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Recordando peligrosamente
Al igual que los juicios de brujas de antaño, se está acusando a personas e incluso se las mete en prisión a partir de `pruebas' suministradas por sueños y regresiones; recuerdos que no existían antes de empezar la terapia. ¿Qué está sucediendo?
ELIZABETH LOFTUS
ivimos en un época extraña e insegura, que refleja profundamente la histeria y el fervor supersticiosos de los juicios de brujas de los siglos XVI y XVII. Se acusa, juzga y condena a hombres y mujeres con no más prueba de culpabilidad que la palabra del acusador. Incluso cuando las acusaciones apuntan a varios autores y heridas dolorosas infligidas durante años, hasta décadas, es suficiente que el acusador señale con el dedo para que jueces y jurados lo crean todo. Se encarcela a individuos a partir de pruebas suministradas por recuerdos que salen a la luz en sueños y regresiones; recuerdos que no existían hasta que alguien empezó una terapia y le preguntaron a bocajarro: "¿Alguna vez abusaron sexualmente de ti cuando eras niño?". Y entonces comienza el proceso de desenterramiento de los recuerdos reprimidos por medio de técnicas terapéuticas invasivas, como la regresión, la visualización dirigida, la escritura en trance, el trabajo con los sueños, las actividades corporales y la hipnosis. Un caso que parece encajar en este patrón, y que dio lugar a recuerdos de abuso satánico sumamente extraños, ha sido relatado con detalle por uno de los peritos [Rogers, 1992] y analizado por Loftus y Ketchmam [1994]. Una mujer de más de 60 años y su marido, recientemente fallecido, fueron acusados por sus dos hijas adultas de violación, sodomía, obligarlas a practicar sexo oral, torturas con descargas eléctricas y asesinato ritual de bebés. La hija mayor, de 48 años cuando tuvo lugar el proceso, testificó que había sufrido abusos desde la infancia hasta los veinticinco años. La menor declaró que abusaron de ella desde la niñez hasta los quince. Y una nieta también afirmó que su abuela abusó de ella hasta los ocho años. Todos estos recuerdos salieron a relucir cuando las hijas adultas se sometieron a una terapia en 1987 y 1988. Tras la ruptura de su tercer matrimonio, la mayor empezó a recibir psicoterapia, diagnosticándose a sí misma como una víctima de trastornos de personalidad múltiple y de abusos en rituales satánicos. Convenció a su hermana y a su sobrina para que comenzaran la terapia y se sumaran a sus sesiones durante el primer año. Las dos hermanas también asistieron a un grupo de terapia con otros pacientes con trastornos de personalidad múltiple que afirmaban haber sido víctimas de abusos rituales satánicos.
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Durante la terapia, la hermana mayor recordó un incidente terrorífico que ocurrió cuando tenía cuatro o cinco años. Su madre cogió un conejo, le cortó una oreja, embadurnó el cuerpo de la niña con la sangre y, entonces, le dio el cuchillo para que matara al animal. Cuando se negó, su madre le echó agua hirviendo sobre los brazos. Cuando tenía trece años, y su hermana todavía andaba en pañales, un grupo de satanistas exigió que ambas niñas destriparan un perro con un cuchillo. Ella recordaba cómo se la obligó a mirar mientras se quemaba con una antorcha a un hombre que había amenazado con divulgar los secretos de la secta. A otros miembros del culto, se les sometió a descargas eléctricas durante rituales celebrados en una cueva. La secta la obligó posteriormente incluso a asesinar a su bebé recién nacido. Al pedirle más detalles de estos horripilantes sucesos, declaró al tribunal que tenía la memoria dañada, ya que los miembros del culto la drogaban con frecuencia. La hermana menor recordaba que su padre había abusado de ella en un banco de piano mientras sus amigos miraban. Recordaba también haber sido fecundada por miembros de la secta a los catorce y dieciséis años, y cómo le habían practicado sendos abortos rituales. Rememoraba un incidente en la biblioteca, en el que tuvo que comer una jarra de pus y de costra. Su hija, por su parte, recordaba haber visto a su abuela vestida con una túnica negra y con una vela, y haber sido drogada dos veces y obligada a ir en una limusina con varias prostitutas. El jurado declaró a la acusada culpable de negligencia. No se halló ningún propósito de hacer daño, por lo que rehusó conceder una indemnización monetaria. Los intentos de apelación han fracasado. ¿Son los recuerdos de las mujeres auténticos? Los recuerdos de la infancia son, casi con toda seguridad, recuerdos falsos, según la literatura científica sobre amnesia en la niñez. Además, no se presentó ninguna prueba en forma, por ejemplo, de huesos de cadáveres que pudieran corroborar los recuerdos de sacrificios humanos. Si esos recuerdos son en realidad falsos, como parece, ¿de dónde podrían venir? George Ganaway, profesor clínico adjunto de Psiquiatría en la Escuela Universitaria de Medicina Emory, ha propuesto que sugerencias involuntarias durante la terapia juegan un papel importante en el desarrollo de recuerdos satánicos falsos. ¿QUÉ SUCEDE DURANTE LA TERAPIA? Puesto que la terapia se hace en privado, no es tan fácil saber lo que sucede tras la puerta. Pero hay pistas que se pueden extraer de varias fuentes. Relatos de terapeutas y de pacientes, y declaraciones juradas en pleitos, han revelado que en algunas consultas de terapeutas se emplean técnicas muy sugestivas [Lindsay y Read, 1994; Loftus, 1993; Yapko, 1994]. Otras pruebas de creencias y prácticas equivocadas, por no decir irresponsables, vienen de varios ca32
sos en los que investigadores privados, haciéndose pasar por pacientes, han ido de incógnito a consultas de terapeutas. En uno de ellos, la pseudopaciente acudió al terapeuta quejándose de tener pesadillas y problemas para dormir. En su tercera sesión de terapia, le dijeron que había sobrevivido a un incesto [Loftus, 1993]. En otro, la Cable News Network [CNN, 1993] envió a una empleada de incógnito a la consulta de un psicoterapeuta de Ohio al cual supervisaba un psicólogo, con una vídeocámara oculta. La pseudopaciente se quejó de sentirse deprimida y de haber tenido recientemente problemas en la relación con su marido. En la primera sesión, el terapeuta le diagnosticó que había pasado por una experiencia incestuosa, diciendo a la pseudopaciente que era un caso clásico. Cuando regresó para su segunda sesión desconcertada por la ausencia de recuerdos, el terapeuta le dijo que su reacción era típica y que los había reprimido a lo horrible del trauma. Un tercer caso, basado en grabaciones hechas subrepticiamente a un terapeuta del Sudoeste de Estados Unidos, tuvo su inspiración en estos intentos previos. DENTRO DE LA CONSULTA En el verano de 1993, una mujer la llamaremos Willa tuvo un problema grave. Su hermana mayor, una artista que luchaba por abrirse camino, tuvo un sueño que contó a su terapeuta, quien lo interpretó como prueba de una historia de abuso sexual. Al final, se enfrentó a sus padres en una sesión que se grabó en vídeo en la consulta de la terapeuta. Los padres se sintieron humillados; la familia terminó desintegrándose de modo irreparable. Willa trató urgentemente de informarse más sobre la terapia de su hermana. Por iniciativa propia, contrató a una investigadora privada para que se hiciera pasar por una paciente y acudiera a la misma terapeuta en busca de tratamiento. La detective de incógnito se hizo llamar Ruth. Fue dos veces a la consulta de la terapeuta, que tenía un `master' en Psicopedagogía y Orientación y estaba asesorada por un doctor, grabando secretamente ambas sesiones. En la primera, Ruth narró a la terapeuta que, hacía meses, había sido golpeada por detrás en un accidente de tráfico y tenía problemas para superarlo. Dijo que se sentaba y se echaba a llorar sin razón aparente. La terapeuta parecía no tener ningún interés en saber más sobre el accidente, pero, sin embargo, quería hablar sobre la infancia de Ruth. Mientras discutían sobre su niñez, Ruth le contó un sueño recurrente que había tenido durante la infancia, diciendo que ahora el sueño había vuelto. En él, tenía cuatro o cinco años y había un enorme toro blanco que le perseguía, le cogía y le corneaba por la parte superior del muslo, dejándola cubierta de sangre. La terapeuta determinó que el estrés y la tristeza que Ruth experimentaba de modo recurrente estaban ligados a su infancia, ya que, cuando era niña,
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había tenido el mismo sueño. Estableció que los terrores nocturnos como ella los llamó eran la prueba de que Ruth sufría de un trastorno de estrés postraumático. Tendrían que recurrir a ejercicios de visualización controlados para dar con la causa del trauma infantil. Antes de comenzar, la terapeuta informó a su paciente de que ella misma había pasado por una experiencia incestuosa: "Mi abuelo cometió incesto conmigo". Durante el ejercicio de visualización controlada, pidió a Ruth que se imaginara a sí misma como una niña pequeña. Ella habló entonces del trauma que supuso el divorcio de sus padres y del nuevo matrimonio de su padre con una mujer más joven, que se parecía a la propia Ruth. La terapeuta quiso saber si el padre de Ruth había tenido aventuras amorosas, diciéndole que el suyo las había tenido y que esto era un asunto generacional que venía desde los abuelos. Llevó a Ruth a través de un ejercicio de visualización confuso/sugestivo/manipulativo que implicaba a un hombre sujetando a una niña pequeña en una habitación. Y determinó que Ruth sufría un profundo problema de aflicción, al que achacaba un origen sexual: "No creo que, tras los ejercicios de visualización y el matrimonio con alguien que se asemejaba a ti, pueda tratarse de otra cosa". Dos días después, la segunda sesión comenzó: Pseudopaciente (P.): ¿Crees que, posiblemente, soy una víctima de abuso sexual? Terapeuta (T.): Hum... Muy posiblemente. Así es como lo diría. Bien, no tenemos la información real y definitiva que nos diga eso, pero, bueno, la primera cosa que me hizo pensar en ello fue la sangre en tus muslos. Me pregunto de dónde si no podría aparecer eso en la realidad de un niño. Y, bueno, el hecho de que en los ejercicios de visualización la niña te llevara o te mostrara la habitación y a tu padre sujetándote en ella... Sería muy difícil poder pensar otra cosa... Algo tendría que haber surgido en estos ejercicios que probara realmente que no se trataba de abuso sexual. Ruth dijo que no tenía ningún recuerdo de tal abuso, pero eso no disuadió a la terapeuta ni por un minuto. P.: ... Puedo recordar rabia y miedo asociado con mi padre, pero no puedo recordar abuso sexual físico. ¿Recuerda siempre la gente? T.: No... Casi nunca... Te sucedió hace mucho tiempo y tu cuerpo rechaza esos recuerdos, y por eso algo como un accidente de tráfico puede desencadenarlos... La terapeuta compartió sus propias experiencias de abuso por parte de su padre, que supuestamente le llevaron a la anorexia, a la bulimia, a gastar más de la cuenta, a beber en exceso y a otros comportamientos destructivos de los que, al parecer, ya se había recuperado. En amplios tramos de la cinta, resultaba difícil distinguir quién era la paciente y quién la terapeuta.
Más adelante, la terapeuta dio estas muestras de su saber: T.: No sé cuánta gente hay de verdad en los hospitales psiquiátricos que ha pasado realmente por experiencias incestuosas o... tiene memorias reprimidas. T.: Resultará penoso para ti saber que tu padre abusó sexualmente de ti y no fue un buen padre. T.: Tienes que ver y conservar esa imagen de ti misma de cuando eras niña, siendo sometida, con alguien tratando de ahogar tus gritos y causándote dolor. La terapeuta animó a Ruth a que leyera dos libros: The courage to heal, el cual calificó de biblia de la curación de abusos sexuales durante la niñez, y el cuaderno de ejercicios que lo acompañaba. Hizo especial énfasis en el apartado que trataba sobre enfrentarse al autor de los hechos. Dijo que la confrontación no era obligatoria. Algunos no desean realizarla si eso va a poner en peligro su herencia, en cuyo caso, dijo, lo puedes hacer una vez que la persona ha muerto... Pero la confrontación es fortalecedora, aseguró a Ruth.
s Para disfrutar de los beneficios de la víctima no es necesario tener ningún recuerdo de que ese abuso existió
Entonces, para sorpresa de Ruth, la terapeuta describió la confrontación reciente de la hermana de Willa dando tantos detalles sobre el paciente no nombrado que apenas podía haber dudas acerca de su identidad. T.: Recientemente, trabajé con alguien que lo hizo con sus padres. Reunió a ambos y lo hicimos aquí... Resulta fortalecedor porque estás comenzando a andar por ti misma. Ella me dijo que se sintió como si tuviera veintiún años y fuera por primera vez responsable de sí misma, ¿entiendes? Así es como se sintió... P.: ¿Y sus padres lo negaron o...? T.: Oh, por supuesto que lo hicieron... P.: ¿Recordaba ella que...?, ¿no iba dando palos de ciego como yo? T.: Al principio, estuvo dando palos de ciego durante bastante tiempo. Pero, de repente, ¿sabes?, fue como las piezas de un rompecabezas: empiezas a encajarlas y llegas a hacer una imagen con ellas. Y ella fue capaz de hacerlo. La memoria es una cosa curiosa. No siempre es exacta en lo que se refiere a edades, fechas, lugares y todo ese tipo de cosas. Es como si pudieras superponer una variable sobre otra. Es como tener una amiga que hubiera sufrido abusos sexuales continuos y recordara, por ejemplo, estar en este diván cuando tenía siete años sufriendo esos abusos, pero el caso es que este diván no estaba cuando tenía siete años, estaba cuando tenía cinco... Eso no descarta los recuerdos, tan sólo significa que sucedió más de una vez, por lo que esos recuerdos se están solapando...
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P.: ¿Esa mujer que realizó la confrontación es ahora libre? ¿Se siente liberada de ello? T.: Bueno, no se siente liberada de su historia..., pero ahora siente que la posee y no al revés... Además, ha tenido otro recuerdo desde la confrontación... La terapeuta le contó a Ruth todo sobre el nuevo recuerdo de esa paciente, la hermana de Willa: T.: Fue durante las primeras horas de la mañana, estando despierta en la cama, cuando empezó a tener la sensación de no poder controlar sus manos y de que éstas empezaban a masturbar a alguien. Empezó a ir más de prisa de lo que hubiera podido ir incluso en la realidad, por lo que se dio cuenta de lo que era, resultándole tan familiar como también lo será para ti, y la realidad es que no se asustó en absoluto... Vio que era otro recuerdo que estaba reprimido. Antes de que la segunda sesión de terapia con Ruth hubiera terminado, se sacó a escena a la madre de Ruth... culpable, al menos, de traición por negligencia: T.: Bueno, tampoco tienes que tener motivos racionales para sentirte traicionada. La única cosa que una niña tiene que sentir es que probablemente hubo una parte de ella que anhelaba a su madre y ésta no estaba allí. Y no importa que fuese porque no lo sabía o porque estaba fuera haciendo otra cosa, o bien porque estaba, lo sabía y no hizo nada al respecto. No importa. Todo lo que sabía la niña era que mamá no se encontraba allí. Así es como te traicionó ¿entiendes?, sin importar si fue por fallo de tu madre o no; y tienes que permitirte la libertad de sentirte así sin tener que justificarlo o tener que racionalizarlo porque sí. Ruth trató, una vez más, de sacar el tema de la imaginación frente a los recuerdos: P.: Cuando vienen estos recuerdos, ¿cómo sabemos qué no son símbolos, que no es nuestra imaginación o algo parecido? T.: ¿Por qué, entre todas las cosas, imaginarías eso? Si fuera tu imaginación, entonces imaginarías cuán cariñoso y amoroso era... Tengo una amiga terapeuta que dice que la única prueba que ella necesita para saber si algo sucedió es si tú piensas que podría haber sucedido. En la puerta, cuando Ruth se iba, la terapeuta preguntó si podía abrazarla, haciéndolo así mientras comentaba lo valiente que era Ruth. Pocas semanas después, Ruth recibió una factura: le cobró 65 dólares por cada sesión. Rabinowitz [1993] lo expresó bien: "El atractivo de la explicación del incesto reprimido es que, para disfrutar de los beneficios de la víctima y del honor de estar asociado a un grupo de personas que ha sobrevivido a tal experiencia, no es ni siquiera necesario tener ningún recuerdo de que ese abuso existió". En realidad, ser una víctima de abusos sin ningún recuerdo no encaja bien, particularmente, cuando la terapia en grupo entra en juego y mujeres sin recuerdos se relacionan con aquéllas que sí los tienen. La presión para hallar recuerdos puede ser muy grande.
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Chu [1992] señaló uno de los peligros de continuar con una búsqueda infructuosa de recuerdos: ocultar al análisis terapéutico las verdaderas razones. Algunas veces los pacientes presentan "historias cada vez más grotescas e increíbles en un esfuerzo de desacreditar el material y romper el ciclo. ¡Desgraciadamente, algunos terapeutas no pillan la indirecta!".
s Que esta clase de actividad pueda y de hecho dé lugar a falsos recuerdos parece que ya es algo indiscutible
La terapeuta del Sudoeste que trató a Ruth diagnosticó trauma sexual en la primera sesión. Y siguió con la línea del abuso sexual en las preguntas que hizo, en la interpretación de las respuestas, en el modo en el que se discutieron los sueños, en los libros que recomendó. La pregunta importante que surge es con cuánta frecuencia pueden darse este tipo de casos. A algunos profesionales les gustaría creer que el problema de los psicoterapeutas demasiado apasionados sucede a escala "muy pequeña" [Cronin, 1994]. Un estudio reciente entre psicólogos con grado de doctorado indica que al menos la cuarta parte pudiera tanto albergar como estar involucrado en ideas y prácticas cuestionables [Poole y Lindsay, 1994]. Que esta clase de actividad pueda y de hecho dé lugar a falsos recuerdos parece que es ya algo indiscutible [Goldstein y Farmer, 1993]. Que esta clase de actividad pueda crear falsas víctimas, así como dañar a las verdaderas, parece ser también indiscutible. LOS
RECUERDOS REPRIMIDOS EN LA SOCIEDAD MODERNA
¿Por qué en este momento está la sociedad norteamericana tan interesada en la represión y en sacar a la luz recuerdos reprimidos? ¿Por qué casi todo el mundo con el que se habla o bien sabe de alguien con recuerdos reprimidos o de alguien a quien se acusa, o bien está muy interesado en el tema? ¿Por qué tantas personas se creen esas historias, incluso las más extrañas, descabelladas e indignantes? ¿Por qué se oye tanto la expresión caza de brujas [Baker, 1992; Gardner, 1991]? Por supuesto, caza de brujas es una expresión que emplean montones de personas que se han visto frente a un grupo de acusadores [Watson, 1992]. Caza de brujas surge de la analogía entre las afirmaciones actuales y la fiebre de brujas de los siglos XVI y XVII, una analogía que varios analistas han destacado [McHugh, 1992; Trott, 1991; Victor, 1991]. Como ha observado el prestigioso historiador británico Hugh Trevor-Roper [1967], la fiebre euro-
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pea de las brujas fue un fenómeno desconcertante. Según algunas estimaciones, entre los siglos XV y XVII, tan sólo en Europa se condenó y quemó por brujería a medio millón de personas [Harris, 1974]. ¿Cómo sucedió eso? Es una experiencia apasionante retroceder en el tiempo, guiados por Trevor-Roper, primero al siglo VIII, cuando la creencia en brujas se consideraba anticristiana y en algunos lugares se decretó la pena de muerte para cualquiera que quemase a supuestas brujas. En el siglo IX, prácticamente nadie creía que las brujas pudieran causar mal tiempo y casi todo el mundo creía que lo de volar por la noche era una alucinación. Pero, hacia el comienzo del siglo XVI, hubo un giro radical. "Los monjes de finales de la Edad Media sembraron; los abogados del siglo XVI segaron, y ¡menuda cosecha de brujas juntaron!" [Trevor-Roper, 1967]. Países donde nunca se habían conocido brujas, estaban plagados de ellas. Miles de mujeres mayores y algunas jóvenes empezaron a confesar que eran brujas, que habían hecho un pacto secreto con el Diablo. Según decían, por la noche se ungían con grasa del Diablo hecha de la grasa de niños asesinados y, así lubricadas, salían deslizándose por sus chimeneas, montaban en escobas y volaban grandes distancias para reunirse en lo que se llamaba el aquelarre. Una vez que llegaban hasta el aquelarre, veían a sus amigos y vecinos adorando al mismísimo Diablo. Algunas veces, éste se aparecía como un hombre barbudo, negro y grande; otras, como una cabra apestosa, y otras, como un gran sapo. Sin importar como apareciese, las brujas se envolvían en orgías sexuales promiscuas con él. Aunque la historia podía variar de bruja a bruja, la parte esencial era el Diablo y que las brujas eran sus agentes terrestres en la lucha por controlar el mundo espiritual. Durante todo el siglo XVI, la gente creyó en esa teoría, incluso aunque no aceptara todos los detalles esotéricos. A lo largo de dos siglos, el clero predicó contra las brujas. Los abogados las sentenciaron. Los libros y los sermones advirtieron de su peligro. Se usó la tortura para extraer confesiones. En seguida, se hallaron agentes de Satanás por todas las esquinas. Los escépticos, bien fuera en las universidades, en las sillas de los jueces o en el trono real, fueron denunciados como si fueran ellos mismos brujas, llevándoseles a la hoguera junto con esas mujeres mayores. Ante la ausencia de pruebas físicas tales como un puchero lleno de miembros humanos o un pacto escrito con el Diablo, fue suficiente la prueba circunstancial. Dicha prueba no tenía que ser muy sólida: una verruga, un lunar insensible que no sangrara cuando se pinchaba, ser capaz de flotar cuando se le arrojaba al agua, no derramar lágrimas, tener tendencia a mirar hacia abajo al ser acusado. Cualquiera de estos indicios podía justificar el uso de la tortura a fin de lograr una confesión lo cual era prueba o la negativa a confesar lo cual también
era prueba, y justificaba incluso la torturas más crueles y, por último, la muerte. ¿Cuándo terminó todo esto? A mediados del siglo XVIII, las bases para la locura empezaron a desaparecer. Como Trevor-Roper [1967] expresó: "La basura de la mente humana que, por medio de algún proceso de alquimia intelectual y presión social, se había fusionado durante dos siglos en un sistema congruente y explosivo se desintegró. Era otra vez basura". Se pueden hacer varias interpretaciones de este periodo social de la historia. Trevor-Roper razonó que, durante las épocas de intolerancia, cualquier sociedad busca chivos expiatorios. Para la Iglesia católica de aquel periodo, y en particular para sus miembros más activos, los dominicos, las brujas fueron los chivos expiatorios perfectos; así que, con una propaganda implacable, sembraron el odio contra ellas. Los primeros colectivos a los que se etiquetó fueron los inocentes grupos sociales inconformistas. Algunas veces, se les obligó a confesar mediante torturas insoportables por ejemplo: el torno estrujaba la pantorrilla y partía en trozos la espinilla; la viga alzaba violentamente los brazos por la espalda; el ariete, o silla de la bruja, suministraba un asiento de púas calientes para que se sentara la bruja. Pero, algunas veces, las confesiones surgieron espontáneamente, haciendo que su verdad pareciera incluso más convincente a otros. Gradualmente, las leyes cambiaron para hacer frente al aumento de brujas,
s Cualquiera de estos indicios podía justificar el uso de la tortura a fin de lograr una confesión lo cual era prueba o la negativa a confesar lo cual también era prueba
incluyendo leyes que permitían la tortura judicial. Hubo escépticos, pero muchos de ellos no sobrevivieron. Por lo general, trataron de cuestionar la verosimilitud de las confesiones, la eficacia de la tortura o la identificación de ciertas brujas. Tuvieron escaso impacto, según afirma Trevor-Roper, porque se centraban en lo periférico en vez de abordar lo esencial: el concepto de Satanás. Si la mitología está intacta, origina sus propias pruebas, que son difícilmente refutables. Entonces, ¿cómo perdió fuerza esa mitología que había perdurado dos siglos? Al final, se cuestionó la idea del reino de Satanás. El estereotipo de la bruja pronto empezó a desaparecer, pero no antes de que se hubiera quemado o colgado, o ambas cosas, a decenas de miles de brujas [Watson, 1992]. Trevor-Roper ve esa fiebre de brujas como un movimiento social, pero con extensiones individuales. Se podían usar las acusaciones de brujería para destruir enemigos poderosos o personas peligrosas.
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Cuando un gran miedo se apodera de la sociedad, ésta busca el estereotipo del enemigo en su seno y levanta el dedo acusador. Argumenta el historiador que, en tiempos de pánico, la persecución se extiende desde el débil mujeres mayores que por lo general eran víctimas del odio popular hasta el fuerte jueces cultos o quien fuera que se resistiese a la locura. Un indicio del gran miedo es la acusación a la elite de la sociedad de estar confabulada con el enemigo. ¿Es justo comparar los casos modernos de recuerdos reprimidos de abuso sexual en la niñez con la fiebre de brujas de hace varios siglos? Existen algunos paralelismos, pero las diferencias son igualmente sorprendentes. Desde el punto de vista de las similitudes, algunas de las historias modernas se parecen realmente a las de tiempos pasados por ejemplo, brujas que se meten volando en las habitaciones. Algunas veces las historias incluyen recuerdos de vidas pasadas [Stevenson, 1994] o adoptan un giro aún más extraño, el extraterrestre [Mack, 1994] 1. Desde el punto de vista de las diferencias, fíjense en los acusados y los acusadores. En la más vergonzosa caza de brujas de EE UU, hace trescientos años en Salem, Massachusetts, tres cuartas partes de los acusados fueron mujeres [Watson, 1992]. Hoy, predominantemente aunque no siempre son hombres. La mayoría de las brujas en Nueva Inglaterra eran mujeres pobres de más de cuarenta años e inadaptadas socialmente, aunque más tarde se incluyeron hombres con frecuencia los maridos de las brujas o sus hijos y, después, se extendió hasta clérigos, comerciantes prominentes y cualquiera que tuviera un enemigo.
[1] Jonh Mack detalla el rapto, por parte de extraterrestres, de trece individuos con los que se experimentó sexualmente. Mack cree sus historias y ha causado impresión en algunos periodistas con su sinceridad y profundo interés por los raptores [Neimark 1994]. Sobre recuerdos de ovnis, Carl Sagan [1993] comenta: "Hay un auténtico filón científico en las abducciones por ovnis y extraterrestres, pero me parece que es claramente de origen terrestre".
Hoy, los acusados son, por lo general, hombres de poder y éxito. La mayoría de las acusaciones de tiempos pasados era hecha por hombres, pero hoy la mayoría de las acusaciones procede de mujeres. El fenómeno actual es más bien un movimiento del débil contra el fuerte. Hoy, existe un gran miedo que atenaza a nuestra sociedad y es el del abuso infantil. Lógicamente, deseamos descubrir a estos enemigos auténticos y levantar cada uno de nuestros dedos para acusarles. Pero eso no significa, por supuesto, que todo el que nos parezca un enemigo, toda persona con la que nos hayamos enemistado, deba ser etiquetada así. Trevor-Roper argumentó de modo convincente que, durante la fiebre de brujas, los escépticos no consiguieron hacer mucha mella en la frecuencia de las hogueras y quemas hasta que cuestionaron la creencia central en Satanás. ¿Cuál es la analogía de nuestros días? Pudiera estar en alguna de las creencias más extendidas y apreciadas por los psicoterapeutas, como la creencia en todo el folklore de los recuerdos reprimidos. La teoría de la represión ha sido bien explicada por Steele [1994]. Es la teoría que mantiene "que olvidamos sucesos porque son demasiado terribles de contemplar. Que no podemos recordar esos sucesos pasados por los procesos normales de hacer memoria, pero que los podemos recuperar con confianza con técnicas especiales. Que esos sucesos olvidados, desaparecidos de nuestra consciencia, luchan por entrar de modo disimulado. Que los sucesos olvidados tienen la capacidad de causarnos problemas, aparentemente no relacionados entre sí, en nuestras vidas, y que éstos se pueden curar al desenterrar y revivir el suceso recordado". ¿Es ya hora de admitir que el folklore de la represión es simplemente un cuento de hadas? La historia puede ser atrayente, pero ¿qué hay de su relación con la ciencia? Por desgracia, está parcialmente refutada, parcialmente no verificada y es parcialmente inverificable. Esto no quiere decir que todos los recuerdos recobrados sean, por lo tanto, falsos. El escepticismo responsable es el escepticismo sobre algunas afirmaciones de recuerdos recobrados. No es el de un rechazo indiscriminado de todas las afirmaciones. Algunas veces, las personas recuerdan algo que fue olvidado; tales olvidos y recuerdos no significan una represión y contrarrepresión, más bien significan que algo de lo últimamente recordado pudiera reflejar memorias auténticas. Se debe examinar cada caso individualmente a fin de sondear la credibilidad, tiempo, motivos, sugestión potencial, pruebas y otros rasgos, para poder hacer una valoración inteligente de lo que significa cualquier producto de la mente. EL CASO DE JENNIFER H. Algunos autores han presentado casos individuales como prueba de que un torrente de traumas puede ser reprimido en masa. Los lectores deben tener pre-
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sente que estas pruebas pudieran omitir información crucial. Consideremos el caso, supuestamente blindado, de Jennifer H. que Kandel y Kandel (1994) presentaron a los lectores de la revista Discover como ejemplo de un recuerdo reprimido corroborado. Según el relato de Discover, Jennifer era una música de veintitrés años que, durante la terapia, empezó a recordar que su padre le había estado violando desde los cuatro hasta los diecisiete. A medida que emergían sus recuerdos, desaparecían sus ataques de pánico y otros síntomas. Su padre, un profesor de Ingeniería Mecánica, negó cualquier abuso. Según Discover, Jennifer le demandó, presentando en el juicio una corroboración: la madre de Jennifer testificó que había visto al padre encima de la hermana de catorce años de Jennifer y que, una vez, había acariciado a una adolescente que cuidaba a los niños. La hermana del acusado recordó que éste se había insinuado a chicas jóvenes. Antes de que este caso se convierta en una leyenda urbana y se use como prueba de algo de lo que podría no serlo, los lectores tienen derecho a saber más.
s El escepticismo responsable no es el de un rechazo indiscriminado de todas las afirmaciones
En junio de 1993, el caso de Jennifer contra su padre fue juzgado en el Tribunal de Distrito de Massachusetts [Hoult v. Hoult, 1993]. Recibió amplia atención por parte de los medios de comunicación [Kessler, 1993]. La transcripción del tribunal revela que Jennifer, la mayor de cuatro hijos, empezó la terapia en el otoño de 1984 con un psicoterapeuta sin licencia de Nueva York, por problemas con su novio y por un conflicto de lealtades desatado a causa del divorcio de sus padres. Durante el año siguiente, aproximadamente, experimentó pesadillas recurrentes de temas violentos, así como terrores que la mantenían en vela. Su terapeuta practicó un método de terapia Gestalt, del que Jennifer describió una sesión: "Empecé la misma cosa de cerrar los ojos y sentir tan sólo las sensaciones, sin dejarlas que pasaran deprisa. Y mi terapeuta tan sólo dijo: `¿Puedes ver algo?'... No podía ver nada... Y, entonces, de repente, vi el pilar tallado de la cama de mi habitación cuando era niña... Y, entonces, vi a mi padre, le pude sentir sentándose cerca de mí en la cama, oprimiéndome mientras yo decía: `No'. Y él empezó a subirme el camisón y... me tocaba los pechos con sus manos, luego entre las piernas, luego me tocaba con su boca... y, entonces, se fue todo. Fue como... cuando todo se queda estático en la televisión... De repente, ¡puuuf!, se paró todo. Entonces, durante la sesión, abrí los ojos lentamente y dije: `Nunca supe que me pasó'".
Más tarde, Jennifer tuvo recuerdos tan vívidos que incluso pudo sentir las sábanas arrugadas de la cama de su niñez. Recordó a su padre ahogándola y violándola en el dormitorio conyugal cuando tenía unos doce o trece años. Recordó que su padre le amenazó con pegarle con la caña de pescar en el cuarto de estar a los seis o siete años. Que la había violado en el sótano cuando estudiaba en el instituto. La violación acabó cuando su madre les llamó para que fueran a comer. Recordó que su padre la había violado en casa de sus abuelos también cuando estudiaba en el instituto, mientras toda la familia estaba cocinando y los niños estaban jugando. Que su padre le amenazó con rajarle con un abrecartas, poniéndole un cuchillo de cocina en el cuello. Recordó que, cuando tenía unos trece años, la persiguió por toda la casa con cuchillos, tratando de matarla. Jennifer también recordó un par de sucesos que involucraban a su madre. Recordó una ocasión en la que había sido violada en el cuarto de baño y había ido sangrando a donde su madre envuelta en una toalla. Recordó otro incidente en el que su padre la estaba violando en el dormitorio conyugal y su madre se acercó a la puerta y dijo: "David". Entonces, él paró de violarla y salió para hablar con su madre. La madre de Jennifer dijo que no recordaba ninguno de esos sucesos o abuso sexual alguno. Un perito que testificó a favor de Jennifer dijo que era común en los casos de incesto que las madres ignoraran las señales del abuso. En el transcurso de su recuperación de recuerdos, Jennifer se unió a numerosos grupos de personas que habían sufrido experiencias de abusos sexuales. Leyó libros sobre abuso sexual. Leyó artículos periodísticos. Se puso en contacto con legisladores. Pasó años haciendo terapia. Escribió cartas sobre su abuso. En una de ellas, escrita al presidente de la Escuela Superior Barnard el 7 de febrero de 1987, dijo: "Soy una víctima de abusos incestuosos por parte de mi padre y de abusos físicos por parte de mi madre". En otra carta a su amiga Jane, escrita en enero de 1988, habló acerca de su terapia: "Bueno, mis recuerdos salían... cuando me sentaba y concentraba en mis sensaciones en lo que llamaba ejercicios de visualización, ya que intentaba visualizar lo que sentía o ser capaz de meter en mis ojos lo que podía ver". Le habló a Jane sobre su terapia Gestalt: "En la terapia Gestalt, se permite que las subpersonalidades tomen control, conversen entre ellas y resuelvan felizmente sus conflictos. Cada personalidad tiene una silla diferente y, cuando una nueva empieza a hablar, el individuo se convierte en la personalidad de ese asiento. Suena extraño y lo es. Pero también es un viaje increíble por uno mismo. He llegado a reconocer universos indecibles dentro de mí misma. Muchas veces, cuando se están peleando unos contra otros, se parece a una batalla cósmica". En una misiva escrita el 11 de enero de 1989 a otra víctima de violación, dijo que su padre la había
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violado unas tres mil veces. En otra, fechada el 30 de enero de 1989, escribió: "Por debajo de todo ese adorno brillante, estaba mi padre, quien me violaba cada dos días. Mi madre sonreía y fingía no saber qué demonios estaba pasando y, probablemente, mi papá abusaba también de mis hermanos". En otra, escrita el 24 de Abril de 1989 a la revista Mother Jones, dijo que había sobrevivido a cientos de violaciones por su padre. Antes de octubre de 1985, Jennifer testificó que no sabía que su padre le hubiera introducido alguna vez su pene en la vagina o que le hubiera metido su pene en la boca, o bien que él pusiera la boca en su vagina. Pagó a su terapeuta 19.239,59 dólares para adquirir dicho conocimiento. Resumiendo, Jennifer informó de que había sufrido abusos por parte de su padre desde los cuatro hasta los diecisiete años, quien había abusado de ella cientos, si no miles de veces, incluso aunque no pudiera recordar todos los casos. Que esto sucedió, en algunas ocasiones, con muchos familiares en las cercanías y, en otras, con la implicación de su madre; y que enterró dichos recuerdos hasta que tuvo veinticuatro años, cuando supuestamente empezaron a emerger. Nadie había visto nada. Éstos son algunos de los hechos que los Kandel omitieron en su artículo. Jennifer estuvo en el estrado durante casi tres días. Tuvo a expertos que dijeron que creían que sus recuerdos eran reales. Aparentemente, estos expertos no estaban al tanto o no estaban dispuestos a hacer caso de las advertencias de Yapko [1994] sobre la imposibilidad, sin corroboraciones independientes, de distinguir la realidad de lo inventado y que los síntomas, por sí mismos, no pueden establecer la existencia de abusos pasados. En el juicio, el padre de Jennifer testificó durante una media hora [Kessler 1993b]. ¿Cuánto tiempo se necesita para decir: "Yo no lo hice"? Curiosamente, sus abogados no presentaron ningún testigo reputado o testimonio experto, al parecer creyendo erróneamente que la inverosimilitud de los recuerdos sería suficiente. Un jurado de Massachusetts concedió a Jennifer el derecho a una indemnización de 500.000 dólares CONSEJO BUENO Y MALO Muchos de nosotros tendríamos serias reservas sobre la clase de actividades terapéuticas en las que se vio envuelta Jennifer H. y la clase de terapia practicada por la terapeuta del sudoeste que trató a la pseudopaciente Ruth. Incluso personas a favor de las memorias recobradas, como Briere [1992], estarían de acuerdo. Después de todo, Briere ha dicho claramente que, "por desgracia, parece que un número de clientes y terapeutas se sienten impulsados a sacar a la luz y confrontar todo posible recuerdo traumático". Briere advierte que un esfuerzo prolongado e intenso por hacer que el cliente saque todo el material traumático no es una buena idea, ya que, con fre38
cuencia, va en detrimento de otras tareas terapéuticas como el apoyo, la reafirmación, la ayuda a olvidar y la comprensión emocional. Algunos argumentarán que la exploración enérgica de recuerdos de abusos sexuales enterrados es aceptable, puesto que se ha estado haciendo desde hace mucho tiempo. En realidad, pensar que hacer las cosas del modo que siempre se han hecho es algo excelente, es tener una mente tan cerrada y peligrosa como un paracaídas que funciona mal. Ya es hora de que se reconozca que los peligros de la creación de recuerdos falsos son endémicos para la psicoterapia [Lynn y Nash 1994]. Campbell [1994] hace referencia a Thomas Kuhn cuando argumenta que el paradigma existente -las teorías, los métodos, los procedimientos- de la psicoterapia pudiera no ser por más tiempo viable. Cuando esto sucede en otras profesiones, se impone una crisis y la profesión debe emprender un cambio de paradigma.
s Ya es hora de que se reconozca que los peligros de la creación de recuerdos falsos son endémicos para la psicoterapia
Pudiera haber llegado la hora de ese cambio de paradigma y de una exploración de técnicas nuevas. Como poco, los terapeutas no deberían permitir que el trauma sexual eclipsara otros sucesos importantes en la vida del paciente [Campbell 1994]. Quizás haya otras explicaciones para los síntomas y problemas que el paciente tenga. Los buenos terapeutas permanecen abiertos a hipótesis alternativas. Por ejemplo, Andreasen [1998] insta a los médicos a que estén abiertos a las hipótesis de anomalías neuroquímicas como causa de un amplio abanico de desórdenes mentales. Incluso psiquiatras expertos en el uso de fármacos envían a veces a sus pacientes a los neurólogos, endocrinólogos y urólogos. Para problemas mentales no tan graves, podríamos hallar, tal como lo hicieron los médicos antes de la aparición de antibióticos potentes, que éstos son como muchas infecciones: autolimitantes, siguen su curso y entonces terminan por sí mismos. Cuando se trata de enfermedades graves, una pregunta que mucha gente hace a su médico es: "¿Cuánto tiempo me queda?". Tal como Buckman y Sabbagh [1993] han señalado acertadamente, ésta es una pregunta difícil de contestar. Los pacientes que reciben una respuesta estadística se sienten con frecuencia enfadados y frustrados. Sin embargo, una respuesta no concreta es, con frecuencia, la verdadera. Cuando un paciente de psicoterapia pregunta por qué está deprimido, el terapeuta que se abstiene de dar una respuesta errónea, por frustrante que el silencio pueda ser, está probablemente actuando más cerca de los mejores intereses para el paciente. Igual-
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mente, sanadores no tradicionales que, en comparación con los médicos tradicionales, dan a sus pacientes una seguridad injustificada y un exceso de atención pueden hacer que el paciente se sienta momentáneamente mejor, pero al final pueden no estar ayudándole en absoluto. La mala terapia que se basa en la mala teoría es como un aceite muy espeso que, en vez de lubricar, puede fastidiar los engranajes, ralentizándolos y calentándolos. Cuando lo que se ralentiza y calienta son los engranajes mentales, partículas perdidas de recuerdos falsos pueden, por desgracia, quedarse atascadas dentro. Para que no se estropeen los engranajes, Byrd [1994), y Gold, Hughes y Hohnecker [1994] han ofrecido un consejo constructivo: céntrate en mejorar el funcionamiento en vez de en descubrir recuerdos enterrados. Si es necesario recuperar recuerdos, no contamines el proceso con sugerencias. Evita los prejuicios personales. Ten cuidado con el uso de la hipnosis en la recuperación de recuerdos. No promuevas una terapia por libros ni en grupo hasta que el paciente tenga una seguridad razonable de que el abuso sexual sucedió realmente. Se debería fomentar el desarrollo y la valoración de otras terapias de conducta y farmacológicas que minimicen la posibilidad de falsos recuerdos y falsos diagnósticos. En vez de detenerse demasiado en los sufrimientos de la niñez y buscar un trauma sexual durante la misma como causa, ¿por qué no emplear algún tiempo en hacer algo totalmente diferente? Tomando prestado el excelente consejo de John Gottman [1994] sobre cómo hacer que tu matrimonio tenga éxito, se podría recordar a los pacientes que los sucesos negativos en sus vidas no anulan totalmente a los positivos. Anima al paciente a que piense sobre los aspectos positivos de la vida, aunque sea hojeando un álbum de fotos de vacaciones y cumpleaños. Imagínate a los pacientes como arquitectos de sus pensamientos y ayúdales a construir unas habitaciones felices. El vaso medio vacío también está medio lleno. Gottman reconoce que se necesita cierta base real para los pensamientos positivos, pero en muchas familias, como en muchos matrimonios, tal base existe. Campbell [1994] ofrece un consejo parecido. Cree que los terapeutas deberían animar a sus clientes a recordar algunos aspectos positivos de sus familias. Un terapeuta competente contribuirá a que otras personas apoyen y ayuden al cliente, ayudando a éste a que dirija sus sentimientos de gratitud hacia esas personas importantes. COMENTARIOS FINALES Vivimos en una cultura de acusación. Cuando se trata de abusos deshonestos, casi siempre se considera al acusado culpable nada más ser acusado. Algunas afirmaciones de abuso sexual son tan creíbles como cualquier otro informe basado en recuerdos, pero otras quizá no. Por lo tanto, no todas las afir-
maciones son verdaderas. Tal como expresó Reich [1994]: "Cuando aceptamos informes de memorias recuperadas sin cuestionarlos nada y cuando, con toda tranquilidad, decidimos que son tan buenos como nuestros recuerdos comunes, alteramos totalmente el significado de la palabra memoria". El aceptar sin crítica alguna cada una de las afirmaciones de recuerdos recuperados de abuso sexual, sin importar cuán extrañas sean, no es bueno para nadie; ni para el cliente, ni para la familia, ni para la profesión de la salud mental, ni para la preciosa facultad humana de la memoria. Y no olvidemos una consecuencia trágica final de aceptar con exagerado entusiasmo cualquier supuesto recuerdo recuperado: estas actividades con toda seguridad restan importancia a los recuerdos genuinos de abuso y aumentan el sufrimiento de las víctimas reales que desean y merecen, más que cualquier otra cosa, tan sólo que se las crea. Necesitamos hallar modos de educar a la gente que presupone saber la verdad. En especial, necesitamos llegar a esos individuos que, por alguna razón, se sienten mejor después de haber llevado a sus clientes probablemente sin darse cuenta a creer falsamente que miembros de su familia cometieron alguna maldad terrible. Si la verdad es nuestra meta, entonces la búsqueda del mal debe ir más allá de sentirse bien, e incluir normas de imparcialidad, la carga de la prueba y la presunción de inocencia. Cuando relajamos nuestra postura sobre estos ideales, corremos el riesgo de regresar a los tiempos en los que seres humanos buenos y morales llegaron a convencerse de que creer en el Diablo era la prueba de su existencia. En vez de eso, deberíamos armarnos de toda la ciencia que podamos hallar a fin de detener a un reverendo Hale de la película The crucible que, si viviera ahora, todavía estaría diciendo a todo aquél que le quisiera escuchar que había visto "pruebas espantosas" de que el Diablo estaba vivo. ¡Insistiría todavía que siguiéramos adonde fuera que "el dedo acusador apuntara"!
ELIZABETH LOFTUS es profesora de Psicología de la Universidad de Washington y preside actualmente la Sociedad Americana de Psicología. Autora de dieciocho libros y más de trescientos artículos científicos, este texto está basado en la ponencia que presentó en la Conferencia del CSICOP de 1994, se publicó originalmente en The Skeptical Inquirer y se reproduce con autorización. Versión española IÑAKI CAMIRUAGA.
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