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Carta de un escéptico a un crédulo
Durante ocho años estudiamos juntos. Cuando teníamos dieciocho años, nuestras vidas divergieron y nos volvimos a encontrar cuarenta años más tarde sin haber tenido ningún tipo de contacto. Mi amigo había recalado en la mística y yo en el mundo del pensamiento crítico. ¿Qué había podido pasar? Empezamos a cartearnos. Ésta es una respuesta real, sólo modificada en aspectos puramente personales. Amigo: Cuando llegó tu carta la leí inmediatamente y la he releído unas cuantas veces. Ninguna de las lecturas ha modificado mi impresión inicial: te veo como perdido en un laberinto y, lo peor de todo, sin salida. Todo dicho con la máxima cordialidad, pero recordando que me has pedido que sea crítico. Tu propio recorrido (Iglesia Católica, Iglesia Adventista, espiritismo, contacto con el hinduismo, budismo, antroposofía, teosofía, coqueteo con los cátaros y parada en J. Krishnamurti, sin otear siquiera el conocimiento científico actual) me reafirma en esa idea. Afortunadamente, para poder entendernos, tenemos una etapa común antes de nuestra divergencia: los ocho años que estuvimos juntos. En el último tramo, aprendimos cómo gente con la cabeza tan despejada como Aristóteles, Descartes, Hume o Kant, entre otros, construían unas teorías sobre la realidad que, ahora, tras la revolución científica, parecen superadas, pero ellos no tuvieron acceso a los actuales conocimientos que tiene la ciencia actual. Lo que sí me quedó claro de aquella época es que, con
El sueño de la razón produce monstruos, grabado de Goya.
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ARTURO BOSQUE
sólo las elucubraciones del cerebro, es imposible acercarse a la realidad. ¿Recuerdas aquel dibujo de Goya? "El sueño de la razón produce monstruos". Para evitar éstos, es necesario tener una regla de medir que nos diga cuando nos perdemos en nuestros razonamientos. La regla es la propia realidad. Desde el descubrimiento del método científico el hombre ha dado unos pasos de gigante en el conocimiento. Todo lo que no es comprobable y/o falsable no es objeto de conocimiento científico. Eso excluye gran cantidad de conceptos creados por la mente humana pero que jamás han podido ser contrastados, entre ellos, el más conocido es Dios. Es cierto que hay algún científico que es, a la vez, creyente, pero si las creencias no se pueden comprobar ¿cómo distinguir a Dios del Ratoncito Pérez? "El agregado de átomos no explica nada", me dices. En efecto, dicho así, no explica nada. Pero eso es una simplificación de lo que ocurre. Veamos lo que se sabe actualmente. Cuando digo sabe me refiero al saber científico, o sea, a aquel cuyas afirmaciones pueden comprobarse en un experimento. El hombre está compuesto por células, especializadas en diferentes órganos. Aquellas tienen vida propia y pueden, en ciertas condiciones, vivir de forma independiente y reproducirse. Son muy complejas estructuralmente pero uno de sus componentes más importantes es el ADN en cuyo código se define con exactitud sus funciones y sus características. La molécula del ADN consta de dos cadenas muy largas y en doble espiral de azúcar-fosfato, entrelazadas, ambas, por bases. Las moléculas están compuestas de átomos entrelazados. Los átomos son estructuras compuestas por protones, neutrones y electrones que, a su vez, están construidos, simplificando, por doce partículas elementales que interactúan con cuatro fuerzas diferentes.
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Si existe una inteligencia superior y no interviene ¿qué diferencia hay en pensar que no existe?
ro que veas aquí nada trascendente. Simplemente las cosas son así. En cada nivel de la materia, el hombre, a través del método científico, ha catalogado unas leyes que siempre se cumplen. Ejemplos de moléculas: Si hago reaccionar un átomo de Hidrógeno y dos de Oxígeno, estos se entrelazan y surge una molécula de agua. Esto ocurre siempre. Además, las características del agua, que aparecen a nuestros sentidos, son diferentes. El resultado no es la suma de los agregados. Parece otra cosa. Lo mismo ocurre con el ADN pero con una complejidad mucho mayor. Esta molécula, en determinadas circunstancias de temperatura, presión, medio ambiente, etc., deshace la doble espiral y, cada una de las cadenas toma del medio los elementos necesarios para, al final del proceso, aparecer dos moléculas de ADN idénticas. Una de las características de la vida (la reproducción) aparece ya a éste nivel. El ADN no es la suma de los agregados, ni tiene sus características. Parece otra cosa. Ejemplo de células: El ADN encerrado en una estructura determinada es una célula. Vive, se alimenta, se reproduce y muere. En determinados casos, se reproduce de forma que, a partir de un cierto número de ellas, se especializan y forman órganos diferentes. Uno, en el hombre, es el cerebro. Este controla visión, audición, movimientos, sensaciones, emociones y pensamientos. Esto es, recoge datos del exterior a través de los sentidos, los evalúa, los recuerda, los puede transmitir a través de gestos, sonidos, acciones; puede sentir gozo, culpa, odio, ansiedad, etc.; puede controlar sus impulsos, dar órdenes, formar juicios, aprender, desarrollar pensamientos concretos y abstractos, etc. En fin, interactúa con todo lo que se refiere a la vida del hombre: consigo mismo y con lo que le rodea. El cerebro, junto al resto de los órganos, es el hombre. El hombre no es la suma de sus agregados. Parece otra cosa. Y en esa otra cosa cabe que ese cerebro pueda darse cuenta de su propia existencia, crear una hermosa música, un buen libro y sentir amor o percibir la belleza de un atardecer. Igual que cuando hacemos una electrólisis las cualidades del agua desaparecen y vuelve a convertirse en hidrógeno y oxígeno, al deshacerse los componentes del hombre, con la muerte, desaparecen todas sus características.
OTRA COSA Insisto permanentemente en esto porque es una característica constante en la naturaleza: el resultado de una combinación de elementos no se parece a sus componentes. Hay una especie de valor añadido que hace que el compuesto sea lo que yo llamo otra cosa. Tampoco quie-
LEYES DE LA NATURALEZA Cada uno de esos niveles anteriores responde a unas leyes que están ahí. Son leyes fijas. Siempre que se dan unas circunstancias, se produce el mismo resultado. Hasta ahora es todo experimental. Se puede reproducir cuando se quiera, por quien quiera y obtener los mismos resultados. Hasta aquí llega la ciencia. Por ejemplo, no puede preguntarse si esas leyes han estado ahí siempre o alguien las ha puesto. La ciencia observa que siempre se cumplen. Cuando hay un salto en el nivel de la realidad y observa que el resultado es otra cosa, lo constata y nada más. La realidad no es sólo un agregado de átomos, sino también las leyes que los gobiernan. Entre ellas esa otra cosa que surge de un compuesto ya sea atómico, molecular o celular. "Debe haber una inteligencia superior", afirmas. Si existe una inteligencia superior y no interviene ¿qué diferencia hay en pensar que no existe? La única diferencia es que el creyente traslada la perplejidad que yo tengo ante la maravilla de la naturaleza a ese ser. Ese ser creador y no creado es tan difícil de entender como este mundo funcionando siempre mediante unas mismas leyes. Cualquier cosa que pensemos, al ser pura especulación, sin posibilidad de experimentar, no tiene mucho valor. Nos podemos perder en interpretaciones ya sean católicas, evangelistas, mahometanas, teosóficas, budistas o de cualquiera de los abundantes "Krishnamurti" que hay por el mundo. Son callejones sin salida, conceptos sin posibilidad de contraste. Para mí, pérdida de tiempo. Puedo imaginar un Dios creador y no creado, un Demiurgo, un Diablo que disfruta con los desastres e injusticias que se dan, una civilización extragaláctica que está haciendo un experimento, la misma Mitología griega, latina o cualquier otra, una Energía desconocida positiva o negativa, Espíritus malignos o benéficos, etc., etc. (aquí puedes añadir todos los mitos que circulan por la Tierra). Todas estas afirmaciones caen fuera del territorio científico. Los que afirman los mitos deberían probarlos. De no ser así ¿qué valor tienen? Los más atrevidos entre los creyentes afirman que cuando hay un escéptico presente las fuerzas espirituales se abstienen. Esto impide la falsación y por tanto cae fuera del ámbito científico. ¡Una simple excusa ante un hecho o inventado o mal observado! LABERINTOS No hay ningún milagro en todos estos conocimientos experimentales. Aun más, la falta de milagros es total. Si
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abandonamos el método científico, que tiene en la propia realidad una regla de medir, podemos perdernos en los infinitos laberintos que nos puede tender nuestro propio cerebro.
Yo no sé si existe una Inteligencia Superior y tú crees que existe, pero no sabes qué es. No sé si nos diferenciamos mucho. Yo me quedo en el plano experimental y tú añades un concepto del que desconoces todo.
Yo no sé quien ha dado a la naturaleza sus leyes. Ni siquiera sé si la pregunta es correcta. ¿Por qué no pueden, esas leyes, haber estado siempre ahí? ¿El creer en esa "Inteligencia Superior" no es trasladar el problema sin dar ninguna solución? Yo no sé si existe y tú crees que existe, pero no sabes qué es. No sé si nos diferenciamos mucho. Yo me quedo en el plano experimental y tú añades un concepto del que desconoces todo. Ese no sé anterior es para mí tan fuerte que se convierte en la práctica en un sé que no hay una inteligencia superior. Y no es porque tenga el silogismo para llegar a la conclusión de que no exista, sino que he comprendido que es imposible demostrar una negación. El peso de la prueba cae en quien afirma.
El Yo El yo, esa conciencia de sí mismo, es una de las cosas que a más laberintos ha conducido al hombre. Pero observaciones experimentales quitan cada vez más trascendencia a ese yo. Al final lo reducen a un punto de referencia como el aquí o el hoy. La hipótesis de que ese yo reside en una entidad espiritual, a la que para entendernos podemos llamar alma, no aguanta ningún experimento. Por ejemplo: - Un grave accidente en el cerebro modifica la personalidad. - Un esquizofrénico tiene varios yo y salta de uno a otro con toda tranquilidad. - El yo se construye en los primeros años de la niñez. - Muerto el cerebro sólo los creyentes dicen haber visto alguna manifestación de ese espíritu. Ninguna soporta un análisis científico. El árbol La reflexión que haces sobre el yo y el árbol la veo mística. Para mí, es todo más sencillo. Yo tengo un ADN que me ha construido. La educación y mis experiencias han hecho el resto. Mi yo es fruto de estos dos factores. Con la muerte desaparecerá esa otra cosa y volveré a los componentes con los que estoy construido. El árbol tiene su ADN propio y no tiene un centro coordinador como tenemos los animales. No veo ni "la interconexión", ni "la Red Central", no percibo ninguna intervención exterior a las leyes de la naturaleza ni puedo deducir de ninguna forma que pertenezco a una "Entidad Superior". Mi yo se disuelve con la muerte y aquí no ha pasado nada. La naturaleza sigue su curso. Conclusión De modo (usando tus mismas palabras) que, "si soy honrado y objetivo en el pensar", no me queda más remedio que no ver por ninguna parte una Inteligencia (ni benéfica ni maléfica) distinta a la propia naturaleza de la que yo formo parte como un árbol, un monte, un planeta o una galaxia. Los átomos montados en el ADN humano construyen todo tu cuerpo y cerebro y éste, con las experiencias adquiridas forman tu persona, tu inteligencia, tus cualidades, etc. A éste conjunto, le podemos, para simplificar, llamar mente, pero no es otra cosa que el cerebro en funcionamiento.
OTRAS IDEAS TRASCENDENTES, SEGÚN TU VISIÓN. "Amar es lo que importa", dices. Amar importa, pero ser amado, también. Importa sentirse satisfecho consigo mismo, encontrarse seguro, tener salud física y mental, tener con qué vivir, disfrutar de la creatividad, saber gozar de la belleza, del arte, de la naturaleza... de lo que nos presente la vida, en fin, ser felices es lo que importa. Si la vida acaba aquí, es importante que coleccionemos ratos felices, cuantos más, mejor. Pero tampoco conviene obsesionarse como coleccionista de ratos felices ya que la muerte, al disolver la conciencia, reduce a la nada toda la felicidad coleccionada o, en el caso contrario, todas las desgracias padecidas. Nada de obsesiones. ¡Coleccionar con tranquilidad ratos felices! "El conocimiento de sí mismo es el principio de la sabiduría", aseguras. Es importante conocerse pero también lo es conocer el entorno. Un error en cualquier percepción de las dos áreas lleva consigo la posibilidad de errores en la toma de decisiones. Sin grandes palabras: es importante conocer, es importante saber a qué atenerse. "La Verdad es demasiado grande para que quepa en los libros. Cada uno tiene su verdad, que es su parte de la Verdad", sostienes. No me gusta hablar de Verdad con mayúscula porque encierra algo místico; prefiero hablar de realidad. Para mí, la realidad está ahí, sea la que sea. Nosotros mismos formamos parte de ella. Nuestro cerebro, con sus billones de sinapsis, intenta hacerse una representación de esa realidad. A través de la captación de los sentidos va construyendo esas representaciones. Es importante, para no perderse, que esos modelos que creamos, no entren en contradicción con alguna de las observaciones. Si entran, debe rehacerse el modelo.
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Con este método, que lo llamamos científico, vamos mejorando generación tras generación nuestra representación de la realidad. La mayor pantalla que nos impide llegar lo más cerca posible a ella no es "el crimen o una vida degenerada", que dices tú, sino la credulidad. Creer sin comprobar es la mayor fuente de errores "La duda constructiva es el principio del conocimiento", afirmas. Salvando por ahí algún concepto, para mí, místico, que introduces ("contacto directo con `lo Otro'") estoy de acuerdo contigo. La duda, que no la credulidad, es el punto de arranque del conocimiento. "El ser humano es un alma o espíritu que vive dentro de un cuerpo", dogmatizas. Aquí sí que discrepo totalmente. Además, todas las funciones que se le atribuyen al alma, excepto su espiritualidad e inmortalidad, están explicadas por algún área de la ciencia (fisiología, neurología, psiquiatría, psicología...). Como esas dos excepciones no pueden ponerse en un banco de pruebas. ¿qué quieres que te diga? Para mí tienen el mismo valor que cualquier afirmación no comprobable: ninguno. En la reencarnación o el espiritismo ni entro. Queda dentro de esas creencias indemostrables.
Tampoco comparto esa "transferencia" de individuos "a otro lugar o planeta" para "rectificar su conducta moral". Todas estas ideas no pueden ser comprobadas. Son iguales de reales que las calderas de Pedro Botero, los ángeles protectores con alas o la laguna Estigia: conceptos que se afirman sin demostrar. Menos, si cabe, tus reflexiones sobre el Mal como "detritus de la evolución humana" ni como "depósito de `las fuerzas del Mal'". Pongo mal con minúscula, le quito toda trascendencia y lo convierto en el resultado desagradable, para una parte, de la complejidad de las relaciones humanas. Me deja atónito tu admiración a Jiddu Krishnamurti. Te convence porque rechaza cualquier organización eclesiástica cuando en realidad él tuvo (y ahora tienen sus adeptos) la suya, Krishnamurti Foundation Trust, y hasta tiene en Uppaluri Gopala Krishnamurti, su hereje. Siento no estar de acuerdo en casi nada pero la trayectoria intelectual de cada uno lo ha llevado a conclusiones diferentes. Yo tengo una regla para comprobar mis afirmaciones. ¿La tienes tú? é
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PRÓXIMO NÚMERO:
Las últimas noticias sobre clonaciones, efectuadas o no por la secta de los raëlianos y otros grupos, ha puesto en guardia a una parte importante de la sociedad, que asiste a un recital de comentarios sobre el tema que, bajo la suposición de ser independientes y bienintencionados, esconden una marea negra que puede ser tan dura como la provocada por el Prestige. Por esta razón, para nuestro próximo número de verano del 2003, Oswaldo Palenzuela nos ha escrito un texto acerca de Clones y ética: sobre células madre y prejuicios religiosos, en los que se plantea diversas cuestiones que afectan a esta temática. También José Luis Calvo reflexionará sobre la cuestión en su artículo titulado Ética y clonación. Por otra parte, siguiendo con el tema de la vida y sus posibilidades, pero en el marco de la exobiología, Alberto González Fairén y Francisco Anguita nos recordarán en su artículo ¿Civilizaciones en el Universo? el histórico debate mantenido por Ernst Mayr y Carl Sagan en el año 1995, re-abierto como consecuencia de la publicación en el año 2000 del libro Rare Earth de Ward y Brownlee. Como cada trimestre, además, el lector podrá contar con nuevos artículos, así como con las secciones habituales de Primer Contacto, Mundo Escéptico, Cuaderno de Bitácora, Guía Digital, Paranormalia, De Oca a Oca, Un marciano en mi buzón y Sillón Escéptico.
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