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EL SILLÓN ESCÉPTICO
LAS PROFECÍAS NO SE CUMPLIERON
AMANDO DE MIGUEL Ediciones Nobel, S.A. Oviedo, 2001
Aunque al oír hablar de profecías a todos se nos viene a la mente los augurios de Nostradamus, del pseudoMalaquías y de sus numerosos imitadores posteriores, hay otro tipo de profetas, los que describen el futuro desde los conocimientos pasados y presentes en multitud de campos como la sociología, la economía, la ciencia... Aunque su actividad pueda parecer a priori más científica que el escrutinio de bolas de cristal, de entrañas de aves o de posiciones astrales, la realidad es que sus presagios suelen tener la misma fiabilidad que los de los astrólogos, cartomantes, quiromantes y demás elementos esotéricos. Recién comenzado el nuevo siglo y el nuevo milenio, parecía el momento adecuado para hablar de esos augurios y ver en qué los había convertido la realidad. El sociólogo Amando de Miguel dedica a ello este libro con el que obtuvo el premio internacional de ensayo Jovellanos correspondiente al pasado año. Comienza por preguntarse el porqué de esta afición humana a predecir un futuro inexistente. La proyección a tiempos venideros parece inseparable de la actividad humana. Sin ella, la economía, por ejemplo, sería difícilmente explicable. Cuando alguien invierte su dinero en un negocio es porque espera recuperarlo con creces en el futuro. Sin embargo, el mañana no existe y como tal no es cognoscible. Ni siquiera podemos decir que esté determinado, puesto que parece ser un territorio abierto en el que podrían darse diferentes posibilidades. Una mirada a la historia nos advierte de la simplificación que supone creer que el futuro vaya a ser más tecnológico, rico, justo... que el pasado. El devenir humano no ha sido una línea recta en progresión constante. Por el contrario, las rupturas, la involución, el centrar esfuerzos en unos campos en detrimento de otros... ha sido la norma. El porvenir no tiene por qué ser distinto. Quizás ésa sea la explicación de que muchos de los libros de "profecías" dediquen gran parte de su tiempo a analizar el pasado y el presente. Sin embargo, de la oposición entre considerar lo novedoso como algo siempre bueno (el inmovilismo se ve como un factor negativo) y el temor de lo que pueda derivarse de esas innovaciones, no sabemos qué ganará para cada caso concreto. Esta inutilidad de intentar conocer el futuro con precisión, no obstante, choca con la necesidad de prepararnos para el mañana. De igual forma que cuando conducimos intentamos anticipar los movimientos de los demás vehículos para evitar accidentes, los países, las empresas... deben prever el marco en que se desenvolverán sus actividades de forma que no se vean sorprendidas por el porvenir. Lo malo es que el conocimiento del futuro se intenta hacer desde supuestos erróneos como que será más tecnológico, pero "El progreso tecnológico se desenvuelve a saltos, con logros más notorios en unos momentos que en otros. Lamentablemente, parece que los períodos bélicos son los más productivos. Es lógico, ante una guerra, no se escatiman los medios para forzar un descubrimiento que se considera vital" (Pág. 24). Además, el éxito o el fracaso de una nueva tecnología muchas veces no depende de sí misma sino del mercado, el cual se basa en algo tan evanescente como los temores y los anhelos humanos. Por ejemplo, el miedo a una guerra nuclear ha ocasionado un rechazo hacia todo aquello que de alguna manera se relacione con lo atómico o las radiaciones, desde la energía de fisión hasta las antenas de telefonía móvil. Además, algunos diseños son tan buenos que no experimentan grandes cambios pese al tiempo transcurrido: "Asombra la rapidez con que mejora la capacidad de los ordenadores, pero la bicicleta no ha cambiado gran cosa en un siglo" (Pág. 26). Nada de todo ello parece importar. No se solían pedir cuentas a los astrólogos o nigromantes por sus profecías fallidas de igual forma que los gabinetes de consultores actuales parecen beneficiarse de la misma impunidad. En realidad, los augurios se hacen para reforzar la moral del que tiene que tomar una decisión difícil, calman nuestra inquietud ante lo imprevisto. Aunque hablemos de ellos como si fuesen sinónimos, los términos de augurios, proyecciones, presagios, profecías, previsiones, adivinación... todos ellos tienen matices que los diferencian entre sí. Algunos son propios de la prospectiva mientras otros lo son de la futurología que no debe confundirse: "La prospectiva es un neologismo para el conjunto de análisis, principalmente de los aspectos técnicos, que pueda traer el futuro a partir de los datos conocidos. Otro neologismo parecido es la futurología. Por mucho que se diga, no llegan a la categoría de ciencias, por lo que no cabe concederles la dignidad de las mayúsculas. Los dos neologismos son necesarios para distinguir a los modernos expertos de los tradicionales adivinos o profetas" (Pág. 43). Ambos yerran frecuentemente, pero la prospectiva tiene, al menos, la posibilidad de efectuarse de forma racional sobre unos datos reales mientras que la futurolo-
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gía continúa empleando las misma técnicas desde hace siglos: "Manejan dos o tres circunstancias que puedan ocurrir con mucha frecuencia, por ejemplo, un viaje o una sorpresa agradable. Con ese recurso, la profecía se juzga verosímil y merece la propina correspondiente. Los magos y adivinos de toda laya han practicado esa técnica durante siglos. No les ha ido mal del todo, especialmente ahora con la televisión y la Internet. Todavía está por ver que un adivino se haga multimillonario en la Bolsa. No será por humildad" (Pág. 56). Pero ¿por qué se equivocan unos y otros? Hay un factor común, la dificultad de ser totalmente objetivos. Muchas veces lo que hacen es proyectar al futuro sus esperanzas y sus temores. En el caso de la prospectiva hay otros elementos como el partir de un análisis de la sociedad erróneo, la endogamia (el recurrir sólo a los especialistas en su propio campo), la fe en que un nuevo descubrimiento va a suponer un impacto mayor de lo que realmente acontece (caso del vídeo que iba a terminar con las salas de cine o de éste que iba a dar el golpe de gracia al teatro) ignorando que también existe una tendencia humana a la inercia, la rutina, la continuidad... Frente a los que creían en una sociedad extraordinariamente tecnificada, la realidad ha demostrado que no ha sido tanto como se decía. Es innegable que sí se han producido avances, pero que exista cualquier tecnología no significa que se emplee y, sin ese uso, no se traduce en una revolución social. El siglo XX no sorprende tanto por la tecnología empleada como por la que no ha usado. Existen los factores del coste y del gusto del público que no suelen tenerse en cuenta. Además hay que tener en cuenta la posible exageración del propio científico al anunciar su descubrimiento, bien por propio prurito personal, bien por la busca de subvenciones con las que continuar su trabajo. Sentadas las bases generales del trabajo, el autor inicia el análisis de las profecías por campos, comenzando por la demografía en la que recuerda las erróneas previsiones de Malthus, Buzan, Segal... así como las relativas a un cada vez mayor hacinamiento de las poblaciones urbanas. En realidad, nuestros antepasados en sus ciudades amuralladas tenían menos espacio disponible que nosotros, eso sin contar las posibilidades de esparcimiento que nos dan los modernos medios de transporte. Tampoco las proyecciones sobre el decrecimiento de las grandes ciudades ha sido correcta, al igual que las que pronosticaban un descenso en la población de los países desarrollados que no tuvieron en cuenta los flujos migratorios. Continúa con la economía, desde los problemas hidrológicos causados por la expansión de la agricultura de regadío y nuevas formas de ocio (proliferación de pis-
cinas y campos de golf, por ejemplo) hasta los cambios producidos porque los partidos políticos defienden modelos económicos muy similares. Le llega el turno a la educación y las nuevas tecnologías en el que critica sus propias previsiones realizadas en la década de los setenta para el año 2000. Así, no se produjo la aplicación de las nuevas tecnologías a la enseñanza, lo que permitiría un aprendizaje desde casa; se han quedado en algo más empleado para el ocio que para cualquier otra actividad. Tampoco la Universidad se ha transformado. Se han introducido factores con los que no se contaba, como la falta de interés de muchos jóvenes al ampliarse la enseñanza obligatoria o una pérdida de las facultades de comunicación oral y escrita posiblemente por la influencia de los medios audiovisuales. Concluye con una revisión a las profecías sobre el año 2000. Ni los viajes interplanetarios, ni las formas de obtención de energías casi infinitas, ni los aviones de uso personal (salvo para unos pocos privilegiados) se han concretado. Tampoco la aviación comercial supersónica, el fin de libro escrito en papel o la explotación comercial del fondo marino. Así las cosas, lo que podemos decir de este siglo es que no será demasiado distinto del anterior. Se producirán avances tecnológicos pero es dudoso que transformen radicalmente la sociedad. Aunque los estados cada vez recurran menos a la guerra, los grupos terroristas y la delincuencia organizada impedirán que se pueda hablar de un mundo en paz. Tampoco en la economía parece que se vayan a producir giros copernicanos... En resumen, un libro honesto y con opiniones que pueden (y deben) ser polémicas. Contiene muchas afirmaciones que podemos no compartir (yo, al menos, no participo de ellas), pero es un texto interesante, incluso desde la discrepancia en aspectos fundamentales al que, además de objeciones menores como el dar crédito a los zahoríes, no pondría más que una seria pega, la repetición del mismo argumento en distintos lugares del texto. Ignoro si redactó el libro de forma apresurada o si es fruto de una decisión voluntaria, pero el "si esto mismo lo ha dicho hace diez páginas" nos pasará por la mente más de una vez. é
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José Luis Calvo
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