Un día de 1974, cuando era editor de Science News en Washington, DC [EEUU], el correo me trajo una carta de Martin Gardner. Lo conocía por supuesto como el columnista de "Juegos matemáticos" en Scientific American [Investigación y Ciencia, en su versión en castellano] y como autor del seminal trabajo sobre pseudociencia y chiflados Facts and fallacies in the name of science. Tenía una copia de ese fascinante libro desde que un amigo me la dio como regalo en la escuela superior. Me encantaba.
La carta de Martin, de forma agradable pero firme, nos criticaba por una serie de tres artículos que se desarrollaron a lo largo de unos meses y que trataban materias en los límites de la ciencia: Uri Geller, la fotografía Kirlian y la meditación trascendental. Los lectores habían pedido dichos artículos. Fue el apogeo y posterior ascensión en la popularidad de Geller, que tenía algunos (ingenuos) científicos que certificaban sus poderes. Los otros dos temas atraían de la misma manera el interés de los medios de comunicación y la gente. Tratamos de hacerlo lo mejor posible con cierto cuidado y escepticismo pero salvo por el artículo de Geller, Martin no pensaba que habíamos realizado un trabajo particularmente bueno y le preocupaba que hubiéramos dejado aparcada nuestra base científica por escribir sobre ello.
No me ofendió para nada su crítica; de hecho la agradecí. Le respondí. Le dije que los escritores científicos y los editores como yo disponemos de pocas fuentes para comprobar la validez de dichas afirmaciones. Le dije que necesitábamos gente como él con la información y perspectiva crítica necesaria para ayudarnos. Necesitábamos un grupo de expertos científicos para darnos ese tipo de ayuda.
Luego no fue sorprendente que en la primavera de 1961 yo mismo me encontrara cubriendo para Science News una atípica conferencia sobre "El nuevo irracionalismo: pseudociencia y anticiencia" en el campus de la recién inaugurada SUNY- Búfalo [EEUU], en la que el filosofo Paul Kurtz anunció la creación del "Comité para la Investigación de Supuestos Fenómenos Paranormales" (CSICOP, por sus siglas inglesas). Era exactamente lo que había pedido. Mi siguiente artículo para Science News (la imagen de la portada un pequeño caballero escéptico con sólo la espada de la razón desafiando al gigante dragón de múltiples cabezas de la pseudociencia 29 de mayo de 1976) provocó más respuestas de los lectores que ningún otro tema tratado anteriormente, lo que me indicó que era un tema importante que merecía un mayor tratamiento. Recibí la más amable y más inesperada de las cartas de Martin Gardner (acabo de redescubrirla en mi archivo de aquellos años). Me agradeció el artículo, alabó la precisión y la catalogó de brisa de viento fresco largamente esperado.
Un año más tarde fui invitado como orador a la primera reunión del Consejo Ejecutivo del CSICOP que se celebró en el antiguo hotel Biltmore de Nueva York [EEUU] con Paul Kurtz, Ray Hyman, Phil Klass, y otros que incluían, para mi deleite, al mismísimo Martin Gardner. Al día siguiente se me pidió que me uniera a la organización como editor de su nueva revista (en aquel momento llamada Zetetik un año más tarde rebautizada Skeptical Inquirer). De esta manera Martin Gardner fue no sólo mi presentación a todo tipo de escepticismo sistemático y uno de mis primeros inspiradores sino que también estuvo allí cuando de hecho me uní a esa empresa.
Durante más de tres décadas fue un placer para mí y nuestros lectores que Martin Gardner escribiera de forma habitual para Skeptical Inquirer. Al principio escribía sólo de manera ocasional pequeños artículos. Cuando después de treinta años retiró su columna de Scientific American le escribí solicitando si consideraría la posibilidad de escribir una columna de modo regular para el Skeptical Inquirer sobre pseudociencia y ciencia al límite. Me alegré cuando aceptó. "Intentémoslo", contestó, "y veamos cómo va". Esa columna ("Notes of a psy-watcher" que ambos rebautizamos como "Notes of a fringe-watcher") apareció en cada número de Skeptical Inquirer desde el verano de 1983 hasta el número de enero-febrero de 2002. Recientemente la retomó de manera irregular en el tiempo y su última columna me la envió por correo diez días antes de su muerte (Skeptical Inquirer, septiembre-octubre 2010).
Martin era un placer para cualquier editor. Sus artículos siempre llegaban antes de lo esperado, normalmente con semanas de antelación sobre la fecha límite. A veces debatía conmigo previamente sobre posibles temas; de forma habitual me enviaba por correo un nuevo artículo sorprendiéndome con el tema tratado. La llegada de un nuevo artículo suyo marcaba siempre el punto álgido de mi jornada. Eran claros, concisos, comprometidos, reveladores, inteligentes, relevantes y, normalmente, ingeniosos, el producto de una mente única, vivaz y extraordinariamente bien informada. Sus artículos eran sustanciosos y al mismo tiempo muy legibles. Los escribía a doble espacio en una máquina de escribir eléctrica, y el periodista que llevaba dentro (que ya lo había sido durante un tiempo después de estudiar filosofía en la universidad de Chicago [EEUU]) corregía cuidadosamente las erratas o realizaba pequeños cambios con un bolígrafo de punta negra. Siguiendo con la tradición periodística revisaba secciones cortando y pegando, cosa que hacia siempre impecablemente. En raras ocasiones tuve que hacer trabajos de edición.
Martin Gardner ante su máquina de escribir. (Archivo)
A lo largo de los años sus artículos trataron personajes como Russel Targ, Margaret Mead, Shirley Maclaine, Arthur Koestler, Rupert Sheldrake, Mariannne Williamson, Jean Houston, Doug Henning y Philip Johnson, incluso en dos ocasiones el astrónomo heterodoxo Tommy Gold (Universidad de Cornell [EEUU]); y cualquier tema, desde "El Proyecto Alfa" de James Randi (su primer tema en el Skeptical Inquirer) al de "aguas curiosas" y lógica difusa, reflexología, terapia de orina, astronomía psíquica, el lenguaje Klingon y la jocosa pero profunda cuestión sobre si Adán y Eva tenían ombligos. Cada pocos años los artículos del Skeptical Inquirer junto con otras críticas y ensayos publicados por ahí fueron recopilados en un nuevo libro. El primero fue The new Age: notes a fringe watcher [La Nueva Era: notas de un observador en el límite] y On the wild side [El lado salvaje]. Los últimos tres fueron Are universes thicker than blackberries? [Son los universos más gruesos que las moras](2003), The Jinn from hyperspace [Los genios del hiperespacio] (2008) y When you were a tadpole and I was a fish [Cuando eras un renacuajo y yo era un pez].
(2009)
El 11 de septiembre del 2001, sí, ese horrible día, abrí la carta de Martin que siempre había temido recibir. Su amada esposa Charlotte había muerto recientemente de un infarto cerebral, y me había hecho llegar dos artículos con antelación pues sabía que pronto caería en una depresión por su pérdida y sería incapaz de escribir. Además tenía ya 87 años. "He vivido mucho" y añadió "y escribir la columna ha sido un gran placer para mi". Fue un día triste para todos nosotros. Sin embargo en 2005 vi en alguna parte publicada una crítica suya a un libro y le escribí invitándole a volver a colaborar si se sentía capaz de hacerlo. Al principio entregó una serie de dos artículos sobre "The Memory Wars"[Las Guerras de la Memoria]. Lo publicamos en nuestra edición de enero-febrero y marzo-abril de 2006. La primera parte apareció en nuestra posterior antología de la revista Skeptical Inquirer bajo el título Science under siege [La Ciencia Sitiada] (Prometheus, 2009).
Fue un escritor prolífico hasta el final. Recibimos dos artículos suyos durante la edición del número de marzo-abril de 2010. Publicamos la más corta sobre la fatídica cabaña del sudor del gurú James Arthur Ray como su columna habitual y la más larga sobre Oprah Winfrey y su credulidad ante los temas pseudomédicos, como un artículo.
Es sorprendente que un intelecto tan elevado como Martin fuera, sin embargo, un hombre modesto y sin pretensiones. Amable añadiría. A pesar de ser un pensador tan sumamente claro y tan inteligente no mostraba ni rastro de su ego. En cierta medida era tímido y nunca acudió a conferencias ni dio charlas públicas, aunque este hecho fue una decepción para muchos de sus miles de seguidores. Pienso que sentía que aprovechaba mejor el tiempo haciendo su propia investigación, estudiando las últimas estupideces, locuras y bufonadas y dando su particular y critico punto de vista en un lenguaje claro y conciso. Pero fue un magnífico corresponsal. Cualquier carta que le dirigiera provocaba una rápida respuesta por escrito. Esta fue mi experiencia y por lo que he oído la de otros. Sus cartas fueron siempre amables, directas, relevantes, útiles y concisas. Nunca malgastó palabras. Acumulé un gran número de sus cartas y las guardaré siempre como un tesoro.
Martin Gardner fue, entre otras muchas cosas, un intelectual brillante y esencialmente autodidacta que contaba con el respeto de los científicos y académicos más importantes del mundo. Abuelo del movimiento escéptico moderno era extraordinariamente inteligente, con un ingenio notable y una mente curiosa que nunca se tomó en serio a sí mismo; un gran profesor de lo que el escepticismo y la investigación escéptica representan, un escritor y pensador claro, un crítico sin igual del absurdo y un resuelto defensor de la ciencia y la razón, en resumen, un tesoro nacional. No, todavía mejor, un tesoro mundial.
Nota sobre el autor
Kendrick Frazier es editor de Skeptical Inquirer, miembro del Comité del Skeptical Inquiry y veterano de su Consejo Ejecutivo.
*Artículo aparecido en Skeptical Inquirer Volume 34. Issue 5 sept/oct 2010.