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el Circo Paranormal ¿Heredamos el fuego de unos dinosaurios inteligentes? JOSÉ LUIS CALVO BUEY C on el título de "Dudas acerca del proceso de hominización darwinista", Vicente Caballé publica, en http://ciudadfutura. com/bitacora/homini/homini.h tm, un artículo en el que expresa sus dudas acerca de la "hominización, un proceso en el cual el ser humano a [sic, la h debe haberse perdido a lo largo del proceso] llegado a ser lo que es a partir de un simioide". ¿Y por qué? Caballé explica: "Voy a comenzar con fuego la exposición de algunas de las dudas que no resuelve el darwinismo. El fuego es en realidad uno de los enigmas más profundos del hombre". Propongo otra duda que tampoco resuelve la teoría de la evolución, ¿por qué el IPC se ha descontrolado? El darwinismo es una teoría que se ocupa de un proceso biológico, el aprendizaje del uso del fuego es un proceso tecnológico y, lógicamente, la evolución no resuelve esas dudas, como tampoco las relacionadas con la economía o el arte. Continuamos la lectura del artículo: "¿Cómo pudo el hombre dominar el fuego? Un ser en estado salvaje no podrá controlar el fuego, ni descubrir la utilidad de algo que le inspira temor". Se me ocurren dos utilidades absolutamente evidentes del fuego, ilumina y calienta. ¿Lo que Caballé denomina ser en estado salvaje era, también, estúpido para ignorar este hecho? Sigamos: "... sólo conociendo a priori la utilidad del fuego y cómo se produce, podría intentar su obtención". Esos seres en estado salvaje fabricaban herramientas de piedra. Durante el proceso de elaboración, se producían chispas que, accidentalmente, pudieron producir unas llamas al entrar en contacto con, por ejemplo, hierba seca. ¿Dónde está el gran misterio? Misterio. Caballé continúa con su tesis: "Sólo en un entorno mucho menos hostil, más benigno y sociable, en que el hombre disfrutase quizá de un mayor porte físico que le permitiera un mayor dominio sobre la naturaleza, de un elevado grado de humedad en la piel que hiciese menos lesivo y doloroso el contacto accidental con el ruego [sic], la cercanía a medios acuáticos y una posible alternancia vital con éstos que disminuyera el trágico efecto de los incendios. Sólo entonces se pudo dominar el fuego y desarrollar las primeras gran(Otoño 1999) el escéptico 43 el Circo Paranormal des civilizaciones humanas". ¿El dominio de la naturaleza por el hombre se debe quizás a un mayor porte físico? Curiosa teoría. Un breve apunte histórico: entre el dominio del fuego y las primeras grandes civilizaciones humanas sólo transcurren unos pocos cientos de miles de años. A continuación, Caballé aparca el tema del fuego y comienza con la agricultura: "Es más sencillo razonar los fundamentos de la geometría euclídea y la esfericidad de la tierra -por poner unos ejemplos- que descubrir la agricultura". Aclaremos algunos puntos que Caballé ha tenido a bien ignorar: El género Homo, además de alimentarse de carne, también consumía productos vegetales desde cientos de miles de años antes de que se convirtiera en agricultor (véanse los estudios sobre desgaste alimentario en los dientes de Atapuerca). La agricultura no aparece de la noche a la mañana. Existe un periodo en el que el hombre cosecha, pero no siembra. La agricultura no es un logro universal. Nace en unos pequeños enclaves y de allí se difunde a lo largo de miles de años. 44 (Otoño 1999) "En cuanto a las posibilidades del hombre de las cavernas -explica Caballé-, además del fuego, fabricaba hachas de piedra, trabajaba los metales y confeccionaba calendarios..." Y, en sus ratos de ocio, se conectaba a Internet. Ya puestos a confundirlo todo... Veamos. La nada científica denominación de hombre de las cavernas se suele referir al Paleolítico, periodo durante el que los hombres ni trabajaban metales ni elaboraban calendarios. Pero Caballé deduce a partir de ese totum revolutum que el hombre de las cavernas tenía "notables conocimientos sobre la resistencia de las rocas que utilizaba, mineralogía y astronomía". Y si me apuran, física cuántica y tectónica de placas. También son muy necesarias para fabricar un bifaz, como sabe todo el mundo. Aún hay más. Caballé nos adentra en los misterios de la medicina. "Es difícil -dice- imaginarse a un pitecoide hacer un screening o búsqueda de plantas al azar para colocárselas ante un dolor o herida". Efectivamente, para mí es muy difícil imaginarme a un pitecoide haciendo esto o cualquier otra cosa porque no sé que es un pitecoide. Si se refiere al Homo erectus -y su denominación no tiene nada que ver con el uso de la Viagra- quizá Caballé tenga la amabilidad de indicarnos en qué yacimientos se documenta un uso temprano de hierbas medicinales. "Este conocimiento -añade- parece ser heredado o de alguna manera revelado, y no obtenido casualmente ni por búsqueda al azar." ¿Heredado de quién? Llegamos al nudo de la teoría de Caballé: "...retrocedamos en el tiempo hasta la Era Mesozoica -o Secundaria-, entre la fauna de la época encontramos al numeroso y variado grupo de los dinosaurios, quienes... tenían muchos puntos en común con los mamíferos... pudo haber producido superseres de inteligencia insospechada a lo largo de todo ese periodo de proceso evolutivo". En resumen, el hombre no desciende de algún simio, sino de unos seres de inteligencia excepcional que evolucionaron de los dinosaurios. Ya. Los restos de esos seres se encuentran... ¿en el fondo del mar, quizás? ¿El hecho de que entre los dinosaurios y el hombre haya una pequeña separa- el escéptico el Circo Paranormal ción temporal de decenas de millones de años no tiene ninguna importancia? Evidentemente, no. Recapitulemos, Caballé niega una teoría biológica basándose en unas supuestas imposibilidades tecnológicas -dicho sea de paso, sin tener en cuenta ni cronología, ni lugar ni modo de aparición- y, a cambio, propone una hipótesis sin aportar ni una sola prueba consistente en su favor. Esto que pudiera parecer extraño, es por desgracia, el pan nuestro de cada día. Aviados estamos. su abuela y a su madre, dos personalidades contradictorias que, al parecer, le sumieron en la confusión de por vida, el origen de su apocalíptico fracaso. Ocurrió que los otros pájaros de mal agüero fueron más astutos que el diseñador nacido en Pasajes de San Pedro (Guipúzcoa). Anunciaron la destrucción de la capital francesa con mayor antelación que Rabanne y tuvieron la prevención de evitar pronunciarse en fechas próximas a la por ellos prefijada. Así, si erraban, casi nadie se daría cuenta; pero, si por casualidad París era escenario en agosto de alguna desgracia, podrían saltar a la palestra diciendo que ellos la habían vaticinado. Tal fue el caso del más conocido de los exégetas contemporáneos de Nostradamus, el francés Jean-Charles de Fontbrune, famoso porque cada cierto tiempo saca un libro reinterpretando al autor de las Centurias, con profecías que nunca se cumplen. En 1995, Fontbrune aseguró que París caería en julio de 1999, que el Islam, aliado con China y Rusia, habría asolado Occidente para esas fechas, que Mónaco, Nápoles, la isla de Córcega y Palermo serían saqueadas, y que el conflicto serbobosnio desembocaría en la Tercera Guerra Mundial. 1 Nada de lo predicho ha sucedido, pero tampoco nadie se ha acordado de ello. Fontbrune es un hábil explotador de la credulidad popular, que vende sus libros por decenas de millares desde hace décadas anunciando todo tipo de hechos que nunca llegan a suceder. Algo que, sin embargo, no ha ido en detrimento de su credibilidad, a pesar de que la experiencia demuestre que su fiabilidad sólo puede equipararse a la de estrafalarios adivinos como Rappel, Aramís Fuster o el mago Félix. Así, en 1985, diez años antes de poner fecha a la destrucción de la capital francesa, y siguiendo esta vez las profecías de san Malaquías, Fontbrune ya aprovechó la presentación en Barcelona de su libro La profecía de los papas para anunciar que Juan Pablo II Fontbrune vuelve a anunciar la muerte del Papa l 11 de agosto de 1999 pasará a la historia anecdótica del siglo XX como el día en el que Paco Rabanne hizo el mayor de los ridículos. El diseñador había vaticinado que, en coincidencia con el último eclipse total de sol del segundo milenio, la estación orbital Mir borraría París del mapa. "No soy yo quien lo afirma, es Nostradamus", repitió hasta la saciedad desde mayo. Pero, como los parisinos seguían el 12 de agosto vivitos y coleando, fue objeto a partir de ese momento de todo tipo de chanzas. Fue el único que no se salvó del pacocalipsis. Todo lo contrario que otros renombrados augures que también se estrellaron el pasado verano de la mano de las profecías de Michel de Notredame, pero que ni sufrieron devastadores efectos para su credibilidad ni tuvieron que achacar la metedura de pata a sus antepasados, tal como hizo Francisco Rabanera. El modisto no dudó en septiembre en achacar al influjo de E (Otoño 1999) el escéptico 45