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La nueva
frenologÃa
Robert Stern
Publicado originalmente en: Skeptical Inquirer, 43, No. 5 (septiembre/octubre 2019)
Reproducido con permiso. Traducción: Juan A. RodrÃguez
Un lavado de cara
a una pseudociencia ya olvidada
L
a frenologÃa fue el intento de Franz Gall
(1758-1828) y Johann Spurzheim (17761832) de correlacionar la conducta humana con la forma del cráneo. Gall publicó su
obra en cuatro volúmenes, con el tÃtulo de Anatomie
et physiologie du système nerveux en général, et du
cerveau en particulier, avec des observations sur la
possibilité de reconnaître plusieurs dispositions intellectuelles et morales de lâhomme et des animaux,
par la configuration de leur têtes (âAnatomÃa y FisiologÃa del sistema nervioso en general y del cerebro
en particular, con comentarios sobre la posibilidad de
reconocer distintas disposiciones intelectuales y morales del hombre y de los animales por la configuración de sus cabezasâ), entre 1810 y 1819. El trabajo
original de Gall1 describÃa veintisiete protuberancias
craneales diferentes, equivalentes a otros tantos «órganos» cerebrales distintos. Cuando a principios del
siglo xx la frenologÃa vivÃa su decadencia, el número
de «chichones» alcanzaba ya los 42.
La disciplina se hizo muy popular en Norteamérica a mediados del siglo xix. Sin ir más lejos, Edgar Allan Poe y Walt Whitman fueron seguidores
fervientes: Poe daba descripciones frenológicas de
los personajes de sus historias, y Whitman publicó
hasta en cinco ocasiones los resultados de su propia
frenologÃa. Sarah Josepha Hale, autora de la canción
«MarÃa tiene un corderito» y directora del Godeyâs
Ladies Book (la revista femenina más popular en los
EE. UU. a mediados del xix), declaró que la frenologÃa «solo era superada por el cristianismo como fuerza para elevar y mejorar la condición de la mujer»
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(Hothersall, 1995). Otros famosos de entonces como
Clara Barton, Joseph Smith o el presidente James
Garfield también hicieron examinar sus cráneos por
frenólogos.
Al igual que los orientadores educativos de hoy,
los frenólogos actuaban como coaches de vida, asesorando a sus clientes sobre sus estudios y su futuro
matrimonial, pero basados en bultos de la cabeza en
lugar de en sus calificaciones escolares. En los EE.
UU., el atractivo de la frenologÃa venÃa del interés en
la detección de perfiles morales a partir de caracterÃsticas fÃsicas y de la creencia de que el atractivo intelectual y fÃsico podrÃa mejorarse mediante el cultivo
de la vida moral y religiosa (Lintern, 2012); para ello
los frenólogos desarrollaron escalas y clasificaciones
y hacÃan medidas de precisión. Cuando se introdujo la electricidad en las ciudades, los frenólogos se
adaptaron a los tiempos y desarrollaron el frenómetro
eléctrico Lavery, patentado en 1905, para medir las
protuberancias del cráneo «eléctricamente y con precisión cientÃfica»2.
Hoy tenemos una frenologÃa modernizada. En lugar de elaborar perfiles morales, esta afirma que la
detección de estructuras cerebrales más pequeñas de
lo común âespecialmente el hipocampo y la amÃgdalaâ en pacientes con trastornos psiquiátricos puede proporcionar pruebas cientÃficas de abuso infantil.
Los cuestionarios para las escalas de clasificación y
los autoinformes han cambiado, y las imágenes por
resonancia magnética (IRM) y resonancia magnética funcional (IRMf) han reemplazado los calibres
craneales y el frenómetro eléctrico Lavery; pero la
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frenologÃa actual ha cambiado poco respecto a la de
hace más de un siglo: continúa midiendo protuberancias y correlacionándolas con caracterÃsticas morales.
Solo que esta vez las protuberancias están en el interior del cráneo.
¿La herramienta adecuada?
Las máquinas de IRM e IRMf nos ofrecen unas
prestaciones fascinantes. Enormes y ruidosas, permiten a médicos y cientÃficos explorar el interior de
un cuerpo sin abrirlo ni usar los nocivos rayos X. La
IRM consiste esencialmente en un imán gigante, con
suficiente potencia como para alinear las moléculas
de agua en el cuerpo. Encendiendo y apagando, y
permitiendo que las moléculas caigan alternativamente en un movimiento aleatorio y luego se realineen, se pueden construir imágenes digitales. Sin
dolor y sin temor de dañar el ADN, las IRMf van un
paso más allá, al permitir estimar el funcionamiento de un órgano midiendo el oxÃgeno en sangre. En
resumen, con la IRM medimos estructuras y con la
IRMf estudiamos funciones. Ambas pueden ser de
gran ayuda para detectar anomalÃas cerebrales; pero,
como con cualquier herramienta, depende de su uso
correcto. Intentar probar un historial de abuso infantil con cualquiera de esas herramientas es hacer un
pan como unas hostias; ninguna de esas máquinas es
capaz de obtener imágenes del historial del paciente,
y tampoco puede probar o refutar que hubo abuso infantil. Solo miden tamaños de órganos y consumos
de oxÃgeno.
Estructura y función del hipocampo
El hipocampo (del latÃn âcaballito de marâ) es una
estructura que, más que un caballito de mar, parece
un renacuajo en postura de yoga con la cola volteada
sobre la cabeza. Tenemos dos hipocampos, uno en la
región central de cada hemisferio cerebral, formando
parte de una estructura mayor conocida como sistema lÃmbico. El sistema lÃmbico está involucrado en la
creación y regulación de la afectividad, el aprendizaje y la memoria, y el hipocampo actúa principalmente, aunque no de manera exclusiva, en la formación
de recuerdos. Si se seccionan los hipocampos, no se
pueden formar nuevos recuerdos; los recuerdos más
antiguos, instalados de manera global en el cerebro,
permanecen sin embargo intactos.
El estrés crónico puede afectar al volumen del hi-
Imagen: SNSF Scientific Image Competition (https://www.flickr.com/photos/snsf_image_competition/40791392014/)
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pocampo, pues este se contrae a medida que se atrofian sus conexiones neuronales con otras partes del
cerebro y se mueren las células que lo componen
(Higgins & George, 2007, 72). Sin embargo, en la
década de 1960 se vio que las células del hipocampo
podÃan regenerarse no solo en ratones y ratas, sino
también en otros mamÃferos, incluidos los humanos.
Varias décadas y miles de roedores más tarde, el descubrimiento se ha replicado en otros estudios: el hipocampo regenera las células en un intento de volver
al funcionamiento normal, es decir, responde a variaciones ambientales.
Quienes no estudian las pseudociencias están
condenados a repetirlas
Desde que Freud publicara La etiologÃa de la histeria en 1896, se ha supuesto que el abuso sexual
infantil es la causa de los trastornos psiquiátricos, a
pesar de que Freud renegó de su teorÃa en 1897 al
admitir ante su amigo Wilhelm Fleiss que exageró
no solo el número de pacientes que trató por histeria,
sino también su cura: ninguno de ellos mejoró como
resultado de la aplicación de su teorÃa del abuso infantil reprimido (Freud, 1897).
El término histeria está en desuso; tiene connotaciones sexistas, por más que ya desde el siglo xix
también los hombres fueran diagnosticados de ella y
se citaran comportamientos histéricos desde mucho
antes. La antigua histeria se ha subdividido en diferentes trastornos, según el comportamiento especÃfico
de cada paciente: trastorno lÃmite de la personalidad
en los tipos erráticos e impulsivos; trastorno de personalidad histriónico para los demasiado desinhibidos, que buscan atención; trastornos de somatización
y conversión en aquellos que muestran disfunciones
del cuerpo médicamente inexplicables; trastornos
disociativos para aquellos que muestran trastornos
mentales y de la memoria médicamente inexplicables... hay más, y todos eran histeria.
Hoy en dÃa, los pacientes a los que se les ha diagnosticado cualquiera de los trastornos sucesores de la
histeria a menudo lo son también simultáneamente
de trastorno de estrés postraumático (TEPT), presu-
poniendo que deben de haber sido vÃctimas de abuso
infantil. Es curioso, ya que se trata de la teorÃa que el
propio Freud descartó hace más de un siglo.
Traumas, TEPT, el hipocampo y algunas claves
Hay estudios en los que adultos diagnosticados de
alguno de los trastornos legatarios de la histeria que
dijeron haber sufrido abuso infantil se sometieron a
IRM, y se vio que tenÃan el hipocampo más pequeño
que los controles sanos. ¿Prueba a favor? Ni mucho
menos. Los niños con antecedentes documentados de
abuso cuyos cerebros han sido escaneados tienden a
no mostrar diferencias, o incluso hipocampos mayores que los grupos de control de su mismo sexo y
edad (Woon & Hedges, 2008; De Bellis et al., 2001).
Tirando otra piedra sobre la hipótesis que relaciona los abusos con el volumen del hipocampo, Mark
Gilbertson comparó los volúmenes del hipocampo
de varones veteranos de la guerra de Vietnam diagnosticados de TEPT con sus hermanos gemelos, asÃ
como con un grupo de control sano. Encontró que
los veteranos tenÃan hipocampos más pequeños que
los controles; sin embargo, también ocurrÃa asà en sus
gemelos no combatientes (Gilbertson et al., 2002).
Dicho de otro modo, en lugar de ser el resultado de
un trauma, un volumen más pequeño del hipocampo puede ser un factor condicionante en el desarrollo
del mismo. Estos resultados han sido replicados (van
Rooij et al., 2015).
Fiarse de imágenes cerebrales para diagnosticar
trastornos mentales especÃficos es garantÃa de problemas. En primer lugar, por la naturaleza imprecisa de
los diagnósticos en salud mental, pues estos se basan
en sÃntomas conductuales. Una misma dolencia puede expresarse con comportamientos muy diferentes;
no hay signos objetivos fÃsicos o de laboratorio. Al
menos, no se conocen todavÃa. Los esquizofrénicos
pueden parecer deprimidos, pero al igual que las personas infelices o con ansiedad. Las personas con demencia pueden parecer normales al principio, pero
cuando se les pregunta no pueden indicar en qué año
están, su edad, dónde o con quién viven. Los deprimidos pueden parecer dementes, psicóticos o disca-
Hoy tenemos una frenologÃa modernizada. Afirma
que la detección de estructuras cerebrales más
pequeñas de lo común en pacientes con trastornos
psiquiátricos puede proporcionar pruebas cientÃficas
de abuso infantil
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pacitados intelectuales. Las personas con trastorno
delirante a menudo se ven perfectamente normales
hasta que se les «pulsa el botón adecuado» y se arrancan con sus diatribas paranoicas.
En segundo lugar, se han encontrado tamaños menores del hipocampo en personas con otros trastornos
psiquiátricos: esquizofrenia, alzhéimer, depresión
mayor, trastorno de estrés postraumático, personalidad lÃmite, personalidad antisocial, trastorno de pánico, TDAH, autismo y trastorno obsesivo compulsivo, por citar solo algunos. Además, las pérdidas de
volumen del hipocampo también son comunes en los
trastornos no psiquiátricos: epilepsia, alcoholismo,
traumatismo craneoencefálico, sÃndrome de Down,
paro cardÃaco, párkinson, hiperplasia suprarrenal
congénita, sÃndrome de Turner... la lista no tiene fin.
Tercero, y desgraciadamente para los defensores de
la relación entre un hipocampo pequeño en el adulto
y el abuso en la infancia, los volúmenes normales del
hipocampo adulto varÃan de 1,70 cm3 a 5,68 cm3 dependiendo de la edad, el sexo, la genética, la falta de
consenso en la definición de sus lÃmites, el grosor de
las imágenes «cortadas» de la IRM, etc. (Honeycutt
y Smith 1995). Los escáneres de los adultos que reportan abuso infantil caen dentro del rango normal,
al igual que los de los pacientes deprimidos, lÃmite,
TEPT e incluso con trastorno de identidad disociativo
(TID) âserÃa de esperar que estos últimos tuviesen
numerosos recrecimientos en sus hipocampos para
manejar los recuerdos de todas esas «personalidades
alternativas»; no se ha encontrado ninguno.
La amÃgdala cerebral. Tamaño y sÃntomas
Junto con los hipocampos, las amÃgdalas más pequeñas se han citado a menudo en los estudios que
correlacionan abusos infantiles y enfermedad mental
en adultos. La amÃgdala cerebral, una estructura en
forma de almendra que se encuentra en la cabeza del
hipocampo, participa en respuestas de miedo derivadas del input sensorial y cortical. Si la amÃgdala está
dañada, las respuestas de lucha o huida se ven dificultadas o anuladas. Varios estudios encontraron que los
pacientes lÃmite que reportan abuso infantil a menudo
tienen volúmenes de amÃgdala más pequeños, y estos
estudios se citan como una prueba más de que el abuso infantil deja un daño fÃsico medible más adelante
en la vida. Sin embargo, cuando se tomaron imágenes con IRMf, se demostró que las amÃgdalas de los
pacientes lÃmite eran más activas, no menos activas,
que los controles (Soloff et al. 2017).
El mismo perro con distinto collar
Las creencias rara vez mueren, solo evolucionan.
Desde las «guerras de la memoria» de las décadas de
1980 y 1990, el trastorno de personalidad múltiple
se ha rebautizado como TID (trastorno de identidad
disociativo) y la represión freudiana se ha convertido
en la disociación janetiana, pero la creencia de que
el abuso infantil deja un daño permanente no se ha
disipado. Hoy la batalla ha pasado de la televisión y
los tribunales a las revistas profesionales. El término
antaño común de ritual satánico de abuso se ha suavizado y ahora se llama ritual o simplemente abuso
organizado; sin embargo, han aumentado los supuestos daños a largo plazo del abuso infantil. Los estudios actuales de abuso infantil incluyen no solo los
diagnósticos herederos de la histeria (especialmente
el TID), sino también la esquizofrenia, el trastorno
bipolar, el TDAH, el trastorno de personalidad antisocial, los trastornos alimentarios y, por supuesto, la
depresión y la ansiedad. También ha habido intentos
de cambiar el nombre de trastorno lÃmite de la personalidad (TLP) a trastorno de estrés postraumático
complejo para enfatizar su supuesta base en el abuso
infantil3. Aunque los defensores insisten en que son
diagnósticos separados, los sÃntomas son los mismos.
La superposición extensiva de todos los trastornos
nos lleva a un cajón de sastre en el que un diagnóstico no puede diferenciarse adecuadamente de otro,
y se diagnostican con frecuencia de manera simultánea dos o más trastornos. Los nombres pueden haber
cambiado, pero estamos hablando aún de la histeria.
El tamaño no lo es todo
¿Se puede inferir la actividad cerebral a partir del
tamaño craneal? Los neandertales soportaban vidas
Fiarse de imágenes cerebrales para
diagnosticar trastornos mentales especÃficos es
garantÃa de problemas
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terribles, crueles y breves, ya fuera por hambrunas,
la intemperie, enfermedades, animales salvajes con
dientes de sable o incluso por la competencia de
aquellos pujantes Homo sapiens. Se podrÃan esperar
volúmenes menores de hipocampo, amÃgdala y corteza debido a todas esas penurias; desgraciadamente,
no se conserva ningún cerebro de neandertal, porque
su estudio serÃa fascinante. Sin embargo, sus cráneos
sà han perdurado y se han medido. TenÃan volúmenes
cerebrales que sobrepasaban los nuestros en más de
200 cm³ (los nuestros tienen unos 1350 cm³ de media,
los neandertales, unos 1600 cm³).
Opuesto al argumento del tamaño se encuentra el
curioso caso de un oficinista francés que acudió con
la única queja de una «leve debilidad en la pierna izquierda». El 90 % de su cerebro estaba comprimido
por una hidrocefalia, una anomalÃa por la cual el lÃquido cerebral no puede drenar fuera de los ventrÃculos cerebrales, lo que hace que aumente la presión
craneal. A pesar de ello, el médico comprobó que el
hombre vivÃa con normalidad (Feuillet et al. 2007)4.
La tecnologÃa no evita el pensamiento erróneo
Gall, Spurzheim y otros habÃan teorizado que comportamientos como la filoprogenitividad (el cuidado
de la descendencia) y el «espÃritu metafÃsico»5 se
generaban en regiones especÃficas del cerebro y que
esas regiones podrÃan evaluarse a través del cráneo
mediante cuidadosas mediciones. Era una idea equivocada. El comportamiento y la moral no se generan
en regiones individuales y especÃficas del cerebro,
sino que son fenómenos complejos que requieren una
extensa actividad de conjunto: iniciación del pensamiento, memorización de las funciones necesarias,
evaluación de los inputs sensoriales, memorización
de cómo producir los movimientos necesarios para
completar los actos, juicios sobre los actos y muchos
otros pasos. El pensamiento y el comportamiento son
fenómenos complejos.
No se trata aquà de desacreditar toda la moderna
investigación sobre las estructuras y funciones cerebrales; de hecho, se está llevando a cabo un trabajo
ingente. El abuso y el abandono infantil podrÃan dar
lugar a diferencias estructurales y funcionales que se
evidenciasen en futuros estudios con un diseño adecuado; sin embargo, la mayorÃa de los estudios actuales al respecto no se han diseñado para determinar si
existen relaciones causales entre los diagnósticos psiquiátricos y los volúmenes del hipocampo, sino para
demostrar que existen dichas relaciones causales.
A pesar del esquema trazado por los nuevos frenólogos, en la vida de una persona hay más cosas aparte
del abuso que haya podido sufrir. Los niños crecen,
se vacunan (esperemos), se pelean con amigos, hermanos y padres, aprenden a patinar y a caerse, les
va bien o mal en la escuela y los deportes, salen en
pareja, van a la universidad, se ponen a trabajar, pierden su empleo, se casan, tienen hijos, se divorcian,
etc, por citar solo unas pocas instantáneas en una
vida normal. Sin embargo, no sabemos nada sobre
cambios cerebrales provocados por ninguno de estos
hechos. Y mientras no podamos diferenciar todos y
cada uno de esos casos de abuso infantil en los escáneres (y actualmente no podemos), la nueva frenologÃa es poco más que la antigua frenologÃa.
Referencias
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Distal, M.A., T.J. Trull, et al. 2008. Heritability of borderline personality disorder features is similar across three
countries. Psychological Medicine 38(9): 1219â29.
Feuillet, L., H. Dufour, et al. 2007. Brain of a white-collar
worker. The Lancet 370(9583): 262.
Freud, S. 1897. Letter to Wilhelm Fleiss Sept. 21, 1897.
In Masson (1985).
Gilbertson, M.W., M.E. Shenton, et al. 2002. Smaller
hippocampal volume predicts pathologic vulnerability to
psychological trauma. Nature Neuroscience 5(11): 1242â
1247.
Higgins, E., and M. George. 2007. The Neuroscience of
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volume measurements using magnetic resonance imaging
La mayorÃa de los estudios actuales no se han
diseñado para determinar si existen relaciones
causales entre los diagnósticos psiquiátricos y
los volúmenes del hipocampo, sino para demostrar que existen dichas relaciones
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95â100.
Hothersall, D. 1995. History of Psychology, 3rd edition.
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Lintern, M. 2012. Phrenology in Victorian America.
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Masson, J.M. (ed.). 1985. The Complete Letters of Sigmund Freud to Wilhelm Fliess, 1887â1904. Cambridge:
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maltreatment-related posttraumatic stress disorder: A metaanalysis. Hippocampus 18(8):729â36.
Notas:
1 En realidad, fue obra de ambos autores, Gall y Spurzheim (N. del T.).
2 Véase también Geoffrey Dean, «Phrenology and the
Grand Delusion of Experience», Skeptical Inquirer, noviembre / diciembre de 2012.
3 Los estudios genéticos con gemelos TLP y sus parientes señalan que la herencia es la etiologÃa más importante, aunque también intervienen numerosos factores
ambientales (Distal et al. 2008).
4 El original introduce aquà una figura, de la que no
disponemos de los correspondientes derechos de reproducción, y que está tomada de L. Feuillet et al. (2007) (N.
del T.).
5 La búsqueda de explicación de la naturaleza basada
en las cosas materiales y el razonamiento, a través de entidades abstractas, inmutables y necesarias (N. del T.).
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