fraude cientÃfico
a las investigaciones astronómicas de Ptolomeo o
el propio Galileo (Broad & Wade, 1982), quizá con
cierto extremismo. Pero en todo caso, aunque tradicionalmente se ha considerado la actividad cientÃfica
como genuina y honesta, el descubrimiento de fraudes notorios muestra la fragilidad del conocimiento
cientÃfico y la facilidad para el fraude. Casos como el
del supuesto descubrimiento del cráneo del hombre
de Piltdown a principio del siglo XX o los estudios
inventados sobre la inteligencia heredada en gemelos
del psicólogo Cyril Burt fueron declarados falsos, en
1954 y 1974 respectivamente, tras décadas en que
su validez fue considerada incuestionable; como es
igualmente conocido el caso del brillante cardiólogo
de Harvard que publicaba alrededor de 100 artÃculos
por año con datos inventados o manipulados (Goodstein, 1991). Otros casos clásicos de fraude cientÃfico
han pasado a la posteridad, algunos de ellos irrisorios,
como el de inmunólogo americano William Summerlin, que intentó hacer pasar un parche pintado con rotulador negro por un exitoso injerto de pieles entre
dos especies de ratones blancos y negros.
En un metaanálisis reciente, elaborado a partir de
los resultados de diferentes estudios en que los propios cientÃficos responden si cometen algún tipo de
fraude en sus investigaciones, se concluye que alrededor del 2 % de los cientÃficos han cometido algún tipo
de fraude de manera consciente a lo largo de su carrera
profesional (Fanelli, 2009). Sin embargo, y de acuerdo con los datos elaborados por RetractionWatch.
com, en 2015 solo fueron retirados 684 artÃculos que
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se consideraron fraudulentos de un total de 800 000
artÃculos publicados, un escaso 0,01 %. El análisis automatizado utilizando un ingenioso software, recientemente desarrollado por el joven cientÃfico holandés
Chris Hartgerink para detectar errores estadÃsticos, y
llamado Stat-check, es concluyente: de 16 000 artÃculos que usaban estadÃsticas, sobre un total de 30 000
artÃculos analizados en el área de psicologÃa, al menos
la mitad contenÃa errores estadÃsticos graves (Nuitjen
et al., 2016). A partir de otra investigación realizada
con el análisis textual automatizado de un total de 253
artÃculos del área de biomedicina, que en el perÃodo
entre 1973 y 2013 habÃan tenido que retirarse una vez
publicados por haber sido detectados como falsos, se
ha creado lo que sus autores han denominado «obfuscation index» (âÃndice de confusiónâ), para evaluar la
aparición de «causal terms, abstract language, jargon,
positive emotion terms and a standardized ease of
reading score»2, y se ha encontrado que existen significativas analogÃas en la forma de mentir entre los
cientÃficos cuando incurren en este tipo de conductas
fraudulentas (Markowitz & Hancock, 2016).
Algunos de los últimos casos desvelados sobre el
trabajo fraudulento de cientÃficos con multitud de artÃculos publicados han acabado de forma dramática,
como el de los japoneses Sato y Sasai. Después de
una ardua investigación, se descubrió que los resultados obtenidos por Sato en sus estudios clÃnicos, y que
fueron publicados en más de 200 artÃculos, muchos de
ellos sobre cómo reducir los riesgos de fractura ósea,
pero también sobre el alzhéimer o el párkinson entre otros, eran totalmente inventados. Yoshiki Sasai,
eminente cientÃfico experto en células madre, al ser
descubierto el fraude que cometÃa en la fabricación
de datos, acabó por suicidarse, probablemente como
hiciera Sato, quizá como consecuencia del gran deshonor que supone para una cultura como la japonesa
el haber sido descubierto, una cultura en la que sus
cientÃficos paradójicamente ocupan los primeros lugares en número de artÃculos retirados de las revistas
(Kupferschmidt, 2018).
El fraude en las imágenes cientÃficas con las que
se muestran los resultados de la investigación puede
ser mucho más difÃcil de detectar, aunque en algunos
casos es muy notorio, como se desprende del análisis
realizado por el laboratorio Shigeaki Kato de la Universidad de Tokio, a partir de las imágenes contenidas en un artÃculo que habÃa sido publicado en 2009
en Nature, y considerado válido durante varios años
por la comunidad investigadora. En él se encontraron
Imágen de Cyril Burt de su
archivo en la Universidad
de Liverpool (Wikimedia)
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nada menos que 20 fraudes en las imágenes. Otras
investigaciones sobre el uso de imágenes en las publicaciones en el área de biomedicina sobre la base de
datos PubMed han encontrado que en algunas áreas
especÃficas de investigación, como la oncologÃa, del
total de artÃculos publicados resultantes de la experimentación con geles, el 25 % contenÃa imágenes
falsas (Oksvold, 2015); y que, de todos los artÃculos
analizados sobre una muestra de 1364 seleccionados
aleatoriamente de 451 revistas de PubMed, alrededor
del 6 % contenÃa imágenes claramente fraudulentas
(Bucci, 2018), y eso solo analizando una limitada
gama de manipulaciones posibles en la imagen.
El número de casos de conductas fraudulentas en
los que la validez de las imágenes cientÃficas son
cuestionadas se ha venido incrementando a lo largo
de las dos últimas décadas, y ha pasado de suponer
solo el 2,5 % en un estudio realizado para los años
1989-1999, hasta un preocupante 68 % del total de los
casos de fraude en uno posterior para los años 20072008 (Krueger, 2009; Parrish and Noonan, 2009;
Pearson, 2005). Consecuencia de ello, de una década
a esta parte, y siguiendo la tradición que ya era práctica habitual en la Royal Society desde sus inicios de
consensuar la validez de las imágenes (López-Cantos,
2017), algunas de las publicaciones cientÃficas más
prestigiosas, como Nature (Nature, 2006), han venido
elaborando guÃas para los autores y protocolos éticos
para evitar la alteración de las imágenes que se publican. Cada vez son más los trabajos que se ocupan de
determinar las buenas prácticas en la producción de
imágenes cientÃficas, por ejemplo en Cromey (2013).
El incremento de las falsificaciones, recogiendo las
conclusiones del análisis realizado por Emma Frow
sobre las polÃticas editoriales de las mayores revistas
cientÃficas, va más allá de la mera detección del fraude
y la intención normativa de las revistas cientÃficas: está
poniendo en cuestión la integridad de la labor cientÃfica: «the current concerns of journal editors revolve
less around determining the so-called truth or falsity
of digital images and are more about setting norms
for image production as a means of safeguarding trust
in the published image» (âLas preocupaciones actua-
les de los editores de revistas giran menos en torno a
la determinación de la llamada verdad o falsedad de
las imágenes digitales, y se centran más en establecer
normas para la producción de imágenes como un medio de salvaguardar la confianza en la imagen publicadaâ) (Frow, 2012: 29). Y, conscientes de la potencia e
impacto de la tecnologÃa digital para el tratamiento de
imágenes en la elaboración de imágenes cientÃficas, y
dada la complejidad actual y lo que está en juego, algunas de ellas ya recurren con regularidad a la contratación de expertos en imagen forense para la revisión
de su validez antes de su publicación (Pearson, 2005;
Couzin, 2006).
En cualquier caso, más allá de las consecuencias
legales que el fraude cientÃfico pueda tener para sus
autores y la retirada de la publicación, las consecuencias para la comunidad cientÃfica y para la sociedad
son de gran alcance. Según los cálculos de 2012 de
la empresa Ithenticate, que desarrolla herramientas de
autenticación y verificación para multitud de agencias
gubernamentales de Estados Unidos, entre ellas la
NSF, el fraude abarca desde el plagio en todas sus formas hasta la falsificación de datos en las solicitudes
de proyectos, o de resultados en los informes financieros de los grupos de investigación. El coste de las malas prácticas cientÃficas rondarÃa como poco los 100
mil millones de dólares anuales (Ithenticate, 2012).
TodavÃa no hay metaanálisis que incluyan el impacto
global en la investigación pero, sin duda, la magnitud
del fraude cientÃfico provoca pérdidas a gran escala
a los presupuestos gubernamentales y a la economÃa
de los sistemas públicos y privados y, en definitiva, a
toda la sociedad, en tanto responsables y beneficiarios
de la financiación de los proyectos de investigación.
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Se pueden distinguir diversos grados de
manipulación para obtener resultados que
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Notas:
1 El plagio es muy común y puede ser el resultado de la
mera negligencia bibliográfica o de una más intencionada
«citation amnesia» (âamnesia de citasâ) o «disregard syndrome» (âsÃndrome de la indiferenciaâ), tanto como del uso
de datos de otras investigaciones que se presentan como
novedosos, asà como de la atribución de la investigación
a personas que no han participado en ella, o lo que se
denomina autoplagio: publicar la misma investigación con
mÃnimos cambios en diversas revistas o lenguas. La consecuencia a medio plazo de este tipo de conducta deriva,
de un lado, en el empobrecimiento del conocimiento; y de
otro, en lo que Merton (1968) denominó Efecto Matthew,
según el cual el efecto de la acumulación en algunas
personas de gran cantidad de publicaciones permite que
estas obtengan significativas ventajas en su ámbito de
actividad, es decir, el investigador citado es cada vez más
citado, o quien aparece como autor en trabajos en los que
no ha participado pero que son propios de sus colaboradores acaba por ser considerado un investigador prestigioso
y de excelencia por la mera acumulación derivada de este
efecto.
2 Términos informales, lenguaje abstracto, jerga, términos de «emociones positivas» y una puntuación estandarizada de facilidad de lectura.
El incremento de las falsificaciones va más allá
de la mera detección del fraude: está poniendo
en cuestión la integridad de la labor cientÃfica
Primavera 2020
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