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Dossier Pseudohistoria y bulos antes de las fake news: teorÃas de la conspiración con resultado de muerte Antonia de Oñate ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento CrÃtico La pseudohistoria, algo mucho más peligroso que las patochadas sobre la Atlántida o arquitectos alienÃgenas Mucho antes de las fake news ¿Por qué llamamos fake news a los bulos de siempre? La expresión, aunque se acuñó en el mundo de habla inglesa hacia 2005, se ha popularizado gracias al presidente Trump y a quienes la reproducen en medios de comunicación y redes sociales. Se afirma que la inmediatez y el alcance de las modernas tecnologÃas de la información dan entidad propia a las fake news, en una interpretación extrema de la ya antigua frase de Marshall McLuhan: «el medio es el mensaje». Por otro lado, parece como si el término pseudohistoria estuviera casi exclusivamente asociado a las hipótesis delirantes sobre astronautas ancestrales, pirámides alienÃgenas, Antártidas misteriosas y otras piezas de ese calibre. Sin embargo, en estas lÃneas no se rozará siquiera semejante visión absurda sobre el pasado humano: trataremos de mentiras disfrazadas de historia para alterar vida y destino de millones de personas. En comparación con esto, la mala ciencia ficción convertida en historieta no pasa de lo risible. La aspiración de dejar impronta en el recuerdo es universal y de orÃgenes muy antiguos, como lo es la memoria colectiva de los grupos humanos y la conciencia sobre la enorme influencia que puede ejercer la historia. Se constata desde las primeras civilizaciones, tanto en la documentación escrita como en otros restos de cultura material de carácter público. Da igual que se exagere o se mienta: lo que le importa al poder es ocupar el espacio público con imágenes y conceptos que le sean favorables. Hoy se sabe que no hay que dar ningún crédito a los relieves egipcios que muestran a Ramsés II derrotando estrepitosamente a los hititas: la batalla de Qadesh no tuvo resultados decisivos, pese el escéptico 42 a la representación falseada y eternizada en piedra que encargó el faraón en varios templos. La mentira y la exageración encaminadas a hundir la reputación del adversario es un clásico de todos los tiempos. La propaganda de Roma contra Cartago es un ejemplo de cómo se destroza la fama de un enemigo mortal, y aunque esta forma de actuar no sea una exclusiva romana, la influencia de su cultura en el mundo occidental ha dejado una marca difÃcilmente superable en la imagen pública que âincluso hoyâ proyectan personajes como Tiberio, CalÃgula o Nerón. Decenas de generaciones han aprendido una historia de Roma basada en la versión senatorial, que cargaba las tintas en los aspectos más negativos de los primeros emperadores; asÃ, Tiberio era un degenerado, CalÃgula un demente (y un degenerado) y Nerón un incendiario (y se dejaba caer que algo degenerado también), pero no se consideraba que Tiberio fue un prudente administrador, que CalÃgula aspiraba a instaurar una monarquÃa orientalizante y que Roma no necesitaba a Nerón para ser pasto de las llamas. El concepto de fake news alude a noticias falsas que se ponen en circulación con fines maliciosos. Exactamente lo mismo que hay detrás de los bulos de toda la vida. Pedro I de Castilla sigue siendo «Pedro el Cruel» seis siglos y medio después de su muerte: queda por ver si la transmisión actual de fake news alcanzará semejante duración. ¿Se imaginan que la propaganda Trastámara fuera capaz de vencer en lo perdurable a las modernas factorÃas de calumnias y mentiras? Historia y poder: una aclaración La historia no es solo una narración colectiva del pasado de grupos sociales: es también un factor de lePrimavera 2020 gitimidad y de justificación del poder. Historiadores y cronistas trabajan a la mayor gloria de la ciudad, del imperio, de la casa real, del monasterio, del obispo, del noble, del señor. El poder encuentra útil una historia de relato controlado. La multiplicidad de jurisdicciones anterior al siglo XIX daba lugar a todo tipo de pretensiones y reclamaciones, que a veces se disputaban en litigios interminables. En ese contexto hay que entender los documentos con pretensiones históricas cuyo fin es argumentar el justo tÃtulo de una corporación, de un señor laico o eclesiástico. El anticuarismo barroco (acumulación de noticias no contrastadas de supuesta antigüedad) apunta a la reivindicación de esas pretensiones. La tarea de bruñir blasones también alcanzó a los reyes europeos que, como Francisco I de Francia, preferÃan identificarse con legendarios orÃgenes troyanos como forma de sugerir que sus estirpes no eran subsidiarias de Roma. Qué decir de los intentos de eliminar de Madrid sus modestos orÃgenes y convertirla en una fundación del ciclo troyano, lo que explica la muy exótica presencia de Cibeles en una de las plazas principales de la ciudad. La paternidad de la historia se atribuye a Heródoto, que dio un impulso racionalizador a la narración de hechos pasados. Pero una atenta mirada a la produc- ción historiográfica nos pone en guardia; la historia no siguió un ascenso lineal desde Heródoto, y pasaron siglos hasta que se asentó como disciplina autónoma y con una metodologÃa válida, en un camino lleno de tropiezos que terminó depurando sus fuentes y laminando con sumo trabajo falsificaciones, leyendas y cronicones. Historia y pseudohistoria se mezclaron durante siglos sin recato alguno. En esto, la historia no es excepcional: la quÃmica nació como hermana siamesa de la alquimia; la medicina fue durante siglos un potro de tortura diseñado desde especulaciones intelectuales absurdas... Quizá no podamos aplicar a la historia la expresión «del mito al logos», pero los primeros humanistas europeos sà dieron un giro de tuerca. Un ejemplo de la labor humanista contra las fabulaciones pseudohistóricas nos viene de Lorenzo Valla, quien en 1440 desmontó con argumentos filológicos la Donación de Constantino, un apócrifo decreto imperial falsificado, probablemente, a mediados del siglo VIII. Según esta falsificación, el emperador Constantino agradeció su curación de lepra donando al papa Silvestre los territorios que se conocieron luego como Estados Pontificios. La lepra de Constantino, castigo de Dios por su persecución a los cristianos, es tan falsa como la donación. Lorenzo Valla demostró que el documento era anacrónico: ni Ramsés II derrotando a sus enemigos. Bajorrelieve del templo de Abu Simbel (Wikimedia) Primavera 2020 43 el escéptico Pedro I de Castilla (Wikimedia) el latÃn empleado ni conceptos como el de feudo eran propios del siglo IV. Si hiciéramos un simple juicio de intenciones, dirÃamos que Lorenzo Valla defendÃa los intereses de su patrono, Alfonso V de Aragón; pero los juicios de intención nunca son superiores a la calidad de los argumentos que, en este caso, eran irrefutables. Sin embargo, los papas siguieron recurriendo al falso acto de donación de Constantino, como demuestra el fresco de Rafael en las estancias Borgia del Vaticano; y como los actos pesan aún más que sus sÃmbolos, los papas siguieron ejerciendo su poder temporal en los Estados Pontificios hasta 1870. No fueron los buenos argumentos los que pusieron fin a las consecuencias de la patraña de la donación imperial: fueron los ejércitos de VÃctor Manuel II. Algunos dicen que la historia es una disciplina que no sirve para nada, que es un saber de adorno sin consecuencias prácticas. Sin embargo, los libros de historia son los primeros que mutilan y alteran los regÃmenes totalitarios cuando llegan al poder. La historia es lo primero que invocan los aficionados a jugar con la psicologÃa de masas, el campo de mil batallas verbales sobre el tablero polÃtico. La historia toca cuerdas muy delicadas y ejerce una fuerte influencia en cuestiones capaces de movilizar a miles de personas: pulsa âenel escéptico 44 tre otrosâ el sentido de pertenencia, de identidad, de orgullo, de humillación, de injusticias seculares. La historia refuerza elementos simbólicos del poder: por eso se inventan derrotas y victorias, se lustran blasones, se inventan genealogÃas, se crean dioses y santos, se hace viajar a apóstoles y se atribuye a reyes un falso origen troyano. A veces no es necesario inventar: basta con orientar los focos de modo que se destaque y exagere algo y se oculte en tinieblas otra cosa. No son pocos ni superfluos los efectos del uso público de la historia, este saber presuntamente ornamental. En este artÃculo tocaremos un asunto especialmente doloroso: la pseudohistoria esgrimida contra los judÃos de la Corona de Castilla y Aragón, cuyas consecuencias fueron particularmente ominosas y cuya duración ha sido plurisecular. PodrÃamos haber elegido otros temas, pero este posee dos particularidades: es un ejemplo de teorÃa de la conspiración y atizó la ruina, el exilio, la tortura, la cárcel y la muerte de muchos inocentes. Falsificar para calumniar: la Carta de los judÃos de Constantinopla Si existiera el manual MetodologÃa de la Pseudohistoria, uno de sus temas principales serÃa el de las Primavera 2020 falsificaciones de documentos y de vestigios arqueológicos. Las falsificaciones se aúpan sobre elementos reverenciados por las sociedades humanas: la palabra escrita, los restos tangibles y la antigüedad. De ellas se sirven todos cuantos quieran hacer valer sus derechos, sean auténticos o falsos. Por eso abundan las genealogÃas personalizadas al gusto del pagador, los contratos trucados de préstamo y compraventa, los falsos privilegios y donaciones. Ya hemos visto que la Donación de Constantino justificaba el poder temporal de los papas y, de un modo parecido, otra falsificación documental conocida como Voto de Santiago respaldaba parte de los tributos que enriquecÃan a la sede compostelana. En ese diploma falso se atribuÃa al apóstol Santiago la victoria en la inexistente batalla de Clavijo, a su vez motivada por la oposición al inexistente tributo de las Cien Doncellas (compromiso de Mauregato, rey de Asturias, para entregar anualmente a los emires andalusÃes cien muchachas vÃrgenes), y se reconoce a la sede compostelana el derecho a cobrar un tributo en especie de los territorios ganados a los musulmanes. La falsificación, salida del scriptorium compostelano, se atribuye a Pedro Marcio, canónigo de la catedral de Santiago y posteriormente arzobispo de esa misma sede. Pero la pseudohistoria no es solo un instrumento para conseguir beneficios y prebendas. También sirve para dar credibilidad a graves calumnias con consecuencias terribles para quienes forman parte del grupo percibido como adversario, cuya persecución se legitima pintándolo con los tintes más desfavorables. Los infames Protocolos de los sabios de Sion son las actas falsas de una imaginaria reunión de judÃos influyentes que acordaron subyugar al mundo a través del dominio de la economÃa y la prensa, y también minando la moral de los gentiles. La falsificación, publicada en Rusia al inicio de la gran oleada de pogromos de 1903 a 1905, conoció un cierto éxito en el mundo occidental a partir de 1917, cuando la difundieron rusos blancos en el exilio. Henry Ford llegó a patrocinar la edición de medio millón de ejemplares que se difundieron en Estados Unidos en la década de 1920. Hoy dÃa sigue editándose en varios idiomas; hace no mucho tuve la ocasión de ver un ejemplar en la sección de Historia de una conocida cadena de librerÃas. Los Protocolos han respaldado el antisemitismo más descarnado de varias generaciones y siguen atizando hoy la conspiranoia antijudÃa. Los autores de los Protocolos llegaron al bulo antisemita con siglos de retraso. En España se les llevaba amplia ventaja: suele reconocerse como inspiración de los Protocolos la Carta de los prÃncipes de la sinagoga de Constantinopla, una falsificación atribuida por varios estudiosos al cardenal SilÃceo, empeñado en aplicar el estatuto de limpieza de sangre al cabildo de la catedral de Toledo. Los estatutos de limpieza de sangre exigÃan a los candidatos a ingreso en determinadas corporaciones que demostrasen que entre sus antepasados no habÃa judÃos, moriscos ni penitenciados por la Inquisición. Tras un primer intento en Toledo (la Sentencia-Estatuto de 1449, condenada incluso por el papa Nicolás V), la primera corporación que aplicó esos estatutos fue el Colegio Mayor de San Bartolomé de Salamanca, hacia 1482. Desde entonces se adoptaron en diversas corporaciones, incluidas órdenes religiosas como las de los dominicos, los franciscanos o los jerónimos. En España existe una abundante literatura que justifica esos estatutos de limpieza de sangre por razones de defensa de pureza de la fe católica; en ocasiones se recurre al manido «eran los valores de otras épocas» para evitar decir la cruda realidad: que los estatutos de limpieza de sangre fueron objeto de vivos debates y que se impusieron pese a la opinión contraria, que también era propia de la época. El cardenal SilÃceo habÃa latinizado su apellido â en realidad, se llamaba Juan MartÃnez Guijarroâ du- La Historia no es solo una narración colectiva del pasado de grupos sociales: es también un factor de legitimidad y de justificación del poder Primavera 2020 45 el escéptico rante su estancia como profesor en la Sorbona. Era un hombre de origen social humilde que habÃa ascendido dentro de la iglesia a fuerza de tesón. Se movió en las más elevadas esferas polÃticas: fue preceptor del prÃncipe Felipe y consiguió ser presentado por el emperador Carlos a la riquÃsima sede de Toledo. SilÃceo ya habÃa intentado poner en vigor el estatuto de limpieza de sangre en el cabildo de la catedral de Murcia en su etapa de obispo de esa sede, pero las muchas dificultades que lo impidieron le llevaron a la conclusión de que solo serÃa posible extender los estatutos si los adoptaba la sede primada de Toledo. El cardenal SilÃceo logró la promulgación de los estatutos de limpieza de sangre para la catedral de Toledo en 1547, y para ello habÃa elaborado escritos justificativos dirigidos al emperador y al papa; en estos últimos incluyó, dándola por válida, la falsificación conocida como Carta de los prÃncipes de la sinagoga de Constantinopla, que SilÃceo afirmó haber encontrado en los archivos de la catedral de Toledo. Esa Carta es una falsificación que recoge una calumnia: la fabulada respuesta del cabeza de los judÃos de Constantinopla, dirigida a los judÃos españoles poco antes de la expulsión de 1492. En ella se aconseja que, para vengarse, los judÃos españoles deben infiltrar a sus hijos en las tareas más sensibles: educarlos como mercaderes y financieros para despojar a los cristianos de sus riquezas; instruirlos en tareas de gobierno para oprimir a los cristianos gobernados; hacerles ingresar en la carrera eclesiástica para destruir desde dentro los templos cristianos; enseñarles medicina y cirugÃa para matar a los pacientes cristianos. La quinta medida que aconsejan los judÃos de Constantinopla es la falsa conversión al cristianismo. La fabulación sobre los médicos judÃos y judaizantes asesinos de cristianos, a los que envenenaban valiéndose de una uña emponzoñada, llegó a reutilizarse años después para los moriscos. Falsificar un documento y presentarlo como prueba de la conspiración judÃa contra la cristiandad es una muestra de pseudohistoria de consecuencias sumamente lesivas. Se emplea el prestigio de la sede toledana para dar credibilidad a una falsificación cuyo contenido pretende hundir a un grupo de personas por razón de procedencia familiar, a quienes se retrata con las peores intenciones. Los estatutos de limpieza de sangre se aplicaban incluso en corporaciones donde no se habÃan aprobado nunca pero operaban sistemas informales de exclusión. Si alguien era rechazado en su pretensión de ingresar en una corporación, la consecuencia inmediata para sà y para sus descendientes era la exclusión de cualquier corporación de prestigio, con la consiguiente deshonra para la familia. Con ello se destrozaba la reputación de familias enteras y se hacÃa aún más restrictivo el el escéptico 46 Retrato del cardenal SilÃceo, por Francisco de Comontes (1547) pequeño ascensor social de la época, que quedaba reservado para los puros de sangre. El cardenal SilÃceo, que habÃa empleado el ascensor social de la Iglesia y la universidad desde su humilde origen, no dudó en valerse de una falsificación documental para reservar las vÃas de ascenso a quien, como él, podÃa presentar una genealogÃa exenta de judÃos, moriscos y condenados por la Inquisición. Esta falsificación hizo escuela. Influyó de manera inequÃvoca en los Protocolos de los sabios de Sión, que alimentó la visión conspiratoria antisemita durante el siglo XX y que hoy dÃa goza de amplia circulación en cÃrculos antisemitas. TodavÃa con mayor fidelidad a la falsificación de Toledo, los antisemitas franceses del siglo XIX hicieron circular una copia de la Carta de los prÃncipes de la sinagoga de Constantinopla, adaptada a sus propósitos: la convirtieron en la respuesta de los judÃos de Constantinopla a los judÃos de Arles. Mentira sobre mentira, falsificación sobre falsificación. El libelo de sangre y su difusión hasta la segunda mitad del siglo XX Se conoce como libelo de sangre las acusaciones de asesinatos rituales cometidos por los judÃos, generalmente en forma de secuestro y asesinato de un niño cristiano para conseguir su sangre y emplearla en riPrimavera 2020 tuales como el amasado del pan ácimo de la Pascua. Habitualmente, se describe ese ritual falso como una simulación de la crucifixión de Jesucristo, lo que añade un elemento sacrÃlego al secuestro, tortura y asesinato de un niño. Los primeros casos de libelo de sangre del mundo occidental aparecen en Inglaterra; el más célebre, el del niño Hugh de Lincoln, es de 1255. En tierras hispanas vemos cómo el libelo de sangre aparece incluso en la Séptima Partida de Alfonso X, basado en lo que «oyemos decir» (Partidas, VII, XXIV, Ley 2), sin mayor soporte que la maledicencia. Las Partidas se redactaron entre 1250 y 1265. El fragmento de las Partidas que trata directamente el asunto dice asÃ: (...) Et porque oyemos decir que en algunos lugares los judios ficieron et facen el dia del viérnes santo remembranza de la pasion de nuestro señor Jesucristo en manera de escarnio, furtando los niños et poniéndolos en la cruz, ó faciendo imágines de cera et crucificándolas quando los niños non pueden haber, mandamos que si fama fuere daqui adelante que en algunt lugar de nuestro señorio tal cosa sea fecha, si se pudiere averiguar que todos aquellos que se acertaren en aquel fecho que sean presos, et recabdados et aduchos antel rey: et despues que él sopiere la verdad, débelos mandar matar muy aviltadamente quantos quier que sean. Inmediatamente después ordena que los judÃos no salgan de las juderÃas durante el Viernes Santo y que, si se atrevieran a aventurarse fuera de ellas, asumiesen las consecuencias. Esto muestra hasta qué punto el mito del «pueblo deicida», divulgado en sermones y prédicas, atizaba la violencia contra los judÃos: Otrosi defendemos que el dia del viérnes sato ningunt judio non sea osado de salir de su barrio, mas que esten hi encerrados fasta el sábado en la mañana, et si contra esto ficieren, decimos que del daño ó de la deshonra que de los cristianos recibieren estonce non deben haber emienda ninguna. En España se conocen varios casos de acusaciones de asesinatos rituales de niños cristianos, algunos de los cuales terminaron elevados a los altares y siendo objeto de adoración muy señalada. Un caso de Sepúlveda, en 1468, se enmarca dentro de la guerra entre Enrique IV y su hermana Isabel I y se divulgó en el siglo XVII a través de la Historia de la insigne ciudad de Segovia, de Diego Colmenares (1637), cuya fuente original son los comentarios a los Salmos publicados en 1484 por el agustino Jaime Pérez de Valencia, quien llegó a ser inquisidor del Reino de Valencia. El juicio contra los acusados del crimen de Sepúlveda fue presidido por el obispo Juan Arias Dávila, de linaje converso y emparentado con judÃos residentes en Segovia. Los encausados confesaron bajo tortura y fueron ejecutados, con la excepción de uno que pidió el bautismo e ingreso en un convento. Los ajusticiamientos de los condenados ocurrieron en 1471, año en que Sepúlveda se declara partidaria de Isabel; el propio obispo Arias Dávila habÃa caÃdo en desgracia ante Enrique IV por la defección de su hermano Pedro. Pero sin duda, los dos casos más conocidos de libelo de sangre son los de Santo Dominguito del Val y el Santo Niño de La Guardia. Santo Dominguito del Val es un caso inventado de asesinato ritual de un niño de 7 años, infantico del coro de la Seo de Zaragoza: hoy dÃa sigue existiendo una capilla dedicada a él en la propia Seo. Este asunto se data en 1250, durante el reinado de Jaime I, época en que no habÃa pulsiones antisemitas particulares y, como sugiere José Ignacio Gómez Zorraquino, lo más probable es que su invención se fraguara en la segunda mitad del siglo XIV âcon los estallidos antisemitas en las Coronas de Castilla y de Aragónâ y se revitalizara con el asesinato del inquisidor Arbués (1485). La leyenda prosperó en los siglos XVI y XVII, de la mano del antisemitismo imperante, gracias a la difusión por parte de tres cronistas del Reino de Aragón: Blancas, Si existiera el manual MetodologÃa de la Pseudohistoria, uno de sus temas principales serÃa el de las falsificaciones de documentos y de vestigios arqueológicos Primavera 2020 47 el escéptico Dormer y Uztarroz. Su historia se transmitió por vÃas diversas, y llegó a enseñarse en las aulas escolares españolas en fechas tan tardÃas como las décadas de los cuarenta, cincuenta y sesenta del siglo XX, a través del libro Yo soy español de AgustÃn Serrano de Haro, que mostraba una representación gráfica del inexistente martirio de Santo Dominguito, acompañado de un texto explicativo: «En España habÃa muchos judÃos. Y odiaban a los cristianos y les daba mucha rabia que los niños quisieran a la Virgen y al Señor. Por eso mataron a Santo Dominguito (...). Un judÃo le echó de pronto un lienzo encima y lo metió en su casa. A media noche se juntaron todos los judÃos principales, quitaron a Dominguito su crucifijo y le dijeron que lo pisara, pero él contestó con valentÃa: âEso nunca, ¡es mi Dios!â âPues como tu Dios has de morirâ. Y le pusieron una corona de espinas, y lo clavaron en la cruz». Las sugerencias para el trabajo son terribles: «¿Quiénes son los judÃos? Recordar el crimen horrendo del Calvario y la implacable maldición que eternamente pesa sobre la raza deicida. ¿QuerÃan los judÃos a los españoles? Recordar la traición de Guadalete. Odio inextinguible de los judÃos a los seguidores de Jesús: es el turbio torrente que arranca del Calvario». Recordemos que el libro escolar el escéptico 48 que recoge esta calumnia en esos términos tuvo seis ediciones: 1943, 1957, 1958, 1962 (dos ediciones) y 1966. El caso del Santo Niño de La Guardia data de 1491, y se considera un caso de libelo de sangre fraguado mediante confesión bajo tortura. Ni habÃa niño desaparecido, ni cadáver infantil que justificara el caso. Las autoinculpaciones bastaron para condenar a los acusados y para que se gestara un culto que hoy dÃa sigue vivo en el municipio de La Guardia, cuyas fiestas patronales se celebran en honor al Santo Niño y donde se celebra el traslado procesional de la imagen hasta su ermita (la cueva donde se afirmó que se habÃa producido la tortura y asesinato). Incluso se editó un cómic en 1991 titulado Centenario del martirio del Sto. Niño de La Guardia para conmemorar el quinto centenario del libelo de sangre. La portada de esta publicación de 1991 puede verse en el repositorio de prensa histórica del Ministerio de Cultura, en el número 30-31 de abril de 1994 de la revista La balsa de la Medusa1. Pese a la coincidencia de épocas, no puede afirmarse que este libelo de sangre sirviera para reforzar los argumentos favorables a la expulsión de los judÃos en 1492, pero sà refleja cómo se generaban las calumnias contra los judÃos. Dice mucho también sobre la manera de generar bulos sin soporte documental, ya que no se publicaron los documentos inquisitoriales hasta la crÃtica textual realizada por Fidel Pita en 1887. Para entonces, habÃan circulado libros, sermones e incluso una obra de Lope de Vega, asà como algunas representaciones artÃsticas, como el mural de Bayeu para la catedral de Toledo (actualmente muy deteriorado). Para terminar La historia, llena de casos de manipulación interesada, deberÃa servirnos como aviso para extremar el sentido crÃtico. Ni lo escrito es siempre cierto, ni el documento aporta siempre datos correctos. Hay suficientes casos de instrumentalización de la historia, de mentiras envueltas en todo tipo de marchamos y celofanes, de falsificaciones cuyo único fin es la manipulación. Eso que llaman fake news no es una invención moderna. Da igual el medio que se emplee para hacerlas circular: los bulos, las teorÃas conspiranoicas y las mentiras son muy antiguas y siempre han encontrado medios para imponerse. Esa manipulación tiene en la pereza mental uno de sus mejores aliados: esa pereza mental que da la razón a Walter Burns, el periodista de Luna Nueva, de Howard Hawks, y de Primera Plana, de Billy Wilder, cuando le grita a Hildy Johnson: «Nadie lee el segundo párrafo». Si nadie lee el segundo párrafo, el titular distorsionado y escandaloso se adueña de la información. Si nadie contrasta lecturas, resulta mucho más fácil difundir teorÃas interesadas. Primavera 2020 El Kindlifresserbrunnen de Berna, escultura de Hans Gieng, podrÃa representar a un judÃo comiendo niños cristianos (Andrew Bossi, Wikimedia) BibliografÃa ABÃS SANTABÃRBARA, A.L. La historia que nos enseñaron (1937-1975). Madrid, 2003. Pág. 135. ALFONSO X, Las Siete Partidas. Partida VII, XXIV, Ley 2: http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/las-sietepartidas-del-rey-do… ANTORANZ ONRUBIA, Mª A.: «Noticias y tradiciones en torno al âcrimen ritualâ de Sepúlveda», Sefarad, vol. 67 nº 2, pp. 469-475. Madrid, 2007. CANTERA MONTENEGRO, E.: «La imagen del judÃo en la España medieval», Espacio, Tiempo y Forma, Serie III, Historia Medieval, nº 11, pp. 11-38. Madrid, 1998. ESPONA, R. J. de: «El cardenal SilÃceo, prÃncipe español de la contra-reforma», Anales de la Fundación Francisco ElÃas de Tejada, nº 11, pp. 41-61. Madrid, 2005. GÃMEZ ZORRAQUINO, J.I.: «Santo Dominguito de Val: La âtradiciónâ como arma arrojadiza a disposición de los poderes establecidos». 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