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Aristóteles y el peinado
Aristóteles suponía que los objetos caen al suelo porque el suelo es su lugar, porque de alguna manera todo tiende a situarse en el sitio que le corresponde. En el siglo XXI ya no nos tomamos en serio esta intuición aristotélica. ¿O sí? Pensemos en lo siguiente. Interior noche. El cuarto de baño de un restaurante. Nos miramos en el espejo y algo no nos gusta demasiado. Estamos horribles. Un mechón de pelo insignificante no está donde creemos que debería estar. Lo tocamos un poco con las manos, intentándolo poner en el sitio que imaginamos es el suyo. Después de varios intentos parece ser que lo hemos conseguido. Ahora estamos guapos. Sin abandonar el espejo inclinamos la cara, hacemos muecas y gestos que suponemos nos convierten en arrebatadores. Y a causa de esos movimientos ligeros de cabeza, el mechón vuelve a descolocarse. Y nos vemos feos otra vez. Hasta que el mechón no haya quedado firmemente establecido en el lugar que intuimos debe estar no abandonaremos el cuarto de baño. Transcurridos doce minutos damos el tema por zanjado. El mechón está perfecto, impecable, y por un momento volvemos a creer que nuestro peinado, nuestra cara y nuestros ojos son los más extraordinarios del Sistema Solar. Lo que acabo de describir es algo que a casi nadie sonará extraño. Todos solemos hacer cosas así ante un espejo. Nuestra vida cotidiana está repleta de momentos irracionales, donde creemos, imaginamos, suponemos e intuimos los más diversos disparates. El mechón de pelo que nos retocamos en el espejo de un ascensor, o en el cristal de un Seat Panda no tiene prefijado su lugar, nadie
JUAN CARLOS ORTEGA
ha decidido cual es su sitio. Solamente nosotros. Sin embargo, en un despliegue de egocentrismo pensamos que toda la humanidad coincide con nuestro punto de vista acerca del lugar que tiene que ocupar ese mechón en nuestra frente. Pero lo cierto es que Aristóteles y nuestros gustos estéticos no coinciden con la realidad. Volvamos a nuestro restaurante. Salimos del cuarto de baño y nos encontramos con un montón de personas que están pensando en sus cosas mientras devoran filetes, postres y ríen por cosas que no podemos oír. Nos acercamos a nuestra mesa, donde una chica guapa nos espera. Mientras caminamos
P. Mirabet
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pensamos: "ahora si que estoy guapo". Nos sentamos, tomamos la botella de vino y le llenamos su copa. Y la triste realidad es que ella no ha notado nada. Nos ve exactamente igual que antes. Tal vez, de esta historia cotidiana podríamos extraer, entre otras muchas, las siguientes cuatro conclusiones: Primera: No se deben utilizar argumentos aristotélicos a la hora de peinarse. Los mechones de pelo, como las piedras, los bolígrafos y los filetes de ternera no tienen un sitio ideal, un "hogar" en el que deban estar. Segunda: La visión de nuestro propio cuerpo es radicalmente distinta a la visión que de él tienen las chicas guapas a las que invitamos a cenar y, por extensión, el resto de las personas del planeta. Tercera: Si un movimiento ligero de cabeza ante el espejo descoloca el mechón, ¿no deberemos suponer que el simple caminar, o el aire acondicionado del restaurante o cualquiera de las mil cosas que interfieren con nosotros también descolocarán el mechón, tal vez incluso antes de sentarnos frente a la chica con la que estamos cenando? Cuarta: Nunca deberemos dejar a una chica esperando doce minutos en la mesa de un restaurante solamente para retocarnos un mechón de pelo. Podría enfadarse. Creo que la primera, segunda y cuarta conclusión son todas ellas evidentes en si mismas y no requieren más de-
talles. Sin embargo, fijémonos en la tercera. Cuando, encerrados en el lavabo logramos poner el mechón en su sitio creemos que, por un milagro del cielo, ese conjunto de pelos se quedará siempre allí o, cuanto menos, el resto de la noche. Nuestra parte racional sabe que no es así, sabe que en menos de un minuto volverá a descolocarse, pero nuestro lado irracional no puede verlo. Tendemos a pensar que la última imagen que hemos visto de nosotros mismos perdurará, porque estamos convencidos que somos como recordamos que somos, que los demás nos ven como nos vemos nosotros. Y la imagen más reciente de nosotros mismos es la última que nos da el espejo. Al revés de lo que pensamos de los demás, eso de "la primera impresión es la que cuenta", tendemos a defender irracionalmente que "la última impresión que tenemos de nosotros mismos es la que cuenta". Por eso, cuando hacia las cuatro de la madrugada volvemos a casa y nos miramos en el espejo siempre nos vemos feos. En nuestra irracional imaginación, ese mechón continúa en su sitio y nuestra cara tiene aún la chispeante alegría del vino que nos tomábamos durante el primer plato, cuando tuvimos la tonta idea de abandonar a esa chica para lanzarnos al espejo de ese cuarto de baño. Pensamos que Aristóteles está superado, pero aún continua vivo en los restaurantes más modernos, y en todos los cuartos de baño. é
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PRÓXIMO NÚMERO: COMUNICACIÓN SOCIAL DE LA CIENCIA
Nuestro próximo número lo dedicaremos a tratar cómo la ciencia llega al público con un informe especial sobre la comunicación pública de la ciencia. ARP, como entidad dedicada al fomento del pensamiento crítico, es consciente de la importancia de que los avances científicos sean bien comprendidos por la sociedad. Para ello es fundamental la labor que realizan los medios de comunicación, instituciones y divulgadores para acercar el trabajo que se realizan en los laboratorios al público general. Reflexionarán con nosotros en este pequeño dossier: Vladimir de Semir, director del Observatorio de la Ciencia de la Universidad Pompeu Fabra, con su artículo Impacto científico o impacto mediático; Jorge Alcalde, colaborador de Muy Interesante, con El espectáculo de la Ciencia y Malen Ruiz de Elvira, de El País, con La información científica en un diario. También contaremos con otros artículos, como Astrología: Apuntes sobre la historia y evolución de un mito, de César Esteban y las secciones habituales de Primer Contacto, Mundo Escéptico, Cuaderno de Bitácora, Guía Digital, Paranormalia, De Oca a Oca, Un marciano en mi buzón, Crónicas desde Magonia y Sillón Escéptico.
Coordinación a cargo de Víctor R. Ruiz
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