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CARTAS AL DIRECTOR
CIENCIA, PSEUDOCIENCIA Y RELIGIÓN: POLÉMICA ENTRE LOS ESCÉPTICOS
En el editorial del nº 8 de El Escéptico se decía: "la crítica a la religión como tal no tiene espacio en estas líneas", "no rehuiremos pronunciarnos cuando las afirmaciones religiosas trasciendan el campo de la fe para adentrarse en el de las afirmaciones contrastables o comprobables", y "No es el objetivo de El Escéptico dictaminar acerca del hecho religioso o las cuestiones de fe [...], sí sobre las afirmaciones referentes a hechos contrastables". Estas afirmaciones han sido motivo de una larga polémica en la lista de correo electrónico abierta para la comunicación de los socios de ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico (ARP-SAPC), entre los que defendían la posición oficial (que llamaremos escépticos-agnósticos), y los que discrepábamos abiertamente de ella (escépticos-materialistas). En las siguientes líneas voy a tratar de defender la postura materialista y reflejar el contraste de las dos. "La ciencia debe ser neutral ante la religión, siempre que ésta limite su dogmática y sus afirmaciones a realidades trascendentes e infalsables". Podemos comenzar con esta opinión de los agnósticos, que resume y delimita la postura oficial, a la que hay que exigirle en primer lugar que explique por qué identifica actitud y racionalidad científica con construcciones científicas ya consolidadas, y seguidamente, pedirle la coherencia de aplicar el mismo criterio también a las pseudociencias. Respecto del primer aspecto, los principales fundamentos teóricos de este agnosticismo científico los encontramos en el escepticismo filosófico de la antigüedad, y en cierta manera de entender el agnosticismo moderno, desde T. H. Huxley hasta autores como S. J. Gould. El escepticismo filosófico radical parte de que no es posible establecer ningún conocimiento seguro ni afirmar algo con carácter verdadero o necesario. Aquél evoluciona hacia el escepticismo científico, que reconoce la utilidad de la ciencia como modo de conocimiento, pero acentúa su estatus falible y la imposibilidad de alcanzar carácter ab68
soluto. Como el grado de seguridad en el conocimiento se basa en la solidez de los argumentos y en su contraste empírico, la ciencia siempre está sujeta a revisión y es además parcial, limitada al estado de los conocimientos en una fase determinada. Todas estas apreciaciones, bien asumibles, parecen conducir a los escépticos-agnósticos a otras que no lo son tanto, a saber, que como la razón es finita, como las ciencias son limitadas y aún no han explicado muchas cosas, ahí donde no hayan ofrecido respuesta, no tienen nada que decir, es terreno que admite por tanto "saberes" alternativos no científicos. Incluso reconocen un ámbito en el que la ciencia no llegará, en el que las afirmaciones no son sólo coyunturalmente infalsables sino trascendentes (agnosticismo dogmático al estilo de E. Du Bois-Reymond). Plantean el conflicto de la ciencia con otros modos de conocimiento (pseudociencia, magia, religión) sólo cuando éstos se atreven a adentrarse en ámbitos que sí ha ocupado ya la ciencia efectivamente y que por tanto son contrastables. Desde el escepticismo materialista, que concibe la ciencia como un saber crítico, y no como mera técnica, se ponen de relieve las contradicciones de estas posturas de equilibrismo, fruto a menudo de contaminación por parte ámbitos que nada tienen que ver con la ciencia, como el agnosticismo político (tolerancia, relativismo, respeto a las opiniones ajenas), la corrección política o la comodidad social de planteamientos posmodernos, de pacífica convivencia entre explicaciones racionales e irracionales de la realidad. Los materialistas aprecian otras contradicciones en los escépticos-agnósticos. Éstos utilizan con preferencia el método científico para conocer la realidad objetiva, que equivale a emitir un juicio implícito sobre otros "saberes" que ofrecen respuestas a las preguntas del conocimientos humano. Su misma idea de la ciencia, es decir, los límites en los que tanto insisten, al tiempo que
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vedan todo pronunciamiento religioso o metafísico, están calificando esas realidades, denunciando la falta de lenguaje cognoscitivo de las respectivas "disciplinas" y descartando la pertinencia de sus afirmaciones. Por tanto, ¿puede haber acuerdo entre unos y otros escépticos en estos postulados implícitos que rechazan las pretensiones objetivas de modos de conocimiento que excluyan el método científico? Por parte materialista parece haberla en reconocer que a menudo el contenido de dichas afirmaciones extraordinarias no puede ser materialmente contrastado o falsado. Pero los escépticos-agnósticos se empeñarán en que formalmente sólo cabe rechazar aquello que la ciencia puede comprobar como falso y así, rechazarán los "saberes" no científicos sólo cuando hagan afirmaciones en un terreno ya recorrido por una ciencia positiva determinada. Aplicado a la religión, se limita la crítica a aspectos puntuales como el creacionismo, la Sábana Santa, las imagen que lloran, y se excluye la crítica global o en aspectos infalsables como Dios, el alma, la providencia, la vida tras la muerte, etc. Por ejemplo, se dirá: "Los argumentos que se presentan no permiten saber si existe o no el alma, así que cualquier afirmación es igual de legítima o ilegítima". Sin embargo, los materialistas piden coherencia: "No sabemos si existe o no el alma, pero no somos neutrales ante cualquier afirmación de este tipo que pretenda su existencia y no se apoye en argumentos racionales accesibles, entendibles, y en el contraste empírico. Rechazaremos los fundamentos esotéricos, incontrastables o dogmáticos de cualquier afirmación con pretensiones de conocimiento objetivo". Como se aprecia, no existe controversia cuando es posible el contraste empírico. Si se constatan unos hechos, o bien son susceptibles de explicación científica convencional, o bien se convierten en anomalías que malbaratan las teorías científicas dominantes que no pueden explicarlos. La controversia aparece cuando no hay hechos contrastables, momento en que los agnósticos reconocen un terreno acotado que permite hacer afirmaciones por otras vías de conocimiento y ante el que la ciencia puede ser neutral. Pero, ¿con qué pretensiones de conocimiento se harán estas afirmaciones? Los materialistas rechazan toda pretensión más allá del sentimentalismo y el subjetivismo. Respecto del segundo aspecto que apuntaba al principio, los materialistas, además de discrepar en el tratamiento de los ámbitos infalsables de las pseudociencias, aprecian una discriminación en favor de la religión. ARP-SAPC, además del detenido examen de cada afirmación extraordinaria, critica las pseudociencias desautorizándolas globalmente, como sistemas de creencias indemostradas, hábito que se quiebra injustificadamente con la religión. En este punto los materialistas exigen como mínimo coherencia e igualdad de trato a lo que es
homogéneo; que si la postura es de prudente agnosticismo, se aplique el mismo rasero a cualquier pseudociencia que se mueva en el terreno de lo indemostrable. Así pues, la segunda gran contradicción es la bula que generosamente se ofrece a la religión. Inexplicablemente parece extendida la opinión de que la religión es un fenómeno esencialmente distinto del mito, la superstición, la magia o las pseudociencias. Los materialistas piensan, por el contrario, que todos ellos son saberes acríticos de carácter dogmático y esotérico que comparten la concepción sobrenatural y espiritualista del universo y semejantes mecanismos místicos, y su colisión es inevitable con la independencia de la razón y del método científico para explicar la realidad. El problema de la confusión puede surgir de la evolución histórica de la religión, sobre la que fue aumentando la influencia de los saberes críticos (filosofía, ciencia), dando lugar a monoteísmos metafísicos, donde las realidades sobrenaturales van teniendo cada vez atributos más abstractos. Estas teologías escolásticas con gran carga racional están en el origen de la ciencia occidental, que es un estadio más en la evolución de la religión, despojada ya de los elementos acríticos, supersticiosos o dogmáticos. La religión, para continuar siendo tal, después de una larga época de repliegue en ámbitos de los que se iba ocupando la ciencia (Galileo, Buffon, Darwin), clara muestra de la sustitución del pensamiento mítico por la racionalidad y el conocimiento científico, tuvo que frenar en su seno esta evolución y mantener (aunque controlados) muchos elementos del politeísmo y de la superstición. A pesar del uso parcial e interesado de la razón, que nunca cuestiona los fundamentos irracionales, éstos se mantienen anacrónicamente, igualando en superstición el animismo y las religiones monoteístas. La supervivencia de la religión o de las pseudociencias es hoy fuente de oscurantismo y credulidad, aunque su origen sea más que razonable: a las sociedades prehistóricas les resultaba indispensable una explicación operativa de los sucesos ordinarios, y a falta de explicaciones científicas de la realidad, la lógica impone la invención de mitos como la existencia de un alma espiritual, las causalidades arbitrarias o los dioses. Y aunque siempre el conocimiento científico va a resultar insuficiente para responder a todas nuestras preguntas, hacer saltos trascendentales más allá de la evidencia empírica es una inmadura supervivencia del pensamiento mítico. Así, podemos comparar la oración al Dios monoteísta o la procesión católica para impetrar lluvia, con el rito del chamán para alejar a los malos espíritus o con las recomendaciones de ciertos ufólogos de colocarse gorritos forrados de aluminio para evitar que los extraterrestres lean nuestros pensamientos. La teología, identificada hábilmente con la religión para resaltar un carácter racional que es realmente subalterno, anula completamente la racionalidad con la inprimavera- verano 2001
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troducción de categorías absolutamente incompatibles con la lógica y la epistemología científicas. No es válida ni siquiera para abordar el estudio del fenómeno religioso, porque la ortodoxia de una confesión concreta o el ejercicio de la teología no es simplemente "otro punto de vista"; es un punto de vista anticientífico y acrítico por la simple razón de su dependencia de las verdades reveladas y su servicio a la fe. Además, las actividades no teológicas, por ejemplo los aspectos milagreros de religiosidad popular, no pueden disociarse en las actuales religiones monoteístas, forman parte esencial de ellas. La religión debe ser criticada duramente por todos los motivos anteriores, igual que cualquier otra pseudociencia o pseudofilosofía, con acento en sus creencias dogmáticas indemostrables y en sus prácticas supersticiosas. Es importante también subrayar que el prestigio social de las religiones normalmente viene motivado por aspectos sociales (inercia social, ritos de paso) que fácilmente pueden ser disociados, en su funcionalidad, del contenido dogmático de la fe y de cualquier contenido supersticioso. En todo caso, la actual discusión se produce por una discriminación en la fundamentación teórica de la posición de ARP-SAPC, no sobre una eventual discriminación práctica, por ejemplo en estrategia mediática, que pueda responder a la conveniencia de atender a las circunstancias sociológicas. Las religiones politeístas y monoteístas responden al mismo fenómeno global muy habitual en las pseudociencias y pseudosaberes, que parte del animismo primitivo y escinde dos planos de la realidad, postulando infundadamente la existencia de un plano más allá de los sentidos, cuyo escrutinio escapa a la ciencia, y cuyo conocimiento se nos proporciona por otras vías (contactados, revelación, esoterismo). Con la postura agnóstica se respalda esta dualidad gracias a la forzada neutralidad de la ciencia, justificada en la inoperancia del experimento científico en realidades infalsables. Pero la imposibilidad de contrastar nada en ese ámbito nos impediría emitir un juicio negativo con respaldo científico-experimental, no pronunciarnos sobre la pertinencia de los positivos. La actitud materialista no niega la futura conformidad con la realidad del contenido de una afirmación, sino la pretensión de hacer afirmaciones de una supuesta realidad sin fundamento alguno. Rechaza el contenido en función del rechazo al modo de conocimiento, y este rechazo que en los agnósticos es operativo e implícito, en los materialistas es explícito, porque, si no hay pruebas, los juicios universales positivos no se pueden suspender indefinidamente por pudorosa prudencia. Si un futurólogo, por ejemplo, vaticina un accidente o afirma la existencia de realidades de cuya existencia no tengamos constancia, no se pretende falsar el contenido de la afirmación sino la legitimidad del modo de hacerla. En la posible veracidad del contenido sólo hay una diferencia de probabilidad. Los escépticos materialistas no parecen identificarse con la escuela del escepticismo filosófico, sino que ven el rótulo de la revista o el nombre de asociaciones escépticas más cercano a su etimología griega, como actitud cautelosa del que examina cuidadosamente antes de pronunciarse sobre algo, contraria a la credulidad o al dogmatismo. No son escépticos respecto de la capacidad de la ciencia para explicar la realidad. El carácter limitado y finito (no exhaustivo) de las construcciones científicas es perfectamente compatible con la defensa de la racionalidad científica como única manera de enfrentarse a la realidad con pretensiones de obtener un conocimiento objetivo. Cualquier otra vía de conocimiento (dogma, experiencias, sentimientos, revelación) es necesariamente subjetiva y respetable mientras no desborde esas pretensiones. Sin embargo, cuando se presente como testimonio de una supuesta realidad objetiva, si no se ha sometido al método científico y mantiene la citada entidad, deberá ser rechazada. Contrariamente a lo que se suele decir, la ciencia sí tiene implicaciones ideológicas, aunque sólo en el ámbito lógico y epistemológico, y no en el moral o político. La racionalidad científica es un producto histórico como cualquier otro y su evolución conduce al rechazo de la ontología espiritualista y a la elección de la materialista. é
Javier Torres
NOVEDADES BIBLIOGRÁFICAS PUENTE OJEA, Gonzalo: El mito del alma. Ciencia y Religión, siglo XXI, Madrid, 2000. DEL VALLE TOMÁS, Susana: L´agnosticisme contemporain, Revue philosophique de Cayenne, nº 34, 2000.
FE DE ERRATAS ESCÉPTICO Nº 10
SAI BABA
En el artículo dedicado a la figura de Sai Baba, en nuestra revista nº 10, procede hacer alguna pequeña rectificación, según nos ha indicado el autor. Así, donde dice: "Entre ellos se encuentra Jeff Young, ex presidente de la Organización Sai en la Región Sur Central de los Estados Unidos, quien sostiene que su hijo Sam de 16 años, ...", debería decir: "Entre ellos se encuentra Jeff Young, ex-coordinador y ejecutor de un pequeño programa en la Sathya Sai School de la Región Sur Central de los Estados Unidos, quien sostiene que su hijo Sam de 16 años,...". Más abajo, donde se hace referencia a los sitios en internet hay que modificar uno porque ha cambiado de nombre. La dirección http://www.saibabaguru.com/ hay que reemplazarla por http://www.saiguru.net, y también agregar http://www.snowcrest.net/sunrise.
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