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pesar de su buena voluntad, Dionisio cometió dos errores graves, uno imputable a él y otro, inevitable, del cual no fue responsable. En primer lugar, es imposible que Jesús naciera en 73 AUC porque en esa fecha Herodes ya había muerto -murió en el 750 AUC ó 4 aC- y, si nos hemos de fiar de los Evangelios, Herodes era gobernador de Judea cuando nació Jesús. Así pues, Dionisio erró en sus cálculos bíblicos y Jesús debió de nacer como mínimo cuatro años antes, quizá incluso más pronto. Esto nos lleva a la curiosa frase de que Jesucristo nació antes del año 4 antes de Cristo, frase aún más curiosa que la de que la Revolución de Octubre sucedió en noviembre. El segundo error es la ausencia del cero en la nueva cronología. La manera correcta de fijar la nueva cronología hubiera sido emparejar el año cero con 753 AUC, siendo 754 el año 1 y 752 el año 1 aC; otra buena opción podría haber sido asignar el año cero de la nueva era a 754 AUC. Sin embargo, Dionisio no se molestó en emplear el año cero por una razón clara y fundamental, en esa época, el número cero era desconocido en occidente, donde este guarismo no se introduciría hasta el siglo XII a través de los árabes y proveniente de India. ¿CUÁNDO SE CELEBRA EL INICIO DEL TERCER MILENIO? El hecho de no contar con un año cero que separe las cuentas aC de las cuentas dC puede ocasionar errores cuando se calculan intervalos de tiempo que empiezan en la zona aC y terminan en la zona dC y es, además, la razón por la cual el siglo XXI y el tercer milenio de nuestra era no empezarán hasta 2001. Por ejemplo, una persona que hubiera nacido el año 40 aC y hubiera muerto el año 40 dC habría vivido 79 años y no 80, ya que el año cero jamás existió. Estando así las cosas, dado que nuestra era empezó con el año 1, y no con 0, al final de 1 dC había transcurrido un año de nuestra era. Al final de Explicando el fin del milenio a un extraterrestre C omo ya sabes, el universo contiene unos 100.000 millones de galaxias, cada una de las cuales posee un número similar de estrellas. La Tierra, un planeta que órbita alrededor de una de esas estrellas en una de esas galaxias, es un lugar insignificante en el universo. Si comprimimos la historia de la Tierra en un año de modo que la formación del planeta se consolide a comienzos de enero, las primeras formas de vida ya aparecen a mediados de febrero. Los organismos pluricelulares no surgen hasta noviembre. Los dinosaurios se extinguen el día de Navidad y nuestra especie hace su aparición 6 minutos antes de que suenen las doce campanadas que marcan el fin de año. Nuestros primeros calendarios datan de hace unos tres milenios. Hace dos mil años, apareció una religión que en pocos siglos pasó de una docena a varios millones de seguidores. De esta religión, surgió un calendario que, tras múltiples ajustes y modificaciones, se usa hoy en el mundo occidental. Otras culturas emplean unos cuarenta calendarios distintos, cada uno de los cuales ha establecido de forma arbitraria el día desde el que se empieza a contar. Es creencia habitual entre los humanos -en cualquier época- que nos encontramos en un momento histórico crucial. También es común la sensación de que acaba de ocurrir una terrible catástrofe y otra peor es inminente. Los humanos confundimos con facilidad los momentos cruciales y las catástrofes personales, colectivas y globales. Habrás deducido que el mundo de nuestro fin del mundo milenarista se limita a este minúsculo planeta perdido alrededor de una estrella cualquiera (una entre miles de millones) en una galaxia cualquiera (una entre miles de millones). En el resto del universo, permanecéis ajenos a nuestras preocupaciones. Según nuestro calendario particular, el 1 de enero de 2000 sólo habrán transcurrido 1.999 años desde el día en el que situamos el arranque de nuestro calendario y, por tanto, faltarán 365 días para completar dos milenios. Entre los logros de la civilización occidental, no figura la libertad de contar como uno quiera, pero sí la libertad de celebrar eventos anodinos, insignificantes o incluso reprobables. MARCOS PÉREZ es técnico de la Casa Ciencias de La Coruña. (Otoño 1999) el escéptico 13