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desde el sillón
El mundo más allá del arco iris
ichard Dawkins es uno de los autores más conocidos en la divulgación de teorías neodarwinistas. Sus libros aparecen en las listas de los bestsellers, cosa que se puede decir de muy pocos autores de divulgación hoy por hoy. En su última obra, Destejiendo el arco iris, Dawkins se aparta ligeramente de sus temas habituales: todavía hay en el libro una parte importante dedicada a la biología y, sobre todo, a sus teorías acerca del gen egoísta o el cooperador egoísta , en su nueva y mejorada acepción, pero la obra trata, sobre todo, de poesía. Esto no quiere decir gran cosa; Dawkins es especialista en elegir un ejemplo sencillo o una idea simple y permítaseme la elección de metáfora tejer a su alrededor un libro complejo y fascinante. El que nos ocupa no es una excepción. De hecho, es uno de los libros más interesantes y evocadores que he tenido el placer de leer últimamente. Destejiendo el arco iris toma su título del tema general del libro, del que el autor se sirve para enlazar los diferentes capítulos. En realidad, la obra es enormemente ambiciosa: Dawkins pretende nada menos que mostrarnos la diferencia entre poesía buena y mala, demoler la fama de fría que tiene la ciencia, demostrarnos que los temas que inspiraron a los poetas del siglo pasado no son ni la mitad de maravillosos que los que la ciencia nos ha descubierto y, ya de paso, remachar una vez más su teoría del gen, perdón, del cooperador egoísta. Tras un prefacio que inmediatamente capta el interés, Dawkins se lanza de lleno
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Dawkins, Richard [1998]: Destejiendo el arco iris [Unweaving the rainbow]. Trad. de Joandomènec Ros. Tusquets Editores. Barcelona 2000. 360 páginas.
a las procelosas aguas de la física y nos explica por qué Keats metió la pata hasta el fondo cuando acusó a Newton de haber destruido la belleza del arco iris al descomponer la luz. Es cierto que sobre gustos no hay nada escrito. Pero, en esta ocasión, Dawkins plantea su caso con extrema brillantez. En primer lugar, explica por qué se forma un arco iris. Sigue contándonos por qué vemos el arco iris como lo vemos y a partir de ahí, y durante los siguientes cinco capítulos, repasa el análisis espectral, el sonido, la luz, el ADN y las técnicas forenses. En todos los casos, los conceptos están explicados con claridad, sin caer en las trampas que el autor se de-
dica a criticar en el resto del libro: ni recurre a supersimplificaciones facilonas ni abusa del lirismo para provocar un sentimiento de maravilla a costa de perder el foco del problema. De hecho, muchos legos en la materia pueden encontrar estas explicaciones como un punto de partida excelente para profundizar más en los temas tratados. Personalmente, para mí ha sido un placer seguir las explicaciones del autor a lo largo de todos estos capítulos. En el capítulo sexto, se nos explica lo que Dawkins considera mala poesía: en general, cualquier abuso retórico que malinterpreta hechos perfectamente normales y los reviste con un halo de misterio y maravilla que sólo consigue confundir al lector. Y también cualquier poesía en la que la ciencia sea la víctima de las iras del poeta. Hay muchos ejemplos de ambos casos distribuidos por el libro. Ciertamente, Dawkins deja muy claro el peligro que tal uso del poder de la poesía entraña. Elige para ello la disciplina pseudocientífica que más mala poesía según su definición de Dawkins encierra, y también la más apaleada: la astrología. No puedo reprochar a Dawkins su elección. Aunque es previsible y aunque realmente no hay muchas más maneras de explicar que la astrología es un confuso conglomerado de creencias y pseudociencia que no funciona en absoluto, es un ejemplo que todos tenemos muy cercano y que nunca deja de impactar. A partir de ahí, coge ritmo y generaliza a otras pseudociencias, pero no una
el escéptico
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por una, sino haciendo hincapié en los mecanismos mentales que nos predisponen a creer en lo maravilloso: nuestra en general muy deficiente comprensión de la estadística, las limitaciones de nuestro cerebro para aprehender conceptos como las distancias astronómicas o los tiempos geológicos, nuestra tendencia a ver objetos sobre todo caras en superficies irregulares... y, sí, también los ovnis. Hay dos capítulos del libro que el autor dedica a las teorías que le tocan más de cerca. Por un lado, una reexposición simplificada de su teoría del cooperador egoísta y, por otro, el ataque a las ideas de Stephen Jay Gould. De hecho, se trata de un ataque bastante furibundo y de doble filo. Dawkins reconoce la habilidad de Gould como escritor, pero indica que es precisamente esa habilidad la que posibilita que las teorías de Gould sean mal interpretadas, aparte de señalarnos también lo que él considera errores de bulto. Es una especie de bache en el libro, porque queda un poco forzado y porque es demasiado específico como para pensar que es un ejemplo inocente escogido al azar. Para quienes también admiramos los libros de Gould, es la parte que más cuesta de todo el libro. Dawkins redondea su obra con estilo, recordando su tema principal: que nada hay más poético que las ideas y conceptos que la ciencia nos descubre, y que destejer el arco iris no le roba la belleza. Al contrario, no hace más que añadir maravilla sobre maravilla, prodigio sobre prodigio y abre mundos nuevos y nuevas formas de pensar y de entender el universo. El lenguaje es sencillo, aunque los conceptos no lo sean, y el autor consigue estimular al lector e inspirarle el deseo de entender y de saber más. Destejiendo el arco iris es, junto con El Mundo y sus demonios, uno de los mejores libros que se han publicado últimamente acerca de las posibilidades de la ciencia y de su capacidad para estimular la mente y hacer que alcance su máximo potencial cosa que la ciencia consigue, no impide, como algunos parecen pensar. Y, si es posible mostrarse en desacuerdo con algunas de las cosas que Dawkins defiende, mejor: fomentar un debate y un intercambio inteligente de ideas es una de las mejores cosas que un libro puede aspirar a conseguir.
ADELA TORRES
Falsificaciones históricas
odríamos pensar que la falsificación de documentos del pasado para influir en el presente o para obtener un beneficio económico es algo propio de nuestros días. Nada más alejado de la realidad. Los supuestos diarios de Hitler o de Jack el Destripador son, tan sólo, los últimos eslabones de una cadena que comienza con la invención de la escritura. Los reyes sumerios no vacilaron en inventarse antepasados semidivinos como Gilgamesh y los faraones hacían borrar las inscripciones conmemorativas de sus antecesores en algunos templos para inscribir su propio nombre Ramsés II era un especialista en construir monumentos... que ya estaban edificados. Mención aparte merece la narración de la batalla de Kadesh entre hititas y egipcios que, de manera casi mila-
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grosa, ganaron ambos bandos: ¿un antecedente de las noches electorales? Quizá resulten más conocidos por el gran público fraudes foráneos como la Donación de Constantino o los Protocolos de los sabios de Sión; pero en España también hemos cocido habas. A desvelar estas mixtificaciones dedicó su Historia crítica de los falsos cronicones José Godoy Alcántara, historiador decimonónico cuya persona y obra han caído en un olvido injusto, por cuanto una lectura atenta nos muestra un escritor de sorprendente modernidad y de reconfortante escepticismo. En su estudio de las falsificaciones históricas en la España de los siglos XVI y XVII, comienza por el hallazgo de la Torre Turpiana en Granada: "...una caja de plomo, que abierta mostró contener reliquias y un pergamino grande. Servian de cabeza á este documento cinco cruces en forma de cruz, y en caracteres arábigos decia ser aquella una profecía de san Juan evangelista... luego ponía la profecía en caracteres castellanos del tiempo". Godoy apunta: "Anacronismos tan torpes como poner al frente del escrito cruces... suponer las lenguas castellana y arábiga habladas en el siglo primero en España, y el pobre ingenio con que todo estaba tejido, revelan claramente la mano de un grosero falsario". Sin embargo, el autor no se limita a exponer y demostrar las falsificaciones históricas, sino que también denuncia cuando ello es posible a sus autores, revela los móviles que les incitaron a veces económicos, pero más frecuentemente religiosos y en qué obras anteriores se basaron para elaborar sus fraudes, así como la influencia que tuvieron estas invenciones en la
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