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El fin del hambre en el mundo:
promesa de la biotecnología y la amenaza del fanatismo anticientífico
la
NORMAN E. BORLAUG
Durante el siglo XX, los programas convencionales de cría produjeron un gran número de variedades e híbridos que contribuyeron enormemente a mejorar el rendimiento y la estabilidad de las cosechas, así como los ingresos de las granjas. A pesar de los éxitos de la revolución verde, la batalla para asegurar la alimentación de millones de personas que viven en la miseria aún está lejos de ser ganada. Explosiones y variaciones demográficas, así como programas inadecuados de control de la pobreza, han erosionado muchos de los logros de la revolución verde. Esto no quiere decir que la misma haya finalizado. Los incrementos de productividad pueden conseguirse en todas las líneas de gestión de las cosechas: labranza, uso de agua, fertilización, control de malas hierbas y plagas, así como cosechado. Sin embargo, para que la mejora genética de las plantas alimenticias continúe a un ritmo suficiente, capaz de satisfacer las necesidades de los 8.300 millones de personas que se estima estarán en este planeta para finales del próximo cuarto de siglo, se necesitan tanto la tecnología convencional como la biotecnología. 1996 y 1999, el área plantada para producción comercial de cosechas transgénicas se ha incrementado de 1,7 a 29,9 millones de hectáreas (James, 1999). En los últimos veinte años, la biotecnología ha desarrollado productos y metodología científica inestimables, que necesitan apoyo financiero y organizativo para dar sus frutos. Por el momento, el mayor impacto de la biotecnología se ha producido en medicina y salud pública. Sin embargo, algunos logros fascinantes se están convirtiendo en aplicaciones comerciales para la agricultura. Las variedades transgénicas y los híbridos de algodón, maíz y patata con genes procedentes de bacillus thuringiensis, que controlan eficientemente varias plagas importantes causadas por insectos, se están introduciendo comercialmente con éxito en Estados Unidos. El uso de estas variedades reducirá enormemente la necesidad de insecticidas. También se ha avanzado considerablemente en el desarrollo de plantas transgénicas de algodón, maíz, colza, soja, remolacha azucarera y trigo, con resistencia a varios herbicidas. El desarrollo de estas plantas puede permitir una reducción en el uso general de los mismos, a través de intervenciones puntuales y dosis más reducidas. Este desarrollo no sólo reducirá los costes de producción, sino que supone importantes ventajas ambientales. Se ha progresado en el desarrollo de variedades de cereales más tolerantes con la alcalinidad del suelo, con su concentración de aluminio libre y con la toxicidad del hierro. Estas variedades ayudarán a aminorar los problemas de degradación del suelo que se han desarrollado en numerosos sistemas de irrigación. También permitirán extender con éxito la agricultura a otras áreas de suelos ácidos, suman-
¿QUÉ PODEMOS ESPERAR DE LA BIOTECNOLOGÍA?
La mayor parte de los científicos agrícolas, incluyéndome yo mismo, anticipamos grandes beneficios de la biotecnología en las próximas décadas para contribuir a satisfacer nuestras necesidades futuras de alimentos y fibras. La adopción, por parte de los granjeros, de plantas transgénicas comerciales ha sido uno de los casos de difusión de tecnología más rápidos en la historia de la agricultura. Entre
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do más superficie cultivable a la producción global. Una mayor tolerancia a los extremos abióticos como la sequía, el calor y el frío, mejorarán los regadíos de diversos modos. Podremos conseguir más rendimiento por unidad de agua diseñando plantas con requerimientos hídricos reducidos y adoptando sistemas de gestión agua/producción optimizados. Las técnicas de recombinación de ADN pueden acelerar el proceso de desarrollo. Hay también indicios esperanzadores de que seremos capaces de mejorar la eficiencia en el uso de fertilizantes, mediante diseño e ingeniería genética de trigo y otras plantas con altos niveles de gludehidrogenasa. Los trigos transgénicos con niveles altos de esta enzima, por ejemplo, rindieron un 29% más de cosecha que las plantas normales, para una misma cantidad de fertilizantes (Smil, 1999). Las plantas transgénicas capaces de controlar infecciones víricas o fúngicas, por otra parte, no se encuentran tan desarrolladas. Sin embargo, hay algunos ejemplos prometedores de variedades transgénicas de patata y arroz que incluyen genes específicos de la envoltura de virus, lo que confieren un grado considerable de protección. Otros genes prometedores de resistencia a enfermedades se están incorporando en otras especies de planta mediante manipulación transgénica. Quisiera compartir un sueño que espero logren los científicos en un futuro no muy lejano. El arroz es el único ce-
real que presenta inmunidad contra la roya, puccinia sp. Imagínense los beneficios si los genes del arroz para esta inmunidad a la roya pudiesen transferirse al trigo, la cebada, la avena, el maíz, el mijo y el sorgo. El mundo podría al fin librarse del azote de estos mohos, que tantas hambrunas han causado durante la historia de la humanidad. El poder de la ingeniería genética para mejorar la calidad nutricional de las especies utilizadas mayoritariamente como alimento es también inmenso. Los científicos han estado interesados desde hace mucho tiempo en la mejora de la calidad de las proteínas del maíz. Hace más de setenta años, los investigadores determinaron la importancia de algunos aminoácidos para la nutrición. Hace más de cincuenta, los científicos iniciaron la búsqueda de un grano de maíz con niveles altos de Lys y Trp, dos aminoácidos esenciales de los que el maíz normal es deficiente. Hace treinta y seis años, unos científicos de la Universidad de Purdue (West Lafayette, Indiana, EE.UU.) descubrieron un grano de maíz harinoso, en las tierras altas de los Andes suramericanos, portador del gen "opaco-2", con niveles mucho más altos de Lys y Trp. Pero como sucede con demasiada frecuencia en hibridación de plantas, un carácter muy deseable resultó estar estrechamente asociado con varios indeseables. La mazorcas del maíz opaco-2, blando y terroso, proporcionaban entre un 15 y un 20% menos de grano, en peso, que el maíz normal. Sin embargo, científicos del Centro Internacional para la Mejora del Maíz y el Trigo (Ciudad de México, México) que trabajaban con maíz opaco-2 observaron algunas pequeñas porciones de almidón translúcido en algunos endospermos de este maíz. Usando técnicas de hibridación convencionales, los científicos fueron capaces de ir acumulando lentamente genes modificadores para convertir el endospermo blando original del opaco-2 en tipos duros y vítreos. Esta conversión llevó casi veinte años. Si las técnicas de ingeniería genética hubiesen estado disponibles, los genes que controlan las proporciones altas
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de Lys y Trp podrían haberse insertado en fenotipos de endospermo duro y elevado rendimiento. De este modo, mediante el uso de técnicas de ingeniería genética, la proteína de maíz de calidad hubiese estado disponible para mejorar la nutrición animal y humana veinte años antes, en vez de gestarse durante treinta y cinco años. Éste es el poder de la nueva ciencia. Científicos del Instituto Federal Suizo de Tecnología (Zurich, Suiza) y el Instituto Internacional de Investigaciones del Arroz (Los Baños, Filipinas) han conseguido recientemente transferir genes al arroz, para incrementar sus cantidades de vitamina A, hierro y otros micronutrientes. Este trabajo podría tener un impacto enorme para millones de personas con deficiencias de vitamina A y hierro, que son causa de ceguera y anemia respectivamente. Debido a que la mayor parte de la investigación en ingeniería genética es realizada por el sector privado, que patenta sus inventos, los responsables de la política agraria deben abordar un problema potencialmente serio. ¿Cómo podrán los granjeros sin recursos acceder a los productos de la investigación biotecnológica? ¿Por cuánto tiempo y en qué términos debieran permitirse las patentes de productos biotecnológicos? Más aún, el elevado coste de la investigación en biotecnología está provocando una concentración rápida de propiedad de compañías en los sectores agroalimentarios. ¿Es deseable que ocurra esta concentración? Estos asuntos deben considerarse seriamente por parte de las organizaciones gubernamentales nacionales, regionales y globales. Los gobiernos nacionales necesitan estar preparados para trabajar con los descubrimientos en biotecnología, y beneficiarse de ellos. Primero, y ante todo, los gobiernos deben establecer tramas reguladoras que guíen los ensayos y el uso de plantas modificadas genéticamente. Estas normas y regulaciones debieran ser razonables en términos de minimizar el riesgo y el coste para su ejecución. La ciencia no debe obstaculizarse con regulaciones excesivamente restrictivas. Puesto que una gran parte de la investigación en biotecnología está llevándose a cabo en el sector privado, la cuestión de los derechos de propiedad intelectual debe abordarse por los gobiernos nacionales, acordándose grados de protección adecuados.
carro del ecologismo extremista, en busca de fondos para la investigación. Cuando los científicos se alinean con movimientos políticos anticientíficos, o ceden su nombre a posturas anticientíficas, ¿qué debemos pensar? ¿es asombroso que la ciencia esté perdiendo a sus miembros? Debemos estar preparados frente a oportunistas políticos, pseudocientíficos como Trofim D. Lysenko, cuyas ideas estrafalarias contribuyeron en gran medida al colapso de la antigua URSS.
Es una ironía que la plataforma de los extremistas antibiotecnología, si se adoptase, tendría consecuencias gravosas tanto para el medio como para la humanidad
Todos tenemos una deuda de gratitud con el movimiento ecologista que se ha desarrollado durante los últimos cuarenta años. Este movimiento ha conducido a una legislación para la mejora de la calidad de agua y aire, la protección de la vida salvaje, el control de los vertidos tóxicos, la protección del suelo y el freno a la pérdida de biodiversidad. Por ello, es una ironía que la plataforma de los extremistas antibiotecnología, si se adoptase, tendría consecuencias gravosas tanto para el medio como para la humanidad. A menudo pregunto a los críticos de la tecnología agrícola moderna: ¿Cómo sería el mundo sin los avances tecnológicos que se han sucedido? Para quienes se preocupan por la protección del ambiente, consideren el impacto positivo que resulta de la aplicación de tecnología basada en la ciencia. Con los rendimientos mundiales medios de cereales de 1961 (1.531 kg/ha), se habrían necesitado unos 850 millones de ha adicionales, de la misma calidad, para igualar la cosecha de 1999 (2.060 millones de toneladas brutas). Es obvio que semejante excedente de tierra no estaba disponible, y desde luego menos aún en la populosa Asia. Más aún, aunque lo hubiese estado, ¡pensemos en la erosión del suelo y la pérdida de bosques, pastos y vida salvaje causadas por intentar incrementar las cosechas de ese modo con la tecnología tradicional! Sin embargo, los fanáticos antibiotecnología continúan aireando sus campañas de propaganda y vandalismo. Un ejemplo particularmente notorio de propaganda antibiotecnología se me presentó durante un viaje reciente a África. Un artículo en el periódico Londinense The Independent (Walsh, 2000), titulado "América halla un mercado listo para los alimentos modificados genéticamente: los hambrientos", se acompaña de una fotografía que mues-
HACIENDO FRENTE A LA MUCHEDUMBRE ANTICIENTÍFICA
El mundo tiene, o tendrá muy pronto disponible, la tecnología agrícola para alimentar a los 8.300 millones de personas previstas para el próximo cuarto de siglo. La cuestión más pertinente hoy en día es si los granjeros y agricultores podrán usar esta tecnología. Los extremistas del ecologismo, en gran medida de naciones ricas y de estratos sociales privilegiados de las naciones pobres, parecen estar haciendo todo lo posible para detener el progreso científico a lo largo de este camino. Es triste que algunos científicos, muchos de los cuales deberían estar mejor informados (si no lo están ya), se han subido también al
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tra a un hombre casi muerto de hambre, yaciendo al lado de unos sacos de comida. El pie de foto dice: "Sudanés postrado mientras espera alimentos del programa de Naciones Unidas World Food Program". El autor del programa, Declan Walsh, quien escribe desde Nairobi (Kenia), insinúa que existe una conspiración entre el gobierno de EE.UU. y el World Food Program (WFP), para deshacerse de alimentos americanos inseguros, modificados genéticamente, en el único mercado incondicional que aún queda: el de las ayudas para los hambrientos y los refugiados del mundo. Personalmente, esto me ofende profundamente como un insulto al WFP, cuyos trabajadores y colaboradores han contribuido a la alimentación de 86 millones de personas, en 82 países, durante 1999. Los trabajadores del WFP están entre todos aquellos héroes anónimos del mundo, que luchan contra el reloj y contra dificultades siempre crecientes para salvar a las personas del hambre. Su coraje, su dedicación y sus logros merecen nuestro mayor respeto y nuestro encomio. En su artículo, Walsh cita a varios críticos del uso de alimentos modificados genéticamente en África. Elfrieda Pschorn-Strauss, de la organización Surafricana Biowatch, declara: "Los Estados Unidos no deben cultivar ni donar alimentos modificados genéticamente. Donar alimentos y granos no testados a África no es un acto de generosidad, sino un intento de atraer a África hacia una dependencia aún mayor de las ayudas exteriores". El Dr. Tewolde Gebre Egziabher, de Etiopía, afirma que "no es probable que los países que están al borde de la crisis tengan criterio para decir: Este alimento está contaminado; no lo queremos. No debieran tener que enfrentarse al dilema entre permitir la muerte por hambre de un millón de personas o dejar que su acervo genético se contamine." Ninguno de estos individuos ofrece ninguna evidencia científica creíble para respaldar sus falsas afirmaciones sobre la seguridad de los alimentos modificados genéticamente. El WFP acepta únicamente donaciones de alimentos que satisfacen plenamente los estándares de seguridad del país donante. En los Estados Unidos, los alimentos modificados genéticamente se consideran seguros por parte del Departamento de Agricultura, la Administración de Alimentos y Medicinas (Food and Drug Administration), y la Agencia de Protección del Medio Ambiente (Environmental Protection
Agency), y por lo tanto son aceptables para el WFP. El hecho de que la Unión Europea haya declarado una moratoria de dos años para las importaciones de productos modificados genéticamente no nos dice nada sobre la seguridad per se de estos alimentos, sino que más bien refleja la preocupación de los consumidores, que resulta en gran medida del alarmismo infundado que han causado los opositores a la ingeniería genética. Consideremos el artículo de Walsh, y su arremetida subyacente de que los alimentos modificados genéticamente son inseguros y antinaturales. "Organismos Modificados Genéticamente" y "Alimentos Modificados Genéticamente" son términos imprecisos, que aluden al uso de plantas transgénicas (es decir, aquellas que contienen genes de especies distintas). El hecho es que la modificación genética comenzó mucho antes de que la humanidad empezase su alteración de las plantas mediante selección artificial. La Madre Naturaleza los hizo, y en muchos casos de modo significativo. Por ejemplo, los tipos de trigo de los que hoy dependemos para gran parte de nuestras necesidades alimenticias son el resultado de cruces inusuales (pero naturales) entre especies diferentes de plantas. El trigo del pan de hoy día resulta de la hibridación de los genomas de tres plantas diferentes, cada uno de ellos con siete cromosomas, de modo que puede clasificarse fácilmente como transgénico. El maíz es otra planta producto de hibridación transgénica (probablemente del teocinte y el Tripsacum). Los humanos del neolítico domesticaron prácticamente la totalidad de las especies que hoy se usan para agricultura y ganadería, durante un período relativamente corto hace unos 10.000 o 15.000 años. Varios centenares de generaciones de granjeros, posteriormente, fueron efectuando
ENLACES
Plant Physiology: http://www.plantphysiol.org International Maize and Wheat Improvement Center: http://www.cimmyt.mx Breve biografía del autor: http://www.rock found.org/agsci/robertherdt.html Discurso de aceptación del Premio Nobel: http://www.theatlantic.com/issues/97jan/ borlaug/speech.htm
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modificaciones genéticas enormes en estas principales especies de animales y plantas. Para apreciar cuán lejos han llevado estos cambios evolutivos, tan sólo es necesario observar las mazorcas de maíz fosilizadas de las cuevas de Tehuacan (Méjico), de 5.000 años y con un tamaño diez veces menor, aproximadamente, que las variedades actuales. Gracias al desarrollo de la ciencia durante los últimos 150 años tenemos ahora los conocimientos de genética de plantas para hacer deliberadamente lo que la Madre Naturaleza hizo en el pasado por casualidad.
Hasta el momento, no se ha presentado ninguna evidencia científica creíble que sugiera que la ingestión de productos transgénicos sea dañina para la salud humana o ambiental.
La modificación genética de las plantas no es una especie de obra de magia, sino más bien el control progresivo de las fuerzas de la naturaleza para el beneficio de la humanidad. La ingeniería genética de plantas a nivel molecular es solamente un paso más en el viaje que la humanidad, por medio de la ciencia, viene realizando hacia el descubrimiento de los genomas vivos. La ingeniería genética no sustituye la cría tradicional, sino que es una herramienta complementaria de la investigación para identificar genes deseables, de especies que pertenecen a grupos taxonómicamente distantes, y transferir estos genes, con más rapidez y precisión, a otras variedades de plantas de calidad y rendimiento elevados. Hasta el momento, no se ha presentado ninguna evidencia científica creíble que sugiera que la ingestión de productos transgénicos sea dañina para la salud humana o ambiental. Los científicos han debatido los posibles beneficios de estos productos frente a los riesgos que la sociedad está dispuesta a afrontar. Ciertamente, el riesgo cero no es realista y es posiblemente inalcanzable. Los avances científicos siempre conllevan algún riesgo de tener consecuencias inesperadas. Por el momento, las academias nacionales de ciencias, e incluso el Vaticano, han apoyado la ingeniería genética como vía de mejorar la calidad, cantidad, y disponibilidad de alimentos. Las áreas más importantes de preocupación para las sociedades civiles debieran tratar sobre la igualdad en la propiedad, en el control y en el acceso a los productos agrícolas transgénicos. Uno de los grandes retos de la sociedad en el siglo XXI será una renovación y ampliación de la educación científica, a todos los niveles de edad, acorde con los nuevos tiempos. No hay ningún otro punto en el que el conocimiento sea más importante para enfrentarse al miedo naci28
do de la ignorancia que en la producción de alimentos, actividad humana todavía básica. Necesitamos, en particular, cubrir el vacío de conocimiento de las ciencias biológicas que sufren las sociedades desarrolladas, ahora fundamentalmente urbanas y desposeídas del contacto con la tierra. El enfrentamiento innecesario de los consumidores frente al uso de tecnologías transgénicas, en Europa y en otros lugares, se podría haber evitado con una mejor educación sobre diversidad genética y variación. Las sociedades privilegiadas pueden permitirse el lujo de adoptar posiciones de muy bajo riesgo en el tema de las plantas modificadas genéticamente, incluso si esta postura resulta después ser innecesaria. Pero la inmensa mayoría de la humanidad, incluyendo a las víctimas hambrientas de guerras, desastres naturales y crisis económicas, a los que el WFP atiende, no pueden permitirse ese lujo. Estoy de acuerdo con Walsh cuando especula con que los argumentos esotéricos sobre la naturaleza genética de un saco de grano importan muy poco a aquellos para quienes la ayuda en forma de alimentos es un asunto de vida o muerte. Debiéramos considerar esto profundamente, y sentirlo en lo más hondo del corazón. No podemos dar marcha atrás al reloj de la agricultura y limitarnos a usar sólo métodos que se desarrollaron para alimentar a una población mucho menor. Llevó unos 10.000 años el expandir la producción de alimentos a los niveles actuales de unos 5.000 millones de toneladas anuales. Para el 2025, casi deberemos doblar de nuevo la producción actual. Este incremento no puede lograrse a no ser que los granjeros, en todo el mundo, tengan acceso a los métodos actuales con alto rendimiento de producción, así como los nuevos descubrimientos biotecnológicos que puedan aumentar la fiabilidad, la producción y la calidad nutricional de las cosechas básicas para la alimentación. Necesitamos traer un poco de sentido común al debate de la ciencia y tecnología agrícolas, y cuanto antes, mejor.
CONCLUSIONES
Hace 30 años, en mi discurso de aceptación del premio Nóbel de la Paz, dije que la revolución verde había logrado un éxito parcial en la guerra del hombre contra el hambre que, caso de ser completo, podría proporcionar alimentos suficientes para la especie humana más allá del siglo XX. Pero advertí que, a no ser que el aterrador ritmo de reproducción humana se frenara, el éxito de la revolución verde sería efímero. Ahora digo que el mundo tiene la tecnología, bien disponible o muy avanzada en su investigación, para alimentar a 10.000 millones de personas. La pregunta más pertinente es: ¿podrán granjeros y agricultores usar esta nueva tecnología? Los elitistas del ecologismo extremista parecen estar haciendo todo lo que pueden para descarrilar el tren del progreso científico. Grupos pequeños, bien financiados, anticientíficos y gritones, amenazan el desarrollo y la aplicación de tecnologías novedosas, tanto si se desarrollan
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por la biotecnología como por métodos más convencionales de las ciencias agrarias. Estoy completamente de acuerdo con una petición en apoyo de la biotecnología agraria, redactada por el Profesor C. S. Prakash (de la Universidad de Tuskegee, EE.UU.) y firmada por varios cientos de científicos en todo el mundo, que afirma que ni un sólo producto alimenticio, tanto si se produce mediante técnicas de ADN recombinante como por t<écnicas más tradicionales, está totalmente exento de riesgos. Los riesgos que suponen los alimentos están en función de las características biológicas de esos alimentos y de los genes seleccionados, no en los procesos empleados para su desarrollo. Las naciones prósperas se pueden permitir la adopción de posturas elitistas y pagar más por alimentos producidos mediante los llamados métodos naturales; mil millones de personas pobres y hambrientas de modo crónico en el mundo, no. La nueva tecnología será su salvación, liberándolos de tecnologías de producción obsoletas, caras y poco eficientes. Ciertamente, los científicos y los gestores de política agraria tienen la obligación moral de advertir a las autoridades políticas, educativas y religiosas de la magnitud y la importancia de algunos problemas con el suelo cultivable, con los alimentos y con la demografía, que nos esperan a la vuelta de la esquina incluso con avances biotecnológicos. Si no lo hacemos así, entonces seremos negligentes con nuestra responsabilidad y sin quererlo seremos responsables del futuro caos y muerte
por hambre de millones de personas. Pero también debemos hablar inequívocamente y convincentemente con los políticos, y decirles que la inseguridad alimentaria global no desaparecerá sin la tecnología novedosa; ignorar esta realidad hará las soluciones futuras aún más difíciles de lograr. é Traducido del original, con permiso del autor, por Oswaldo Palenzuela
REFERENCIAS
James, C. (1999) Gobal review or commercialized transgenic crops: 1999. International Service for the Acquisition of Agribiotechnology Applications. Briefs No.12 Preview. International Service for the Acquisition of Agri-Biotechnology Applications, Ithaca, NY. Smil, V. (1999) Long-range perspectives on inorganic fertilisers in global agriculture. Travis P. Hignett Memorial Lecture, International Fertilizer Development Center, Muscle Shoals, AL Walsh, D. (2000) America finds ready market for genetically modified food: the hungry. In: The Independent. Londres, Marzo 30, 2000
SOBRE EL AUTOR Y EL TRABAJO
Norman E. Bourlaug (USA, 1914) tiene una dilatada carrera investigadora en la mejora de especies vegetales de interés para la agricultura, con la particularidad de dirigir sus trabajos para beneficio de las naciones y clases más necesitadas. Recibió el Premio Nobel de la Paz en 1970, como reconocimiento a sus esfuerzos que contribuyeron en el nacimiento de la llamada "Revolución Verde". En la actualidad se mantiene en activo y dirige el International Maize and Wheat Improvement Center, Apartado Postal 6-641, Colonia Juárez, México D. F. 06000. El presente trabajo, en su forma original se publicó en la revista científica Plant Physiology Vol. 124 (2000), pp. 487-490, con la mención especial de Editor's Choice.
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