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Templarios con teléfono móvil
¿Son necesarias la mística solar, la cábala y el Bafomet para que la historia de estos monjes guerreros resulte cautivadora? Creo que no
JULIO ARRIETA
l mundo de lo paranormal vive encerrado en un bucle no sé si melancólico o no que le hace volver una y otra vez sobre los mismos temas. Uno podría pensar que las luminarias de lo misterioso podrían dedicarse a revisar los viejos misterios expurgando errores, añadiendo nuevos datos y formulando teorías que aclarasen los asuntos en cuestión. Desgraciadamente, esto no es así.
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Cuando uno hojea las revistas del sector, siente una inevitable sensación de dejà vu "he leído esto antes" que le lleva a cerciorarse, por la fecha de portada, de que no le han vendido un ejemplar de hace quince años. Lo que el lector se encuentra en estas revistas son las mismas viejas historias que leyó hace tiempo. Tal como eran entonces. Olvídese de encontrar refutaciones razonadas a afirma-
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Iglesia de Nuestra Señora de Eunate (Navarra), de planta octogonal, supuestamente de origen templario.
ciones especulativas del pasado: se va a volver a topar con ellas tal cual eran. En todo caso, aderezadas con algún dato nuevo de relleno. Los viejos misterios siguen siendo misterios, no sé si porque no aparecen otros nuevos o porque los viejos sirven igualmente para deslumbrar a los lectores poco críticos. No importa si hay una explicación razonable: en el mundo de lo paranormal, la hipótesis más lógica es la menos probable, en una especie de mundo al revés. Por eso nos encontramos en los quioscos con viejos conocidos: los templarios asoman en la cubierta de la revista Más Allá, eso sí, ahora con teléfono móvil. Y es que los templarios están entre nosotros otra vez, igual que lo estuvieron con Gérard de Séde y Louis Charpentier en su día. Estos aventajados discípulos de Pauwels y Bergier recuperaron para la moda esotérica a esta peculiar orden que fue muy del gusto de esoteristas de los siglos XVIII y XIX, burgueses de bien con pretensiones nobiliarias que se apuntaban a cualquier neo-orden de última hora con tal de lucir espadín y recibir trato caballeresco. Cuanto más oculto, jerárquico y rimbombante fuese el conventículo, mejor. Los neotemplarios actuales son dignos sucesores de sus antecesores del siglo pasado: son uno de esos grupos peculiares y risibles. Rosacruces, templarios, polares... Reúnase un grupo de inquietos y aburridos señorones de ciudad, cómprense unas capas, monten una capillita en un piso, si se puede mejor utilicen una ermita medieval si es octogonal, se toca ya el cielo, invéntense cualquier simbolismo esotérico ritual y... ¡hala, a disfrutar! Estos movimientos, tan decimonónicos, gozan de una más que buena salud desde los años 50, sobre todo gracias a esa literatura que los historiadores franceses denominan histoire poetique; o sea, historia esotérica, heterodoxa o como prefieran. La popularización del tema vino de la mano de los brujos de Pauwels y Bergier. De Sede y Charpentier, sobre todo este último, echaron leña al fuego. Aquí, en España, tenemos nuestros propios especialistas: Atienza, De Frutos, Nolla y, en otro nivel,
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Sánchez Dragó... Los neotemplarios actuales adaptan los simbolismos que estudian estos autores y los utilizan para sus entretenimientos dominicales y sus francachelas nocturnas y encapotadas. Mística solar, bafomets, pentáculos, iglesias octogonales, el templo de Salomón, la Gran Obra, patas de oca... Añadan cualquier cosa con tufillo esotérico medieval, que seguro también valdrá. Todo es bueno para la coctelera, y el convento siempre está abierto para las donaciones. Ellos, los neotemplarios adeptos, siempre afirman que su respectivo conventículo es el genuino heredero de los rudos caballeros medievales. Hablarán de estatutos secretos, de documentos reveladores, de transmisión de contenidos simbólicos bajo mano, en tinieblas y a través de los siglos. Por supuesto, ningún historiador ha visto nunca papelote alguno que demuestre todas estas pretensiones legitimistas. Ningún medievalista se ha topado nunca con el Priorato de Sión, supuesta orden secreta que manejaba los ocultos intereses esotéricos de los templarios. Muchos de los autores antes citados se sienten molestos porque se les meta en el mismo saco que a los adeptos de gran almacén y picnic medieval. No les falta razón. Ellos se limitan a interpretar la historia en clave esotérica, no son responsables de lo que hagan un montón de tipos aburridos con su tiempo libre. A menudo, indican en sus libros que ellos no quieren saber nada de esos grupúsculos, que lo suyo son los templarios de verdad. Pero el trabajo de estos autores, que es el alimento cultural de este tipo de esoteristas practicantes, también merece un pequeño comentario. Estos escritores parten de una idea básica: los templarios ocultaban algo. Éste es el punto de partida, no una conclusión. Ocultaban algo, pero dejaban pistas ¿para qué?, construían misteriosas iglesias octogonales, rendían culto a un extraño ídolo llamado Bafomet, adornaban sus construcciones con extraños símbolos... Además, fueron eliminados de forma muy poco limpia. ¿Acaso no es un misterio? No, ¡es la Edad Media, amigos! Las iglesias octogonales no son una exclusiva templaria. Esta idea que se debe a Viollet-LeDuc es errónea; todos los especialistas en arquitectura medieval lo saben. Los historiadores esotéricos no se dan por aludidos. Si hay un edificio octogonal, es templario, sin duda. ¿Que no hay documentación? ¡Fue eliminada en una conspiración, ingenuos! Lo del Bafomet y los extraños rituales asociados viene de los interrogatorios con tortura a los que fueron sometidos los caballeros templarios franceses tras la fulminante detención ordenada por Felipe el Hermoso. ¿Se le puede dar crédito a un testimonio obtenido por tortura al estilo medieval? Recordemos que es el tipo de interrogatorio que hacía reconocer a miles de mujeres que volaban por el aire o que mantenían re-
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laciones con el Diablo. Así que olvidémonos del Bafomet, por favor. Pero nuestros esotéricos amigos siempre tienen unas misteriosas cruces grabadas por aquí y por allá, delatoras de la presencia templaria, a las que agarrarse. Todo muy simbólico. Sin embargo, los templarios utilizaron todo tipo de cruces en sus estandartes y ropajes: la cruz patée, la latina, la tau... Los esoteristas sienten debilidad especial por esta última, como si indicara la presencia de algo realmente oculto. Pero la cruz tau ha sido utilizada por todo tipo de órdenes nada heterodoxas. No es una cruz en desuso: el actual papa utilizó un báculo en forma de tau en su última visita a Santiago de Compostela, Gaudí instaló una tau gigantesca coronando su fachada de la Natividad en la Sagrada Familia. Claro que a lo mejor Gaudí también ocultaba algo... En cuanto al simbolismo oculto de las iglesias templarias, no está de más decir que muestran exactamente las mismas imágenes, capiteles y ornamentos que las demás iglesias del momento. Es cierto que el simbolismo medieval resulta hoy en día bastante oscuro, pero eso no demuestra una intención oculta. Demuestra que vivimos en el año 2000 y no en 1194, por decir un año cualquiera. Además, muchos esoteristas parecen olvidar que el hecho de que la orden de los templarios tuviese en propiedad una iglesia no significa necesariamente que la construyeran ellos, podía
tratarse de una donación o de un templo que había pasado de pertenecer de una orden a otra. También conviene recordar que una encomienda templaria no es un lugar repleto de templarios emboscados. Los templarios, como otras órdenes, poseían gran cantidad de propiedades administradas por legos: muchas de estas propiedades templarias que tanto fascinan a nuestros amigos esoteristas, rara vez fueron pisadas por auténticos caballeros templarios. Pero ¿y el tesoro?, preguntan mis amigos filomisteriosos. Los templarios eran inmensamente ricos. Efectivamente, y fue esa riqueza lo que les perdió, no la supuesta posesión de un secreto. El siglo XIV era un momento poco adecuado para que toda una monarquía dependiese de un banco, que es lo que entonces era el Temple en Francia. No está de más recordar que el principal valor de la riqueza en el medievo era la posesión de la tierra. El tesoro templario se medía en hectáreas, no tenía nada que ver con la alquimia, ni con una ruta secreta a América. Sí, ya sé que la realidad histórica es menos fascinante, pero... ¿lo es realmente? ¿Son necesarias la mística solar, la cábala y el Bafomet para que la historia de estos monjes guerreros resulte cautivadora? Yo creo que no. Julio Arrieta es arqueólogo.
Organizado por la organización escéptica checa SISYFOS y el Consejo Europeo de Organizaciones Escépticas, bajo los auspicios de la Academia de Ciencias de la República Checa.
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Para más información: Página Web del Congreso: http://www.fi.muni.cz/sisyfos/10esc
7 al 9 de septiembre de 2001 Praga (República Checa)
Agencia organizadora Icaris Ltd. icaris@bohem-net.cz
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