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por una, sino haciendo hincapié en los mecanismos mentales que nos predisponen a creer en lo maravilloso: nuestra en general muy deficiente comprensión de la estadística, las limitaciones de nuestro cerebro para aprehender conceptos como las distancias astronómicas o los tiempos geológicos, nuestra tendencia a ver objetos sobre todo caras en superficies irregulares... y, sí, también los ovnis. Hay dos capítulos del libro que el autor dedica a las teorías que le tocan más de cerca. Por un lado, una reexposición simplificada de su teoría del cooperador egoísta y, por otro, el ataque a las ideas de Stephen Jay Gould. De hecho, se trata de un ataque bastante furibundo y de doble filo. Dawkins reconoce la habilidad de Gould como escritor, pero indica que es precisamente esa habilidad la que posibilita que las teorías de Gould sean mal interpretadas, aparte de señalarnos también lo que él considera errores de bulto. Es una especie de bache en el libro, porque queda un poco forzado y porque es demasiado específico como para pensar que es un ejemplo inocente escogido al azar. Para quienes también admiramos los libros de Gould, es la parte que más cuesta de todo el libro. Dawkins redondea su obra con estilo, recordando su tema principal: que nada hay más poético que las ideas y conceptos que la ciencia nos descubre, y que destejer el arco iris no le roba la belleza. Al contrario, no hace más que añadir maravilla sobre maravilla, prodigio sobre prodigio y abre mundos nuevos y nuevas formas de pensar y de entender el universo. El lenguaje es sencillo, aunque los conceptos no lo sean, y el autor consigue estimular al lector e inspirarle el deseo de entender y de saber más. Destejiendo el arco iris es, junto con El Mundo y sus demonios, uno de los mejores libros que se han publicado últimamente acerca de las posibilidades de la ciencia y de su capacidad para estimular la mente y hacer que alcance su máximo potencial cosa que la ciencia consigue, no impide, como algunos parecen pensar. Y, si es posible mostrarse en desacuerdo con algunas de las cosas que Dawkins defiende, mejor: fomentar un debate y un intercambio inteligente de ideas es una de las mejores cosas que un libro puede aspirar a conseguir.
ADELA TORRES
Falsificaciones históricas
odríamos pensar que la falsificación de documentos del pasado para influir en el presente o para obtener un beneficio económico es algo propio de nuestros días. Nada más alejado de la realidad. Los supuestos diarios de Hitler o de Jack el Destripador son, tan sólo, los últimos eslabones de una cadena que comienza con la invención de la escritura. Los reyes sumerios no vacilaron en inventarse antepasados semidivinos como Gilgamesh y los faraones hacían borrar las inscripciones conmemorativas de sus antecesores en algunos templos para inscribir su propio nombre Ramsés II era un especialista en construir monumentos... que ya estaban edificados. Mención aparte merece la narración de la batalla de Kadesh entre hititas y egipcios que, de manera casi mila-
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grosa, ganaron ambos bandos: ¿un antecedente de las noches electorales? Quizá resulten más conocidos por el gran público fraudes foráneos como la Donación de Constantino o los Protocolos de los sabios de Sión; pero en España también hemos cocido habas. A desvelar estas mixtificaciones dedicó su Historia crítica de los falsos cronicones José Godoy Alcántara, historiador decimonónico cuya persona y obra han caído en un olvido injusto, por cuanto una lectura atenta nos muestra un escritor de sorprendente modernidad y de reconfortante escepticismo. En su estudio de las falsificaciones históricas en la España de los siglos XVI y XVII, comienza por el hallazgo de la Torre Turpiana en Granada: "...una caja de plomo, que abierta mostró contener reliquias y un pergamino grande. Servian de cabeza á este documento cinco cruces en forma de cruz, y en caracteres arábigos decia ser aquella una profecía de san Juan evangelista... luego ponía la profecía en caracteres castellanos del tiempo". Godoy apunta: "Anacronismos tan torpes como poner al frente del escrito cruces... suponer las lenguas castellana y arábiga habladas en el siglo primero en España, y el pobre ingenio con que todo estaba tejido, revelan claramente la mano de un grosero falsario". Sin embargo, el autor no se limita a exponer y demostrar las falsificaciones históricas, sino que también denuncia cuando ello es posible a sus autores, revela los móviles que les incitaron a veces económicos, pero más frecuentemente religiosos y en qué obras anteriores se basaron para elaborar sus fraudes, así como la influencia que tuvieron estas invenciones en la
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historia y la literatura españolas. Con auténtico espíritu crítico, Godoy sólo tiene un compromiso: la verdad. Sorprende en la España de su tiempo el que al autor no le temblara la mano al desvelar falsedades cometidas por miembros de la Iglesia católica. Así, al hablar de la Historia Universal atribuida a un tal Flavio Marco Dextro mal empezamos, el nombre debiera ser Marco Flavio Dextro y dedicada a Paulo Orosio continuamos aún peor, la P. que antecede al nombre Orosio es la inicial de presbyter, no de Paulo, revela que su autor fue un sacerdote jesuita, el padre Jerónimo Román de la Higuera, cuyo único proposito fue dar fundamento histórico a la legendaria visita del apóstol Santiago a Hispania, episodio que, por supuesto, estaba contenido en dicha obra. No contento con esta mixtificación, el padre De la Higuera continuó su carrera de redactor de documentos históricos con el descubrimiento de la carta de Don Silo al arzobispo Cixila. Tras ocuparse de este personaje, Godoy la emprende con otros textos como los Libros plúmbeos de Granada, los escritos de San Braulio y de Heleca o el Cronicón de Luitprando, todos ellos más falsos que una moneda de veintisiete pesetas. Aunque el autor haga siempre gala de una erudición notable, no debemos pensar que su único propósito fuera el estudio del pasado. Concluye su obra con una breve nota de una falsedad contemporánea para él: "Al escribir estas líneas (octubre de 1867), una de estas correspondencias conmueve al mundo sabio. Philaretes Chasles ha encontrado, no se ha podido averiguar dónde, como un centenar de cartas de
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Godoy Alcántara, José [1868]: Historia crítica de los falsos cronicones. Editorial Universidad de Granada. Granada 1999. 448 páginas.
Pascal, de las que resulta fué el descubridor de la atracción universal... De las cartas aparece que Pascal corresponderia con Newton en época en que éste tendria once años de edad; que el uso del café estaria extendido en Francia en 1652 cuando consta que fué en 1669..." Hoy, el paso del tiempo nos permite completar la historia. Chasles, científico afamado en su tiempo matemático y astrónomo, miembro de la Academia de Ciencias de Francia, profesor de la Escuela Técnica Superior de París y oficial de la Legión de Honor había sido engañado por un embaucador, un tal Vrain-Lucas, quien comenzó por venderle una carta de Pascal dirigida al químico inglés Robert Boyle, fechada en 1648, en la que se atribuía el descubrimiento de la ley de la gravedad y terminó despachándole, aunque parezca increíble, cartas de Pascal dirigidas a Newton y fechadas en
1654 Newton tenía once años en esa fecha, una carta de Alejandro Magno dirigida a Aristóteles, otra de Pitágoras a Safo, una más de Julio César a Vercingetorix y, en el colmo del surrealismo, una de Lázaro a Jesús escrita después de la resurrección de aquél. La detención de Vrain-Lucas fue condenado a dos años de cárcel impidió que rematara su estafa con la nueva carta que tenía preparada: estaba escrita por Caín y destinada a Abel. Chasles se convirtió en el hazmerreír de la comunidad científica de su tiempo y nunca pudo recuperar su prestigio ni su dinero: se cree que pagó por tan peregrinas misivas una suma superior a 100.000 francos de la época. Las palabras con que Godoy cierra su obra son un aviso que resultó premonitorio: "Los siglos venideros obtendrán sin duda acerca del nuestro lo que sus aficiones y curiosidad demanden, dando no menos materia á la investigadora crítica de mis continuadores". ¿Qué no hubiera podido escribir hoy en día?
JOSÉ LUIS CALVO BUEY
Portada de la obra original de Godoy Alcántara, editada en 1868.
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