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El espíritu científico en los medios
JUAN CARLOS ORTEGA
REVELAR LAS FUENTES
Imaginemos que Albert Einstein hubiera enviado a una prestigiosa publicación científica un artículo que empezara más o menos de la siguiente manera: "Según un experimento realizado en un lugar que no estoy en disposición de decirles por dos sujetos cuyos nombres no puedo revelar (a los que llamaremos a partir de ahora con las iniciales M y M') la velocidad de la luz es independiente del punto de vista del observador. Lamento no poder darles más información sobre el experimento de M y M' pero, por cuestiones que no vienen al caso, me veo en la obligación de utilizar mi derecho a no citar las fuentes. Sin embargo, amables lectores, créanme y sigan leyendo este artículo en el que voy a esbozar una teoría que cambiará para siempre los cimientos de las ciencias físicas". ¿Qué hubiera pasado si Einstein hubiera empezado su teoría de la relatividad de esta forma? Pues que nadie en su sano juicio hubiera seguido leyendo el articulo. No citar las fuentes es algo que, en el terreno de la ciencia, nos parece una auténtica barbaridad. El método científico precisa fuentes creíbles (y citadas) para servir de base a nuevas aportaciones (creíbles y también citadas). Isaac Newton dijo que él era grande porque estaba a hombros de gigantes. Esos "gigantes" fueron los que antes que Newton trabajaron tenazmente utilizando el mismo método que él. Los dos sujetos llamados M y M´ citados por nuestro falso Einstein eran, por supuesto, Michelson y Morley. Einstein fue creíble para muchos porque los citó, porque se basó en ellos para seguir avanzando. Sin embargo, en el periodismo, no citar las fuentes no está considerado un delito, sino incluso un derecho. En los periódicos prestigiosos se considera como algo normal que un periodista describa un hecho o destroce la vida de un semejante utilizando la técnica de "no citar las fuentes". Muy pocos lectores aprecian la magnitud de esta injusticia. Sin embargo, si un periodista aplicara a su trabajo el criterio firme (y, por supuesto, mucho más justo) de un científico, nunca empezaría un articulo insertando una proposición sobre lo que alguien llamado X, que quería guardar su intimidad, le había dicho en cierto sitio al oído. Si se aplicara el método científico a la prensa, los contenidos de los periódicos, programas de radio y televisión quedarían reducidos a un uno por ciento. Esperemos que algún día la antigua y hermosa costumbre científica de citar las fuentes sea también en la prensa, como en la ciencia, una parte de su método.
de comunicación
mal que viniera el profesor X, es el mejor en su especialidad, pero lamentablemente es muy feo. No lo llamemos. Sería mejor que invitaremos a Z, que no es profesor ni nada, pero que tiene una mirada preciosa e intelectualoide y cuando habla da el pego y parece que sepa mucho". ¿Qué pensaríamos de un ciclo de conferencias organizado en base a ese criterio? No conozco a nadie que quisiera desplazarse hasta esa universidad para ver a una docena de hombres y mujeres atractivos hablando de temas que no dominan demasiado. Sin embargo, ése es el criterio utilizado en televisión a la hora de convocar a un invitado para largar sobre cualquier tema. En la radio, sustituyamos "belleza física" por "voz agradable" o por esa característica casi mística que algunos denominan "ser radiofónico". La consigna parece ser: "los argumentos no convencen por sí solos, han de ir acompañados de algo más". Ese "algo más" es el espectáculo. Por supuesto que el espectáculo es una de las cosas más maravillosas del mundo, pero sólo si hablamos de espectáculo. Nadie le pide a Steven Spielberg credibilidad. Seria absurdo. Nos conformamos con el espectáculo genial que nos ofrece. Pero cuando la televisión o la radio pretenden informar, es conveniente que el espectáculo no prime sobre el rigor. Lo ideal seria que ambos conceptos "rigor" y "espectáculo" pudieran ir unidos, pero los directivos de las televisiones y los responsables de los programas no suelen ser tipos especialmente geniales. Así que hay que optar por una cosa o por otra. Si el responsable de un debate radiofónico sobre el Big Bang me preguntara: "¿Qué quieres, rigor o show?" Yo le diría: "las dos cosas, pero dudo que sea usted capaz de soportar tanto trabajo. Así que deme usted rigor". Si el responsable de un programa de humor me preguntara: "¿Qué quieres, rigor o show?" Yo le diría: "las dos cosas, pero dudo que sea usted capaz de soportar tanto trabajo. Así que deme espectáculo". Otro de los criterios utilizados a la hora de convocar a un invitado en un medio de comunicación es el de "la ley del mínimo esfuerzo". No se trata de una ley física, sino de una forma más o menos disimulada de ser perezoso. Los locutores, productores y guionistas suelen tener cierta tendencia a huir del trabajo. Un invitado que tiene muchas cosas que decir suele dar más trabajo que un charlatán. El invitado serio requiere un duro trabajo de documentación y guión (no vaya a ser que metamos la pata y el invitado en antena nos diga que nos hemos equivocado), pero un charlatán (vidente, tarotista, ufólogo) no necesita que nadie prepare su intervención porque, como se dice en lenguaje periodístico, el invitado "tira solo". O sea, que funciona por si mismo, sin que nos matemos a prepararle un interesante cuestionario de preguntas. Por eso, queridos escépticos, cuando escuchéis a un charlatán en una radio o lo veáis en una tele, mirad la cara del presentador o escuchad su voz y pensad para vosotros mismos: "este tipo es un vago". Seguro que no os equivocáis. é
CRITERIOS A LA HORA DE CONVOCAR A UN INVITADO
Sigamos imaginando. Supongamos ahora que la Universidad de Princeton (EE.UU.) organiza un ciclo de conferencias sobre mecánica cuántica. Supongamos también que los organizadores del ciclo se reúnen en un despacho y se dicen unos a otros algo similar a esto: "¿A quién invitamos para las charlas? No estaría
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el escéptico
otoño - invierno 2000